Fuente: Cristianisme i Justícia
Por José F. (Pepe) Castillo Tapia
01/07/2025
Pedro Casaldáliga, obispo claretiano y profeta de la Iglesia de los pobres en Brasil, sigue siendo una referencia ineludible para la Iglesia del siglo XXI. Su testimonio de vida, su opción por los marginados y su resistencia ante las estructuras de opresión encarnan los principios de una Iglesia sinodal, comprometida y profética. En tiempos de crisis social, eclesial y ambiental, su legado es más actual que nunca y nos interpela a construir una Iglesia que camine junto a los pobres, los pueblos indígenas y los trabajadores del campo.
Una Iglesia con rostro amazónico y campesino
Pedro Casaldáliga llegó a Brasil en 1968 y se insertó en el corazón del Mato Grosso, una región marcada por la violencia del latifundio y la explotación de los pueblos indígenas. Desde su consagración como obispo de São Félix do Araguaia en 1971, su misión fue clara: ser un pastor junto al pueblo, viviendo con sencillez y enfrentando las injusticias que oprimían a los más vulnerables.
Su primera carta pastoral, Una Iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social (1971), fue una denuncia radical de las estructuras de opresión en Brasil y un manifiesto de su compromiso con una Iglesia pobre y liberadora. En ella, afirmaba: «Nuestra Iglesia no puede seguir siendo aliada del poder, sino que debe ser la voz de los sin voz, la compañera de los que luchan por la vida».
Esta visión de una Iglesia encarnada en la realidad del pueblo anticipa lo que el Papa Francisco llamaba una «Iglesia con rostro amazónico e indígena». Casaldáliga no solo denunció la explotación de los trabajadores rurales y la violencia contra los indígenas, sino que también asumió su causa como la propia misión del Evangelio.
El obispo sin anillo: testimonio de sinodalidad
Casaldáliga vivió lo que hoy entendemos como sinodalidad, no como un concepto teórico, sino como un estilo de vida eclesial basado en la participación, la escucha y la opción por los más pobres. Su episcopado fue un ejercicio permanente de descentralización del poder:
Nunca usó anillo episcopal ni mitra, símbolos del poder clerical, porque creía que su única identidad debía ser la de un servidor del pueblo.
Apostó por una Iglesia en comunidad, donde las decisiones se tomaban colectivamente y no de manera jerárquica.
Promovió las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) como espacio de participación y empoderamiento de los laicos.
Este modelo de Iglesia es precisamente lo que el Papa Francisco quiso recuperar con el proceso sinodal. La sinodalidad, como recuerda el Documento Preparatorio del Sínodo de la Sinodalidad (2021), es «el modo de ser Iglesia que nos permite caminar juntos, discerniendo los signos de los tiempos». Casaldáliga ya vivía esta sinodalidad en su diócesis, donde los laicos, indígenas y campesinos eran protagonistas de la misión.
Defensa de los indígenas y ecología integral
Casaldáliga fue uno de los grandes defensores de los derechos de los pueblos indígenas en Brasil. En los años 70 y 80, cuando el gobierno militar promovía el desplazamiento forzado de comunidades indígenas para favorecer el agronegocio, él alzó la voz sin miedo, aun cuando esto significó recibir amenazas de muerte.
Su compromiso con los pueblos originarios se materializó en su trabajo con el Consejo Indigenista Misionero (CIMI), del cual fue cofundador. Su visión coincidía con la del Papa Francisco en Laudato si’ (2015), al entender que la defensa de los pueblos indígenas no puede separarse de la lucha por la tierra y la ecología integral. Como afirmaba Casaldáliga: «La tierra no es solo un pedazo de suelo; es la madre de los pueblos, la casa de todos, y nadie tiene derecho a arrancársela a los que la han cuidado por siglos».
Este enfoque sigue siendo esencial hoy, cuando la Amazonía está amenazada por el extractivismo y la deforestación. La Iglesia sinodal que proponía Francisco no puede ser ajena a esta lucha, y el legado de Casaldáliga es un faro que nos orienta hacia una Iglesia ecológica y solidaria.
Una teología de la esperanza y la resistencia
La teología de Casaldáliga no era académica, sino una teología encarnada en la vida del pueblo. Su pensamiento está profundamente enraizado en la Teología de la Liberación, pero con un matiz místico que lo hace único. Su poesía es testimonio de una fe que resiste, que sufre con los pobres, pero que también sueña con la liberación: «Me moriré de pie, como los árboles, me moriré viviendo, como debe ser».
Para la Iglesia sinodal, su teología es un recordatorio de que el caminar juntos no es solo un ejercicio de organización interna, sino una opción evangélica que implica riesgos y desafíos. Caminar con los pobres, con los indígenas, con los campesinos, significa estar dispuestos a enfrentarse a los poderes del mundo.
Conclusión: Casaldáliga, un profeta para hoy
La Iglesia sinodal que el Papa Francisco impulsó necesita figuras como Pedro Casaldáliga. Su vida es un testimonio de que otra manera de ser Iglesia es posible: una Iglesia sin poder clericalista, sin miedo a denunciar las injusticias y sin temor a compartir la vida con los más pobres.
Su legado nos desafía a:
Recuperar una Iglesia comprometida con los excluidos, sin miedo a tomar partido por la justicia.
Construir comunidades eclesiales participativas, donde los laicos, los indígenas y los campesinos sean protagonistas.
Defender la Casa Común y la Amazonía, entendiendo que la ecología integral es parte esencial del Evangelio.
Casaldáliga sigue siendo una voz profética que nos llama a vivir la sinodalidad no como un discurso, sino como un testimonio de vida. En una Iglesia que busca renovarse desde el Sínodo de la Sinodalidad, su ejemplo es más necesario que nunca. Como él mismo escribió: «Si la Iglesia no es profética, no es la Iglesia de Jesús».
[Imagen de Casaldàliga-Causas.org, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons]
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