Fuente: Noticias Obreras
07/07/2025
Documento de la Secretaría General del Sínodo: Líneas generales para la fase de implementación del Sínodo [Descarga]
Introducción. Cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo
1. ¿Qué es la fase de implementación y cuáles son sus objetivos?
2. ¿Quién participa en la fase de implementación? ¿Qué tareas y responsabilidades asume?
2.1. La responsabilidad del obispo diocesano o eparquial
2.2. La tarea de los equipos sinodales y de los órganos de participación
2.3. El papel de las agrupaciones eclesiales
2.4. El servicio de la Secretaría General del Sínodo
3. ¿Cómo utilizar el Documento Final en la fase de implementación?
3.1. Mantener la visión global
3.2. Invertir en la concreción de las prácticas
4. ¿Con qué método y con qué herramientas debemos proceder en la fase de implementación?
4.1. Discernimiento eclesial
4.2. Diseño y acompañamiento de procesos de estilo sinodal
Introducción
Vivimos un momento de gran intensidad espiritual. La muerte del papa Francisco nos ha conmovido profundamente y seguimos rezando al Señor para que lo acoja en su paz y le conceda la recompensa por su servicio a la Iglesia. Al mismo tiempo, damos gracias a Dios por la elección del santo padre León XIV, quien desde el principio nos animó a continuar nuestro compromiso con el camino sinodal, recordándonos que somos «una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes, dialoga, siempre abierta a acoger, como esta plaza, con los brazos abiertos a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, nuestro diálogo y nuestro amor»[1].
Esta es la misma convicción que inspira profundamente el Documento Final (DF) de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, «Por una Iglesia sinodal. Comunión, participación, misión», aprobado al final de la segunda sesión de la Asamblea Sinodal, el 26 de octubre de 2024. La forma sinodal de la Iglesia está al servicio de su misión, y cualquier cambio en la vida de la Iglesia tiene como propósito hacerla más capaz de anunciar el Reino de Dios y dar testimonio del Evangelio del Señor a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Esta es la clave para interpretar fielmente el DF y, sobre todo, para ponerlo en práctica. Vivimos en un mundo atrapado en una espiral de violencia y guerra sin fin, al que le resulta cada vez más difícil crear oportunidades de encuentro y diálogo, con vistas al bien común y a la paz. Más que nunca se necesita una Iglesia que sepa ser «en Cristo sacramento, es decir, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, n. 1; cf. DF, n. 56). En la diversidad de contextos de este mundo, el Sínodo «constituye un acto de mayor recepción del Concilio, prolonga su inspiración y renueva su fuerza profética para el mundo de hoy» (DF, n. 5).
Es la urgencia de esta misión la que nos impulsa a implementar el Sínodo, una tarea de la que todos los bautizados son corresponsables. Muchas Iglesias locales, en todo el mundo, lo siguen con entusiasmo. Les agradecemos y las invitamos a continuar su camino con generosidad: están llevando adelante un compromiso valioso para toda la Iglesia. Este texto puede ofrecerles un horizonte con el que compararse y, sobre todo, las invita a compartir sus iniciativas, contribuyendo al discernimiento eclesial más amplio. Otras Iglesias aún se preguntan cómo emprender la fase de implementación o están dando los primeros pasos. Las animamos a avanzar con valentía, afrontando resistencias y dificultades, ya sean prácticas o de mérito, con libertad y parresía: ellas también tienen una valiosa contribución que ofrecer y sería una pérdida para toda la Iglesia si su voz permaneciera en silencio.
La Secretaría General del Sínodo permanece a disposición de ambos para escucharlos, acompañarlos, apoyar sus esfuerzos y, sobre todo, contribuir a dinamizar el diálogo y el intercambio de dones entre las Iglesias, en beneficio de toda la Iglesia y su unidad. Así es como pretendemos llevar a cabo la tarea de acompañar la fase de implementación del Sínodo, que nos confió el papa Francisco el pasado 11 de marzo y que el papa León XIV confirmó el pasado 26 de junio, en su primera reunión con el XVI Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo, animándonos a continuar. La intención es asegurar que avancemos con la unidad de la Iglesia en el corazón, armonizando la recepción en los diferentes contextos eclesiales[2], sin menoscabo de la responsabilidad de cada Iglesia local. En sintonía con las indicaciones del Documento Final, el objetivo es concretar la perspectiva del intercambio de dones entre las Iglesias y en la Iglesia en su conjunto (cf. DF, nn. 120-121)[3].
Las pistas que aquí se proponen se sitúan en la perspectiva de este servicio. Las dirigimos a todo el Pueblo de Dios, sujeto del camino sinodal, y en particular a los obispos y eparcas, a los miembros de los equipos sinodales y a todos aquellos que, en diversas funciones, participan en la fase de implementación, con el objetivo de hacerles sentir nuestro apoyo y continuar el diálogo que ha caracterizado todo el proceso sinodal. De hecho, su contenido se basa en los estímulos recibidos de las Iglesias durante los últimos meses y en los frutos de las experiencias que han compartido. A partir de las contribuciones y preguntas que reciba de las Iglesias y de lo que parezca útil, la Secretaría ofrecerá nuevos estímulos y herramientas para acompañar y apoyar el esfuerzo común, con la esperanza de colaborar para que la fase de implementación del Sínodo sea aún más fructífera.
Encomendamos a la intercesión de María, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, cuya solemnidad celebramos hoy, esta ulterior etapa del camino sinodal que como Pueblo de Dios estamos recorriendo juntos.
Vaticano, 29 de junio de 2025. Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo
Mario Grech, secretario general
Presentación
Estas Pistas, preparadas por la Secretaría General del Sínodo con el dictamen favorable de su Consejo Ordinario y aprobadas por el santo padre León XIV, forman parte del servicio de acompañamiento de la fase de implementación del Sínodo por parte de la propia Secretaría General. Tienen un doble propósito. Por un lado, pretenden ofrecer a las Iglesias locales de todo el mundo un marco de referencia compartido que facilite el camino conjunto. Por otro lado, promueven el diálogo que conducirá a toda la Iglesia a la Asamblea Eclesial de octubre de 2028, según las siguientes etapas, ya comunicadas en la Carta del 15 de marzo:
Junio 2025 – Diciembre 2026: caminos de implementación en las Iglesias locales y sus agrupaciones
Primer semestre 2027: Asambleas de evaluación en las Diócesis y Eparquías
Segundo semestre 2027: Asambleas de evaluación en las Conferencias Episcopales nacionales e internacionales, en las estructuras jerárquicas orientales y en otras agrupaciones de Iglesias
Primer trimestre de 2028: Asambleas continentales de evaluación
Octubre de 2028: Asamblea Eclesial en el Vaticano.
El texto de las Pistas, al que seguirán otros según las necesidades que surjan, describe un perfil de la fase de implementación, respondiendo a algunas preguntas fundamentales que se han planteado con frecuencia a la Secretaría en los últimos meses. Se estructura según el siguiente esquema:
1. ¿Qué es la fase de implementación y cuáles son sus objetivos?
