Extractado
del capítulo “La parroquia: sus figuras, sus modelos y sus representaciones”,
de Gilles Routhier (Québec), en el libro “La nueva parroquia”, Sal Terrae.
Un segundo
modelo de parroquia es el de la comunidad cristiana. El lenguaje con esta
connotación comunitaria se generalizó en la Iglesia a partir de 1960, que se corresponde, más
o menos con la emergencia de una nueva sensibilidad que quería priorizar las
relaciones cálidas e inmediatas entre las personas, más que apostar por unas
relaciones funcionales definidas institucionalmente.
…
En este
contexto, la “comunidad cristiana” aparece entonces como la nueva “imagen-guía”
capaz de poner los cimientos de un nuevo proyecto de parroquia…. Pero antes de
canonizar esta idea de parroquia sería bueno examinar la solidez de su
fundamento y explorar un poco su origen.
…
La teología
no era la única disciplina que trabajaba con el concepto de comunidad, que es,
ante todo, un término que pertenece a las ciencias sociales. … Los estudios
sobre la parroquia fueron particularmente florecientes en este periodo. En
ellos se descubría que especialmente las parroquias urbanas no eran
“comunidades naturales” como lo habían sido en otro tiempo las parroquias
rurales, comunidades establecidas sobre la base de unas relaciones cortas o de
solidaridades primarias: vínculos de vecindad o de familia. El anonimato se
interpretaba como corrosivo para el cristianismo, que había prosperado, a lo
largo de los últimos siglos, en un marco social de tipo comunitario.
Esta
nostalgia del medio rural, en el que la comunidad natural y parroquia se
superponían, marcó a la institución parroquial en el medio urbano, donde se
intentó reproducir una comunidad natural de pertenencia. A ello se llegó al iniciarse
el movimiento de urbanización de comienzos de siglo. De ahí a identificar el
“estar juntos los cristianos” con una forma concreta de sociabilidad no había
más que un paso. Y ese paso iba a darse muy pronto. La expresión “comunidad
cristiana”, ya entonces disponible en los documentos eclesiales, sobre todo en
los textos conciliares, iba a verse investida de un nuevo contenido y a ser
ampliamente utilizada al hablar de la parroquia. Toda la literatura sobre la
parroquia a partir de 1965, aunque no anunciaba simplemente la desaparición de
la parroquia, preconizaba, si no la abolición del principio territorial, sí al
menos la revisión de la idea de parroquia que debería establecerse a partir de
la reunión de pequeños grupos afines construidos sobre la base de unas
relaciones de proximidad. Sobre este asiento se constituirían verdaderas
“comunidades cristianas”. La parroquia debía llegar a ser un pequeño grupo de
afinidad compartiendo un ethos
cultural común, un pequeño grupo de relaciones inmediatas y cálidas en el que
lo que se valora es el compartir y la comunicación.
…
Por otra
parte, observamos cómo algunos feligreses que se dirigen a la parroquia para
celebrar un bautismo o un matrimonio no se fían de “la comunidad”. Tienen miedo
a ser recuperados, enrolados… Tienen miedo a perder su libertad, a estar
sometidos a la presión del grupo, a convertirse en prisioneros de una comunidad
enclaustradora. Constatamos aquí cómo el control social que antaño llevaba a
cabo el cura pasa ahora al grupo social, y hay un rechazo hacia este nuevo
control social, comunitario, que se percibe como opresor.
…
El análisis sociológico
nos ha enseñado igualmente que el “afecto anti-institucional” y su corolario
“comunitario” son frecuentemente una característica de las clases medias. No
debería, pues, canonizarse demasiado aprisa ni extender a toda la Iglesia un funcionamiento
que sólo corresponde al ethos cultural de un grupo social determinado; y, sobre
todo, no se debería teologizar demasiado rápidamente una idealización de la Iglesia primitiva unida a
un cierto romanticismo que frecuentemente ha conducido a teólogos y pastores a
privilegiar el modelo comunitario y la pastoral basada en las relaciones
humanas personales, juzgándolo más conforme al Evangelio y, por ello, a despreciar
otras formas de sociabilidad y los valores que comportan.
…
En el plano teológico,
lo primero que hay que recordar es que la asamblea cristiana está llamada a
reunir personas de diversas condiciones y establecer entre ellas relaciones
fraternas. En torno a la mesa de la Eucaristía deben reencontrarse griegos y judíos, esclavos
y libres, ricos y pobres, hombres y mujeres. Esta fraternidad posible en
Cristo, que reconcilia lo que estaba dividido, representa precisamente la Buena Noticia de la salvación.
