miércoles, 17 de abril de 2013

Quince días en Roma: así fue elegido el Papa

 

Alessandra Galloni y Stacy Meichtry
 “Pope Francis: From the End of the Earth to Rome”
The Wall Street Journal


Associated Press

Aunque el cardenal Bergoglio pasó en un principio desapercibido, su nombre empezó a ser considerado por sus colegas provenientes de diferentes partes del mundo.

En la mañana templada y húmeda del 27 de febrero, el vuelo 681 de Alitalia aterrizó en el aeropuerto Leonardo da Vinci en Roma después de 13 horas en el aire. Un hombre con escaso cabello gris en su cabeza, lentes de marco grueso, zapatos ortopédicos negros y un abrigo oscuro salió de clase turista. Cojeaba un poco y su espalda estaba un poco rígida por el largo vuelo. Su estomago estaba algo inflado, resultado de muchas décadas de tratamientos con cortisona para ayudarle a respirar mejor después de que en su juventud perdiera parte de un pulmón. Nadie podía ver la cruz plateada que portaba en el pecho bajo su abrigo, símbolo de su autoridad.

En Buenos Aires, su ciudad, el cardenal Jorge Mario Bergoglio era una figura prominente, el prelado católico con el mayor rango en el país y para muchos alguien muy querido, conocido especialmente por su trabajo en los barrios marginados de la ciudad. Ahora, estaba aquí, uno de 115 cardenales que se habían dado cita en Ciudad del Vaticano para tratar un asunto de suma importancia: la elección del nuevo líder de la iglesia católica. Dos semanas antes, el papa Benedicto XVI había dimitido repentinamente, convirtiéndose en el primer pontífice en 600 años en renunciar al cargo tradicionalmente vitalicio. Las enseñanzas católicas indican que el oficio se ha transmitido por dos milenios, comenzando cuando Jesús le dijo a San Pedro, "sobre esta piedra edificaré mi iglesia".

El cardenal Bergoglio esperaba que su viaje fuera breve. En su maletín de piel negro cargaba el pasaje de avión que lo llevaría de vuelta a casa a tiempo para la Semana Santa, la celebración más importante del año para un prelado católico. Su homilía para el Domingo de Pascua ya estaba redactada y en las manos de sus feligreses en Buenos Aires.

El cardenal argentino se registró en el hotel Domus Internationalis Paulus VI, usado especialmente por clérigos. Nombrado en honor a Pablo VI, el "Papa peregrino" de los años 60, y ubicado dentro de un palazzo de piedra del siglo XVII y XVIII que hace años se utilizó como un colegio jesuita, el Domus es un lugar sencillo. Los pisos son de mármol, pero las habitaciones están amuebladas modestamente. Las comidas son servidas en un salón estilo cafetería con grandes pinturas de escenas bíblicas.

Lo que atrajo al cardenal Bergoglio al Domus fue su ubicación. Localizado justo en el corazón de Roma, cerca de vías congestionadas y cafés, el hotel está del otro lado del Rio Tíber y a una distancia considerable de Ciudad del Vaticano. Eso le daba la oportunidad de realizar largas caminatas sobre plazas y puentes adoquinados, donde pasaba al lado de artistas callejeros, vendedores ambulantes y multitudes de turistas, en su recorrido hacia la Congregación General, las deliberaciones secretas que se llevaron a cabo dentro de Ciudad del Vaticano durante los días previos al cónclave, que comenzó el 12 de marzo. Con su abrigo oscuro que cubría su cruz, pasó desapercibido entre las masas. El argentino decidió no ponerse el tradicional gorro rojo, o zucchetto, de cardenal, y más bien dejó que su escaso cabello volara con la lluvia y el viento.