2. ¿Quién participa en la fase de implementación? ¿Qué tareas y responsabilidades asume?
2.1. La responsabilidad del obispo diocesano o eparquial
2.2. La tarea de los equipos sinodales y de los órganos de participación
2.3. El papel de las agrupaciones eclesiales
2.4. El servicio de la Secretaría General del Sínodo
3. ¿Cómo utilizar el DF en la fase de implementación?
3.1. Mantener la visión global
3.2. Invertir en la concreción de las prácticas
4. ¿Con qué método y con qué herramientas debemos proceder en la fase de implementación?
4.1. Discernimiento eclesial
4.2. Diseño y acompañamiento de procesos de estilo sinodal
1. ¿Qué es la fase de implementación y cuáles son sus objetivos?
Esta es la última de las tres fases del Sínodo previstas en los artículos 19-21 de la Constitución Apostólica Episcopalis communio (CE, 15 de septiembre de 2018); sigue a la fase de consulta y escucha del Pueblo de Dios (celebrada en 2021-2023), y a la fase celebrativa, que vio la celebración de las dos sesiones de la Asamblea del Sínodo de los Obispos (octubre de 2023 y octubre de 2024) y culminó el discernimiento realizado a partir de la escucha del Pueblo de Dios. Como explica la CE: «el proceso sinodal no solo tiene su punto de partida, sino también su punto de llegada en el Pueblo de Dios, sobre el cual deben derramarse los dones de la gracia infundidos por el Espíritu Santo a través de la asamblea de los Pastores» (n. 7).
La fase de implementación fue inaugurada por el papa Francisco con la Nota Acompañante del 24 de noviembre de 2024, con la que entregó el Documento de Orientación a toda la Iglesia. Con un acto sin precedentes en la historia de la institución sinodal, declara que el Documento de Orientación «participa en el Magisterio ordinario del Sucesor de Pedro (cf. CE 18 § 1; CIC 892)» y solicita su aceptación como tal. El Documento de Orientación, en su totalidad, es, por lo tanto, el punto de referencia para la fase de implementación. Al mismo tiempo, la Nota recuerda que su aplicación requiere diversas mediaciones: «Las Iglesias locales y las agrupaciones de Iglesias están llamadas ahora a implementar, en los diferentes contextos, las indicaciones autorizadas contenidas en el Documento, mediante los procesos de discernimiento y toma de decisiones previstos por la ley y por el propio Documento».
La fase de implementación busca experimentar con prácticas y estructuras renovadas que hagan la vida de la Iglesia cada vez más sinodal, partiendo de la perspectiva general delineada por el DF, con miras a una implementación más eficaz de la misión evangelizadora. Este trabajo incluye el estudio teológico y canónico necesario, y sobre todo el compromiso de discernir lo más apropiado y potencialmente fructífero en los diferentes contextos locales. Concretamente, la prioridad es ofrecer al Pueblo de Dios nuevas oportunidades para caminar juntos y reflexionar sobre estas experiencias para recoger los frutos que permitan la misión y compartirlos.
El énfasis en la importancia de adquirir experiencia no significa que la fase de implementación consista en una especie de ejercicio o una tarea adicional solicitada por Roma: forma parte de la vida cotidiana de las Iglesias e inspira sus prácticas cotidianas. Cada Iglesia local, cada comunidad parroquial, podrá practicar la sinodalidad en su pastoral ordinaria, mejorando la forma en que lleva a cabo su misión mediante el discernimiento eclesial que el Espíritu Santo nos exige hoy. El DF invita a las Iglesias locales a identificar también «caminos formativos para lograr una conversión sinodal tangible en las diversas realidades eclesiales» (DF, n. 9). Por lo tanto, la fase de implementación busca tener un impacto perceptible en la vida de la Iglesia y en el funcionamiento de sus estructuras e instituciones. Si se limitara a la formulación de hipótesis abstractas, no lograría su propósito y, sobre todo, disiparía el entusiasmo y la energía que el proceso sinodal ha despertado hasta ahora.
Además, la fase de implementación es una oportunidad para mantener vivo ese intercambio de dones que incrementa la comunión de las Iglesias locales dentro de la única Iglesia, manifestando su catolicidad respetando la legítima diversidad. De esta última surge la creatividad que inspira nuevas formas de practicar la sinodalidad y potencia la fecundidad de la misión. Por ello, es necesario que los frutos de las experiencias realizadas en los diferentes contextos se difundan y compartan, nutriendo el diálogo entre las Iglesias. En la fase de implementación, por lo tanto, se vivifica un nuevo proceso de diálogo en cada Iglesia y entre las Iglesias, sobre la base del DF.
También debe enfatizarse que la fase de implementación no es un paso atrás, ni propone una mera repetición de lo ya vivido: los pasos y objetivos son muy diferentes. El punto de referencia es el DF, que expresa el consenso alcanzado al final del discernimiento de los Pastores de todas las Iglesias y que, como parte del Magisterio ordinario del Sucesor de Pedro, compromete a todo el Pueblo de Dios indicando la dirección en la que proceder. Más bien, la experiencia de varias Iglesias en estos últimos meses muestra cuán fructífero es reconectar con el camino recorrido en las fases anteriores y con lo aprendido a través de él, con el objetivo de devolver a la Iglesia local los frutos del proceso que ha involucrado a las demás Iglesias y a la Iglesia en su conjunto.
Crecer como Iglesia sinodal requiere un conocimiento que solo se adquiere a través de la experiencia y que nos abre el camino al encuentro con el Señor. Esto es lo que los participantes de la Asamblea Sinodal experimentaron en primera persona; no es casualidad que el DF comience testificando cómo «viviendo la conversación en el Espíritu, escuchándonos unos a otros, percibimos su presencia entre nosotros: la presencia de Aquel que, al dar el Espíritu Santo, sigue inspirando en su Pueblo una unidad que es armonía en las diferencias» (DF, n. 1). Esta es también la experiencia que se ha vivido y se sigue viviendo en las Iglesias locales y en las diversas agrupaciones de Iglesias.
La fase de implementación comienza durante el Jubileo de la Esperanza. Esta coincidencia nos ha invitado a programar un evento importante en los próximos meses: el Jubileo de los Equipos Sinodales y los Órganos de Participación, programado del 24 al 26 de octubre de 2025, cuya organización está a cargo de la Secretaría General del Sínodo. Será una gracia poder vivir juntos un profundo momento de espiritualidad, en unión con todo el Pueblo de Dios, y también una oportunidad para estrechar lazos, intercambiar experiencias y conectar mejor con los eventos posteriores.
2. ¿Quién participa en la fase de implementación? ¿Qué tareas y responsabilidades asume?
