jueves, 28 de mayo de 2020

Llegar demasiado tarde, salir demasiado pronto: gestionar el COVID (III y última parte)

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
___________________________________________

Agustín García
Cura diocesano y sociólogo
___________________________________________


Por quienes murieron de la enfermedad y por aquellos que no se pudieron despedir de ellos.
Por quienes cuidaron de los más contagiados a riesgo de sufrir lo mismo.




          Philip Ziegler describió así las secuelas de la peste negra: “Doloroso desajuste, desmoralización, desorden: estos son los síntomas típicos en una sociedad que se recupera de la conmoción de una plaga”. Laura Spinney, de quien ya hemos hablado, pensaba que esas palabras podían aplicarse a la gripe española. Aunque las cosas siempre pueden torcerse creo que las repercusiones más negativas del COVID-19 pueden atenuarse si conseguimos atemperar los egoísmos más incivilizados y promovemos con sensatez estrategias de “resiliencia colectiva”. No debemos perder de vista que las epidemias, a diferencia de otras catástrofes naturales como huracanes o terremotos, provocan una especie de inversión moral: el egoísmo es racional (alejarse de los demás salva vidas) y el ayudar irracional (el contacto puede provocar contagios y poner en riesgo vidas). Refiriéndose a la gripe española, escribió Spinney en El jinete pálido: “La mejor oportunidad de sobrevivir era ser absolutamente egoístas… Sin embargo, por lo general, nadie lo hizo. Las personas mantuvieron contacto entre ellas, mostrando lo que los psicólogos denominan «resiliencia colectiva»”. Cuando está en peligro la salud de muchos, por lo general, aunque no sea la respuesta más racional, el egoísmo individual puede transmutarse en una especie de egoísmo colectivo llevando a los grupos a una agrupación mayor, a defenderse más conjuntadamente, a hacerse a la idea de que todos están en el mismo barco, a sentir que comparten una misma victimización y a tejer, por tanto, estructuras de solidaridad intragrupal. Aunque haya algunas personas que actúen por convicción, otras por miedo al ostracismo o al qué dirán y otras más por oportunismo, en general, ante una catástrofe natural, el instinto de sociabilidad se dispara. Durante la pandemia de gripe española hubo profesionales de la salud que trabajaban con tanto celo y abnegación que asustaron a sus compañeros y hubo voluntarios y enfermeras formadas para la ocasión cuya entrega o dedicación preocuparon a los médicos. “Cuando no había médicos, el relevo lo tomaban los misioneros, las monjas y otros representantes religiosos, y cuando estos no estaban disponibles, intervenían personas corrientes, incluso si, como era normal existían entre ellas profundas diferencias sociales”, cuenta El jinete pálido. Tal fue el afán de ayudar que muchos médicos rurales se quejaron del incordio, el intrusismo profesional y las extralimitaciones competenciales de los agentes de salud preparados para la emergencia. 

       
        También hubo excepciones a la regla que conviene escrutar. Por ejemplo, según algunas informaciones, los presos de Río de Janeiro contratados para cavar tumbas cometieron todo tipo de tropelías con los cadáveres de las mujeres más jóvenes; y fue en esta ciudad también donde se pudieron apreciar los desórdenes que puede suponer el resquebrajamiento de la resiliencia colectiva cuando se disipan los temores o se avista la salida. Los Carnavales de Río de 1919, según cuenta Spinney, eligieron como tema el castigo de Dios y las comparsas aludían a la gripe en sus cantos, marchas y presentaciones. Asistió más gente que nunca, aunque todavía seguían las muertes. Los periódicos se hicieron eco de la alegría excepcional, la necesidad de catarsis y la juerga total que se vivieron esos días. Comenzó el Carnaval y la gente “empezó a hacer cosas, a pensar cosas, a sentir cosas inauditas e incluso demoníacas”. Como lobos al acecho, las violaciones se dispararon sobrepasando en mucho al resto de las delincuencias. De muchos se apoderó un frenesí y una locura sin límites ni modales, como si necesitaran reafirmarse, aunque fuera de forma obscena, escandalosa y criminal, las energías vitales. Tantas fueron las violadas que a sus vástagos refieren como “hijos de la gripe”. También fuentes documentales testimonian la profusión de comportamientos abominables tras el fin de la peste negra. ¿Recibiremos la herencia de la I Guerra: internacionalismo débil, proteccionismo, liderazgo exaltado y depresión económica o de la II: integración supranacional, expansión económica, liderazgos más sensatos y universalización de derechos? Hay tendencias en ambas direcciones. Uno de los peores signos es la proliferación de dos tipos corrosivos de liderazgo: los líderes “excesivos” (anestéticos) y los “dúctiles” o “apagados” (anestésicos). Aunque el caldo de cultivo, para ambos, es el mismo: “En la actualidad, escribe Byung-Chul Han, no es posible ninguna política de lo bello, pues la política actual queda sometida por completo a los imperativos sistémicos. Apenas dispone de márgenes. La política de lo bello es una política de la libertad. La falta de alternativas, bajo cuyo yugo trabaja la política actual, hace imposible la acción genuinamente política. La política actual no actúa, sino que trabaja. La política tiene que ofrecer una alternativa, una opción real. De otro modo degenera en dictadura. El político, en cuanto que secuaz del sistema, no es un hombre libre en sentido aristotélico, sino un siervo”.
       
