Artículo publicado también
en Fundación Hugo Zárate
y (en valenciano) en Grup Cristiá del Dissabte
La catástrofe de la Dana seguirá marcando el futuro, de los valencianos sobre todo. Aunque se diga que lo que importa ahora es actuar, no discutir, la manera como se entienda la futura reconstrucción de las “regiones desvastadas” (¡) puede determinar el futuro de nuestra tierra y, sobre todo, la de nuestra Horta Sud, cuna del mayor movimiento cooperativo surgido en España tras el de Mondragón. El vicepresidente elegido para esa tarea es un general retirado. Ha dicho que él viene como técnico estratega en hacer amplios proyectos y no quiere meterse en política. ¡Cuidado! La política bien entendida es la única que podrá revelar a todos qué es lo que más necesita y quiere la gente víctima de la catástrofe. Esa es la experiencia sacada por el autor de otras catástrofes vividas. AD.
Fuente: ATRIO
Por Joaquín García Roca
06/12/2024
He vivido, desde dentro y en primera línea, los secretos de la bestia en forma de huracán Mitch (1998) que desoló Centroamérica con 11.374 muertos, y el terremoto de El Salvador (2001) con 944 muertos que destrozó el pulgarcito de América.
En el primer caso fui espectador, en el segundo voluntario junto con 30 cooperantes del Máster Interuniversitario de Cooperación. Pude ver distintas formas de enfrentarse a la catástrofe: la osadía del alcalde que prometía: “pronto les traeremos la ayuda, ya la estamos gestionando. No hay por qué alarmarse, ni alborotarse”; la arrogancia del presidente de Honduras que invitaba a trabajar y callar; «Ayudaría más el que menos estorbe, ayudaría más el que menos confunda y agite a los demás»; el interés de empresarios dispuestos a mejorar el país: “es un paso hacia adelante, las casas serán reconstruidas a mejor y se renovará el equipamiento habitacional”; la solicitud del ejército en la prensa: “la Fuerza Armada ha sido la institución que ha respondido de mejor manera a las grandes necesidades de los damnificados, deberían ser ellos los encargados de la reconstrucción”, la voluntad controladora de la Conferencia de Washington, (1999) y la Conferencia de Madrid, (2001) para dictar las condiciones de la ayuda. Todas estas forman están teniendo su equivalente en la gestión de la DANA en Valencia.
Hubo también organizaciones solidarias y comunidades populares que pusieron en el centro de la reconstrucción a los seres humanos, que piensan y sienten, sufren y desean, deciden y actúan; advertían que toda catástrofe natural es también ambiental, social y política: «las fuertes lluvias, pusieron al desnudo la fragilidad del sistema ecológico y el drama de la extrema pobreza», Las comunidades populares creaban comités de emergencia “con un padre católico, una pastora evangélica, un policía, uno del ejército y uno de la directiva comunal”. Reclamaban de este modo una federación de voces, un movimiento arraigado en el territorios con vínculos local, nacional e internacional; una acción conjunta de los propios damnificados con los distintos actores políticos y sociales, con las capacidades latentes en cada persona y con las potencialidades endógenas del territorio; en síntesis una planificación con participación social. Como reconoce el inspirador del Desarrollo Humano de Naciones Unidad, el economista indio, Amartya Sen, en Idea de Justicia (2010) : “es necesario ir más allá de las voces de los gobiernos, los mandos militares, los dirigentes empresariales y otros en posiciones de influencia, que tienden a ser escuchados con facilidad, para prestar atención a las sociedades civiles y a las gentes más débiles”.
¿Qué significa prestar atención a las sociedades civiles y a las gentes más débiles para la reconstrucción? Significa que ninguna planificación desactivará un poder destructivo si no cuenta con las capacidades y anhelos de la población, si no despierta el sentido de responsabilidad sobre lo que es propio, la participación sobre lo que es común, y la cooperación en lo que es compartido. No basta que cualquiera pueda mandar alguna sugerencia al plan que viene de arriba; ni es suficiente, aunque sean primordial, la participación orgánico e institucional de nuestros representante políticos y sindicales sino que resulta urgente que todos nos pongamos “en modo participación”. Tres cuestiones básicas resultan decisivas para el debate participativo y democrático: hacia dónde queremos ir, cómo deseamos vivir y con quien queremos vivir.