La fase de implementación es un proceso eclesial en sentido pleno, que involucra a todas las Iglesias como sujetos de la recepción del DF, y por lo tanto a todo el Pueblo de Dios, hombres y mujeres, en la variedad de carismas, vocaciones y ministerios con los que se enriquece y en las diferentes articulaciones en las que se desenvuelve concretamente su vida (pequeñas comunidades cristianas o comunidades eclesiales de base, parroquias, asociaciones y movimientos, comunidades de consagrados y consagradas, etc.). Dado que la sinodalidad es una «dimensión constitutiva de la Iglesia» (DF, n. 28), no puede ser un proceso limitado a un núcleo de «fanáticos». De hecho, es importante que este nuevo proceso contribuya concretamente a «ampliar las posibilidades de participación y el ejercicio de la corresponsabilidad diferenciada de todos los bautizados, hombres y mujeres» (DF, n. 36) en un espíritu de reciprocidad. Además, es crucial que procure involucrar a quienes hasta ahora han permanecido al margen del camino de renovación eclesial constituido por el Sínodo, como «personas y grupos de diferentes identidades culturales y condiciones sociales, en particular los pobres y excluidos» (ibid.). Numerosas Iglesias han creado caminos que buscan integrar en su vida el compromiso de ser una Iglesia que escucha, al igual que muchas indican que escuchar a los jóvenes es una prioridad. Asimismo, se requiere especial atención al escuchar a quienes han expresado dudas y resistencia hacia el proceso sinodal: para caminar verdaderamente juntos, no podemos perder la contribución de su punto de vista.
Por esta razón, se invita a todas las Iglesias a continuar la búsqueda de herramientas de escucha adecuadas a la amplia variedad de contextos en los que vive y trabaja la comunidad cristiana, sin limitarse solo a las parroquias, como en algunos casos ocurrió durante la fase de escucha, sino también a escuelas y universidades, centros de escucha y acogida, hospitales y prisiones, el entorno digital, etc. Al mismo tiempo, la fase de implementación representa una oportunidad propicia para fortalecer las relaciones entre los diferentes componentes de la comunidad cristiana, «para dar vida a un intercambio de dones al servicio de la misión común» (DF, n. 65), que involucra a las comunidades y realidades apostólicas vinculadas a los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, así como a las Asociaciones, Movimientos y Nuevas Comunidades. «A menudo es su acción, junto con la de muchas personas y grupos informales, la que lleva el Evangelio a los lugares más diversos» (DF, n. 118), y el camino de una Iglesia sinodal necesita este dinamismo.
2.1. La responsabilidad del obispo diocesano o eparquial
Precisamente por tratarse de un proceso eclesial en el sentido más amplio del término, el principal responsable de la fase de implementación en cada Iglesia local es el obispo diocesano o eparquial : le corresponde iniciarlo, indicar oficialmente sus tiempos, métodos y objetivos, acompañar su desarrollo y concluirlo, validando los resultados. Será una ocasión oportuna para ejercer la autoridad al estilo sinodal, siguiendo lo que afirma el DF: «Quien es ordenado obispo no está cargado con prerrogativas y tareas que deba realizar solo. Más bien, recibe la gracia y la tarea de reconocer, discernir y armonizar en unidad los dones que el Espíritu derrama sobre las personas y las comunidades, actuando dentro del vínculo sacramental con los presbíteros y diáconos, quienes son corresponsables con él del servicio ministerial en la Iglesia local» (DF, n. 69). Quien recibe este don y lleva a cabo esta tarea puede reconocer y confirmar con autoridad la calidad sinodal del camino recorrido conjuntamente por la comunidad eclesial y los frutos que ha producido, promoviendo así la unidad de la Iglesia que, como ya dijo san Juan Pablo II, «no es uniformidad, sino la integración orgánica de las legítimas diversidades» ( Novo millennio ineunte, n. 46, cit. en DF, n. 39), y manifestando la acción del Espíritu, maestro de la armonía. El Espíritu Santo obra con libertad, inspirando iniciativas en el Pueblo de Dios donde lo considera más oportuno: la tarea de la autoridad es reconocer estos dones, acoger la invitación a ampliar la visión que siempre contienen, fomentar su fecundidad y promover la diversidad, para enriquecer las posibilidades de intercambio de dones que nutren la comunión eclesial.
Como «principio visible y fundamento de la unidad en sus Iglesias particulares» ( Lumen Gentium, n. 23), los obispos están llamados a inspirar y apoyar la participación en el proceso sinodal de todos los miembros de la porción del Pueblo de Dios que les ha sido confiada. De hecho, en cada diócesis y eparquía, hay quienes lo desean vivamente, a quienes es necesario escuchar, que están disponibles para participar con entusiasmo y que también pueden ofrecer sugerencias válidas. Otros, sin embargo, necesitan que se les ayude a abrirse a la acción del Espíritu, ante todo escuchando sus resistencias. Para llevar a cabo esta tarea eficazmente, los obispos diocesanos o eparquiales no pueden dejar de involucrar, además del obispo coadjutor y los obispos auxiliares presentes:
a) Presbíteros y Diáconos. De hecho, es su responsabilidad colaborar con el Obispo «en el discernimiento de los carismas y en el acompañamiento y la guía de la Iglesia local, con especial atención al servicio de la unidad» (DF, n. 72). Como recuerda el DF, «la experiencia del Sínodo puede ayudar a los Obispos, Presbíteros y Diáconos a redescubrir la corresponsabilidad en el ejercicio del ministerio» (DF, n. 74) y la dimensión sinodal de su ministerio. Además, de esta manera, también será posible promover una mayor participación de los Presbíteros.
b) Los órganos de participación a nivel diocesano (Consejo Presbiteral, Consejo Pastoral y Consejo de Asuntos Económicos), que, a su manera, participan en los procesos de discernimiento eclesial y en la elaboración de las decisiones que inevitablemente conlleva la implementación del Sínodo. Como recuerda el DF, «es oportuno intervenir en el funcionamiento de estos órganos, comenzando por la adopción de una metodología de trabajo sinodal» (DF, n. 105).
c) el equipo sinodal diocesano/eparquial, que tiene como tarea particular la animación del proceso (véase el párrafo inmediatamente siguiente).
En muchos lugares, la experiencia ha demostrado que la adopción de procedimientos sinodales de discernimiento eclesial y de elaboración de decisiones en estilo sinodal, sobre la base de los nn. 87-94 del DF, no disminuye sino que consolida la autoridad del Obispo y facilita la aceptación y la implementación de las decisiones tomadas.
2.2. La tarea de los equipos sinodales y de los órganos de participación
La experiencia de la fase de consulta ha demostrado la valiosa labor de los equipos sinodales: nombrados y acompañados por el obispo, son instrumentos fundamentales para la animación ordinaria de la vida sinodal de las Iglesias locales. Su contribución también será fundamental en la fase de implementación: por ello, se valorarán y posiblemente renovarán los equipos existentes, se reactivarán e integrarán adecuadamente los suspendidos, y se formarán nuevos equipos donde no se hubieran establecido previamente.
