viernes, 26 de diciembre de 2025

El elefante en la habitación: el crimen organizado en América Latina y el Caribe - Blog CJ

 Fuente:   Cristianisme i Justicia
Lucas López Pérez
23/12/2025 

 

Una cadena de emisoras española hace publicidad en televisión de sus informativos asegurando que son capaces de hablar del elefante en la habitación. Cuando los veo, me traslado a Quito. Estamos en un encuentro de radios jesuitas de toda la región latinoamericana. La directora de una de nuestras radios afirma con tono entristecido: «Nadie toca al elefante de la habitación, porque si lo tocas te aplasta contra la pared». Los ejemplos de gente de la comunicación asesinada por cómo informa nos hablan del elefante en la habitación.

El crimen organizado mata a periodistas, a defensores del medio ambiente, de los territorios indígenas, a activistas de derechos humanos o a funcionarios públicos que tratan de enfrentarlos. El conjunto de América Latina y el Caribe tuvo un promedio de 20,2 asesinatos por cada cien mil habitantes el año 2024. Es un dato que se dimensiona si lo comparamos con Francia, el país de Europa Occidental con más asesinatos, que registra uno por cada cien mil habitantes. Irlanda es uno por cada doscientos mil. Dentro de América Latina, Ecuador fue el puntero en esta triste estadística, con cuarenta asesinatos por cada cien mil habitantes. México alcanza una tasa de más de 25 asesinatos. Y los asesinatos son solo un indicador, entre otros, del poderío del crimen organizado: la extorsión, el narcotráfico, la minería ilegal, la trata de personas… Mientras la gente percibe la inseguridad y la violencia como problema fundamental en sus vidas, las administraciones públicas se enredan en respuestas ineficaces o hacen alarde de actuaciones poco garantistas de corte autoritario. En uno y otro caso, en no pocas ocasiones, esas administraciones están también dirigidas por personas en la nómina del crimen organizado.

Utilizo para elaborar esta nota estudios de Insight Crime o los más accesibles en nuestra lengua de CIDOB o el Instituto Elcano, o los más periodísticos de reportajes y crónicas de El País o el Washington Post. Nos sirven para presentar la evolución del estado de la cuestión: el crimen organizado en América Latina y el Caribe está aumentando en intensidad, en complejidad, en adaptabilidad y en su impacto estructural en sociedades, economías e instituciones. Tres rasgos nos permiten caracterizar la evolución actual: la diversificación de sus negocios, la descentralización y expansión territorial de sus estructuras y la interacción creciente con las instituciones corrompidas o debilitadas por la propia acción del crimen organizado.

La diversificación de su negocio nos habla de que el narcotráfico no es siempre la principal actividad económica de las organizaciones delincuenciales: la minería ilegal, el tráfico de armas, la tala de maderas, la extorsión y la trata de personas alcanzan un volumen de negocio comparable. Las organizaciones son más resilientes y capaces de sobrevivir a un golpe sobre los cultivos de coca o la paralización de una ruta concreta. En nota de Osvaldo Silva, en UPI (junio 2025), se hace notar que el crimen no es una anomalía, sino un componente estructural de las economías locales. 

Las estructuras del crimen organizado han variado. Es interesante la polémica sobre la existencia o no del Cártel de los Soles en Venezuela. En realidad, las estructuras verticales y con organigrama claro tradicionales están evolucionando hacia estructuras fragmentadas, itinerantes, descentralizadas, con alianzas cambiantes, formas de actuar modificables y una creciente variedad de actores. Son redes mucho más flexibles que cambian su configuración a medida que se las presiona. Esta diversificación las lleva también a expandirse por territorios hasta ahora más seguros. Ya no están solo en los barrios que controlan de las periferias urbanas, sino que controlan fronteras y vías de comunicación y afectan a los pequeños municipios en lugares remotos que, hasta hace poco, eran considerados territorios seguros.