Aunque el público conocía poco del cardenal Bergoglio, su nombre había sido considerado por un pequeño grupo de prelados que descendieron a Roma desde distintas partes del mundo para elegir a un nuevo Papa. Aunque en 2005 había recibido apoyo, en 2013 definitivamente no era un candidato obvio. Cerca de una decena de cardenales más reconocidos eran considerados papables, y esos nombres eran los que ocupaban titulares en todo el mundo como posibles sucesores del papa Benedicto. Este grupo incluía al cardenal Odilo Pedro Scherer, de Brasil; al cardenal Timothy Dolan, de Nueva York; y al cardenal Angelo Scola, de Milán, quienes eran acompañados por asistentes o periodistas. Estos prelados rápidamente se convirtieron en el centro de atención, asistiendo a lujosas cenas privadas con otros prelados y besando a bebés en misa frente a las cámaras de televisión. Su vestimenta roja, cruz de oro en el pecho y considerables personas a su alrededor sobresalían.

Los cardenales italianos eran transportados por los confines del Vaticano en Mercedes negros con placas de la Santa Sede y con chofer. Eran saludados como "su eminencia" cada vez que entraban a las mejores trattorias de la ciudad. Los estadounidenses se movilizaban por Roma en minivans blancas y se hospedaron en el Colegio Pontificio Norteamericano, un extenso seminario ubicado en una colina cerca al Vaticano.

Associated Press

Durante los días que precedieron al cónclave, el cardenal Bergoglio cargaba el pasaje de regreso a Buenos Aires en su maletín de mano.

Dentro del Salón del Sínodo de la Congregación General, sin embargo, los cardenales se fundieron en una asamblea en la que predominaba el rojo. Erigido en la postguerra, el espacio se distingue entre la arquitectura del Vaticano por la ausencia de majestad. Su interior, todo beige, es tan estéril como un aula de clases de un colegio comunitario. Ocho años antes, cuando se reunieron en el mismo lugar tras la muerte de Juan Pablo II, los prelados católicos buscaron principalmente un candidato que pudiera garantizar la continuidad de la doctrina del Papa polaco. Pero la renuncia de Benedicto abrió la puerta a una lluvia de diálogos inusualmente francos. En esta ocasión, no había que llorar a un Papa fallecido, y se dedicó poco tiempo a la conservación de su legado.

En lugar de eso, las deliberaciones se enfocaron en los retos que encara el catolicismo: al auge de las tendencias seculares en Europa y Estados Unidos, la necesidad de afrontar un cambio demográfico del catolicismo hacia el hemisferio sur y la disfunción de una burocracia en el Vaticano que se ha enredado tanto en escándalos que no ha hecho nada al respecto.

Los cardenales veteranos que habían votado por el cardenal Bergoglio en 2005 vieron una oportunidad para presentar su candidatura de nuevo. Sus primeros partidarios —una coalición de cardenales de América Latina, así como de África y Europa— lo consideraban un perfecto aspirante externo. Nunca había trabajado en la Curia Romana, el organismo gubernamental del Vaticano, y era crítico de la aparente desconexión de Roma con las diócesis en lugares remotos del planeta. El reto era conseguir los 77 votos, o dos terceras partes del cónclave, que Bergoglio necesitaría para convertirse en Papa. El argentino requeriría apoyo de muchos círculos distintos, incluyendo el llamado bloque Ratzingeriano, prelados que ya estaban dirigiendo su apoyo a dos candidatos estrechamente vinculados al Papa emérito alemán.

En los años previos a su dimisión, el papa Benedicto posicionó a dos príncipes del catolicismo en el Vaticano. En junio de 2010, el pontífice transfirió a la Santa Sede al cardenal canadiense Marc Ouellet, de la Arquidiócesis de Quebec, para que dirigiera la Congregación para los Obispos, la oficina de la Curia que aprueba y asesora al Papa sobre nombramientos de obispos en todo el mundo. La designación de obispos está entre los poderes administrativos más importantes del Papa. Los obispos son su puente para el resto del mundo, ya que cuidan a los grupos de feligreses locales e implementan las directrices de Roma. El traslado del cardenal Ouellet aseguró entonces que los prelados de cada rincón del planeta compitieran por su atención.

