AMAR AL PRÓJIMO ES PERDONAR
(Mt 18, 21-35)
El Evangelio de este domingo nos ordena amar al prójimo y perdonar. Es un hecho que para algunas personas, muy comprometidas en las luchas sociales y políticas, les parece que este mandamiento de Jesús puede ser alienante y frenar su compromiso.
Estas personas plantean mal el problema, como si la fe con todas sus consecuencias fuera incompatible con la vida militante. En verdad, las dos se unifican, pues la esperanza y la entrega, aún la más radical del militante, tiene como único fundamento la fe. Y el problema se plantea mal, y lleva a muchos a apartarse de la práctica religiosa, porque a causa de una cierta educación religiosa recibida, y a causa de una cierta predicación, eran llevados a la conclusión que los militantes sociales eran movidos por el odio, y el amor cristiano se hacía incompatible con este dinamismo. Pero estos cristianos descubren con el tiempo, con el contacto de militantes que pertenecen al pueblo, que no es un verdadero revolucionario aquel que busca la destrucción de los otros. La verdadera y fecunda militancia quiere cambiar el mundo para que los hombres sean más fraternos, más iguales, menos divididos por la injusticia. Y como esto es exactamente lo que quiere Jesús, por este camino reencuentran el Evangelio.
En la lectura de hoy, Jesús quiere decir en el fondo que "como amen, serán amados; como perdonaren, serán perdonados; el Padre se comportará con ustedes de la misma manera que ustedes se comporten con los demás". Y que en consecuencia con lo que rezamos en el Padre Nuestro, no podemos liberar a los otros si no nos liberamos a nosotros mismos; que no podemos amar a los demás si antes no descubrimos lo que significa que seamos amados. Siempre que no hagamos de esto una cosa después de otra, pues durante mucho tiempo hay cristianos que han dicho: "primero conviértete, y luego piensa en tu hermano; primero cambia tu corazón y luego piensa en cambiar el mundo". Esto es justo, pero puede ser mal entendido. Jesús no convirtió a sus Apóstoles en un gueto y después los hizo responsables del reino. Los ha convertido en el camino, los ha enviado no convertidos y ha aprovechado las ocasiones concretas para ayudarlos en su conversión. Si uno se preocupa por el bien de los demás, esto es ya una señal de que es llamado a trabajar por el reino y que Jesús quiere convertirlo.
Por eso no parece cristiana una cierta manera de hablar de los capitalistas y de los ricos como si ellos fueran los únicos responsables de los males del mundo, y nosotros fuéramos ¡nocentes. Nosotros somos los buenos y los otros los malos. Esto es una visión sectaria. En cambio el verdadero testimonio lo dan cristianos muy comprometidos, que han sufrido a causa de la justicia, pero sin ningún odio. Ellos dan testimonio de una absoluta imparcialidad, de una falta de maledicencia, de desahogos inútiles. Estos cristianos nos hacen comprender que la verdadera revolución quiere la justicia, la fraternidad, la amistad entre los hombres. Y esta manera de ser cristiano es convincente. Creo que este Evangelio nos lleva a meditar sobre la responsabilidad que todos tenemos ante la historia, en la cual debemos inyectar el amor, la reconciliación y el perdón.
El Evangelio de este domingo nos ordena amar al prójimo y perdonar. Es un hecho que para algunas personas, muy comprometidas en las luchas sociales y políticas, les parece que este mandamiento de Jesús puede ser alienante y frenar su compromiso.
Estas personas plantean mal el problema, como si la fe con todas sus consecuencias fuera incompatible con la vida militante. En verdad, las dos se unifican, pues la esperanza y la entrega, aún la más radical del militante, tiene como único fundamento la fe. Y el problema se plantea mal, y lleva a muchos a apartarse de la práctica religiosa, porque a causa de una cierta educación religiosa recibida, y a causa de una cierta predicación, eran llevados a la conclusión que los militantes sociales eran movidos por el odio, y el amor cristiano se hacía incompatible con este dinamismo. Pero estos cristianos descubren con el tiempo, con el contacto de militantes que pertenecen al pueblo, que no es un verdadero revolucionario aquel que busca la destrucción de los otros. La verdadera y fecunda militancia quiere cambiar el mundo para que los hombres sean más fraternos, más iguales, menos divididos por la injusticia. Y como esto es exactamente lo que quiere Jesús, por este camino reencuentran el Evangelio.
En la lectura de hoy, Jesús quiere decir en el fondo que "como amen, serán amados; como perdonaren, serán perdonados; el Padre se comportará con ustedes de la misma manera que ustedes se comporten con los demás". Y que en consecuencia con lo que rezamos en el Padre Nuestro, no podemos liberar a los otros si no nos liberamos a nosotros mismos; que no podemos amar a los demás si antes no descubrimos lo que significa que seamos amados. Siempre que no hagamos de esto una cosa después de otra, pues durante mucho tiempo hay cristianos que han dicho: "primero conviértete, y luego piensa en tu hermano; primero cambia tu corazón y luego piensa en cambiar el mundo". Esto es justo, pero puede ser mal entendido. Jesús no convirtió a sus Apóstoles en un gueto y después los hizo responsables del reino. Los ha convertido en el camino, los ha enviado no convertidos y ha aprovechado las ocasiones concretas para ayudarlos en su conversión. Si uno se preocupa por el bien de los demás, esto es ya una señal de que es llamado a trabajar por el reino y que Jesús quiere convertirlo.
Por eso no parece cristiana una cierta manera de hablar de los capitalistas y de los ricos como si ellos fueran los únicos responsables de los males del mundo, y nosotros fuéramos ¡nocentes. Nosotros somos los buenos y los otros los malos. Esto es una visión sectaria. En cambio el verdadero testimonio lo dan cristianos muy comprometidos, que han sufrido a causa de la justicia, pero sin ningún odio. Ellos dan testimonio de una absoluta imparcialidad, de una falta de maledicencia, de desahogos inútiles. Estos cristianos nos hacen comprender que la verdadera revolución quiere la justicia, la fraternidad, la amistad entre los hombres. Y esta manera de ser cristiano es convincente. Creo que este Evangelio nos lleva a meditar sobre la responsabilidad que todos tenemos ante la historia, en la cual debemos inyectar el amor, la reconciliación y el perdón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.