miércoles, 26 de noviembre de 2014

La autocensura de Ratzinger



Ratzinger, 1989

La autocensura de Ratzinger: desaparecen sus posicionamientos abiertos sobre los divorciados casados en el cuarto volumen de sus Obras Completas




Ludovica Eugenio
Adista

El matrimonio es indisoluble. Pero cuando “un primer matrimonio hace tiempo que se ha roto” y de modo irreparable y cuando “un segundo enlace se ha manifestado con un bien moral intachable y está presidido por la fe, especialmente en lo que concierne a la educación de los hijos (de tal manera que la destrucción de este segundo matrimonio acabaría destrozando dicha bondad moral y provocaría daños morales irreparables), en este caso —mediante una vía extrajudicial— contando con el parecer del párroco y de los miembros de la comunidad, se debería consentir acercarse a la comunión a los que viven así”.

Es conocida esta tesis —fechada en 1972— del entonces profesor de teología en Ratisbona Joseph Ratzinger (para entonces ya miembro de la Comisión Teológica Internacional), cinco años antes de ser nombrado arzobispo (y posteriormente cardenal), escrita en un ensayo sobre la indisolubilidad del matrimonio (“Zur Frage nach der Unauflöslichkeit der Ehe. Bemerkungen zum dogmengeschichtlichen Befund und zu seine gegenwärtigen Bedeutung”, pp. 35-56 en:  “Ehe und Ehescheidung. Diskussion unter Christen”, F. Henrich y V. Eid (Dir.); Münchener Akademie-Schriften 59, München, 1972).

Es una afirmación que, además, ha sido recordada por quien, en el actual debate sobre la readmisión sacramental de los divorciados casados, propone una solución “misericordiosa”: el cardenal Walter Kasper, quien la citó con ocasión de su intervención en la sesión de apertura del Consistorio del pasado febrero (2014). 

Que luego, a lo largo del tiempo, Josep Ratzinger se haya movido de esta posición, subrayando con fuerza la indisolubilidad del matrimonio cristiano, hasta excluir la comunión a quien haya llegado a un segundo matrimonio, es algo totalmente plausible. Lo demuestra, por ejemplo, la respuesta totalmente negativa dada a tres obispos alemanes (monseñor Kasper, monseñor Karl Lehmann y monseñor Oskar Saier) cuando, en 1993, solicitaron la admisión a la comunión para los divorciados casados.


En cambio, es mucho menos comprensible que, con ocasión de la re-publicación del susodicho ensayo en el cuarto volumen, apenas salido, de las Obras Completas de Ratzinger, la frase haya sido tachada y reemplazada con otra, que ya no habla para nada de readmisión a la comunión y que desplaza el centro de atención hacia una eventual invalidez del matrimonio: “Si la Iglesia comprobara que un matrimonio fuera nulo a causa de una inmadurez psicológica, se tendrán que admitir los nuevos matrimonios. Incluso sin recurrir a este procedimiento, un divorciado podría participar en la comunidad cristiana, y ser padrino de un bautizado”.

Así pues, el papa emérito, corrigiendo de mala manera una afirmación suya —quizás deseando con todas sus fuerzas, como es posible imaginar, no haberla pronunciado nunca— entra con un pie forzado en el animado debate, no inmune a fuertes conflictos, que ha caracterizado el reciente Sínodo sobre la familia y que ha provocado una clara división entre obispos “aperturistas” y obispos conservadores.

Yo no he dicho nunca…

El periódico alemán “Süddeutsche Zeitung” (17/11.2014) ha levantado el asunto. Y lo ha hecho enfatizando su alcance político: la nueva frase, afirma Matthias Drobinski, es “una respuesta” de Ratzinger al “cofrade y competidor Walter Kasper” y es una “infracción de su promesa de no intervenir nunca en ningún debate eclesial. ¿Para poner una zancadilla al papa Francisco?” De esta opinión es el teólogo moral Eberhard Schockenhoff, quien ha analizado la corrección del texto por encargo de la revista “Herder-Korrespondenz”. 