Un año después, el papa Benedicto nombró al cardenal Angelo Scola como arzobispo de Milán. La ciudad italiana no es solo una de las arquidiócesis más grandes de la iglesia católica, sino que también tiene una reputación de muchos siglos de ser una estación previa para el papado. Entre los predecesores del cardenal Scola en Milán, figuran el cardenal Giovanni Battista Montini, que en 1963 se convirtió en Pablo VI, y el cardenal Giuliano Angelo Medici, elegido en 1559 como el papa Pío IV.

Los dos prelados eran seguidores de la escuela de pensamiento del papa Benedicto. Como sacerdotes jóvenes, ambos habían trabajado en Communio, la revista académica teológica cofundada por el entonces sacerdote Joseph Ratzinger, como reacción a los movimientos liberales inspirados en el Concilio Vaticano Segundo. Su lazo con Communio les otorgó una reputación de opositores firmes de las tendencias seculares y no partidarios de la adaptación de las enseñanzas de la iglesia católica a la vida moderna.


Reuters

El cardenal peruano Juan Luis Cipriani Thorne fue no de los que apoyó la elección del papa Francisco.

Los cardenales Scola y Ouellet estaban entre los nombres frecuentemente mencionados en cenas privadas entre cardenales. Tales comidas se convirtieron en algo esencial para los prelados que buscaban una oportunidad íntima para escuchar a sus colegas antes del cónclave. Todos los cardenales que ingresan a la Congregación General deben jurar que nunca revelarán su procedimiento. Incluso allí, los cardenales consideran que no deben bajar la guardia. La atmósfera dentro del Salón del Sínodo es apta para un debate general sobre el futuro de la iglesia católica. Pero el foro es demasiado formal —y poroso— para la delicada tarea de discutir candidatos determinados. Cuando los cardenales votan por un potencial Papa, están respaldando al hombre que consideran es el más apto para servir de pastor espiritual de 1.200 millones de católicos. Pero también están eligiendo a su próximo jefe. Ese es en parte el motivo por el que los prelados votan de manera anónima en la Capilla Sixtina, ocultando su letra y quemando las actas. Los cardenales no quieren que quede un registro de que votaron en contra de un futuro Papa.

Por tanto, las cenas privadas son consideradas como el cónclave dentro del cónclave, un lugar informal que sirve de hecho como una ocasión importante para poner a prueba a posibles candidatos. "Cada noche es algo distinto", indica el cardenal Francis George, de Chicago. "Por tanto hay distintas conversaciones en proceso".

A los 76 años, el cardenal George cojea pronunciadamente y ya casi no tiene cabello. Sin embargo, tiene un ojo agudo para el arte de la política. Su conocimiento del sistema político italiano repleto de intrigas, desde las maquinaciones de los Demócratas Cristianos de la postguerra hasta las más recientes bufonadas de Silvio Berlusconi, es profundo. Para al conclave de 2013, el segundo en el que participa, George era ampliamente considerado como uno de los cardenales con gran influencia. Como tal, fue hermético sobre los lugares donde cenaría. En el caso de una comida en particular, aseguró no tener ninguna memoria de esa noche.

El 5 de marzo, tras un largo día de discursos en la Congregación, un grupo de cardenales llegó en la noche al Colegio Pontificio Norteamericano y fue dirigido a través de largos corredores silenciosos hacia un par de puertas dobles, revestidas con piel carmesí. Del otro lado estaba el Salón Rojo.

Nombrado en honor a la sala en dónde los prelados en siglos pasados esperaban noticias sobre si habían sido nombrados cardenales, el Salón Rojo del colegio ofrecía un escaparate esplendoroso del catolicismo estadounidense a los invitados a la cena. Un candelabro brillante alumbraba un salón decorado con columnas de mármol rojo y pinturas en oleo que mostraban a eminencias pasadas, como Richard J. Cushing de Boston y John F. O'Hara de Filadelfia, cardenales influyentes en la iglesia estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial.

