Ratzinger, 1989 |
La autocensura de Ratzinger: desaparecen sus posicionamientos abiertos sobre los divorciados casados en el cuarto volumen de sus Obras Completas
Ludovica Eugenio
Adista
El
matrimonio es indisoluble. Pero cuando “un primer matrimonio hace tiempo que se
ha roto” y de modo irreparable y cuando “un segundo enlace se ha manifestado con
un bien moral intachable y está presidido por la fe, especialmente en lo que
concierne a la educación de los hijos (de tal manera que la destrucción de este
segundo matrimonio acabaría destrozando dicha bondad moral y provocaría daños
morales irreparables), en este caso —mediante una vía extrajudicial— contando
con el parecer del párroco y de los miembros de la comunidad, se debería
consentir acercarse a la comunión a los que viven así”.
Es
conocida esta tesis —fechada en 1972— del entonces profesor de teología en Ratisbona
Joseph Ratzinger (para entonces ya miembro de la Comisión Teológica Internacional),
cinco años antes de ser nombrado arzobispo (y posteriormente cardenal), escrita
en un ensayo sobre la indisolubilidad del matrimonio (“Zur Frage nach der
Unauflöslichkeit der Ehe. Bemerkungen zum
dogmengeschichtlichen Befund und zu seine gegenwärtigen Bedeutung”, pp. 35-56
en: “Ehe und Ehescheidung. Diskussion
unter Christen”, F. Henrich y V. Eid (Dir.); Münchener Akademie-Schriften 59,
München, 1972).
Es una afirmación
que, además, ha sido recordada por quien, en el actual debate sobre la
readmisión sacramental de los divorciados casados, propone una solución “misericordiosa”:
el cardenal Walter Kasper, quien la citó con ocasión de su intervención en la
sesión de apertura del Consistorio del pasado febrero (2014).
Que
luego, a lo largo del tiempo, Josep Ratzinger se haya movido de esta posición,
subrayando con fuerza la indisolubilidad del matrimonio cristiano, hasta
excluir la comunión a quien haya llegado a un segundo matrimonio, es algo totalmente
plausible. Lo demuestra, por ejemplo, la respuesta totalmente negativa dada a
tres obispos alemanes (monseñor Kasper, monseñor Karl Lehmann y monseñor Oskar
Saier) cuando, en 1993, solicitaron la admisión a la comunión para los
divorciados casados.
En
cambio, es mucho menos comprensible que, con ocasión de la re-publicación del susodicho
ensayo en el cuarto volumen, apenas salido, de las Obras Completas de
Ratzinger, la frase haya sido tachada y reemplazada con otra, que ya no habla
para nada de readmisión a la comunión y que desplaza el centro de atención
hacia una eventual invalidez del matrimonio: “Si la Iglesia comprobara que un
matrimonio fuera nulo a causa de una inmadurez psicológica, se tendrán que
admitir los nuevos matrimonios. Incluso sin recurrir a este procedimiento, un
divorciado podría participar en la comunidad cristiana, y ser padrino de un
bautizado”.
Así
pues, el papa emérito, corrigiendo de mala manera una afirmación suya —quizás
deseando con todas sus fuerzas, como es posible imaginar, no haberla
pronunciado nunca— entra con un pie forzado en el animado debate, no inmune a
fuertes conflictos, que ha caracterizado el reciente Sínodo sobre la familia y
que ha provocado una clara división entre obispos “aperturistas” y obispos
conservadores.
Yo no he dicho nunca…
El
periódico alemán “Süddeutsche Zeitung” (17/11.2014) ha levantado el asunto. Y
lo ha hecho enfatizando su alcance político: la nueva frase, afirma Matthias
Drobinski, es “una respuesta” de Ratzinger al “cofrade y competidor Walter
Kasper” y es una “infracción de su promesa de no intervenir nunca en ningún debate
eclesial. ¿Para poner una zancadilla al papa Francisco?” De esta opinión es el
teólogo moral Eberhard Schockenhoff, quien ha analizado la corrección del texto
por encargo de la revista “Herder-Korrespondenz”.