De poco sirve recordar que el “alma mater” de esta incorrecta iniciativa pueda ser el prefecto de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard Ludwig Müller, campeón del ala conservadora, antagonista de W. Kasper, que en 2008, siendo obispo de la  mismísima Ratisbona (donde Ratzinger enseñó), erigió el Instituto Papa Benedetto XVI. Una fundación que tenía entre sus objetivos, precisamente, recoger y publicar todos los escritos de Ratzinger.

De estas Obras Completas en dieciséis volúmenes (publicadas por Herder y de la que Müller es su director) ya se han publicado y traducido hasta el presente algunos volúmenes (en italiano por la Librería Editorial Vaticana), el cuarto de los cuales (el que contiene la frase imputada) ha visto la luz a finales de noviembre.

Queda el hecho, deontológicamente grave, de haber “forzado”, corrigiéndolo, un texto ya publicado y conocido, así como buscar la desaparición de pruebas en favor de una apertura teológica que habría podido ser (y ha sido) utilizada en favor de la readmisión de los divorciados casados. 

… que puedan ser readmitidos

Ratzinger, en 1972, formuló la propuesta de admitir a los divorciados casados a la comunión en el marco de una “situación de emergencia” que hacía necesaria la adopción de medidas “excepcionales”.

Y lo hizo convencido de que semejante propuesta estaba avalada por la tradición:

·         por un lado, evaluando críticamente los procesos de nulidad matrimonial, presididos por unos “márgenes de discrecionalidad” que impiden considerarlos como el camino más ecuánime e innegable para solucionar la cuestión, habida cuenta de que solo tienen presentes datos jurídicos que, a pesar de todo, no agotan la complejidad de la realidad matrimonial. En definitiva, sostenía Ratzinger: la anulación no es “la” solución; 
·         por el otro lado, considerando que la propuesta de que un segundo matrimonio pueda presentar una “grandeza moral” está fundada en la misma tradición cuando, por ejemplo, el teólogo del siglo IV Basilio se manifiesta partidario de adoptar una actitud indulgente, “cuando después de un largo período penitencial —explicaba Ratzinger— se concede al casado en segundas nupcias la comunión sin tener que abolirlo. Y se hace confiando en la misericordia de Dios, que no desoye la penitencia”.

Si, además, ya no es de recibo pedir la renuncia al segundo matrimonio a partir de criterios únicamente morales, y no es razonable seguir solicitando (por imposible) la continencia, la plena pertenencia a la comunidad de quienes comulgan, después de un período de prueba, “aparece no menos que justa y plenamente conforme con la tradición de la Iglesia”.

Todo esto, obviamente, salvaguardando la indisolubilidad del matrimonio: pero ello no excluye que, en determinadas situaciones de “emergencia”, las personas directamente implicadas tengan “una particular necesidad de la plena comunión con el Cuerpo del Dios. La fe de la Iglesia también seguiría siendo signo de contradicción con esta nueva solución”.

Nada de todo esto queda recogido en la nueva edición del ensayo de J. Ratzinger. La propuesta ha sido borrada, como si no hubiera existido nunca, mientras solamente queda la referencia al proceso de nulidad.

Es algo extraño, constata Andrea Tornielli  en “Vatican Insider”, habida cuenta de que el Ratzinger de 1972 ya no era aquel progresista de los años 60, de quien se alejó radicalmente en 1966. No se puede ignorar que fue nombrado miembro de la Comisión Teológica Internacional por el papa Montini. El mismo que, cinco años después, lo eligió para arzobispo de Munich y le concedió, poco después, el capelo cardenalicio.

Evidentemente, tanto para Ratzinger como para Müller, un papa no puede estar manchado por la culpa de haber soñado, en algún momento, una Iglesia más abierta.






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