Los criterios para su composición siguen siendo los ya indicados en la fase de consulta y escucha: laicos, sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas de diferentes edades y portadores de diferentes culturas y modelos de formación que representen los diferentes ministerios y carismas de la Iglesia. Por esta razón no es posible definir reglas de composición universalmente válidas. Para facilitar la conexión con la vida y el cuidado pastoral de la diócesis, sería bueno que algunos de los líderes diocesanos también formaran parte de ella. Para asegurar la orientación misionera y evitar el riesgo de repliegue autorreferencial, exactamente como para los órganos de participación (cf. DF, n. 106), sería bueno prever que los equipos sinodales también incluyan personas comprometidas con el testimonio y el servicio apostólico en la vida ordinaria y en las dinámicas sociales. También sería posible evaluar la oportunidad de invitar, como observadores, a algunos representantes de otras Iglesias y comunidades cristianas o de otras religiones. Nada impide que el Obispo forme parte del equipo sinodal; De no ser así, deberá ser informado periódicamente sobre su labor y reunirse con él cuando sea necesario. En cuanto a las necesidades de cada miembro, el conocimiento del FD es fundamental, junto con la experiencia directa de la dinámica sinodal, en particular la experimentada durante la fase de consulta y escucha. En los últimos años, se han creado escuelas o iniciativas de formación en sinodalidad a nivel nacional e internacional, que también pueden utilizarse para fortalecer la preparación de los miembros de los equipos sinodales.
Los equipos sinodales con una composición adecuadamente variada podrán convertirse más fácilmente en laboratorios de sinodalidad, experimentando en su interior las dinámicas que están llamados a promover en el Pueblo de Dios. Su papel en la fase de implementación consiste, en primer lugar, en promover y facilitar el crecimiento del dinamismo sinodal en los contextos concretos de cada Iglesia local; identificar las herramientas y metodologías adecuadas, también en lo que respecta a las propuestas formativas; y llevar a cabo las iniciativas pertinentes para que se adopten las medidas necesarias. Los equipos sinodales se constituyen habitualmente a nivel diocesano o eparquial, pero, cuando sea posible, también es deseable su presencia a nivel de decanato o parroquia. Ya se están desarrollando experiencias interesantes en diversos contextos eclesiales que muestran cómo estos equipos, debidamente interconectados, pueden contribuir a que el proceso sinodal sea más amplio y participativo. Además, parte de la labor de animación consiste en promover la disponibilidad y la formación de facilitadores y coordinar su trabajo.
El ámbito de competencia de los equipos sinodales no se solapa, sino que se articula con el de los órganos de participación, buscando sinergias. Los equipos sinodales se establecen para la animación y la formación sinodal de la Diócesis o Eparquía. Los órganos de participación están llamados a desempeñar la tarea proactiva y consultiva que les asigna el derecho canónico. Por lo tanto, les corresponde contribuir a la elaboración de las decisiones necesarias para la implementación del Sínodo, mediante el discernimiento de las prioridades pastorales o la renovación de las estructuras y los procesos de toma de decisiones. La coordinación regular y la difusión oportuna de la información harán más fluido el trabajo de todos.
Finalmente, los equipos sinodales tendrán la tarea de recoger los frutos de los procesos que animarán, también en vista de la fase de evaluación y de las Asambleas previstas a partir de 2027. También en este caso, corresponderá al Obispo reconocer y confirmar la validez de la síntesis respecto al camino recorrido conjuntamente por la comunidad diocesana.
2.3. El papel de las agrupaciones eclesiales
El DF, arraigado también en este Concilio, se preocupa de subrayar que las Iglesias locales no son entidades aisladas, sino que están insertas en los vínculos de comunión que las unen entre sí, en particular a través de la comunión de los Obispos entre sí y con el Romano Pontífice.
En muchos casos, los vínculos son informales, fruto de la historia, la proximidad geográfica, los hermanamientos, la migración, quizás encuentros ocasionales entre personas, y hoy cada vez más también de interacciones a través de medios digitales, etc. En nuestra sociedad fuertemente conectada, ninguna diócesis o eparquía puede concebir vivir aislada, sin verse afectada, para bien o para mal, por lo que sucede en otros. Estos vínculos espontáneos e informales, independientes de una planificación deliberada, son consecuencia de los tiempos que vivimos, pero sobre todo constituyen una riqueza y un recurso del que debemos tomar conciencia para fomentar una experiencia cada vez más articulada del nosotros eclesial.
En otros casos, estos vínculos adquieren una forma estructural, regulada por ley, dando lugar a instituciones como las iglesias metropolitanas o las provincias eclesiásticas y, sobre todo, las Conferencias Episcopales (nacionales y regionales) y los Sínodos de las Iglesias sui iuris, así como las Reuniones Continentales de Conferencias Episcopales. Estas estructuras también desempeñan un papel en la fase de implementación, que el DF indica sintéticamente de la siguiente manera: «Sugerimos que las Conferencias Episcopales y los Sínodos de las Iglesias sui iuris dediquen personas y recursos a acompañar el camino de crecimiento como Iglesia sinodal en misión y a mantener el contacto con la Secretaría General del Sínodo» (DF, n. 9).
Se trata, por tanto, de un doble papel. En primer lugar, se les pide: apoyar los procesos en curso a nivel local, especialmente donde aún se encuentran en su fase inicial, estimulando a las Iglesias locales; promover la coordinación y la creación de redes de los equipos sinodales diocesanos; ofrecer formación, teniendo en cuenta las propuestas de las escuelas e iniciativas de formación en sinodalidad presentes en los diversos territorios (en particular, para los miembros de los equipos y para quienes participan más directamente en la animación del proceso de implementación); promover la reflexión teológica y pastoral, en particular con vistas a una mejor inculturación en el contexto local de los recursos preparados por la Secretaría General. Llevar a cabo estas tareas a nivel local sería más gravoso e implicaría una duplicación de esfuerzos: por ello, en un espíritu de subsidiariedad, pueden llevarse a cabo mejor a nivel de agrupaciones de Iglesias, sin que esto agote el protagonismo de las Iglesias locales.
La segunda línea de acción se refiere a la interfaz de comunicación con la Secretaría General del Sínodo, que cobrará mayor importancia en determinados momentos, por ejemplo, cuando sea necesario enviar las contribuciones de las Iglesias locales a Roma, organizándolas en síntesis nacionales según el modelo ya probado. Se proporcionarán indicaciones más prácticas a medida que se definan los contornos y los plazos de esta fase. En cualquier caso, las Conferencias Episcopales pueden contar con la disponibilidad de la Secretaría General para allanar cualquier obstáculo que pueda surgir en el proceso.
Para llevar a cabo esta doble tarea, será importante proceder a la reactivación y renovación de los equipos sinodales nacionales y continentales, siguiendo lo ya dicho para los locales. Les corresponderá llevar adelante el trabajo concreto.
Se añade entonces una tercera tarea: el DF reconoce en las Conferencias Episcopales un instrumento para expresar y materializar la colegialidad episcopal y fomentar la comunión entre las Iglesias. Por lo tanto, la sinodalidad también cuestiona sus formas concretas de funcionamiento. El n.º 125 del DF contiene algunas indicaciones específicas al respecto, que claramente no pueden ser asumidas por las Iglesias locales individuales. Será importante, pues, que las agrupaciones de Iglesias impulsen la reflexión y la experimentación de métodos sinodales de proceder a su nivel, cuyos resultados contribuirán a la fase de evaluación.
