Sínodo de Obispos en ROMA |
Divorciados casados:
progresistas y
conservadores calientan motores ante el Sínodo sobre la familia
Ingrid
Colanicchia
37776
ROMA-ADISTA
Se
acerca el Sínodo extraordinario sobre la familia (abrirá sus puertas el próximo
5 de octubre) y en el vértice de la Iglesia se afilan los argumentos. En
particular, sobre la readmisión de los divorciados casados a los sacramentos.
Los cardenales, los obispos y los teólogos no se están reservando en absoluto.
A los primeros espadas de las dos escuelas de pensamiento (el prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Gerhard Ludwig Müller,
claramente contrario a la apertura; y el cardenal Walter Kasper, posibilista)
se han ido añadiendo, poco a poco, sobre todo, en estas últimas semanas, muchas
personas, obispos o no, que han dado a conocer -negro sobre blanco- tanto en
libros como en artículos, sus argumentos y esperanzas.
Están los que dice que no...
Con un
despliegue mediático extraordinario, la editorial católica estadounidense
Ignatius Press publicará, el próximo 7 de octubre, un libro dirigido por el
agustino Robert Dorado (con el título “Remaining in the Truth of Christ: Marriage
and Communion in the Catholic Church”) en el que agrupa las respuestas de cinco
cardenales y cuatro expertos sobre la “propuesta Kasper” de armonizar fidelidad
y misericordia en la práctica pastoral con los divorciados casados.
Los
nombres de los cinco cardenales no sorprenden particularmente, habida cuenta de
las declaraciones que han venido realizando en los meses pasados: al cardenal Müller
se suman Walter Brandmüller, presidente emérito del Pontificio Comité de
Ciencias Históricas; Raymond Leo Burke,
prefecto de la Signatura Apostólica;
Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia; y Velasio de Paolis, presidente
emérito de la Prefectura de los Asuntos Económicos. A estos cinco personajes de
peso (Müller, Burke y Caffarra estarán presentes en el Sínodo, del que en estos
días se ha hecho pública la lista de sus participantes) hay que sumar el
director de esta publicación, Dorado, además de John Rist, Paul Mankowski y el
arzobispo Cyril Vasil.
El
frente capitaneado por el cardenal Müller (que también ha publicado un
libro-entrevista, en el que defiende sus tesis, con el título “La esperanza de
la familia”, prologado por el cardenal Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo
emérito de Pamplona, también invitado a participar en el Sínodo) parece de
momento el más nutrido.
Al texto
publicado por Ignatius Press, hay que sumar el editado en agosto por la revista
teológica “Nova et vetera” (en la actualidad dirigida por el cardenal Georges
Cottier) con la firma de ocho teólogos estadounidenses: siete dominicos, de los cuales, seis son
profesores en la Pontificia Facultad de la Inmaculada Concepción de Washington
(se trata de los padres John Corbett, Andrew Hofer, Dominic Langevin, Dominic
Ley, Thomas Petri y Thomas Joseph White) y uno, el padre Paul J. Keller,
docente en el ateneo de Ohio (centro para la formación eclesial esponsorizado
por la archidiócesis de Cincinnati); y un laico, Kurt Martens, docente de Derecho
canónico en la “Catholic University of América”, Washington.
Los
ocho parten en cuarta velocidad afirmando que “un matrimonio rato y consumado
entre dos bautizados no puede ser desatado por ningún poder humano, incluido el
que le corresponde al Romano Pontífice
como vicario”.
En resumen,
para los ocho teólogos “el corazón de las recientes propuestas se fundamenta en
una desconfianza sobre la castidad”: “la eliminación de la obligación de la
castidad para los divorciados constituye la principal innovación de las
propuestas, puesto que la Iglesia ya les permite a los divorciados casados, que
por un motivo grave (el cuidado de los hijos), siguen viviendo juntos, comulgar
en caso de que acepten vivir como hermano y hermana y si no hay peligro de
escándalo”.
El
núcleo de la propuesta que se debate,
continúan, “es que tal castidad es imposible para los divorciados. Semejante
propuesta, ¿no evidencia, quizá, una velada desesperanza sobre
el poder de la gracia para derrotar el pecado y el vicio?” “Cristo enseña que
la castidad es posible, hasta en los casos más difíciles, ya que la gracia de
Dios es más potente que el pecado. La pastoral con los divorciados –concluyen- debería
estar fundada en tal promesa”.
Se
descarta la tesis de que el Primer Concilio de Nicea (325) hubiera decretado la
admisión de los divorciados casados a la comunión (tesis defendida, para
entendernos, por el también teólogo Giovanni Cereti) y se la cataloga como una
“lectura equivocada del Concilio” que “falsea las controversias sobre el
matrimonio en los siglos II y III”. Lo mismo sucede con la propuesta de fijarse
en la regla que mantienen al respecto las Iglesias orientales que, según los
ocho, “se aleja de la tradición, totalmente evidente, de la Iglesia primitiva,
tanto oriental como occidental”.
Por
tanto, es su conclusión, “las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio,
sobre la sexualidad y sobre la virtud de la castidad derivan de Cristo y de los
apóstoles; por eso, son perennes”.
El
arzobispo de Nueva York, el cardenal Timothy Dolan (igualmente miembro del Sínodo)
es de la misma opinión. En una larga entrevista a “Crux” (el nuevo proyecto de
información religiosa del “Boston Globe”), ha declarado no
ver cómo pueda haber un cambio sustancial “sin ir contra la enseñanza de la
Iglesia”: “Lo que espero que el Sínodo haga -ha declarado- es que fije el
cuadro completo, tratando de comprender cuáles son las calles que hay que
transitar para reconducir a las personas a la belleza y a la aventura de un matrimonio
presidido por el amor y la fidelidad”.
