Gustavo Gutiérrez: la fuerza de la debilidad
El reciente abrazo entre el papa Francisco y Gustavo Gutiérrez y las –todavía más recientes- declaraciones del cardenal de Lima, Juan Luis Cipriani, tildando de “ingenuo” al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por haber promovido dicho encuentro llevan a la palestra, una vez más, la calidad “católica” de la propuesta formulada en su día por el teólogo peruano y, de paso, algunos de los riesgos que también rondan a las opciones teológicas en las que se frecuentemente se mueven una buena parte de sus detractores.
Me permito, por ello, recuperar esta reflexión, escrita no hace mucho como prólogo al libro de Juan Pablo Garcia Maestro, “El Dios que nos lleva junto a los pobres. La teología de Gustavo Gutiérrez” (Editorial San Esteban, Salamanca, 2013), con la esperanza que nos ayude a no olvidar un punto particularmente importante: que si hay un error que a Dios le resulta particularmente “grato” perdonar es el de “pasarse” por amar o haber amado, particularmente a los pobres y crucificados de nuestros días y de los tiempos.
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El libro de Juan Pablo García Maestro consta de dos apartados: el primero, centrado en narrar pormenorizadamente la biografía teológica de Gustavo Gutiérrez y el segundo, ocupado en mostrar el corazón del misterio de Dios: su asociación preferente con los pobres y los crucificados de nuestros días y de todos los tiempos.
Estos dos apartados desembocan en una completa y exhaustiva bibliografía de toda la obra de Gustavo Gutiérrez (desde sus primeros libros hasta ahora), así como de los trabajos más relevantes que se han publicado sobre su propuesta de una teología de la liberación y liberadora.
Hasta no hace mucho, siempre que se quería conocer la biografía teológica de Gustavo Gutiérrez, había que recurrir o a la relación personal con el teólogo peruano, o al Instituto “Bartolomé de Las Casas” en Lima (Perú) o –lo que era más viable para una buena parte de los mortales- al libro de Miguel Manzanera (“Teología y salvación-liberación en la obra de Gustavo Gutiérrez”, Bilbao, 1978). Ésta es una obra en la que se encuentra una excelente biografía sobre el teólogo peruano, plagada de referencias a personas, acontecimientos y reflexiones que facilitan comprender mucho mejor sus aportaciones.
Pues bien, a partir de ahora, la obra de M. Manzanera comparte referencialidad con el libro de Juan Pablo García Maestro; sobre todo, en su primera parte. El aporte de este joven teólogo –miembro de la familia trinitaria- subsana las limitaciones que, como consecuencia del paso del tiempo, presenta el trabajo de M. Manzanera. Por eso, si se quiere conocer con detalle –y de una manera más completa y actualizada- la biografía teológica de G. Gutiérrez se impone recurrir necesariamente al presente texto.
Otro tanto cabe decir de las páginas dedicadas a la bibliografía del teólogo peruano y a las investigaciones más relevantes sobre sobre él. Es un capítulo de obligada referencia para los estudiosos de su obra y, también, para quienes, simplemente, quieran saber qué ha escrito y dónde se puede encontrar una determinada obra en la que se esté particularmente interesado.
En la segunda parte de su libro, Juan Pablo García Maestro se asoma al misterio de un Dios que se revela en la fragilidad de un niño y en el escándalo de la cruz. Y, a partir de entonces, en los débiles, pobres, sufrientes y crucificados de todos los tiempos. Es una sección precisa, clara y, quizá, demasiado sobria; sobre todo, para los amantes de los análisis y exposiciones detallados y minuciosos. Probablemente, dicha sobriedad obedezca a que tiene presentes –cuando redacta estas páginas- más a quienes no pueden (o no quieren) adentrarse con detalle en la polifonía de matices que caracteriza la aportación de Gustavo Gutiérrez que a los estudiosos y especialistas.