        La política de lo bello implica siempre el juego limpio ético. La política de lo bello implica también un cierto descentramiento político, una relativización de la propia posición política en beneficio del entendimiento con otros, del reconocimiento y el respeto por aquellos que no piensan lo mismo y que si pudieran decidir lo harían de otra forma, significa también asumir que la política no siempre está en el centro y que no debería por tanto saturar la conciencia del ciudadano porque la ciudadanía no debe ser invadida por la política a la manera como lo acosa la propaganda. Por eso la política de lo bello debiera ser también una política de la verdad porque la verdad nunca es propiedad de nadie y al respetar la verdad, el gobierno muestra que no es codicioso. Demuestra su humildad. Así como en presencia de lo bello el sujeto se pone a un lado en lugar de imponerse abriéndose paso, como dice Han, la política de la verdad, en relación a la verdad, hace lo mismo.

       
        El Gobierno no tiene la obligación de contarlo todo. Incluso en ocasiones no puede porque existen leyes que impiden divulgar secretos. Aunque todo no se diga, que al menos lo que se diga sea siempre cierto. La mentira siempre es un obstáculo para llegar más lejos o avanzar más rápido. Las mujeres citadas anteriormente, todas acertaron en esto: se negaron a negar los hechos. Por eso fueron ágiles. Actuaron con prontitud porque actuaron con verdad. Quizá hasta pueda decirse que actuar de verdad es actuar con verdad. Conforme a la verdad y conformado por ella.
       
        Nadie debiera pensar, para no pecar de ingenuidad, que un problema sanitario, aunque sea de gravedad, será tratado sólo y exclusivamente en sus propios términos, conforme a su propia naturaleza y de manera franca y directa. Esto, en el mundo político, no suele ser lo habitual. Las estrategias comunicativas y la gestión gubernamental no sólo buscan afrontar, con una cierta neutralidad, un problema de salud pública. El poder siempre maneja la información a su forma, mirando a su conveniencia. El flechazo electoral, imprescindible en democracia, exige de la política capacidad de seducción, asesoría de imagen, no sólo manos expertas en el arte de gobernar.
       
        Hay que cultivar la apariencia. Habrá filantropía, incluso no poca, pero también y mucho, marketing electoral. Así podrá comprobarse que se maquillan algunas cifras para evitar la incomodidad de una auténtica contabilidad; asistiremos a informaciones que esconden errores que afean la imagen y se prodigan éxitos que la realcen; se desvirtúa la naturaleza de un problema cuando no se desea decidir en consecuencia; se apremia sobre todo a aquellos de quienes se sabe que ofrecerán menor resistencia; se neutraliza la opinión más crítica (sobre todo cuando más razón lleva); se despiden periodistas insobornables y se contrata a los dóciles; no se asumen responsabilidades o se desvían culpabilidades y, sobre todo, más que gobernar poblaciones heterogéneas, se busca homogeneizar la audiencia, salvo cuando el receptor sea tan refractario que haya que ajustar el perfil del emisor para adaptarse a las encuestas; y así, suma y sigue.
       
