(Dsculpen esta tremenda equivocación. Por propia ignorancia en esta materia, no salió el contenido en su fecha programada: 05/07/16. Pero ahí va...)
Pero la acción de esta nueva élite corre el peligro de transformar
se en una iglesia no más colegial, sino más
verticalista. Parafraseando a
Montesquieu, se podría decir que la Iglesia católica era una monarquía (el papado) soportada por una nobleza (el
episcopado y la vieja élite del
laicado católico). Hoy gracias a los nuevos movimientos eclesiales, la Iglesia católica intenta liberarse de
la nobleza y se apoya sobre una nueva
élite que rechaza la obra de actualización realizada por los obispos conciliares y por el viejo laicado del
siglo XX. El final de una iglesia centrada en el obispo y el clero no ha
comportado el inicio de un modelo de iglesia
más participativo y sinodal, sino que ha comportado la implantación de un injerto "comunitarista"
dentro de las iglesias locales que
conservan un enraizamiento territorial que tiene profundas implicaciones
en el plano de la teología de la misión y de las relaciones iglesia-mundo.
Entre los perdedores por este fenómeno interno
de la iglesia post-conciliar se encuentra el que podemos llamar laicado
"suelto" o sin siglas, que
importa sobre todo por la fidelidad a una iglesia local (traducido en el
porcentaje de los que participan a la eucaristía dominical): el laico es más apreciado cuando esta encuadrado
en una asociación o organización
eclesial, lo que muchas veces comporta para los fieles "simples", es decir los que no
pertenecen a ninguna asociación católica,
una marginación de la real posibilidad de tomar parte activa en la vida
de la iglesia local.
La ultima realidad que pierde es la cultura católica
"liberal" (en sentido amplio) que
ve en la victoria de los movimientos una reedición post-moderna de la cultura ultra-montanista de raíz
decimonónica, en un enclaustramiento
de la cultura católica en un nuevo "gueto católico"
En el lado político-asociativo, con el paso del "movimiento
católico" a los "movimientos
eclesiales" nos encontramos con el final de la experiencia formativa de una élite política y
social católica que había salido de
la fase del control de los notables y de la supremacía clerical para abrazar
sistemas de selección y de sucesión de naturaleza asamblearia o de alguna
manera participativa. Con los nuevos movimientos católicos esta fase no solo ha
sido superada, sino negada y arrinconada en el archivo de la época
conciliar: en los nuevos movimientos cató- licos
hay líderes, no asambleas; no
elecciones. En un catolicismo todavía con estructura piramidal, entran
en escena homines novi que son portadores de biografías nuevas, pero que
en gran parte son extraños a los
decenios de luchas del laicado católico organizado para hacerse reconocer con una dignidad propia de
laicos.
A aquella cultura católica que en el curso del
siglo XX había desarrollado un pensamiento sobre el Estado y
sobre su legitimidad, algunos de estos movimientos católicos
le proponen una visión del Estado como usurpador de la verdadera
soberanía, es decir la de la iglesia sobre la sociedad. Esto se transforma, en el
escenario de la economía del tercer sector y de la solidaridad, en un
activismo, que efectivamente ha llevado al crecimiento, en los últimos
decenios, de una cultura del servicio social dentro del catolicismo
contemporáneo. Este activismo tiene una correspondencia
teológica que en no raros casos produce
efectos también sobre la formulación de la doctrina social y económica en el interior de la Iglesia católica. Este
elemento influye en la visión de la
iglesia sobre las cuestiones de la justicia social, y también acompaña una visión anti-liberal o pre-liberal del
rol del estado en la gestión del bienestar social y de la economía.
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