2.4. El servicio de la Secretaría General del Sínodo
La Secretaría General del Sínodo fue confiada por el Papa Francisco, primero, y por el Papa León XIV, después, un rol de animación y coordinación a través de un camino de acompañamiento a lo largo del cuatrienio 2025-2028.
En este marco, una primera tarea de la Secretaría General es fomentar la comunión entre las Iglesias, en un espíritu de intercambio de dones y desde la perspectiva de la “conversión de vínculos” (DF, Parte IV ). Herramientas importantes para este propósito son escuchar las experiencias vividas en los diferentes contextos eclesiales y promover una reflexión compartida sobre ellas, para que juntos podamos reconocer la voz del Espíritu y orientar nuestros pasos en la dirección que Él indica. La Secretaría General está llamada a fomentar un diálogo continuo entre las Iglesias, facilitando la comunicación y la confrontación mutua, en primer lugar a través de las agrupaciones de Iglesias, en particular a nivel continental. Para ello, escuchará a las Iglesias locales y recogerá sus opiniones, a partir de las cuales preparará notas y materiales de apoyo, y difundirá información y sugerencias. Además, propondrá momentos de encuentro que favorezcan la escucha mutua, el compartir el camino recorrido y sus frutos, y la expresión compartida de gratitud al Señor.
El primero de estos eventos es el próximo Jubileo de los Equipos Sinodales y los Órganos de Participación (24-26 de octubre de 2025). Se enviarán indicaciones más precisas sobre los métodos para organizar otros eventos y recopilar comentarios a medida que avance el proceso. Por el momento, para garantizar una comunicación fluida y una coordinación más eficaz, es fundamental que cada Diócesis o Eparquía registre su propio Equipo Sinodal en la base de datos de la Secretaría General del Sínodo[4]. Pedimos a cada Obispo y Eparca que verifiquen que esto se haya hecho.
Una segunda tarea de la Secretaría es el acompañamiento de los obispos diocesanos y eparquiales, así como de los equipos sinodales, principalmente a través del diálogo con las estructuras pertinentes activadas por las agrupaciones de Iglesias, en particular a nivel continental. Sin embargo, en la medida de lo posible, la Secretaría General también está disponible para acompañar a las Iglesias locales individuales, así como a los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Asociaciones, Movimientos y Nuevas Comunidades, u otras instituciones eclesiales que lo soliciten, con atención prioritaria a las Iglesias con menos recursos. La Secretaría General se compromete a mantener la puerta abierta[5], escuchar las necesidades, intuiciones y propuestas que llegan de las Iglesias locales, y facilitar su trabajo tratando de responder a las solicitudes que llegarán sobre los contenidos y metodologías de la fase de implementación.
Un punto de particular importancia es animar a las Iglesias a seguir un camino sinodal La experiencia de quienes ya han comenzado la fase de implementación confirma que los contenidos y las decisiones son importantes, pero también lo son las formas en que se abordan. Estructuras y normas adecuadas son indispensables, pero no suficientes. La perspectiva y la belleza de ser una Iglesia sinodal han sido comprendidas en toda su riqueza por las comunidades que han tenido la experiencia directa de escuchar y participar en procesos de discernimiento y toma de decisiones. Es a esta experiencia concreta y compartida, bajo la guía de los Pastores, a menudo marcada por la alegría del Evangelio, que el Secretariado pretende seguir ofreciendo su servicio atento y puntual.
Una tercera tarea consiste en seguir coordinando los Grupos de Estudio, en colaboración con los Dicasterios competentes de la Curia Romana, en los que también participan pastores y expertos de todos los continentes. El Papa León XIV confirmó esta tarea y también la incorporación de dos nuevos Grupos de Estudio (respectivamente sobre «La Liturgia en Perspectiva Sinodal» y sobreEl Estatuto de las Conferencias Episcopales, Asambleas Eclesiales y Consejos Particulares. Corresponde también a la Secretaría asegurar que las decisiones del Papa, que también maduran a partir de los resultados de estos grupos, se integren armoniosamente en el camino sinodal en curso. Siempre con el objetivo de profundizar en los temas surgidos durante el camino sinodal, la Secretaría también promoverá conferencias y seminarios de estudio, fomentando momentos de reflexión compartida y desarrollo teológico y pastoral.
Finalmente, de particular importancia será la tarea de acompañar la organización de las Asambleas Continentales de Evaluación (1er trimestre de 2028) y de organizar la Asamblea Eclesial de octubre de 2028. En vista de estos nombramientos, es bueno reiterar que la evaluación no es una forma de juicio o control, sino una oportunidad para preguntarnos dónde estamos en el camino de implementación y conversión, arrojando luz sobre los progresos realizados e identificando áreas de mejora (cf. DF, n. 100): las Asambleas Eclesiales planificadas en 2027-2028 en varios niveles deben entenderse en esta línea y constituirán ocasiones para celebrar los dones recibidos, para seguir creciendo juntos como Iglesia sinodal comprometida en llevar adelante la misión recibida de Cristo en las circunstancias concretas de nuestro tiempo; también serán una oportunidad para poner en práctica formas concretas de combinar sinodalidad, colegialidad y primado, de manera fiel y creativa en la perspectiva de una corresponsabilidad diferenciada. Indicaciones más precisas sobre los métodos de desarrollo y los temas del programa de estas Asambleas surgirán del proceso de diálogo que las precede, así como de los resultados del Grupo de Estudio, cuyas tareas incluyen la reflexión sobre ellas. Lo que ya se puede anticipar es que brindarán la oportunidad de compartir experiencias de renovación de prácticas y estructuras en un sentido sinodal que las Iglesias individuales consideren suficientemente consolidadas como para presentarlas al Santo Padre para su validación definitiva, y también brindarán la oportunidad de comenzar a abordar conjuntamente las cuestiones que surgirán a lo largo del camino.
3. ¿Cómo utilizar el Documento Final en la fase de implementación?
El DF es el punto de referencia para la fase de implementación; por ello, se cita con tanta frecuencia aquí. Por consiguiente, es esencial promover su conocimiento, en particular por parte de los miembros de los equipos sinodales y de quienes, en los distintos niveles, están llamados a impulsar el proceso de implementación. Dado que el DF es un texto rico y orgánico, será oportuno ofrecer (a nivel local, nacional o regional) momentos y/o herramientas de formación, acompañamiento y orientación en su lectura, que permitan captar la inspiración que lo anima y no solo formarse una idea de los temas tratados.
