lunes, 9 de septiembre de 2019

El hecho religioso en la televisión pública catalana


Eduardo Ibáñez, en Catalunya Religió

Siempre he considerado que la Televisión Pública de Cataluña es globalmente de una gran calidad. Así es reconocido mayoritariamente en nuestro país y los altos niveles de audiencia son una prueba.

Ahora bien, creo que esto tiene una clara y preocupante excepción: el tratamiento del hecho religioso, indigno de la calidad general de esta cadena.


Una presencia marginal

De entrada, es fácil constatar que la presencia del hecho religioso en los informativos y en el conjunto de la programación es realmente marginal o, como mínimo, completamente insuficiente para la importancia sociológica de la religión en nuestro país.

Según el último Barómetro de la Religiosidad en Cataluña (2016), el 68% de la población catalana se identifica con una confesión religiosa y al menos la mitad (50,09%) se consideran personas con creencias religiosas. Además, una parte significativa de ellas participa regularmente en actos de culto y se interesa por los acontecimientos y temáticas religiosas.

Por otra parte, desde un punto de vista cualitativo, las creencias religiosas no son una afición o gusto cualquiera, sino que normalmente constituyen una dimensión fundamental y decisiva de la vida de los creyentes.

Cada vez es más claro que las religiones hacen un aporte social de primera magnitud, ofreciendo sentido a la vida de muchas personas, creando y promoviendo valores éticos esenciales, dando apoyo a los colectivos más vulnerables y contribuyendo a la educación, a la cultura y a la cohesión social. Los medios de comunicación públicos deben reflejarlo de forma natural e informar sobre ello objetivamente.

A pesar de todo esto, lo cierto es que los contenidos específicamente religiosos en los canales de la televisión pública de Cataluña son sorprendentemente escasos.

Esta marginalidad es bien patente sobre todo si se compara con la presencia tan importante y sistemática de otros contenidos que, a pesar de tener su legítimo interés y audiencia, diría que no cuentan con una adhesión o demanda popular mucho mayor, como (por poner ejemplos al azar), la cocina, las setas, los castellers, el cine, la danza, el motociclismo, el baloncesto o los índices del IBEX37, que prácticamente cada día visitan las pantallas (en algunos casos de manera terriblemente repetitiva), por no hablar de la omnipresencia del fútbol.

La información religiosa es excepcional e irregular y no goza de espacio ni sección propios en los servicios informativos (como sí está por "sociedad", "política", "internacional", "economía", "deportes", "cultura", "el tiempo", "análisis", "comarcas"...). Los reportajes dedicados o relacionados directamente con el hecho religioso o con la vida de las comunidades religiosas son también muy raros.

Y si se miran programas de entrevistas o tertulias, se observa que, mientras las personas dedicadas al arte, el deporte, la política, el periodismo, la ciencia, la cocina o el humor tienen una presencia repetida y constante, la de responsables religiosos, teólogos y otras personas del ámbito religioso, es completamente excepcional (o inexistente en el caso de muchas confesiones) y, curiosamente, cuando se da, difícilmente trata propiamente de lo religioso.

Ciertamente, se me dirá que hay una retransmisión de una misa católica una vez al mes y que se emiten dos programas dedicados específicamente a la actualidad religiosa cristiana, uno de carácter semanal (católico) y un mensual (evangélico). Ahora bien, ¿alguien se imagina que toda la presencia de la cultura, la ciencia, el deporte o el tiempo se redujera estrictamente a un solo y aislado programa mensual o semanal en las horas de más baja audiencia?


Un tratamiento sesgado

Ahora bien, más allá del nivel de presencia, lo más preocupante es el tratamiento sesgado que recibe el hecho religioso: aparte de ignorar habitualmente los grandes acontecimientos religiosos, locales o internacionales (celebraciones y encuentros multitudinarios, grandes reuniones de jóvenes, congresos teológicos...), lo más grave es que los contenidos ofrecidos van asociados prácticamente siempre con la polémica, los escándalos, los comportamientos maliciosos, los hechos excepcionales y chocantes, humor (un recurso sistemático de estos programas)... o bien se ofrece a menudo información con poco rigor, poco contraste, con errores y cargada de connotaciones negativas. Lo mismo ocurre en las series televisivas, donde la presencia del hecho religioso tiene normalmente alguna connotación negativa.