... y están quienes, en cambio, esperan
Entre
tanto, el cardenal Kasper ha vuelto sobre el problema en la asamblea diocesana
de Asís, 4-5 de septiembre, donde ha tenido una conferencia sobre el tema “La Iglesia-familia
y el Evangelio de la familia” en el curso de la que ha hecho una breve referencia a la propuesta que planteó en la
presentación del Consistorio. “En lo que a mí atañe, ha dicho Kasper, no trataba
de dar una respuesta conclusiva, sino de suscitar preguntas”. Sin embargo, hay
otras personas -ha continuado- que creen ser las depositarias de la verdad, que
se consideran capaces de dar la respuesta y así cerrar el debate anticipadamente”.
Kasper
confirma la indisolubilidad del vínculo matrimonial, afirmando que “no es
posible un segundo matrimonio eclesial mientras viva la pareja del primero”.
Su
pregunta es otra: “¿es posible una comparación con el cambio que se produjo en
el Vaticano II?” “El Concilio ha afirmado claramente que la Iglesia católica es
la verdadera Iglesia de Cristo, sin dejar de añadir, por ello, que más allá de
los límites institucionales de la Iglesia católica no hay un vacío eclesial
sino, más bien, elementos del eclesialidad, elementos que para los miembros de
estas comunidades desempeñan una función salvadora.
Por
eso, me pregunto: ¿no es posible también constatar un cambio parecido en la pequeña
Iglesia, en la Iglesia doméstica? ¿No hay quizás elementos del sacramento del
matrimonio también en la boda civil cuando se vive de manera de cristiana?” “Nos
podemos preguntar: ¿cómo es posible que la Iglesia acoja el valor de esos elementos?” “Es posible tomar en
consideración el aspecto escatológico de esta cuestión, el hecho que un
cristiano puede fracasar”. “Si un ‘naufragio’ semejante se produce -ha
continuado- Dios no nos ofrece un segundo barco cómodo, sino una balsa para
sobrevivir, es decir, el sacramento de la penitencia. Para la misericordia de
Dios es impensable dejar caer a una persona en un pozo sin ninguna salida. Si
la persona se arrepiente, Dios le da una nueva oportunidad”; “no un segundo matrimonio,
sino un flotador para sobrevivir al naufragio”. “Y si Dios es misericordioso, ¿puede
separarse la Iglesia de la misericordia de Dios cuando celebra la eucaristía, mostrando
un rostro frío, y cerrando las puertas sacramentales? Dejo la pregunta en
suspenso”, ha concluido el cardenal Kasper. “Videant consules, que lo decidan
los cónsules, es decir, el Sínodo junto con el papa”.
Posibilista
es también el obispo de Amberes, en Bélgica, monseñor Johan Bonny (en el pasado,
colaborador del cardenal Kasper en el Pontificio Consejo para la Promoción de
la unidad de los cristianos) que ha dado a conocer una larga reflexión en
vísperas del Sínodo. Bonny destaca los factores que, en su opinión, han
contribuido a la creciente distancia entre la enseñanza moral de la Iglesia
sobre el matrimonio, la sexualidad y la familia y la visión de los creyentes.
Ante
todo, se encuentra la “manera como esta materia fue sustraída, después del
Vaticano II, en gran parte, a la colegialidad de los obispos y vinculada casi
exclusivamente a la primacía del obispo de Roma”, a partir de la “Humanae Vitae”,
cuando Pablo VI abandonó “la búsqueda colegial de un consenso lo más amplio
posible”. Está pendiente, prosigue el obispo de Amberes, que la conciencia
eclesial pueda ser tenida en cuenta por el Sínodo, esperando que se la devuelva “su sitio legítimo en la
enseñanza de la Iglesia”.
Además,
hay que tener presente que desde la “Humanae Vitae” y la “Familiaris Consortio”
la doctrina se “ha encontrado atada casi exclusivamente a una determinada
escuela de teología moral”: el próximo Sínodo, según monseñor Bonny, “sería una
contribución muy limitada a la evangelización del matrimonio y de la familia si
no restableciera ante todo el diálogo con la amplia tradición de teología moral
de la Iglesia”.
En
cuanto a los divorciados casados, el obispo apela a la
“tradición jurídica del Oriente cristiano, y a la posibilidad de un reglamento
excepcional en nombre de la misericordia”: “Incluso sobre este punto, escribe, espero
con esperanza el próximo Sínodo”.
“Si
hoy muchos advierten alguna carencia en la Iglesia –continúa Bonny- ésta es la de
no ser semejante a Jesús el Cristo”:
teniendo en cuenta todo esto, concluye, “la Iglesia tendrá que abandonar, precisamente
en este asunto”, que es el más presente en el corazón de los fieles, “aquel en
el que se vive la felicidad más grande o el sufrimiento más grande”, “su
actitud harto defensiva o antitética y buscar de nuevo la vía del diálogo.
Tiene que encontrar el ánimo requerido para caminar, una vez más, de la “vida”
a la “doctrina”. En esta andadura la Iglesia no tiene nada que perder. Sólo
dialogando con el mundo puede descubrir dónde está actuando Dios hoy y dónde se
encuentran actualmente los desafíos para la Iglesia y para el mundo”.
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