F. Javier Vitoria
Cormenzana. Consejo de Iglesia Viva. Bilbao.
Iglesia Viva, 254,
abril-junio 2013
I.- Dios y Einstein. Puntuará tanto traducir la Eneida como cantar el Venid y vamos todos con flores a María
Juan José
Millás
Un dios que necesita
puntuar para la nota media tanto como el Teorema de Pitágoras, es un dios con
la autoestima por los suelos.
Pero es el dios que el Gobierno de Rajoy acaba de
introducir en nuestro sistema educativo, el dios de los siniestros Rouco Varela
y Martínez Camino, el dios del recientemente fallecido general Videla, de misa
y comunión diarias, el dios que perdona al violador y excomulga a la violada
por deshacerse de su semilla, el dios que iluminó a Bush y Aznar, entre otros,
para bombardear a la población civil de Irak y poner en marcha los centros de
tortura conocidos como cárceles secretas, el dios de Franco, que creíamos
olvidado, el de Pinochet y el de su amiga íntima, Margaret Thatcher, un dios
neoliberal, ultracapitalista, partidario de las privatizaciones en curso, de la
reforma laboral, de las leyes misóginas de Gallardón, de los paraísos fiscales,
el dios de Ana Mato, de Bárcenas, de Wert, el dios de Ana Botella…
Más que un dios, si lo
piensas, parece un tipo con problemas de reconocimiento público. Pues bien, ya
lo tenemos en los libros de texto, a la altura de los grandes físicos de la
historia, de los más famosos matemáticos, a la altura de los más laureados
lingüistas, de los grandes poetas, a la altura de Verlaine o de Rimbaud, con
los que se codeará en los exámenes de fin de curso. Puntuará tanto traducir la Eneida como cantar el “Venid
y vamos todos con flores a María”. Quizá esta hazaña legislativa de la Conferencia Episcopal,
aliada con un Gobierno meapilas, acabe constituyendo la prueba más palmaria de
que dios no existe o que, de existir, es un pobre diablo. En eso lo han
convertido al menos quienes se arrogan el monopolio de su representación.
Esperamos, ansiosos, las opiniones de quienes, creyendo sinceramente en él,
renuncian por eso mismo a hacerle competir con Einstein.
II.- Jesús de Nazaret y Einstein
F. Javier Vitoria Cormenzana
Admirado Juan José Millás:
Recojo tu guante y daré
mi opinión. Me doy por aludido porque deseo que mi fe en Dios sea sincera. Pero
además porque creo reunir tu otra condición: hace más de cuarenta años que
renuncié a creer en un Dios que compitiera en el aula con Einstein o en el Nou
Camp con Messi y en el Bernabéu con Cristiano. Ni siquiera rivalizaba con
Iribar en San Mamés que es una catedral. Fui profesor de religión en un
Instituto de octubre de 1969
a julio de 1974. Contraviniendo la legislación, decidí
que las clases fueran libres para mis alumnas y nunca suspendí a ninguna de
ellas. Me parecía que la religión no debía ser una asignatura obligatoria con influencia
en el currículo académico. La administración franquista no me consideró digno
de educar a la juventud española (sic) y me echó. Como somos de la misma
generación, puedes imaginarte los motivos: como era español, marxista y
“cheguevarista”; como era vasco, filoetarra; y como era cura, mujeriego (por
decirlo de manera que no hiera ninguna sensibilidad). No necesito explicarte
que mis clases nada tuvieron que ver ni con el “flores a María”, ni con el
“dios de Franco”. En aquella ocasión la clase de religión sirvió también como
fuente de razones para la crítica, de energía para la resistencia y de anhelo
para el cambio democrático en tiempos de dictadura.
Tu columna sobre la
asignatura de religión me ha parecido brillante como todas las tuyas. Eso sí,
tiene el sonido y los aromas del fuego y la pólvora de tu Valencia natal. Has
convertido a dios (con minúscula, como tú lo escribes) en un ninot, lo has colocado en la cumbre de tu falla literaria, acompañado de algunos personajes políticos y eclesiásticos con plaza bien ganada en el artilugio burlesco, y has dado fuego al invento.