Frente a esos retratos, algunos de los clérigos más poderosos de la iglesia de habla inglesa tomaron asientos de terciopelo. Entre ellos estaban los cardenales George Pell, de Sidney; Thomas Collins, de Toronto; Daniel DiNardo, de Galveston-Houston; y el cardenal Timothy Dolan, de Nueva York, un ex rector del Colegio Norteamericano.
Los prelados estadounidenses son un grupo importante en las elecciones papales. Dirigen arquidiócesis que figuran entre las que más donan a la iglesia católica y al pontífice romano. Y como un bloque importante de votos dentro del cónclave, son muy poderosos porque solo son superados en número por los cardenales de Italia, dice el prelado británico Cormac Murphy-O'Connor, quien asistió a la cena. A menudo son incluso más influyentes porque los italianos característicamente están divididos sobre a quién apoyar.

Sentados en una mesa larga, los cardenales comenzaron a discutir una media decena de candidatos papales. Platos de sopa fueron servidos. Las candidaturas de los cardenales Ouellet y Scola fueron consideradas. Después, alguien mencionó el nombre del cardenal Bergoglio. "Su nombre comenzó a ser puesto en el cuadrilátero: ¿quizá este es el indicado?" recuerda el cardenal Murphy O'Connor.

Su nombre no generó muchos comentarios entre los estadounidenses y sus invitados. A medida que la noche avanzaba, y las copas de vino blanco y rojo fluían, quedó claro que los estadounidenses no estaban unidos en esta ocasión en sus opiniones sobre contendientes papales. "Me pareció que los cardenales estadounidenses estaban bastante divididos sobre a dónde ir", apuntó el cardenal Murphy O'Connor, quien no participó en el cónclave porque supera la edad límite de 80 años para votar.

Algunos príncipes de la Iglesia creían que el cardenal Bergoglio, de 76 años, probablemente tenía una edad muy avanzada para convertirse en Papa, especialmente después de que Benedicto XVI citó específicamente su edad y estado de salud como motivos de su renuncia. "Venimos a todo este proceso pensando: el próximo Papa tiene que ser vigoroso y por tanto probablemente más joven", dice el cardenal George. "Y allí tienes a un hombre que no es joven. Tiene 76 años. La pregunta era: ¿Tiene aún vigor?"
Sin embargo, dos días después de la cena algo encajó. Y sucedió en apenas cuatro minutos, el tiempo que el cardenal Bergoglio se demoró en pronunciar su discurso cuando llegó su turno de dirigirse ante la Congregación General. El 7 de marzo, el argentino sacó una hoja de papel blanco en la que estaban sus notas enumeradas en una letra diminuta.

Muchos de los cardenales habían enfocado sus discursos en temas específicos, ya fuera estrategias de evangelización y reportes de progreso de las finanzas del Vaticano. Pero el cardenal Bergoglio quería hablar sobre el elefante en medio de la sala: el futuro a largo plazo de la iglesia católica y su reciente historia de fracaso. Desde el principio, el papado de Benedicto se concentró en un refuerzo de la identidad católica, particularmente en Europa, su hogar histórico. En medio de un colapso de la influencia y los seguidores de la religión en Europa, el pontífice alemán había hecho un llamado a los católicos a que se acomodaran y cultivaran una "minoría creativa" cuyo acogimiento de la doctrina sería lo suficientemente coherente para resistir las presiones de las tendencias seculares alrededor del continente. Sin embargo, ese mensaje quedó ensombrecido por la explosión de acusaciones de abuso sexual a lo largo del Viejo Continente y las peleas internas en las filas del Vaticano.


EPA

Las notas del cardenal Bergoglio estaban escritas en español y perfectamente habría podido hablar en ese idioma: 19 de los cardenales votantes en el cónclave venían de países de habla castellana y un equipo de intérpretes del Vaticano estaba a la mano para suministrar traducción simultánea en al menos otros cuatro idiomas.

Pero el cardenal argentino habló en italiano, el idioma que usualmente usan los prelados en Ciudad del Vaticano, y la lengua madre de 28 cardenales italianos con derecho a voto, el número más alto procedente de un solo país. Bergoglio quería que le entendieran bien y claro.