        En segundo lugar y aún más importante: porque todo pasa por el filtro de la propia posición en un escenario político siempre conflictivo, cuanto más altas sean las apuestas, cuanto más se piense que haya en juego, más se filtra todo. Según la teoría de juegos cuando la pérdida de cada jugador es igual al beneficio del contrincante tenemos el suma cero. Cuando en política, las estrategias se fijan en estos términos, los escenarios se complican para el acuerdo y la situación se vuelve agónica porque hay que ganar a toda costa. A mi parecer son cuatro los escenarios donde el drama del juego del suma cero ha complicado la política española (y la gestión del coronavirus) y la seguirá complicando en el futuro más inmediato: a) la colisión de derechos entre un Estado en busca de una nación y unas nacionalidades en búsqueda de un Estado; b) las tensiones entre las razones del Estado de Derecho (de quienes expresan su confianza en la democracia) y los derechos de la Razón de Estado (de quienes manifiestan temores y desconfianza); c) el conflicto entre las versiones más populares de la protección social y las concepciones más populistas de las libertades cívicas (las recientes manifestaciones del barrio de Salamanca son un ejemplo clarísimo de estas últimas) y c) las luchas en torno al espíritu de la nación, cada vez más crecientes, y de cariz quasi-religioso, entre tolerantes y viscerales, entre estrategias que tratan de atemperar mediante la legalidad o la referencia a los derechos humanos la ética de un país y aquellas otras más preocupadas por fortalecer el carácter o el temperamento de una nación para hacerla más enérgica y cohesiva frente a los retos “disolventes” de la identidad (multiculturalismo) o de la soberanía (supranacionales o subnacionales). Estoy convencido de que algunos errores de juicio o de comportamiento en el actual gobierno español en relación a la gestión del COVID-19 han sido debidos a la dificultad de desenvolverse con soltura en estos campos minados. La cultura del acuerdo, del entendimiento y la negociación es mucho más complicada cuando el conflicto político se entiende (o se enciende) en una competición de suma-cero —gano si pierdes y pierdo si ganas— porque no se gobierna desde la cabeza y el corazón, sino desde las vísceras. No hay envites, sólo órdagos. Pero, por ir hacia el todo, podemos caminar hacia la nada.
       
        Para ir terminando, ¿qué podemos decir de la gestión pública del Gobierno español en términos concretos? Se han hecho cosas mal, algunas muy mal, otras mejor. En general podía haberse hecho mejor, pero también podía haberse hecho peor. Al principio hubo muchos fallos, después algunos se fueron subsanando, hoy quizá estemos mejor. El Gobierno español se demoró, no estuvo rápido. No supo cortar a tiempo la propagación, aunque ya tenía datos. Pero no se está precipitando en la salida. Hay mala conciencia, aunque no se reconozca del todo, del desastre de los primeros días, por eso ahora el Presidente del Gobierno se maneja con prudencia y resiste la presión. Esa misma mala conciencia ha operado como factor de improvisación y desestabilización. Las emergencias se abordan mejor cuando aparecen pautas de comportamiento claras porque eso genera confianza. Sin ellas se corre más peligro de caer en el autobombo y en la propaganda; en las evasivas y en la confusión; en un liderazgo agónico que se asfixia por falta de cogobernanza; en querer llegar a todo y no poder y por eso justificaciones a todas horas; en definitiva: en vez de una estrategia comprensible se asiste a la multiplicación de tácticas contradictorias, sobre todo en sede parlamentaria.