Desde esta perspectiva, la
Iglesia no es una comunidad en la que la gente se une por
libre elección, sino que es una asamblea convocada y que, en función de este
hecho, no debe reproducir en su seno las divisiones de la sociedad. Además, el
uso sin mayor discernimiento del concepto de “comunidad” no se realiza sin
riesgo en el ámbito de lo cristiano. En el Nuevo Testamento hay dos conceptos
fundamentales que intentan expresar las relaciones sociales cristianas: la
asamblea y la fraternidad. Valdría la pena retomarlas hoy y trabajarlas más en
nuestro contexto social, caracterizado, más aún que en el espacio rural
tradicional, por una extrema diferenciación social y por la complejidad de las
relaciones sociales.
…
Quedémonos
con que lo importante para constituir una parroquia es no descuidar la calidad
de las relaciones interpersonales y los ámbitos eclesiales en los que estas
relaciones puedan desarrollarse. Habrá que ser sensible al hecho de que la
parroquia no es simplemente una organización y que no debe desarrollar, también
simplemente, relaciones funcionales. Habrá que cuidar de atemperar el acento
organizativo mediante una personalización de las relaciones, la invasión de las
normas mediante la acogida de las personas, la preeminencia de las relaciones jerárquicas
mediante el desarrollo de relaciones fraternas, etc. Sería, sin embargo, un
ejemplo palmario de esclerotización el pretender hacer creer que el modelo
comunitario es el único capaz de generar relaciones personales en las que el
individuo encuentra reconocimiento y valoración, en tanto que la vida eclesial
organizada según unas relaciones más distantes no ofrecería más que anonimato y
rigidez administrativa.
Si,
innegablemente, lo comunitario existe en la Iglesia, y si pueden existir legítimamente
comunidades en la Iglesia,
la Iglesia
misma no puede constituirse, en su totalidad, siguiendo el modelo comunitario
en sentido estricto. Esto hace suponer que hay, pues, en la Iglesia, diferentes
lugares por los que los cristianos pueden circular libremente: las asociaciones
de fieles, los movimientos, los grupos particulares, por ejemplo, constituyen
otro tipo de asociación.
Quedémonos
además, al cabo de esta sección, con que si la koinonia no es una comunidad, tampoco basta con una pertenencia
débil a una organización espiritual en la que nunca se puede encontrar al
prójimo. Hay, pues, algo de auténtico en la reivindicación de lo comunitario, y
habrá que tenerlo en cuenta cuando se trate de hacer una síntesis y determinar
qué provecho puede sacarse de este modelo, con tal de que no sea nunca
exclusivo ni rígido. Habrá que estar también atentos a la desconfianza de
nuestros contemporáneos respecto de todo tipo de comunidad que pretenda
encerrar y retener, así como al hecho de que dan la espalda a la “opresión
comunitaria” que amenaza su libertad.
Por otra
parte, hemos de quedarnos con que la
Iglesia es asamblea, y que la asamblea es superación de los
particularismos, apertura al más allá del propio ámbito, del propio pueblo o
del propio clan. Es este un punto capital, si la Iglesia quiere vivir
proféticamente y anticipar el mundo futuro. Todo repliegue enfermizo sobre el
propio terruño que excluya una apertura más amplia que uno mismo es corrosivo y
no construye Iglesia.
…
Esto quiere
decir en concreto, en la parroquia, que hay que desarrollar al mismo tiempo un
tejido comunitario que favorezca la pertenencia a distintos niveles —equipos de
matrimonios, grupos de jóvenes, células comunitarias de base, movimientos…— y
asambleas capaces de integrar la diversidad, las que se superen las fronteras
del pueblo, del barrio, del grupo natural. La parroquia es, ante todo, asamblea
y debe estar en condiciones de asumir el conjunto de la vida cristiana de
todos.
…
Por otra
parte, la reactivación de la misión llevará en muchos casos a la creación de
conjuntos parroquiales más amplios, si se admite que determinadas parroquias
excesivamente reducidas no estarán en condiciones de poner en marcha las nuevas
bases que requiere una presencia más misionera en el mundo… A pesar de todo, si
la creación de conjuntos parroquiales más amplios no se acompaña de una real
preocupación por mantener la cercanía, la Iglesia será vista muy pronto como una
organización lejana e inaccesible, acentuando su carácter de “servicio
público”. No se trata, pues, de optar entre la gran asamblea y la cercanía,
sino que hay que estar en condiciones de integrar estas dos dimensiones
esenciales y pensar dialécticamente la atención a lo local y el desarrollo de
lo imposible.
…
Esta
parroquia, aunque disponga, en un espacio humano suficientemente amplio, de una
organización que ofrezca servicios y lleve adelante programaciones, no se
define principalmente por su territorio, sus estructuras, sus edificios, su
personal…, sino por la vida cristiana que es capaz de descubrir, acompañar y
suscitar. Con su vitalidad, será misionera, pues dará muestras, ante aquellos y
aquellas que no son cristianos, de la vida abundante que proporciona el
seguimiento de Cristo y la comunión en el único Espíritu.
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