JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR
HISTORIADOR, ESPECIALISTA EN EL MUNDO ÁRABE CONTEMPORÁNEO
Viernes, 5 marzo 2021, 10:29
Mucho me temo que la visita del Papa Francisco a Irak acabe causando más mal que bien para la comunidad cristiana del país. En 2003, las comunidades cristianas sumaban entre todas un millón y medio de personas, el 6% de la población. Después de la invasión norteamericana ya no hay censos fiables, pero en muchas regiones la crisis económica, las luchas sectarias entre suníes y chiíes, el terrorismo yihadista y el crecimiento exponencial del bandidaje y la delincuencia común se han combinado para erradicar comunidades enteras que llevaban dos milenios allí. Lo más probable es que ahora queden menos de medio millón de cristianos; es decir, que en 18 años su población ha disminuido en dos tercios como mínimo. Los cristianos son con gran diferencia el grupo más débil y vulnerable de Irak, no solo por su escaso y menguante número sino por su fragmentación entre diversas confesiones y sobre todo por su dispersión geográfica. Los chiíes siempre han tenido su bastión territorial en el sur, los kurdos tienen sus montañas al noroeste y los suníes el centro-oeste pero no hay ningún 'cristianistán' donde los cristianos puedan agruparse.
En Líbano, las comunidades cristianas fueron derrotadas en la guerra civil, pero sobrevivieron porque incluso en los peores momentos disponían de un 'cantón' que era exclusivamente suyo, con salida al mar, y allí podían atrincherarse y resistir. Además, aunque los cristianos libaneses también estaban formados por grupos diversos, que a veces no se llevaban bien entre sí, la comunidad maronita podía actuar como fulcro para todas las demás. Ninguna comunidad cristiana en Irak poseía semejante capacidad.
En Irak, los cristianos no solo se ven más empujados a la emigración por su mayor debilidad y la hostilidad que sufren, sino que les resulta más fácil y tentador escapar. No son musulmanes, de manera que, en muchos casos, a pesar de su acento y su piel oscura, les resultaría mucho más fácil ser aceptados y adaptarse al nuevo país, donde ya no serían 'infieles'. Eso podría resultar decisivo a la larga para el vaciamiento total de las comunidades cristianas en aquel país.
Hace algo más de medio siglo, las comunidades judías del mundo árabe, que habían subsistido durante siglos o incluso milenios, fueron erradicadas por completo en poco más de veinte años. El proceso comenzó con la Primera Guerra árabe-israelí de 1948 y llegó a su paroxismo como consecuencia de la Guerra de los Seis Días. Ahora parece que les toca el turno a los cristianos, pero tampoco hay que exagerar. En Líbano o en Egipto las comunidades cristianas pueden sufrir discriminaciones y agresiones, pero no corren un peligro inminente. Las comunidades cristianas autóctonas de otros países árabes son inexistentes o demasiado pequeñas para que nadie las considere un objetivo digno de abatir.
En Siria, los cristianos lo pasaron realmente mal cuando la revolución de 2011 cayó en manos de los musulmanes suníes más intransigentes, y luego, cuando parecía que ya no podía ser peor, llegó el Estado Islámico. Eso llevó a todas las comunidades cristianas a cerrar filas con el régimen de los Asad y como parece que estos van a ganar la guerra, aunque sea a costa de arrasar la mayor parte del país, los cristianos están a salvo... por ahora.
Por lo tanto, las desventuras de las comunidades cristianas de Irak son en última instancia la consecuencia del desgobierno y el caos que padece el país. El animoso Pontífice –hace falta valor para ir a este avispero– va a tropezar con numerosos obstáculos si desea que su visita rinda frutos concretos más allá del gesto publicitario. Y el peor de todos ellos es el propio Gobierno iraquí, una institución que ha tenido sobradas ocasiones para demostrar su corrupción, caciquismo e inoperancia.
Por eso puede tener mayor interés su entrevista con el ayatolá Ali Sistani, líder del clero chií iraquí y verdadero poder en la sombra. Si el Papa y el ayatolá llegan a un entendimiento, y Sistani pasa la consigna de dejar en paz a los cristianos, estos se encontrarían relativamente a salvo en gran parte del país, pero podría desencadenar el efecto de rebote de recordarles su existencia a los yihadistas suníes que en su momento apoyaron al Estado Islámico.
En última instancia, puede que la mejor esperanza de supervivencia de las comunidades cristianas en Irak sea que triunfen las masivas protestas que se prolongan desde hace meses contra el mal gobierno que llevan sufriendo desde hace años. Si el país logra convertirse en una democracia de ciudadanos, no de comunidades sectarias cuyos líderes se reparten caciquilmente la Administración, los cristianos pasarían a ser meramente iraquíes y tendrían un futuro allí. De lo contrario no habrá un Irak, así que mejor escapar.
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