La iglesia, advirtió el prelado argentino, era demasiado autorreferencial. "La iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual"
El catolicismo romano, dijo, necesita salir de sí mimo e ir hacia las periferias, al mundo más allá de las paredes de Ciudad del Vaticano. El nuevo papa deber ser "un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo, ayude a la iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de 'la dulce y confortadora alegría de la evangelización'".

Para algunos oídos, periferia es un término con connotaciones socioeconómicas. Es en la periferia de muchas ciudades donde vive la clase pobre y trabajadora, muchos de ellos inmigrantes. La principal misión de la iglesia no es la autorreferencial, dijo el cardenal. Sino entrar en contacto con los problemas diarios de los feligreses globales, la mayoría de los cuales lucha contra la pobreza y las humillaciones que genera la injusticia socioeconómica.

Los cardenales alemanes Reinhard Marx, de Munich, y Walter Kasper, un antiguo miembro del Vaticano, se animaron. Así como el cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, de Lima, y Jaime Lucas Ortega y Alamino, de La Habana, quien pronto le pidió a su colega las notas de su discurso. Los prelados habían escuchado por días discursos sobre la "nueva evangelización", un término de antiguos Papas que muchos cardenales usaron para honrar sus memorias aunque no estuvieran de acuerdo con el significado. De repente, escucharon a alguien hablar de justicia, dignidad humana. Y fue simple, claro y refrescante.

"Habla de una manera muy franca", dice el cardenal George. "Así que tal vez —más que el contenido— fue simplemente un recordatorio de que hay alguien que tiene autenticidad de tal manera que es un testigo maravilloso del discipulado".

Para el cardenal Cipriani Thorne, de Lima, el discurso fue un clásico de Bergoglio. Por años, el peruano había escuchado declaraciones similares de su colega latinoamericano. Y como esos discursos previos, su mensaje a la Congregación General caminó una línea muy delgada. Muchos cardenales, incluyendo Cipriani Thorne, se oponían a cualquier retórica que pareciera invitar a una lucha de clases. Los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI habían puesto freno a la teología de la liberación, las enseñanzas de los sacerdotes latinoamericanos que acogieron el marxismo.

Pero el mensaje del cardenal Bergoglio a sus colegas eludió hábilmente esos riesgos ideológicos al aterrizar su mensaje en un llamado para que la iglesia moderna se inspirara en la humildad de sus orígenes.

"Esto no está ligando a una ideología a, vamos a decir, ricos contra pobres", señaló el cardenal. "No, nada de eso. Lo que dice es que Jesucristo mismo nos trajo a este mundo para ser pobres, no tener este consumismo excesivo, esta gran diferencia entre rico y pobre".

Muchos pensaron que lo que el cardenal Bergoglio le estaba ofreciendo a la iglesia —después de décadas de dificultades para superar la crisis de abusos sexuales y años de peleas internas sobre asuntos como la liturgia— era una nueva narrativa. Estaba contando una historia de un catolicismo moderno que se concentra menos en su complejo funcionamiento interno y más en su capacidad de llegar a los más necesitados.
"Hemos estado argumentando al interior de la ecclesia", anotó el cardenal Cipriani Thorne. El discurso de Bergoglio fue un llamado a dejar de "tontear" e "ir al punto: es Jesús".

Para el domingo 10 de marzo, dos días antes del inicio del cónclave, una nueva narrativa estaba siendo intercambiada entre los prelados. El cardenal Bergoglio era ahora un candidato, e incluso el argentino empezó a sentir la presión de ser un papable.
Esa noche, el sacerdote canadiense Thomas Rosica, estaba caminando por el borde de la Plaza Navona de Roma cuando se encontró con el cardenal Bergoglio, quien iba de regreso al hotel Domus. El alumbrado público iluminaba las figuras contorsionadas de piedra que conforma la Fuente de los Cuatro Ríos, del escultor del siglo XVII Gian Lorenzo Bernini. El sonido del agua cayendo acompañó a los clérigos.

"Ora por mi", dijo el cardenal Bergoglio estrechando la mano del sacerdote.

"¿Está nervioso?", le preguntó el padre Rosica.

"Un poco", le respondió el cardenal.

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