Fuente: Escuela para el Cambio
La portada es una fotografía aérea del Centro Arrupe – SJM
Hace poco más de 50 años los rebaños de ovejas pastaban plácidamente en tierras de Nador (Marruecos) y de Melilla (España) sin conocer fronteras ni valla alguna. Los mayores de la zona recuerdan a niños españoles y marroquíes jugando en ese espacio fronterizo entre ambos países, en territorio norteafricano, que ahora está presidido por una valla infranqueable, fuertemente militarizado, que ha convertido un lugar de convivencia, sueños y esperanza para muchos, en otro de abandono, dolor y muerte.
La primera alambrada de pinchos, de apenas dos metros de altura, se instaló en la frontera de Melilla en 1971 para frenar un brote de cólera en Marruecos
En 1997 comenzó la construcción de la actual valla, de 12 km de longitud y 6 metros de altura, con doble perímetro, una zona interna con otra pequeña valla y cablería cruzada, fuertemente vigilada, y llena de concertinas (alambradas llenas de pequeñas cuchillas) en el lado marroquí.
La movilidad de personas es un
fenómeno que siempre ha existido en la historia de la humanidad. Gente que
va de un lugar a otro en busca de alimento, estabilidad, nuevas oportunidades…
Sin embargo, desde hace una década las cifras de personas que huyen de sus
países aumentaron de forma exponencial. También los muros y vallas han crecido
en número y altura en todo el mundo.
Esa movilidad forzosa de personas, especialmente desde la guerra de Siria, en 2015, se ha disparado. El número de refugiados ha pasado de casi 60 millones ese año a los 110 millones de este 2024. Guerras, violencia, pobreza, hambre, crisis climática son los motivos que los obligan a dejar sus países en el Sur para buscar oportunidades en el Norte rico (Estados Unidos y Europa). Una de las rutas más transitadas, junto con la centroamericana hacia Norteamérica, es la que atraviesa la llamada Frontera Sur (Marruecos-España).
Tuve la oportunidad de visitarla este verano de 2024, durante una experiencia de meditación y oración llamada Tariq Emaús, organizada por el equipo de migraciones de CVX España. Una invitación a encarnarse en la ruta migrante desde el norte de África hasta la costa andaluza, especialmente con llegada a Almería.
Miles de personas subsaharianas, pero también asiáticas (sirias, afganas…) llegan a esa frontera con la intención de saltar la valla de Melilla o de tomar un cayuco con el que atravesar el Mar de Alborán y llegar a la costa andaluza. Antes de tomar esa opción, y tras pagar grandes sumas a las mafias, se refugian en los montes cercanos a Nador (Gurugú) donde han llegado a formarse cerca de 50 campamentos, habitualmente divididos por nacionalidades, donde viven en condiciones infrahumanas a la espera del momento para cruzar a Europa, bien por mar o por tierra.
Todo cambió desde el pasado 24 de junio de 2022. Ese día hubo un intento masivo de salto de la valla de Melilla por parte de cientos de personas provenientes del África negra, la mayoría sudaneses. Muchos de ellos murieron en el intento (entre 26 y 40 muertes según las distintas fuentes) en una de las mayores tragedias ocurridas en esa frontera en los últimos años.
Este hecho, unido al fuerte control fronterizo de Marruecos financiado por la UE, está provocando que esta ruta se vaya trasladando de nuevo al sur, al Sáhara y Mauritania, para cruzar a España por otra ruta más larga y peligrosa, la que lleva a Canarias.
Lugares de solidaridad, de encuentro. Las fronteras son lugares de miedos, barreras, del límite de lo conocido, de muerte, pero también de intercambio, aprendizaje y solidaridad. En Nador conocí la Delegación Diocesana de Migraciones, donde pequeñas pero muy valientes comunidades católicas (Jesuitas, Hijas de la Caridad, Esclavas de la Inmaculada Niña), también colaborando con ong marroquíes, trabajan a diario por atender a esta población migrante, apoyándola en todos los ámbitos (social, sicológico, legal, médico…). De forma conjunta gestionan el Centro Baraka (que significa bendición en árabe), un espacio que ofrece a diario formación y atención a todas las personas desplazadas que allí se acercan. Bastantes son madres solas con sus pequeños que han sido gestados durante un viaje que a veces duras entre 2 y 3 años, muchas veces fruto de violaciones durante la ruta migratoria. Muchos quedan atascados en esta ciudad fronteriza de Nador durante años. Otros, como Yoel, que vivió en el bosque Gurugú y que fracasó en su intento de salto, trabaja ahora con la DDM en el área de apoyo psicosocial a personas migrantes.