Es muy probable que no falten personas que –después de haberse asomado a la obra del teólogo peruano- deseen leer alguna de sus obras más emblemáticas. Si así fuera, se estaría evidenciando algo que también es propio de este segundo apartado: abrir el apetito e invitar a adentrarse en la lectura directa de uno de los grandes teólogos que, a la vez, ha marcado la reflexión del siglo XX, la vida de la iglesia y la existencia de millones de cristianos y no-cristianos.
Como es de prever, la aportación de Juan Pablo García Maestro también viene marcada por su acceso –voluntaria y necesariamente limitado- a la obra de Gustavo Gutiérrez, es decir, por su interés en conocer la biografía del teólogo peruano y su aproximación al misterio de Dios a partir de su asociación con los pobres.
Por eso, no ha de extrañar que presente algunas cuestiones abiertas al debate. Siempre hay temas, puntos o acentos que se echan de menos o que se prefiere ver más desarrollados y pormenorizadamente expuestos o, simplemente, argumentados con más pasión o con mayor contundencia. Ofrezco dos consideraciones que han brotado de la lectura, a la vez empática y crítica, que he realizado de la obra que nos ocupa. Crítica, la primera de ellas, y en voz alta, la segunda.
En primer lugar, quiero reseñar que el cuidadoso recorrido que Juan Pablo García Maestro realiza por la biografía teológica no siempre se ve reflejado en la parte más teológica y sistemática con el detalle deseable. Creo que deja en el camino algunos detalles y puntos de indudable valor que –debidamente reseñados en la biografía teológica- no son suficientemente reconocidos, ya sea como desarrollo, complemento e, incluso, superación de otras aportaciones (o, por lo menos, formulaciones) de Gustavo Gutiérrez en el primer tramo de su obra teológica. También es cierto que si se hubiera adentrado por estos vericuetos, es muy probable que ahora tuviéramos delante unos cuantos cientos de páginas más y, muy posiblemente, estaríamos echando de menos una presentación sintética, suficiente y rigurosa de la aproximación que realiza al misterio de Dios el teólogo peruano…
La segunda de las consideraciones es una reflexión en voz alta que me gustaría compartir con nuestro autor y con todos sus lectores: es de sobra conocido que la teología de la liberación ha sido acusada de incurrir en pelagianismo o, con otras palabras, en prometeísmo y “ateísmo cristiano”. Según esta imputación, al acentuar –legítimamente, por cierto- el compromiso de Dios con los pobres, deja en el camino la espiritualidad y descuida una formulación teológica aquilatada. Es más, no han faltado valoraciones que han acusado a la teología de la liberación de ser una pura y simple “ideología”, entendiendo por tal, el recurso a una cobertura formalmente religiosa para reivindicar –en nombre de una fe manipulada y a su amparo- tesis marxistas e, incluso, violentas. Evidentemente, semejante acusación no deja de ser, una “boutade”, esto es, una solemne tontería.
Sin embargo, también es cierto que otros críticos han hilado más fino.
Tal es el caso, por ejemplo, del profesor Luis Mª Armendáriz comentando un canon del concilio de Trento: “Si alguien dijere que al perderse la gracia por el pecado se pierde también siempre la fe; o que la fe que queda no es verdadera aunque no sea viva; o que quien tiene fe sin caridad no es cristiano, sea anatema” (DS 1578). O también es el de Antonio González, a quien tan bien conoce Juan Pablo García Maestro, o, más recientemente, del mismo Clodovis Boff y de la “teología de la regeneración” que abandera C. Castillo. Estos últimos han recordado que la aportación de Gustavo Gutiérrez se encuentra huérfana de una espiritualidad realmente significativa y es particularmente inconsistente cuando tiene que dialogar con la cultura.
Son acusaciones que se visualizarían, primeramente, en la incapacidad que manifiesta su propuesta de espiritualidad para afrontar los retos que está planteando en América Latina la irrupción de nuevos movimientos carismáticos y pentecostalistas. Y, en segundo lugar, tampoco sería una aportación con el cuajo necesario para acompañar crítica y creativamente las nuevas culturas que están emergiendo, sobre todo, en dicho conteniente latinoamericano.
