miércoles, 8 de julio de 2020

Racismo: ¿el color de la piel o el color del billete?

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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J. I. González Faus (Teólogo)
(En C y J)
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El brutal asesinato del ciudadano negro George Floyd por un policía blanco (que alguno habría calificado como “increíble” en nuestro “civilizado” s. XXI) comenzó generando una ola de protestas masivas admirables, para derivar en ese deporte insensato de romper estatuas por cuenta propia que, sin duda, debe suponer unas enormes descargas de adrenalina muy pacificadoras.

No voy a juzgar ahora ni a Colón ni a Fray Junípero, pero sí pienso que sería más razonable ir a buscar a los responsables últimos y no a aquellos cuyas estatuas tenemos más a mano. Y además preguntarse para qué sirve lo que hago. A eso van los dos puntos siguientes.

1. Puestos a buscar culpables, esos justicieros por cuenta propia, deberían comenzar derribando las estatuas de Montesquieu (si es que tiene alguna por ahí).

Fijémonos: ¡el padre de nuestra democracia! (que creemos nos hace superiores a otros pueblos); ¡el autor de El espíritu de las leyes! (una especie de catecismo de nuestra actual política…). ¿Quién se atreverá a decirle nada?

Pues bien, en el capítulo 5 del libro XV de esa obra tan famosa, leemos cosas como éstas: “No puede cabernos en la cabeza que siendo Dios un ser infinitamente sabio haya dado un alma, y sobre todo un alma buena, a un cuerpo totalmente negro… Si creyéramos que esas gentes son hombres, se empezaría a creer que nosotros no somos cristianos… Algunos espíritus cortos exageran demasiado la injusticia que se hace a los africanos…”.

¿Cómo pudo hablar así quien había escrito que la esclavitud es contraria a la naturaleza y al progreso humano? Pues lo sabremos en seguida leyendo la razón que da en ese mismo libro XV: “el azúcar sería demasiado caro si no se emplearan esclavos en el trabajo que requiere su cultivo”… Los negros serán hombres o no, pero “les affaires sont les affaires” y eso es lo que importa en primerísimo lugar.

Pero Montesquieu no está solo. Voltaire, en su Diccionario Filosófico, se tranquiliza diciendo que “la esclavitud es tan antigua como la guerra y la guerra tan antigua como la naturaleza”. He ahí un posmoderno bien antiguo, que no teme reconocer que “los hombres podríamos ser iguales si no tuviéramos necesidades”. Pero las tenemos. Y además de que las tenemos, añade Voltaire que “nada es tan necesario como lo superfluo”: por lo que parece claro que, para que yo pueda tener eso superfluo, será menester que otros carezcan de lo necesario.

Estos orígenes del racismo parecen probar que el problema no es el desprecio por el color de la piel: el problema es la necesidad de tener esclavos, porque eso es fundamental para nuestra economía.

Y como ya no podemos decir con Aristóteles que la esclavitud es conforme a la naturaleza (porque entonces igual me esclavizaban a mí), la solución ha sido encontrar alguna raza infrahumana, distinta de la mía, para poder justificar la esclavitud. Uno se acuerda de aquel eslogan del denostado Marx: “el determinante económico en última instancia”. Y si a alguien le molesta eso de citar a Marx, sustitúyalo por esta otra cita aún más clara y del Nuevo Testamento: “la raíz de todos los males es la pasión por el dinero” (1 Tim 6,10). Y si no, escarbemos un poco más en la historia.


Cuando en EE.UU. había esclavos (negros, claro está) los estados esclavistas del Sur eran mucho más poderosos económicamente que los estados del Norte. De modo que, cuando comenzó la batalla para abolir la esclavitud, el gran argumento de los señores contra la abolición no era un argumento de raza sino que “será un desastre económico”. Exactamente lo mismo que dicen hoy los empresarios españoles cuando, desde la más elemental justicia, se pide la supresión de nuestra ley de reforma laboral (que pudo muy bien titularse: ley de esclavitud laboral). “Slavery as a positive good”, declaraba en el Senado el líder esclavista Calhoun, tachando de “demasiado blandos” a los que solo decían que era “un mal necesario” (necessary evil). ¿Lo quieren más claro?

Y no se trataba necesariamente de negros: cuando la nobleza hispana cometía sus desmanes en América Latina, el argumento que tenía aquella gente tan noble para defenderse de las acusaciones de muchos misioneros y de varios obispos era que los indios no tenían un alma humana (por más que el ignorante papa Paulo III enseñara lo contrario). Otra vez el racismo no nacía del color de la piel, sino de la necesidad de explotar a otros seres humanos para poder enriquecerse. Ya lo había dicho Voltaire: “mientras tengamos necesidades, la igualdad será una quimera”. Y nuestras necesidades (reales o ficticias) son inacabables…

Y para mirar también a esta querida casa desde donde escribo: en La Vanguardia digital puede encontrarse reproducido un anuncio publicado en El Diario de Barcelona el 31 de mayo de 1798 (el Diario había sido fundando en 1792). El anuncio dice así: “Quien quiera comprar una negra y una hija suya mulata, que sabe guisar, lavar y planchar bien, acuda enfrente de la casa de los Gigantes, nº 9, casa de D. Mariano Sanz y de Sala”. Otra vez no parece que se trate de un racismo de la piel, sino de la necesidad de tener esclavos que sepan trabajar bien, para vivir nosotros a un nivel que nos merezca el título de “don” y un apellido compuesto. No es que los blancos seamos infames; es que los negros son inferiores.

¿Ven qué fácil? Eso permitió al marqués de Comillas ser, a la vez, un católico practicante y un práctico traficante. Dando la razón a lo que hemos citado de Montesquieu: a ver si se va a creer que no somos cristianos…

“Billetes, billetes verdes, pero qué bonitos son”, oíamos cantar en aquellos tiempos de la peseta: “esos billetitos verdes siempre traen la salvación”. Por tanto: si la madre del cordero no está en el color de la piel sino en el color del dinero, los insensatos esos que pretenden tranquilizar su conciencia derribando estatuas de Cervantes o de fray Junípero, harían mucho mejor si se dedicasen a derribar estatuas de Milton Friedman o de Hayek, o quizá volviendo a ocupar Wall Street (aunque esto igual podría costarles que otro policía les oprimiera el cuello con su rodilla demasiado tiempo: porque una buena parte de las llamadas “fuerzas del orden” están en primer lugar para defender el (des)orden económico).

2.1.- En segundo lugar, todos esos tumbaestatuas deberían pararse un momento y preguntarse simplemente si actúan así para luchar contra el racismo de otros o para descargarse simbólicamente de su propia avaricia escondida. Luchar contra los símbolos es más fácil que luchar contra la realidad y parece que es un buen método de descargar la propia conciencia, pero mucho más imortante que criticar al pasado, es corregir el presente… Ya dije algo de eso cuando el asunto de la tumba de Franco: era más importante trabajar para sacar el franquismo vivo de muchos corazones que sacar a un fantasma de aquella tumba. Lo primero no se hizo; lo segundo sí. Y ahí tienen a VOX como nuestra tercera fuerza política. Pero claro: lo primero solo se hace educando bien, para lo segundo basta algún decreto-ley.

En cualquier caso: dejando en paz la tumba del dictador, lo importante es que todos esos que pretenden ser más destrozones del pasado que correctores del presente, cobren conciencia de esa posible hipocresía de los símbolos que Jesús de Nazaret ya había definido así: “pagar el diezmo de la menta y del comino, para no pagar el tributo de la misericordia y la justicia”. Y luego, que actúen en consecuencia.

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