Éste es uno de los proyectos que apoyamos desde Entreculturas vinculado a la causa de movilidad humana y que para varias de nuestras delegaciones en territorio español es el centro de sus acciones de movilización y recaudación en los dos últimos años.
Cruzar hasta el “mar de plástico”. La otra opción para llegar a Europa, si no quieren correr el riesgo de saltar la valla de Melilla, es viajar en cayucos desde Nador u otros puntos de la costa marroquí hacia Motril, Almería u otras ciudades costeras. Es una ruta que se hace cómodamente en ferry en 6-7 horas de navegación, pero que en esas embarcaciones pueden tardar entre uno o tres días, con el riesgo de desorientarse y acabar en Valencia, Mallorca o de hundirse por las malas condiciones del mar o por falta de combustible.
¿Por qué la gran mayoría quiere llegar a Almería? Pues porque allí se encuentra la gran huerta de Europa: 33.000 hectáreas de invernaderos (superficie equivalente a algo más de 33.000 campos de fútbol), un auténtico mar de plástico que se ha hecho famoso porque incluso se ve desde el espacio como un punto blanco en la costa almeriense.
Y, por tanto, hay trabajo todo el año. Los tomates, melones, sandías, calabacines y todo tipo de frutas y verduras que abastecen a Europa. Cada día salen de estos invernaderos entre 1.000 y 1.200 tráiler llenos de estos alimentos.
¿En qué condiciones viven allí estas personas procedentes de África?: pues en la peores. La mayoría de los trabajadores son inmigrantes, muchos marroquís y, de ellos, el 85% sin papeles. Eso les sitúa en unas condiciones laborales indignas, sin contratos, cobrando muy poco (a veces 3-4 euros la hora) y trabajando a casi 50º de temperatura bajo los plásticos. No hay vivienda para ellos, ni intención de solucionar su falta. Por ello, la mayoría o viven en el propio invernadero con la autorización del empresario o malviven en alguno de los 44 asentamientos que he conocido en la zona de Níjar, muy cerca del Cabo de Gata.
Un asentamiento como el de Atocheros, que visité durante una tarde, acoge a unas 800 personas, el 99% hombres y jóvenes. Allí se hacinan en chabolas de cartón y plástico, sin agua, con la electricidad “enganchada” a la red eléctrica más cercana y sin saneamiento ni recogida de basuras. El inframundo entre invernaderos. E incluso en medio de tanta miseria se ha montado un pequeño burdel donde tres mujeres se ganan la vida con la prostitución. Pero también hay una pequeña escuela donde los jesuitas y sus colaboradores ofrecen clases de español y un acompañamiento personal tan necesario en esas condiciones.
Son invisibles. Y nadie les ve, o no les quieren veR. Son como fantasmas que te cruzas sobre su bicicleta pero que no tienen ni tiempo ni opción de integrarse con la población local, que tampoco les quiere ver. En esta zona, Níjar, los ultras de Vox son la tercera fuerza más votada en este ayuntamiento almeriense.
Pero como en Nador, aquí también hay “ángeles” protectores de esta realidad. El Servicio Jesuita a Migrantes acaba de abrir su sede en Almería, entre los invernaderos de Níjar. Es un oasis en medio de este desierto de calor y plástico. Allí atienden a estas personas e incluso dan cobijo provisional en una de las 12 habitaciones que tienen en la recién estrenada Casa Arrupe. Un espacio de dignidad en medio de tanta miseria.
En otra de las zonas que he visitado, El Ejido, los asentamientos han sido destruidos por orden del ayuntamiento y los miles de migrantes viven escondidos en los propios invernaderos o en infraviviendas que han podido alquilar (la mayoría garajes acondicionados). Una población que hace 40 años tenía 3.000 habitantes y ahora tienen 90.000, con un 34% de población extranjera. Allí pude conocer el valioso trabajo de acompañamiento, acogida, inclusión, pero también de incidencia política ante esta realidad, que realiza la CEPAIM (Consorcio de Entidades para la Acción Integral con Migrantes).
El sueño europeo de miles de migrantes no solo se complica cada día más, sino que una vez llegan aquí, las condiciones en que viven nada tienen que ver con sus expectativas iniciales, todo lo contrario. Pero volver significa fracasar. Algunos lo hacen, otros no tienen otra opción que malvivir aquí o seguir ruta hacia otros países europeos, pese a los intentos de la UE de alejar cada vez más las fronteras de este flujo migratorio que llega desde África.
He visto lo peor pero también lo mejor del ser humano en estos contextos de frontera. En medio de esta tragedia migratoria, todos necesitamos motivos para la esperanza. Y yo, en este Tariq Emaús, los he encontrado.
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