No es posible detenerse en todas ellas. Y menos en un prólogo. Pero sí me parece oportuno recordar algo que –por sabido- se ha olvidado frecuentemente en muchas críticas a la aportación de Gustavo Gutiérrez: el núcleo teológico, central de su contribución, no es otro que la misericordia y bondad de Dios entregada en el Crucificado y actualizada diariamente en los crucificados del mundo. A la luz de esta “verdad mayor”, están íntimamente articulados -y, por tanto, coexisten, “católicamente”- el compromiso con los pobres y la reflexión teológica.
Evidentemente, la singularidad de su aportación descansa en haber asumido como punto de partida y como referencia articuladora (a diferencia de otras teologías más veritativas o estéticas al uso) el compromiso que brota de “ver” –por supuesto, con los “ojos de la fe”- la asociación preferente de Dios, por pura y gratuita misericordia, con los pobres de este mundo. Ésta es la “verdad” o el “dogma” que Gustavo Gutiérrez trae y actualiza en sintonía con lo mejor de la tradición cristiana, empezando por los padres griegos y latinos y siguiendo por los santos, mártires y místicos de todos los tiempos. Es, además, una “verdad” o un “dogma” que, al ser rescatado del olvido, denuncia una carencia frecuente en nuestros días: el desplazamiento de la centralidad que siempre han tenido –y han de seguir teniendo- los pobres y la justicia en las decisiones políticas, económicas o culturales y también en la “dogmática teológica”. Gracias a su contribución, ya no es de recibo que la “verdad” de los pobres y de la justicia sea desterrada de la “dogmática teológica” y siga desplazada, en el mejor de los casos, en la moral social (como simples objetos de atención caritativa), cuando no, en la periferia de la acción pastoral y en los márgenes de la vida de la iglesia.
El reconocimiento de la fuerza “dogmática” que presenta la teología de Gustavo Gutiérrez (y de la “catolicidad” que le es propia), no impide apreciarlas –cierto que con acentos bien diferentes- en otras aportaciones que enfatizan -como así le gusta, por ejemplo, a J. Ratzinger- la “verdad” del misterio de Dios en crítico dialogo con la modernidad y con la postmodernidad. Y tampoco impide reconocerlas en otras aportaciones teológicas que subrayan –como H. Urs von Balthasar- la “belleza” del misterio de Dios, tanto la que se entrega en la kénosis o anonadamiento de Jesús, como la que se anticipa en la celebración litúrgica y en los “Tabores contemporáneos” o en los chispazos de eternidad en el tiempo que, a veces, son algunos acontecimientos y comportamientos particularmente impactantes por su positividad.
Es evidente que las aproximaciones marcadamente veritativas o estéticas al misterio de Dios también son legítimas. Pero son tan legitimas como la aproximación práxica o misericordiosa que asume Gustavo Gutiérrez. Es más, todas ellas (también, por tanto, la del teólogo peruano) son sospechosas sólo cuando no se articulan con los otros puntos de partida, es decir, cuando no son sensibles al equilibrio –permanentemente inestable- que es la seña de identidad de lo propiamente “católico”, entre verdad, belleza y misericordia o compromiso por la justicia.
Por eso, hay que recordar que si es cierto que el pelagianismo o el “ateísmo cristiano” son los riesgos potenciales que rondan a toda teología que parta de la misericordia y bondad de Dios sin espiritualidad y sin teología, también es cierto que el espiritualismo desencarnado y el esteticismo auto-complaciente son los riesgos de los partidarios de resaltar la belleza de Dios entregada en Jesús sin compromiso y sin verdad. Y de la misma manera, el gnosticismo y el docetismo son los peligros de los amantes de la verdad, ya sea ésta comprendida como recuerdo, actualización o anticipación del final en el presente. Al fin y al cabo, el gnosticismo y el docetismo resultan de afirmar exacerbadamente la verdad sin compasión y sin belleza.