       
        Por citar algunas cosas, que pueden resultar menores, pero son muy sintomáticas de otras tendencias más serias o de problemas más graves:
        La presentación tan presidencialista del presidente del ejecutivo, no siendo el Jefe del Estado, ha sido correctamente señalada por algunos juristas como inapropiada.
        El refuerzo de la autoridad gubernamental mediante la presencia militar en comparecencias públicas puede ser comprendido como una muestra de debilidad, dando la sensación además como de estar perdidos dentro del Estado de facto.
        La lentitud en tomar medidas más drásticas que evitaran la propagación rápida del contagio además de revelar una evidente falta de reflejos, puso claramente de manifiesto que al menos al principio el Gobierno tenía dificultad para moverse en la complejidad. Le costaba gobernar porque no sabía hacerlo.
        La obsesión por el mando único y unificado, olvidando erradamente el principio de subsidiariedad, además de poner de relieve la falta de confianza del Gobierno Central hacia las Administraciones Autonómicas, ha restado operatividad. No sólo no hicieron lo que debían haber hecho (gobernar con los demás) sino que trataron de hacer lo que no podían hacer (porque el poder no puede si no anda cerca). Queriendo decidirlo todo, a veces decidieron mal e hicieron más bien poco.
        Aunque el Gobierno bipartito ha resistido, y esto cuenta en su haber, y ha mostrado sensibilidad con los más afectados, y yo creo que mucha, no ha compensado sus errores de principiante (quien comienza a andar siempre tropieza más) con la madurez del que reconoce sus errores, con la humildad del que sabe expresar sus carencias y con la sabiduría del que entiende que la excusa a veces agranda la falta.
         Algunas cosas no podían funcionar muy bien de entrada cuando un ministerio como el de la Sanidad, que lleva más de treinta años sin competencias, quiera de pronto arramblar con todas y además bajo la dirección de un responsable sin el perfil técnico adecuado para desempeñar el cargo. Pues, como se sabe, su presencia en un ministerio menor era casi un pretexto para tenerlo en el gobierno.
        Las dudas, las inconsistencias, las idas y venidas, las comunicaciones fallidas y especialmente los problemas en la cadena de mando respecto de la previsión, compra y distribución de material sanitario fueron durante las primeras semanas el pan de cada día.
        Se podría haber optado más por la persuasión en la relación de los agentes de la autoridad con la ciudadanía, pero se prefirió confiar más en la denuncia y las multas.
        No obstante, dicho esto, vivimos en un país donde los privilegios de unos pocos quieren defenderse como si fueran el derecho de todos y así es muy difícil para un Gobierno de izquierdas poder hacer las cosas bien. Se desgasta en convencer precisamente a quienes más trabajan su desgaste. Por eso, yo creo, que ha sido la ciudadanía normal la más leal, la que más ha comprendido que en esta situación alguien debía mandar, lo hiciera muy bien o más regular. Nadie puede negar que en términos generales la población ha sido muy disciplinada, también sufrida, y la abnegación ha sido una constante entre los agentes sanitarios y otros servicios sociales en medio de muchos riesgos y terribles dificultades.
        Nadie lo hace todo bien, todos podemos hacerlo mejor; también es verdad que podía haber sido peor, pero hay que reconocer, sin miedo y sin pudor, tanto lo que se hizo mal como lo que se hizo mejor. Necesitamos saberlo para salir de la crisis más sabios y entrar en la poscrisis más experimentados.
        Hay una cosa que no puede suceder más: la desidia general, pública y privada, en la gestión y su control de las residencias de la tercera edad. Si hay algún caso que justifica la persecución penal y una denuncia moral sin paliativos es este mismo. Los recortes en la sanidad también han pasado factura y también hemos descubierto la necesidad de invertir más en ciencia e innovación y menos en obra pública de entretenimiento, lujo u ostentación. El confinamiento también ha delatado la falta de perspectiva en construir viviendas de espacios habitacionales reducidos. Es necesario economizar menos en el espacio y más en adornos y en materiales de construcción poco flexibles que cierran el movimiento, también el de la imaginación. Con la pandemia hemos aprendido que además de pensar en la economía política, en la política social o en la ecología política también hay que pensar en la biopolítica (las granjas de animales domésticos son un laboratorio de nuevos virus zoonóticos allí por donde pasen bandadas de aves migrantes, por poner sólo un ejemplo).
       
        Preguntado en la entrevista por la pandemia actual Barry respondió que un testeo apropiado, con sus correspondientes cuarentenas, y la inmunidad colectiva o de grupo (un número suficiente de individuos inmunizados que haga de cortafuegos) evitarían, en caso de producirse una segunda ola, confinamientos tan intensos y extensivos como los hasta ahora habidos. La gripe española conoció tres olas, siendo la segunda la más letal de todas. Hablando de la vacuna señaló que es la esperanza; pero indicó al respecto dos cosas más: a) que no hay vacuna para todos los tipos de virus conocidos y b) que por su rápida mutabilidad este virus, como el de la gripe común, necesitará de una actualización continua de la vacuna.
       
        Hay riesgos, comentó, pero hay que vivir con ellos, y el aislamiento no es la opción para espacios prolongados de tiempo. La prioridad la marca el sentido común: “reducir la curva de contagio para no colapsar los servicios de salud y poder sanar a quienes contraigan la enfermedad”. La especie no corre peligro, aunque el miedo está ahí y con él, gracias a Dios, todas sus alertas. El autor, hacia el final de la entrevista, vino a concluir: Incluso en los mayores, en el peor de los casos, sobrevive el 90%. Los más jóvenes tienen porcentajes más altos. “¿Estoy asustado? Sí, pero me gustaría no estarlo. No es el fin del mundo. Todos nos vamos a recuperar de esto”. La economía se irá recobrando con el tiempo y al final respiraremos aliviados.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.