En primer lugar, la lectura del DF debe apoyarse y nutrirse de la oración comunitaria y personal, centrada en Cristo, maestro de escucha y diálogo (cf. DF, n. 51) y abierta a la acción del Espíritu: un análisis abstracto del texto no basta. De hecho, el DF propone a toda la Iglesia y a cada persona bautizada la perspectiva de un camino de conversión: «La llamada a la misión es al mismo tiempo la llamada a la conversión de cada Iglesia local y de toda la Iglesia» (DF, n. 11). Como todo camino de conversión, implica un proceso de profundización y purificación interior, que, a nivel personal, irá seguido de un cambio de opciones, comportamientos y estilos de vida. A nivel comunitario, la renovación de las categorías de pensamiento y cultura en un sentido sinodal será el terreno donde puedan germinar nuevas prácticas y estructuras renovadas.
El DF es un texto orgánico, animado por su propio dinamismo interno, fruto del largo proceso de escucha, comparación y discernimiento del que es fruto. Por lo tanto, no puede considerarse una colección de indicaciones sobre temas dispares que puedan tomarse en consideración abstrayéndolas del contexto en el que fueron formuladas. Esto nos impediría captar su significado y, por lo tanto, orientar correctamente su aplicación. Su propia estructura así lo demuestra.
De hecho, la Parte I expresa la comprensión compartida de la sinodalidad, fruto del camino recorrido, y esboza sus fundamentos teológicos y espirituales, arraigados en el Concilio Vaticano II. En el extremo opuesto, la Parte V retoma la perspectiva general y recuerda que crecer como Iglesia sinodal misionera requiere cuidar la formación de todos los miembros del Pueblo de Dios; la Conclusión, por tanto, evoca una perspectiva escatológica que guía la misión común en la que todos los miembros del Pueblo de Dios están llamados a colaborar.
En este marco de significado, las Partes II, III y IV se centran en algunos aspectos concretos de la vida de la Iglesia, formulando propuestas para su renovación. En particular: la Parte II «está dedicada a la conversión de las relaciones que construyen la comunidad cristiana y dan forma a la misión en la interrelación de vocaciones, carismas y ministerios» (DF, n. 11); la Parte III identifica tres prácticas cruciales para iniciar procesos de «transformación misionera» (discernimiento eclesial, procesos de toma de decisiones, cultura de la transparencia, rendición de cuentas y evaluación) y destaca la urgencia de una renovación de los órganos de participación; la Parte IV «esboza cómo es posible cultivar de nuevas formas el intercambio de dones y el entrelazamiento de los vínculos que nos unen en la Iglesia, en un momento en que la experiencia de estar arraigados en un lugar está cambiando profundamente» ( ibid.), reflexionando sobre el papel de las Conferencias Episcopales y las Asambleas Eclesiales y sobre el servicio del Obispo de Roma.
3.1. Mantener la visión global
En lugar de ofrecer un resumen de los principales contenidos del DF, que incluso podría dificultar el acceso al texto en su totalidad, parece preferible explicitar aquí algunas de las líneas de fuerza que lo recorren, le otorgan organicidad y constituyen criterios de orientación y evaluación de las decisiones que se pretenden tomar. En esta perspectiva, se espera que se concreten los pasos concretos que se darán para implementar las indicaciones del DF:
a) en primer lugar, el DF propone una perspectiva eclesiológica precisa a la que referirse, arraigada en el Concilio Vaticano II : «El camino sinodal es, de hecho, poner en práctica lo que el Concilio enseñó sobre la Iglesia como Misterio y Pueblo de Dios, llamada a la santidad mediante una conversión continua que nace de la escucha del Evangelio» (DF, n. 5), en la conciencia de que cada uno de sus miembros, hombre o mujer, ha recibido el don del Espíritu Santo;
b) La misión de anunciar el Reino de Dios, inaugurada por Jesús y a la que están llamados todos los bautizados, cada uno con la especificidad de sus carismas, vocación y ministerio, constituye la columna vertebral del texto y su objetivo final. Las reflexiones sobre los instrumentos que se adoptarán o sobre las reformas que se implementarán deben situarse siempre en el horizonte de la misión, que es el criterio fundamental de todo discernimiento al respecto. En particular, el DF impulsa con decisión una Iglesia cada vez más valiente en la extroflexión, hasta el punto de pedir que las comunidades se conciban «principalmente al servicio de la misión que los fieles desempeñan en la sociedad, en la vida familiar y laboral, sin centrarse exclusivamente en las actividades que se desarrollan en su interior ni en sus necesidades organizativas» (DF, n. 59).
c) La perspectiva relacional y la lógica del intercambio de dones como expresión de la catolicidad son otras dos líneas de fuerza que atraviesan todo el DF y, por lo tanto, guían su comprensión e implementación. Esto se aprecia claramente en la presentación de las figuras de los ministros ordenados, en relación orgánica entre sí y con todo el Pueblo de Dios (cf. DF, nn. 69-74), o en la descripción de los vínculos entre las Iglesias locales a través de la comunión entre los obispos.
d) El impulso ecuménico representa la extensión de la perspectiva relacional y la lógica del intercambio de dones. Por lo tanto, no es una adición opcional, sino un requisito para verificar el dinamismo de nuestro caminar juntos.
e) Finalmente, el DF adopta la visión conciliar de una Iglesia en el mundo, en diálogo con todos, con otras tradiciones religiosas (cf. DF, n. 41) y con toda la sociedad (cf. DF, 42). Crecer como una Iglesia sinodal capaz de dialogar tiene un valor de profecía social que incluye el compromiso con la justicia social y la ecología integral. Estas dimensiones no pueden pasarse por alto en la fase de implementación, lo que lleva a la creación de oportunidades de diálogo a partir de las necesidades concretas de los territorios y sociedades en los que se vive.
Además de las líneas de fuerza mencionadas anteriormente, el dinamismo que anima el DF, y que la fase de implementación está llamada a asumir, deriva de la articulación continua de algunas polaridades y tensiones que estructuran la vida de la Iglesia y la forma en que las categorías eclesiológicas la expresan. Enumeramos aquí algunas de estas polaridades: la Iglesia en su conjunto y la Iglesia local; la Iglesia como Pueblo de Dios, como Cuerpo de Cristo y como Templo del Espíritu; participación de todos y autoridad de algunos; sinodalidad, colegialidad y primacía; sacerdocio común y sacerdocio ministerial; ministerialidad (ministerios ordenados e instituidos) y participación en la misión en virtud de la vocación bautismal sin una forma ministerial. La implementación del DF requiere abordar y discernir estas tensiones tal como se presentan en las circunstancias que vive cada Iglesia local. El camino a seguir no es buscar un arreglo imposible que elimine la tensión en beneficio de uno de los polos. Más bien, en el presente de cada Iglesia local, será necesario discernir cuál de los posibles equilibrios permite un servicio más dinámico de la misión. Presumiblemente, se tomarán decisiones diferentes en diferentes lugares. Por esta razón, en muchas áreas, el DF abre espacios para la experimentación local, por ejemplo, en materia de ministerios (véase DF, núms. 66, 76 y 78), procesos de toma de decisiones (véase DF, núm. 94), informes y evaluación (véase DF, núm. 101) y órganos de participación (véase DF, núm. 104). Se invita a las Iglesias individuales a aprovecharlos.
