Anne-Bénédicte Hoffner
La demanda de la ministra de la vivienda, Cécile Duflot, al arzobispo de Paris, pidiéndole poner los bienes de la Iglesia a disposición de los “sin casa”, ha desatado una cadena de protestas en el mundo católico al sentirse estigmatizado.
Philippe Portier, director de estudios en la Escuela Práctica de Altos Estudios (Paris-Sorbona), donde ocupa la cátedra “Historia y sociología de las laicidades”, se pregunta por las razones de estas tensiones actuales.
¿Hay en nuestros días una ofensiva contra la Iglesia católica?
En general, hay una ofensiva contra las religiones. Y esto no es de hoy. A principios de los años 1970 ya se oían consideraciones muy críticas contra los responsables católicos cuando intervenían en el foro público: “la Iglesia sólo tiene que ocuparse del culto” era una consigna que se recordaba con particular insistencia. Pero, pasados unos veinte años, es posible comprobar una fuerte acentuación de este tipo de ofensiva contra la intervención de la Iglesia en el espacio público. René Rémond, a pesar de ser juez y parte, ya había constatado este endurecimiento en su libro “El cristianismo bajo sospecha” (Albin Michel 2000). ¿Por qué?
La primera razón procede de la evolución interna de la misma Iglesia católica y del cambio de estrategia que ha desplegado en el inicio del segundo milenio al decantarse por la “resistencia”. Así como en los años 1960 y 70 se acomodaba bastante bien a la modernidad, adoptando posicionamientos debidamente matizados, e intentaba reconciliarse con el mundo, su discurso –como también el de otras religiones- se ha visto marcado posteriormente por una reafirmación identitaria. ‘El mundo está mal, pero se puede curar si recupera la verdad cristiana’. Y si es cierto que estos valores son propuestos, no es menos cierto que se afirman con fuerza, incluso con la coletilla de “principios no negociables”.
¿Esta ofensiva afecta también a los valores que se proponen?
Así es. Muchos de los valores que se proponen afectan a la esfera privada (la familia, la diferencia de sexos, el aborto, la eutanasia…). Ahora bien, si es cierto que la sociedad, a pesar de su secularización, ha estado durante mucho tiempo marcada por la cultura católica, también es cierto que la cultura dominante de nuestros días se ha desmarcado mucho de este terreno. Los líderes políticos, incluso los de la izquierda, en los años 60 no se imaginaban que el matrimonio pudiera alejarse de la manera como se había concebido en el cristianismo.
La sociedad reivindica, por una parte, salir de este modelo que entiende heredero de la tradición católica y lo vive como una nueva victoria de la laicidad. Se vuelve a 1905 pero abordando otros asuntos. También se puede apreciar en la producción artística, con una producción humorística que no es anticlerical en sentido tradicional, pero que se opone a las normas que obstaculizan la soberanía plena del individuo.
Finalmente, nuestras sociedades se encuentran más divididas en el plano cultural que en el económico. Todo el mundo está de acuerdo en la seguridad social, las 35 horas. Sin embargo, mientras que algunos quieren una subjetividad sin límites, otros sostienen la existencia de normas superiores tales como la dignidad de la persona, la ley natural, etc. De ahí, por ejemplo, las declaraciones del cardenal P. Barbarin afirmando que algunas decisiones no corresponden al Parlamento. Al defender este posicionamiento, no sólo representa a la Iglesia, sino también a todos los que entienden que se está yendo muy lejos. Por el otro lado, están quienes se preguntan por qué, si ellos no violan los derechos de sus semejantes, no pueden llevar la vida que mejor les parezca… Más que de una ola de anticlericalismo habría que hablar de un conflicto que perdura.
¿Se puede hablar de una diferencia entre las derechas y las izquierdas en su relación con la Iglesia católica?
La izquierda es ambivalente sobre este punto. No duda en recurrir al cristianismo sobre dos niveles de asuntos, tal y como se ha podido apreciar bajo la presidencia de F. Mitterrand especialmente: en el plano patrimonial, buscando reconstituir el vínculo social en torno a una memoria compartida (“Francia es la revolución, pero también Clodoveo”). Un claro ejemplo de esto es el apoyo dado a la renovación del Colegio de los Bernadins en Paris. También en el plano social, la izquierda busca muy gustosamente la complicidad con la iglesia, habida cuenta de que es ella la que cubre los fallos del Estado del Bienestar. No me parece que este discurso haya desaparecido. Únicamente hay que reseñar que Nicolás Sarkozy ha ido mucho más lejos en estos dos planos a lo largo de estos últimos años, obligando a la izquierda a endurecerse y así poder marcar un perfil propio.
Hay sólo un ámbito en el que la izquierda no tiene el mismo proyecto que la derecha: en el cultural. Mientras que en el mandato de Giscard d’Estaing algunos grupos de la derecha podían promover legislaciones más liberales o subjetivistas, en la actualidad la izquierda y la derecha están enfrentadas sobre asuntos culturales y morales.
En este contexto, es posible entender la intervención de Cécile Duflot, la ministra de la vivienda, como un llamamiento a la iglesia para que intervenga en la reorganización de la sociedad y ser un factor estructurante de la misma...
¿Está la iglesia católica más en el punto de mira que las restantes religiones?
Sí, y por, al menos, tres razones esenciales. En primer lugar, una razón histórica que tiene mucho que ver con los restos de un anticlericalismo que ha impregnado a una buena parte de la opinión movilizada en nuestros días y que se reconstruye en torno a la reivindicación de un mayor subjetivismo, de una voluntad de acabar con este “régimen católico” que todavía impregna muchos ámbitos del derecho civil francés.
Una segunda razón está referida a la visibilidad de la iglesia: aunque es cierto que ha perdido una buena parte de su capacidad para influir, es innegable que tiene una enorme presencia en el territorio, su jerarquía está siempre localizable y tiene una presencia notable en los medios de comunicación, su poder internacional simbolizado por el papa. Objetivamente, los católicos son mucho más numerosos que los judíos y los protestantes. En lo que toca a los musulmanes, son numerosos, pero carecen de una elite, de una aristocracia que les represente.
Por fin, y sobre todo, la iglesia tiene un discurso elaborado sobre el subjetivismo, y sin contestación interna, justo todo lo contrario de lo que pasa en el interior del mundo protestante, marcado por un fuerte pluralismo. El discurso de los musulmanes está poco elaborado. En cuanto al de los judíos, se encuentra fuertemente personalizado en la figura del gran rabino Bernheim. Es verdad que son menos atacados: son una colectividad que no se puede tocar, sin duda alguna por lo acontecido con la Shoah. Y luego está del dato de que son muy pocos. Por todas estas razones, cuando la sociedad quiere implicarse en un proyecto más liberal, la concentra todos sus ataques contra la iglesia católica.
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