Isabelle De Gaulmyn,
La Croix 6.X.2013
Viernes, 4 de octubre a la tarde, el arzobispo de París y el ministro del Interior han sido invitados a encontrarse en el colegio de los Bernardins por La Croix, con motivo de los 130 años del diario, para dialogar sobre la laicidad y el lugar de los cristianos en el escenario público.
¿Un debate demasiado versallesco?
No. Más bien, un claro ejemplo de que, sobre la laicidad, en Francia, la Iglesia y el Estado tienen más puntos de acuerdo que diferencias. Ése ha sido el parecer mayoritario de los 350 lectores de La Croix que han asistido al debate.
De hecho, el intercambio de pareceres entre el hombre de Iglesia y el hombre de Estado no ha provocado ningún enfrentamiento frontal. Al revés.
¿Quizá porque, atentos a la presentación que Dominique Quinio, directora de La Croix, hizo del periódico como publicación partidaria de la “pedagogía” y no interesada en las “frases políticamente ocurrentes”, los dos interlocutores se esforzaron por abordar el asunto de la “laicidad y el lugar de los cristianos en el escenario público” con un espíritu constructivo?
Diferencias de aproximación
Sin embargo, tampoco faltaron las diferencias en el tratamiento del asunto.
Así, por ejemplo, el arzobispo de París entiende que la laicidad es, en primer lugar, un instrumento para asegurar el orden público y, luego, el mecanismo institucional que permite regular las relaciones entre las religiones y el Estado.
El ministro del Interior, por su parte, prefiere insistir en “la libertad de conciencia, es decir, en la libertad de creer o de no creer”, como la razón de ser de la laicidad.
Pero, a la vez, ambos están de acuerdo en sostener que la aplicación de la laicidad en Francia, tal y como ha sido definida por la ley de 1905, no implica la desaparición de las religiones del espacio público.
La laicidad como religión
Sin embargo, mucho más incisivo, el cardenal Vingt-Trois llamó la atención sobre algunas concepciones de la laicidad que podrían provocar muchos recelos.
Es lo que hizo, refiriéndose al libro escrito por otro ministro del mismo gobierno, Vincent Peillon, sobre Ferdinand Buisson (“Una religión para la República: La fe laica de Ferdinand Buisson”). Y lo hizo, llamando la atención sobre la existencia de una corriente filosófica que quiere erigir la laicidad en “una especie de religión laica”. Al proponer esta concepción, dijo, el Estado, intentando proteger al individuo de toda influencia ¿no acaba defendiendo una “concepción idealizada de la libertad” habida cuenta de que “nunca es posible estar protegido de toda influencia?”
En esta “voluntad de erradicar las referencias judeocristianas y favorecer una visión más neutra de lo universal”, sobre todo en la Educación nacional, el arzobispo de París percibe dos riesgos de fondo: por un lado, el de propiciar que los particularismos sean considerados como una apuesta por el fanatismo. Y, por otro, el de arrojar a los cristianos hacia una posición de minoría cultural condenada al sectarismo.
Las religiones no siempre son escuchadas
Muy tranquilizador, el ministro del Interior se negó a hablar de que la laicidad provocara crispaciones sociales. Manual Valls puso como ejemplo de ello sus numerosos desplazamientos a diferentes lugares de culto y sus encuentros regulares con sus responsables religiosos, fueran de la religión que fuera.
“Si es cierto que el Estado no reconoce ningún culto, también lo es que los conoce muy bien”, indicó. “No tiene fundamento alguno afirmar que se estaría asistiendo a una negación del hecho religioso en nuestros días”, añadió seguidamente.
Sin embargo, reconoció a continuación que las religiones no siempre han sido escuchadas suficientemente en los debates habidos, en clara alusión a la ley sobre “el matrimonio para todos”, y que algunas propuestas, como la de suprimir fiestas religiosas, procedían de “ámbitos en los que las cosas no estaban debidamente clarificadas”.
Finalmente, el ministro socialista también reconoció que no se habían empleado a fondo en la enseñanza del hecho religioso en las escuelas.
Es cierto que “en nuestro país algunos grupos tienen una sensibilidad exacerbada en lo referente a la laicidad, pero no dejan de ser una minoría”, explicó, para subrayar a continuación la gran importancia del cristianismo, incluidas las tendencias internas que lo habitan. “Estando atenta a las inquietudes de la sociedad, la Iglesia presta un gran servicio a la sociedad”.
Diferencia estructural entre la iglesia y la política
De todos modos, como dijo el cardenal Vingt-Trois, las dificultades y roces entre el Estado y las religiones son normales: “hay una diferencia estructural y objetiva entre la iglesia y la política”, habida cuenta de que los objetivos no son los mismos. “Yo no tengo la responsabilidad de la gestión política de la sociedad, sino la de afirmar mis convicciones”, explicó el arzobispo de París. Y “se equivocan quienes quieren que la religión tenga un reflejo preciso en la política”.
Por tanto, es inútil “soñar en una especie de armonía institucional” entre las dos esferas. Esto es algo que nunca existirá.
El problema del islam
Sin embargo, reconoció a continuación, ésta es una ilusión que sí existe todavía entre algunos católicos, particularmente entre aquéllos que aspiran a una sociedad políticamente cristiana. Y se da, sobre todo, entre ciertas corrientes del islam que “no tienen una visión diferenciada de lo que es la gestión de lo político y de lo religioso”.
Ante problema del islam, y sobre su capacidad de integración en la laicidad, objeto de muchas preguntas en la sala, el ministro del Interior reconoció que el problema no era nada sencillo.
“Uno de los grandes desafíos que tienen Francia y Europa, es el de asimilar e integrar el islam”. Para eso, hace falta tiempo, y paciencia, señalando seguidamente que “se pide al islam que recorra en unos pocos años lo que otras religiones han tenido que recorrer durante mucho más tiempo”.
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