En las actuales circunstancias socioculturales, una de estas tensiones parece presentarse bajo formas particularmente nuevas y requiere un esfuerzo de concientización. Por ello, el DF le dedica un párrafo entero, significativamente titulado «Arraigados y peregrinos» (cf. DF, nn. 110-119). Tradicionalmente, es el vínculo con un lugar, entendido en sentido espacial y geográfico, lo que define a las Iglesias locales como partes del Pueblo de Dios y constituye la base del sentido de pertenencia de las personas. Fenómenos como la urbanización, la creciente movilidad y migración, y la difusión de la cultura digital modifican profundamente la manera en que las personas experimentan la pertenencia: esta se refiere a redes de relaciones más que a espacios, aunque la necesidad humana de vínculos comunitarios sigue siendo firme. De hecho, su debilitamiento hace aún más urgente un esfuerzo de creatividad misionera, que permita a la Iglesia llegar a las personas y crear vínculos con ellas dondequiera que se encuentren (cf. ibíd. ).
En la fase de evaluación, será importante recoger los frutos de las experiencias realizadas por las Iglesias locales al habitar polaridades y tensiones, y los resultados de los esfuerzos de creatividad misionera, con vistas al intercambio de buenas prácticas.
3.2. Invertir en la concreción de las prácticas
Escuchando al Espíritu Santo, y manteniéndonos dentro de la visión eclesiológica que el DF recibe del Concilio Vaticano II, el objetivo de la fase de implementación es discernir los pasos de la conversión de la cultura, las relaciones y las prácticas eclesiales, y, en consecuencia, de la reforma de las estructuras e instituciones. Este es un punto crucial de todo el proceso: «Sin cambios concretos a corto plazo, la visión de una Iglesia sinodal no será creíble y esto alejará a los miembros del Pueblo de Dios que han encontrado fuerza y esperanza en el camino sinodal» (DF, n. 94).
El DF enfatiza repetidamente que «corresponde a las Iglesias locales encontrar las formas adecuadas de implementar estos cambios» ( ibid.); de hecho, esta es la tarea que debe afrontarse durante la fase de implementación. Por lo tanto, no es posible indicar, entre las numerosas áreas de atención del DF, cuáles deben considerarse prioritarias a nivel universal. Las circunstancias locales pueden, con toda razón, hacer que sea de indiscutible importancia y urgencia abordar un punto particular que en otros lugares no tenga la misma prioridad: este podría ser el caso de las relaciones entre la Iglesia latina y las Iglesias católicas orientales en algunas zonas, o del impulso ecuménico o el diálogo interreligioso en otras, lo que requerirá dar una forma particular, incluso estructural e institucionalizada, al compromiso de caminar juntos.
Al mismo tiempo —y aquí nos referimos a la polaridad de toda la Iglesia y de la Iglesia local mencionada anteriormente— existe también una gran necesidad de actuar juntos como Iglesia. De hecho, esta es la razón principal para iniciar el proceso de acompañamiento y evaluación.
En este sentido, y sin perjuicio de la responsabilidad de cada Iglesia local en cuanto a la implementación de las indicaciones del DF en su propio contexto, a partir de ahora, con base en el proceso del Sínodo 2021-2024, es previsible que las Iglesias locales estén llamadas a compartir las medidas adoptadas en áreas específicas, según los métodos y formas que consideren más apropiados. Entre estas áreas, destacamos:
a) la promoción de la espiritualidad sinodal (cf. DF, nn. 43-46);
b) el acceso efectivo a funciones de responsabilidad y roles de liderazgo que no requieren el sacramento del Orden por parte de mujeres y hombres no ordenados, tanto laicos como consagrados (cf. DF, n. 60);
c) la experimentación de formas de servicio y ministerio que respondan a las necesidades pastorales en diferentes contextos (cf. DF, nn. 75-77);
d) la práctica del discernimiento eclesial (cf. DF, n. 81-86);
e) la activación de procesos de toma de decisiones de estilo sinodal (cf. DF, nn. 93-94);
f) la experimentación con formas apropiadas de transparencia, información y evaluación (véase DF, nn. 95-102);
g) la obligatoriedad de los órganos de participación previstos por la ley en las Diócesis y Parroquias, y la renovación de sus modalidades de funcionamiento de manera sinodal (cf. DF, nn. 103-106);
h) la celebración periódica de asambleas eclesiales locales y regionales (cf. DF, n. 107);
i) la valorización del Sínodo diocesano y de la Asamblea eparquial (cf. DF, n. 108);
j) la renovación de las Parroquias en clave misionera sinodal (cfr. DF, n. 117);
k) la verificación del carácter sinodal de los caminos de iniciación cristiana (cfr. DF, n. 142) y, en general, de los caminos formativos y de las instituciones a ellos asignadas (cfr. DF, nn. 143-151).
Ciertamente esta no es una lista exhaustiva y se irá perfeccionando a lo largo del camino, en función de los comentarios de las iglesias locales.
4. ¿Con qué método y con qué herramientas debemos proceder en la fase de implementación?
La experiencia de todo el proceso sinodal ha demostrado la importancia de contar con un método adecuado a los temas que se abordan. De hecho, para la construcción de una Iglesia sinodal, el contenido y el método suelen coincidir: reunirse y dialogar como hermanos en Cristo sobre cómo vivir mejor la dimensión sinodal de la Iglesia es una experiencia de Iglesia sinodal que abre a una mejor comprensión del tema. Por lo tanto, el método sinodal no se reduce a una serie de técnicas para la gestión de reuniones, sino que es una experiencia espiritual y eclesial que implica crecer en una nueva forma de ser Iglesia, arraigada en la fe en que el Espíritu derrama sus dones sobre todos los bautizados, a partir del sensus fidei (cf. DF, n. 81). Al no ser una técnica, la metodología no garantiza alcanzar el resultado deseado, ya que este depende de la disposición a la escucha de quienes participan en el camino y de su disposición a dejarse transformar por el Espíritu de Cristo en comunión con sus hermanos. Ésta es otra dimensión de la conversión sinodal a la que el DF invita a toda la Iglesia.
4.1. Discernimiento eclesial
Los números 81-86 del DF describen de forma sintética pero incisiva el perfil del discernimiento eclesial, es decir, el método propio de una Iglesia sinodal. Será necesario referirse a ellos, conscientes de que «en la Iglesia existe una gran variedad de enfoques de discernimiento y metodologías consolidadas» (DF, n.º 86). En este sentido, conviene recordar que la conversación en el Espíritu, que sin duda ha sido una característica distintiva y un factor de éxito del proceso sinodal, no es el único método sinodal y, sobre todo, no es sinónimo del discernimiento eclesial, a cuyo servicio se pone como instrumento y preparación.