Estos cambios hacen posible y están condicionados a su vez por el rasgo que, creo yo, puede parecer más preocupante del modo de actuar del crimen organizado: capturan las instituciones o sustituyen al Estado haciendo prescindible la democracia, su fundamento y sus mecanismos.  A partir de las investigaciones de Insight Crime, Cristina Papaleo publicó en Deutsche Welle una nota que recoge el análisis de Steven Dudley, cofundador y director de InSight Crime: «Son formas de corrupción que existen porque las élites de poder tradicionales no tienen interés en crear estructuras para regular fuertemente las instituciones, a fin de no ser vigiladas en sus actividades». Papaleo cita también a Iván Briscoe, director de Política de International Crisis Group (ICG), para quien el crimen organizado funciona «aprovechando la porosidad del Estado a los intereses privados y explotando redes privadas de corrupción, tráfico de influencias y nepotismo». Muy en síntesis, es posible sospechar que si alguien gobierna es porque lo quiere o lo permite el crimen organizado.

Ante estas tres evoluciones, ¿cuáles son las respuestas plausibles de las sociedades democráticas? Utilizando los análisis de las mismas fuentes, no hay un consenso sobre cómo combatir las nuevas formas de crimen. Ese es ya su primer éxito: desactivar a los agentes que deberían evitar su proliferación y desarrollo. Sin embargo, los expertos aseguran que se puede actuar en muchos aspectos: reformas concretas de los aparatos del Estado infiltrados por el crimen, protección y profesionalización de alto nivel para élites de investigación, intervenciones con políticas públicas y policiales en los barrios y regiones que ofrecen caldo de cultivo a las organizaciones criminales, normativas de transparencia y de intervención que paralicen o dificulten las actividades económicas del crimen. Además, la protección de los agentes sociales que funcionan como dique de contención ética en las comunidades debería ser una prioridad de los Estados: responsables políticos, activistas socioambientales, líderes comunitarios, agentes de las fuerzas públicas…

En las carreteras de Chiapas, en México, la presencia de la Guardia Nacional es visible e imponente: tanquetas en torno a las que se agrupan grupos humanos perfectamente uniformados y armados. En el interior, las comunidades están más solas. Los cárteles tratan de infiltrarse por caminos y territorios donde no están las fuerzas de seguridad del Estado. Recuerdo la conversación con un diácono de edad avanzada de una de las comunidades de la misión jesuita en Bachajón. Conversamos sobre lo divino y lo humano. También del crimen organizado y de cómo penetra muchas comunidades y territorios del entorno. El diácono me dice con confianza: «Con la fuerza del Espíritu, estamos preparados». La Iglesia de diaconado indígena permanente, edificada por el impulso del obispo Samuel Ruiz, fallecido ya hace 15 años, es una estructura organizada fuerte que de hecho hace más impenetrable su territorio a los mecanismos del crimen organizado. La respuesta de la sociedad civil, organizándose, atendiendo a las necesidades locales, promoviendo a los jóvenes, reclamando a las autoridades… es parte del trabajo. Pero, incluso con la fuerza del Espíritu Santo, puede resultar insuficiente.

En Perú, el 20 de enero de 2025, Gastón Medina, de la ciudad de Ica, al sur del país, era un reconocido y molesto hablador del elefante. En su programa de la mañana había criticado algunas compras poco transparentes del municipio, habló de sobrecostos en instalaciones y señaló el dudoso comportamiento de un funcionario policial.  Esa misma tarde, mientras conversaba con un conocido a la puerta de su casa, vio acercarse a un motorista: once disparos y la muerte.  La historia de Miguel Ángel Beltrán, de México, acaba de modo similar. Lo asesinaron probablemente el sábado 25 de octubre. Encontraron su cadáver en una carretera entre Durango y un balneario de Sinaloa. Informaba sobre la mafia local, que rivalizaba con los más poderosos cárteles del país.

Desde 2022, ochenta periodistas han sido asesinados en América Latina y el Caribe por mencionar al elefante en la habitación. 

[Imagen de Eleanor Smith en Pixabay]

 

 

 

 

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