Lo
primero que hice, al leerlo en mi ordenador, fue acudir a la
función buscar/remplazar de Word. Le pedí que buscara «dios» y lo reemplazara por «religión» o por «institución religiosa». Me
encontré con un par de resultados, que podría asumir casi en su totalidad. Dios
es mayor que todas las religiones y que todas las instituciones religiosas. Pero, para nuestra desgracia que es la suya (y no al revés), frecuentemente terminamos escribiendo su nombre en minúscula, cabreados o hastiados por los atropellos contra el sentido común y el buen juicio, que siempre terminan cometiendo quienes se arrogan el monopolio de la representación de lo sagrado. Es una ley tan vieja como las religiones. En el caso de la jerarquía eclesiástica española su reacción a la defensiva es fruto del miedo ante una crisis
de la religión cristiana, profunda, descontrolada y de consecuencias imprevisibles que atraviesa de arriba abajo toda la piel de toro.
No
tengo espacio para repasar el estado de la religión en la escuela pública de los países de la Unión Europea. Solo
te recordaré que hay de
todo como en botica.
Pero sí quiero señalarte algunas de mis demandas a la escuela pública y laica española. Le reclamo información sobre las tradiciones culturales y religiosas que han configurado nuestra cultura europea mediterránea y a las que la
Eneida pertenece. Espero de ella que no solo eduque en el respeto al hecho religioso y en las creencias de los demás ciudadanos, sino que además informe (con respeto, competencia y neutralidad) sobre el hecho religioso como expresión del apremiante misterio de la existencia humana; y sobre las religiones como construcciones culturales complejas
que pretenden ofrecer respuestas a ese misterio que es en sí mismo totalmente imposible de responder satisfactoriamente. El hecho religioso es un fenómeno de magnitud enorme en la historia y la geografía de la humanidad. Como escribe un buen amigo valenciano como tú, «ignorar ese hecho en la escuela es mutilar sectariamente no ya la educación sino la mera instrucción. El analfabetismo actual que, en
este punto, se da en España es inaudito: casi parece que es más importante que los alumnos lean El arte de las putas de Nicolás Fernández de Moratín, que el que lean los evangelios». Te invito con él a que juzgues qué obra tiene más peso en la historia de la humanidad.
Me
parecería imperdonable si, en la galería de hombres y mujeres admirables, la
escuela pública y laica no incluyera a Jesús de Nazaret. Junto a los grandes físicos de la historia, los más famosos matemáticos, los más laureados lingüistas, los grandes poetas, Verlaine, Rimbaud, Marx, Freud, Einstein, Marie Curie, etc., y sin competir con ellos. Aquel judío abrió una brecha en la conciencia de la humanidad que nadie ha sido
capaz de cerrar. Invitó a los seres humanos a dar un salto sobrenatural (si me permites la expresión a la vista de la dificultad que encontramos para impulsarnos) del «homo homini lupus» al «homo homini frater». Sin él, sin su influjo, nos faltaría luz para conocer el origen de la tríada revolucionaria burguesa, libertad, igualdad y fraternidad, que constituyen el santo y seña de la cultura democrática europea. Sin él la solidaridad de la cultura occidental no estaría al corriente de que la necesidad del “otro” debe marcarle el paso y la dirección. Su sabiduría ya nos advirtió en tiempos
de Tiberio sobre poder idolátrico del dinero. Su instinto religioso nos señaló a los pobres como los más genuinos representantes de Dios en la tierra. Aquel judío desenmascaró la ceguera humana para ver la mentira del mundo veinte siglos antes que Saramago. Creyó que otro mundo era posible y ofreció su sentido de la vida a quien quisiera escucharle.
Eso sí, aceptarlo suponía una
inversión de los valores sociales para que sean favorables a los pobres, los oprimidos y las víctimas de cualquier sistema opresor, sea su índole político, religioso o económico. Todos estos materiales jesuánicos no sirven para participar en proyectos I+D+I. Ni siquiera dan para encontrar ese bien tan escaso en el que se ha convertido el trabajo para los jóvenes en esta España tan
fatuamente orgullosa de ser campeona mundial de futbol. La sabiduría humana de Jesús de Nazaret sí pertrecha, sin
embargo, para caminar por la vida con dignidad; es decir, para afrontar con éxito el riesgo de ser humano en este corredor de la muerte en el que el ultracapitalismo neoliberal ha convertido nuestro mundo para una incontable
multitud de seres humanos. Y lo hace de una manera incomparablemente mejor que el conjunto de saberes de los que los alumnos y alumnas de la escuela pública y laica tendrán que dar cuenta en la reválida del bachillerato de Wert.
Tengo
que confesarte, para terminar, que una escuela laica así es mi ilusión, pero que no me hago ninguna ilusión de que funcione alguna vez. Hay demasiados
fundamentalistas de la religión y del laicismo merodeándola
Atentamente
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