De poco
sirve recordar que el “alma mater” de esta incorrecta iniciativa pueda ser el
prefecto de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard
Ludwig Müller, campeón del ala conservadora, antagonista de W. Kasper, que en
2008, siendo obispo de la mismísima
Ratisbona (donde Ratzinger enseñó), erigió el Instituto Papa Benedetto XVI. Una
fundación que tenía entre sus objetivos, precisamente, recoger y publicar todos
los escritos de Ratzinger.
De estas
Obras Completas en dieciséis volúmenes (publicadas por Herder y de la que
Müller es su director) ya se han publicado y traducido hasta el presente
algunos volúmenes (en italiano por la Librería Editorial Vaticana), el cuarto
de los cuales (el que contiene la frase imputada) ha visto la luz a finales de noviembre.
Queda el
hecho, deontológicamente grave, de haber “forzado”, corrigiéndolo, un texto ya
publicado y conocido, así como buscar la desaparición de pruebas en favor de
una apertura teológica que habría podido ser (y ha sido) utilizada en favor de
la readmisión de los divorciados casados.
… que puedan ser readmitidos
Ratzinger,
en 1972, formuló la propuesta de admitir a los divorciados casados a la
comunión en el marco de una “situación de emergencia” que hacía necesaria la
adopción de medidas “excepcionales”.
Y lo
hizo convencido de que semejante propuesta estaba avalada por la tradición:
·
por un lado, evaluando críticamente los
procesos de nulidad matrimonial, presididos por unos “márgenes de discrecionalidad”
que impiden considerarlos como el camino más ecuánime e innegable para
solucionar la cuestión, habida cuenta de que solo tienen presentes datos jurídicos
que, a pesar de todo, no agotan la complejidad de la realidad matrimonial. En
definitiva, sostenía Ratzinger: la anulación no es “la” solución;
·
por el otro lado, considerando que la propuesta
de que un segundo matrimonio pueda presentar una “grandeza moral” está fundada en
la misma tradición cuando, por ejemplo, el teólogo del siglo IV Basilio se
manifiesta partidario de adoptar una actitud indulgente, “cuando después de un largo
período penitencial —explicaba Ratzinger— se concede al casado en segundas
nupcias la comunión sin tener que abolirlo. Y se hace confiando en la
misericordia de Dios, que no desoye la penitencia”.
Si,
además, ya no es de recibo pedir la renuncia al segundo matrimonio a partir de criterios
únicamente morales, y no es razonable seguir solicitando (por imposible) la
continencia, la plena pertenencia a la comunidad de quienes comulgan, después
de un período de prueba, “aparece no menos que justa y plenamente conforme con
la tradición de la Iglesia”.
Todo esto,
obviamente, salvaguardando la indisolubilidad del matrimonio: pero ello no
excluye que, en determinadas situaciones de “emergencia”, las personas directamente
implicadas tengan “una particular necesidad de la plena comunión con el Cuerpo
del Dios. La fe de la Iglesia también seguiría siendo signo de contradicción con
esta nueva solución”.
Nada de todo
esto queda recogido en la nueva edición del ensayo de J. Ratzinger. La
propuesta ha sido borrada, como si no hubiera existido nunca, mientras
solamente queda la referencia al proceso de nulidad.
Es algo extraño,
constata Andrea Tornielli en “Vatican
Insider”, habida cuenta de que el Ratzinger de 1972 ya no era aquel progresista
de los años 60, de quien se alejó radicalmente en 1966. No se puede ignorar que
fue nombrado miembro de la Comisión Teológica Internacional por el papa Montini.
El mismo que, cinco años después, lo eligió para arzobispo de Munich y le
concedió, poco después, el capelo cardenalicio.
Evidentemente,
tanto para Ratzinger como para Müller, un papa no puede estar manchado por la culpa
de haber soñado, en algún momento, una Iglesia más abierta.
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