jueves, 30 de junio de 2011

S. GALILEA Y A. PAOLI SOBRE EL DOMINGO 14 DEL T. O.


Dios se manifiesta 
a los pequeños y en los pequeños


En el Evangelio de hoy Jesús tiene delante de sí a los fariseos, que se sentían seguros. Sabían todas las cosas de moral y religión, no tenían nece­sidad de ser guiados y aconsejados. Tenían la ley, la interpretaban a su modo y se sentían tranquilos. Lo peor era que juzgaban a los pequeños, a los pobres, a los que no habían podido estudiar.

No hay que ir hasta el tiempo de los fariseos para encontrar esta acti­tud, fuertemente extendida en nuestro medio, la cual contradice la pala­bra de Jesús: "Dios se ha manifestado a los pequeños, y se manifiesta en los pequeños". Ellos tienen la sabiduría de vivir, la sabiduría del Evange­lio; pero lo hermoso es que no tienen conciencia de ser superiores. Aquí está todo el secreto. 


¿Parecería que Jesús quiere que seamos ignorantes, para revelarse a nosotros, en circunstancias que hoy se hacen esfuerzos en todas partes para erradicar el analfabetismo y toda forma de ignorancia? La paradoja consiste en que el Evangelio no condena ni la inteligencia ni la instruc­ción; al contrario, cuanto más un hombre progresa en su inteligencia, tanto más se acerca a Dios. A condición de que uno no se sirva de su instruc­ción para sentirse superior, para despreciar a los demás, para aplastarlos. 

Estos criterios evangélicos están llenos de ejemplos de cada día. La buena señora casi analfabeta, profundamente creyente, con la cual habla la gente para pedirle consejo, o únicamente para sentirse mejor, consolada. A partir del Evangelio, Dios se ha revelado a ella, y ella es una revelación de Dios para los demás... Por el contrario, el médico que no da importan­cia al pobre que espera horas y horas con el niño enfermo en los brazos, y luego lo trata con fastidio, como si le hiciese perder el tiempo... Los campesinos que van a las oficinas públicas a obtener crédito para sus siembras, y los tramitan de una oficina a otra...

Delante de las palabras del Evangelio, todas estas discriminaciones y desprecios, que abundan en nuestra sociedad, forman parte del pecado social que tenemos que denunciar y combatir. (Puebla 28). La explotación a causa del saber es tan grave como la de la riqueza o del poder. (Puebla 62). Porque al fin de cuentas las palabras de Jesús en este Evangelio están en una misma línea con su insistencia fundamental en cuanto a las relacio­nes humanas: que no exista aquel que está arriba, y aquel que está abajo, y que el pecado más grande que podemos cometer es el de hacer sentir a un hermano nuestro que no es como nosotros, que somos superiores a él. Y Jesús ha declarado superiores a aquellos que son estimados inferiores.

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