En realidad, da la impresión de que detrás de la mayor parte de noticias, reportajes, programas o teleseries existe un mensaje de fondo que pretende asociar el hecho religioso a todo tipo de realidades negativas: la superstición, la ultraderecha, la xenofobia, la violencia, el terrorismo, la homofobia, las patologías sexuales... en particular, se tiene la impresión de que en algunos periodistas y guionistas existe una voluntad deliberada de minar la credibilidad de la Iglesia Católica. ¿Por qué?

Los ejemplos son verdaderamente innumerables. Sin ir más lejos, fijémonos en la información religiosa que se ofreció el pasado domingo 1 de septiembre. El telediario mediodía informaba que el papa Francisco había retrasado unos minutos en su presencia tradicional en el Ángelus por haber quedado atrapado un rato en un ascensor. Pero ignoraba incomprensiblemente que ese mismo día se había hecho público que un catalán (Mons. Cristóbal López) había sido nombrado por el mismo Papa como cardenal, una de las más altas responsabilidades de la Iglesia. Más tarde, el telediario noche ofrecía sorprendentemente, como una noticia importante, información sobre la campaña de una asociación privada contra la financiación que recibe la Iglesia por parte del Estado. Aparte de que la noticia mostraba poco rigor, poco contexto y prácticamente ninguna voz de contraste al mensaje de la asociación, el guión parecía identificarse con la campaña. En cualquier caso, la pregunta es obvia: ¿de verdad que el inicio de una campaña así de una asociación civil (sea cual sea su representatividad) era la noticia religiosa del día digno del prime time? Y entonces ¿por qué no lo es también cuando la Iglesia o cualquier asociación o institución religiosa pone en marcha una campaña para cualquier tema, religioso o no religioso? ¿Y no eran tampoco noticia ninguno de los múltiples eventos religiosos que tuvieron lugar ese mismo fin de semana en todo en el mundo, o en Cataluña mismo, que reunieron miles de personas?

Se podrían poner muchos otros ejemplos. Así, el pasado mes de junio TV3 ignoraba extrañamente una noticia tan relevante como el anuncio del nombramiento de un nuevo arzobispo en Tarragona, uno de los máximos responsables de la Iglesia en Cataluña. Pero se podría hablar también de otros ejemplos: dar en el telediario que el cardenal arzobispo de Barcelona declaró como investigado en un juzgado y luego no informar en el mismo espacio que ha sido exonerado y la causa se ha archivado; ofrecer máxima (y repetitiva) cobertura informativa a los casos de abusos sexuales en instituciones cristianas (de cualquier país) y muy poco o nula sobre los que se producen en otros ámbitos; amplificar cualquier campaña o posicionamiento crítico respecto de la Iglesia; recoger de forma distorsionada o sin contexto las declaraciones de responsables eclesiales, etc.

Y aunque aquí hablo de televisión, desgraciadamente en Cataluña Radio las cosas van en la misma línea.

Nos encontramos ante una situación grave. La marginación general y el intento habitual de asociar hecho religioso (sobre todo Iglesia Católica) con elementos negativos es un error y un desprecio inaceptable a una buena parte de la población.

Y es que una cosa es informar de los acontecimientos perjudiciales que se producen en el ámbito religioso, como en todos los demás, información que tiene innegable interés público. Pero otra es la pretensión de marginar o desacreditar las instituciones religiosas, que es completamente ilegítima en los medios de comunicación públicos. Su deber es promover una opinión pública bien informada y libre. Esto les obliga a informar con transparencia, objetividad y profesionalidad de todos los fenómenos sociales relevantes y, por tanto, a dar voz de forma normalizada a las comunidades religiosas y a no despreciar, estigmatizar o ignorar la religión, un hecho social con su propio valor e interés.




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