Como recuerda el DF en el n.º 85, el discernimiento eclesial requiere la contribución de diversos tipos de expertos para una lectura más profunda del contexto y una identificación más clara de lo que está en juego. No es fácil que estas contribuciones encuentren un lugar adecuado en la dinámica de la conversación en el Espíritu, que es ante todo una herramienta para el encuentro, el crecimiento de las relaciones y la transición del «yo» al «nosotros». Finalmente, dado que en la fase de implementación será necesario alcanzar resoluciones concretas con vistas a la renovación de prácticas y estructuras, los procesos de toma de decisiones al respecto deben ser plenamente eclesiales, reconociendo la función peculiar de la autoridad, en particular de los obispos diocesanos o eparquiales, quienes son los principales responsables de la comunión en las Iglesias que les han sido confiadas y entre ellas.
Concretamente, entre las premisas para llevar a cabo un buen proceso de discernimiento, es fundamental definir claramente los objetivos, asegurándose de que sean realistas y proporcionales al tiempo disponible, los espacios disponibles y el número de participantes. Además, no se pueden pasar por alto las condiciones iniciales: es crucial que cada participante llegue adecuadamente preparado y que el contexto favorezca un clima de oración y una disponibilidad interior para escuchar y dialogar. En esta perspectiva, cabe recordar cuánta experiencia destaca la importancia y la fecundidad de que los procesos sinodales cuenten con formas adecuadas de facilitación, involucrando a personas preparadas que protejan y adapten adecuadamente el método, evitando cortocircuitos y permitiendo que los participantes se centren con mayor decisión en los temas que se están discerniendo.
4.2. Diseño y acompañamiento de procesos de estilo sinodal
Estas indicaciones metodológicas pueden adoptarse en diversas ocasiones y procesos, caracterizados por diferentes objetivos, pero unidos por el hecho de que se llevan a cabo con un estilo sinodal. Para lograrlas, evitando el riesgo de improvisación y dispersión, conviene prever una inversión en el diseño y acompañamiento de estos procesos. A continuación, indicamos algunas, sin pretender ser exhaustivos:
a) Procesos de discernimiento eclesial para identificar las prioridades de la misión y las formas y procedimientos de gobierno apropiados para una Iglesia sinodal. Cada uno de los dos ejes tiene necesidades específicas que deberán tenerse en cuenta en el diseño del camino. El diseño y el acompañamiento de estos procesos requerirán personas expertas, capaces de ayudar a implementar las indicaciones formuladas anteriormente.
b) Procesos de formación para la sinodalidad según los estímulos de la Parte V del DF, considerando también la variedad de necesidades formativas que deben satisfacerse y, en consecuencia, esforzándose por aclarar los objetivos específicos de cada camino. A menudo, la metodología de formación más eficaz consiste en compartir y reflexionar en un clima de oración sobre las experiencias de la Iglesia sinodal, permitiendo que surjan las fortalezas y las debilidades. Por ello, la reflexión sobre los procesos de discernimiento eclesial, sobre los procesos de toma de decisiones en clave sinodal o sobre el funcionamiento de los órganos de participación puede tener un mayor valor formativo que un curso organizado según los modelos tradicionales. En este caso también, será crucial contar con acompañantes y facilitadores expertos. Por lo tanto, será necesario ocuparse también de la formación de estas figuras.
c) Procesos y experiencias de escucha y diálogo en las comunidades, en el territorio y a nivel regional. La experiencia ha demostrado que las herramientas digitales también pueden ser un recurso importante para este propósito. En la lógica ya mencionada, es importante llevar a cabo estas experiencias en un clima de oración y propiciar un tiempo de reflexión compartida que nos permita cosechar los frutos.
d) Momentos de celebración, encuentro e intercambio de experiencias entre comunidades de una misma diócesis o entre diócesis de la misma región. En este caso también, las herramientas digitales pueden ser útiles, pero no debemos subestimar el potencial de los eventos vinculados a la piedad popular, como las peregrinaciones a santuarios, que a menudo congregan a un gran número de personas. ¿Cómo podemos animarlos para que adquieran un carácter sinodal más explícito y fomenten el encuentro y el diálogo entre las personas?
e) Procesos y actividades de comunicación, dirigidos tanto a las comunidades cristianas como a las sociedades en las que viven, utilizando las herramientas más adecuadas para cada contexto. También será oportuno explorar el potencial de los nuevos canales de comunicación digitales, que hoy constituyen para algunos, especialmente para los jóvenes, verdaderos entornos de convivencia y construcción de relaciones, donde el anuncio del Evangelio resuena adecuadamente. La experiencia del Sínodo Digital constituye un recurso en este sentido.
f) Caminos de renovación de la acción pastoral en un área específica o sobre un tema relevante para cada Iglesia local (p. ej., la promoción de una participación más activa en la celebración dominical, los caminos catequéticos, el diálogo ecuménico, la integración de los migrantes, el compromiso con el cuidado de la casa común, etc.), implementando iniciativas que hagan tangible el impacto de un enfoque sinodal y verificando sus resultados. Esto puede ayudar a concretar el horizonte de la sinodalidad en la vida de las comunidades.
g) Trayectorias de investigación teológica, pastoral y canónica al servicio de la implementación del Sínodo en las especificidades del contexto local y en el diálogo entre las Iglesias. Con este importante servicio, los teólogos «ayudan al Pueblo de Dios a comprender la realidad iluminada por la Revelación y a elaborar respuestas y lenguajes adecuados para la misión» (DF, n. 67). Esto también da lugar a una responsabilidad particular de las instituciones teológicas al acompañar a la Iglesia para vivir cada vez más plenamente la dimensión sinodal.
El método sinodal nos ha permitido dejarnos sorprender por el Espíritu Santo y cosechar frutos inesperados en la fase de consulta y escucha, así como durante las sesiones de la Asamblea Sinodal, despertando el asombro y el entusiasmo de muchos participantes, como atestiguan numerosos resúmenes y documentos recibidos: la comunión entre los fieles, entre los pastores y entre las Iglesias se ha nutrido de la participación en los procesos y eventos sinodales, renovando el ímpetu y el sentido de corresponsabilidad por la misión común. Esto nos autoriza a mirar con confianza el camino que nos espera en los próximos años, comenzando con el nombramiento del Jubileo de los equipos sinodales y los órganos de participación. Ya estamos trabajando para organizarlo de la mejor manera, para que la ocasión de caminar juntos físicamente hacia la Puerta Santa se convierta en una oportunidad para intercambiar dones y celebrar esa esperanza que no defrauda, la única capaz de nutrir el compromiso de llevar adelante, como Iglesia sinodal, la misión confiada por el Señor Jesús a sus discípulos.
[1] León XIV, Primer saludo y bendición, 8 de mayo de 2025.
[2] Carta sobre el proceso de acompañamiento de la fase de implementación del Sínodo, 15 de marzo de 2025
[3] Ibíd.
[4] El registro de los equipos sinodales en la base de datos de la Secretaría General del Sínodo se realiza a través del enlace que debe solicitarse escribiendo a la dirección synodus@synod.va. Este registro no coincide con el de los equipos sinodales ni con el de los órganos de participación en el Jubileo.
[5] La dirección de correo electrónico a la que escribir es: synodus@synod.va.
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