La primera cuestión plantea hacia dónde queremos ir. Queremos reconstruir lo que hemos perdido para que vuelvan las cosas como estaban antes de la catástrofe o queremos mejorar la calidad de vida, humanizar el territorio y crear unos pueblos más justos, ecológicos y sostenibles. Si sólo aspiramos a recuperar lo que había, estaremos preparando la próxima destrucción, si por el contrario queremos reconstruir trasformando podemos convertir nuestra derrota en mejoramiento y la destrucción en vuelo. Sólo si nos hablamos y nos escuchamos, si nos formamos e informamos, si nos evaluamos y avanzamos podremos avanzar hacia un porvenir humano.
La segunda cuestión plantea si hay que construir los pueblos en torno a las personas o en torno al automóvil. A juzgar por el cúmulo de coches destruido por la DANA, nuestros pueblos estaban habitados por vehículos. Si ponemos en el centro de la reconstrucción a las personas, priorizaremos los parques verdes, las aceras, los paseos, los espacios de encuentro, las escuelas, los servicios públicos y los lugares de la memoria; si en el centro colocamos a los coches, priorizaremos las autopistas, los pasos elevados, los lugares de aparcamientos, las zonas residenciales y los centros comerciales fuera del pueblos.
Creímos que la modernización de nuestros pueblos se medía por el número de coches, por las autopistas y los centros comerciales fuera de la ciudad; ahora sentimos la necesidad de espacios verdes, comercios de proximidad, zonas de encuentros para relacionarnos con los vecinos, pasear y contemplar la belleza de la naturaleza; si vivimos para trabajar nos bastan apartamentos aislados, familias cerradas, coches rápidos, si trabajamos para vivir necesitamos contacto, encuentro, música, baile y plegaria. Si se prioriza el ser humano, que es personal, cálido, y comunicativo, se construirán viviendas seguras en lugares seguros, casas de baja altura, carriles bicis y un centro vivo; si lo primero lleva a financiar los coches y endeudarse con la adquisición de vehículos particulares, lo segundo conlleva fortalecer las comunicaciones públicas, autobuses, trenes y metros. Si salimos todos con coches de esta catástrofe, colaboraremos decididamente a empeorar el clima que ha originado la catástrofe. Si vivimos acelerados, necesitaremos más coches, si caminamos a paso humano necesitaremos más aceras, parques y lugares de encuentro. ¿Calles-paseo y/o calles-apartamento?
La tercera cuestión nos sitúa ante el dilema de reconstruir pueblos inclusivos o excluyentes. La catástrofe nos ha mostrado que convivíamos con zonas de máxima precariedad, con personas vulnerables en el interior de las casas, inmigrantes desprotegidos por irregularidad administrativa, personas sin derechos, ni residencia ni cobertura legal a las afueras del pueblo. Y así nació un extrarradio de personas que en un primer momento venidas de los campos y ahora de otros países que se agrupan entre ellos para mantener su identidad. No consintamos que nuestros pueblos se reconstruyan sobre la invisibilidad de personas y grupos sociales, que todavía hoy andan desplazados en Centro de Acogida esperando su regreso al pueblo en el que viven y trabajan, más bien hagamos de nuestros pueblos sociedades inclusivas, espacios protegidos, escudos protectores donde cada persona pueda elegir la vida que considere buena. Solo la construcción de un “nosotros” podrá defendernos del monstruo. Cuando se une una cantidad suficiente de personas en torno a una causa, muchos ideales son alcanzables. La catástrofe ha despertado también el sentido de responsabilidad sobre el entorno, la participación en la organización comunitaria, el florecimiento de un voluntariado maduro, y la cooperación entre los pueblos.
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