No dejan de sorprenderme las alertas que tienen permanentemente activadas algunos sectores teológicos y eclesiales (y también seculares) ante los riesgos del “ateísmo cristiano” y del pelagianismo (contra los que combate acertada y sabiamente Gustavo Gutiérrez) y su silencio –frecuentemente, tan inconsciente como cómplice- con el esteticismo, el espiritualismo desencarnado, el gnosticismo y el docetismo que rondan a las restantes legitimas –y necesarias- acentuaciones en su aproximación al misterio de Dios. Riesgos que, muy probablemente, son bastante más letales que el prometeismo y el “ateísmo cristiano” que ven en el ojo ajeno. Quizá, por ello, no está de más recordar que si hay un “exceso” perdonable, ése es el del sobrepasarse por amor y en el amor. Y más, si se tiene en cuenta que “al atardecer de la vida nos examinarán del amor” (S. Juan de la Cruz).
En cualquier caso, estoy convencido de que no se encuentra muy lejano el tiempo en el que el Espíritu de vida y verdad pondrá (como ya ha sucedido en infinidad de ocasiones a lo largo de la historia de la Iglesia) a cada uno en su sitio. Y, consecuentemente, no está muy lejano el tiempo en el que se reconocerá la sintonía y continuidad de Gustavo Gutiérrez con lo mejor de la tradición cristiana, empezando –como he dicho- por los padres griegos y latinos. Entonces se apreciará, sin tantos recelos, la grandeza y “oportunidad” –aunque en su día pareciera intempestiva- de su aportación.
Finalmente, para acabar, me permito formular una doble invitación y transmitir una pequeña confidencia.
La primera de las invitaciones es a que se lean con particular atención las referencias de Juan Pablo García Maestro al prólogo que escribió el teólogo peruano a la edición 14 de “Teología de la liberación” titulado “Mirar lejos”. Y que, después, si es posible, se lea directamente dicho prólogo. Lo confieso: es un texto al que tengo un especial cariño porque en él tuve la oportunidad de leer por primera vez algo que siempre ha estado –y seguirá estando- muy presente en toda mi vida: mi teología es, dice Gustavo Gutiérrez, una “carta de amor a Dios”. Sólo hombres y mujeres de la talla humana y espiritual como la suya son capaces de hablar tan bella y sentidamente del misterio de Dios. Y sólo ellos son capaces de reconocer la limitación congénita de dicha carta de amor y de todo pensamiento sobre Él. Son personas que no tienen dificultades en reconocer que todo discurso –incluso el imbuido de amor- es tremendamente limitado en comparación con el encuentro (caricia y aguijón, a la vez) con Quien siendo el Principio y Fundamento de nuestra existencia, se visualiza –por pura gratuidad y misericordia- en los más pobres y crucificados de nuestro días y de todos los tiempos.
Y, la segunda de las invitaciones es a leer con particular detenimiento la interesante documentación que aporta Juan Pablo García Maestro sobre el proceso abierto por la Congregación para la Doctrina de la Fe a la teología de Gustavo Gutiérrez y que titula “Confrontación con el magisterio”. En esas páginas se encuentra un material precioso que permite comprender, una vez más, la talla teológica y espiritual de este “pequeño gran hombre” que es Gustavo Gutiérrez. “Pequeño” de estatura, pero “gigante” humana, espiritual y teológicamente. Es bien conocido que la teología –como se encarga de recordar él mismo, prolongando a Sto. Tomas de Aquino- brota del encuentro con Dios en su Palabra y en el compromiso a favor de los pobres, es decir, en lo que él llama el “silencio”. La suya es una teología que arranca del “silencio” y que está bañada en él desde el principio hasta el final.
Y la confidencia para –esta vez, sí- acabar. En las pocas ocasiones que he tenido la suerte de encontrarme con Gustavo Gutiérrez me ha remitido a dos artículos suyos a los que él tiene un particular cariño: “¿Dónde dormirán los pobres esta noche?” y “De marginado a discípulo”. Son dos aportaciones suya particularmente significativas y entrañables, también presentes en el libro de su fiel escudero entre nosotros que es Juan Pablo García Maestro.
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