viernes, 13 de diciembre de 2024

El rumbo perdido de la Conferencia Episcopal Española


José Miguel Rodríguez, de la Universidad de Valladolid y compañero mío durante muchos años en el Consejo de Dirección de Iglesia Viva, acaba de publicar una esta magnífica síntesis de los cambios de rumbo de la CEE. Coincido plenamente en lo que dice, de lo que he sido testigo muy directo desde los años cincuenta del siglo pasado. Creo que es importatnte en estos tiempos de cambios profundos en la Iglesia y en la sociedad, en España y en el mundo entero. ser conscientes de hacia donde se orientan las iglesias. En época de restauacionismo (véase Notre Dame como símbolo) hay que ser a la vez realistas y críticos. Por eso recomiendo la lectura completa de ese texto en la revista política&prosa que lo publica en su web tanto en catalán como en castellano. Para animar al lector, extraigo y comento aquí algunos párrafos. AD.

Fuente:     ATRIO

Por    Redacción

12/12/2024

El neoconservadurismo de la actual jerarquía episcopal española es heredero de una larga tradición histórica, ahora con combates sociopolíticos en parte similares a los desarrollados en otros países. Sólo durante un breve periodo del siglo XX los prelados salieron de su Iglesia-fortaleza para afrontar los retos de una sociedad más diversa.

 

Del latido nacionalcatólico a una fugaz primavera eclesial

La Iglesia de la España “evangelizadora de la mitad del orbe, martillo de herejes, luz de Trento” -según escribió en 1882 Marcelino Menéndez y Pelayo, quien unía catolicismo con hispanidad-, transitó del siglo XIX al XX siendo religión oficial del Estado. Con clérigos muchas veces funcionarios de lo sagrado y fieles laicos cristianos por tradición, únicamente determinadas iniciativas sociales alumbraban la oscuridad.

Estuvo al margen del movimiento teológico “modernista”, que entonces sacudió a la Iglesia romana en algunos países europeos. Frente al integrismo, proponía adaptar el cristianismo a la evolución de las ciencias y del pensamiento, recibiendo la condena papal. Así, la visión nacionalcatólica de D. Marcelino continuó adelante, con su máxima expresión en una postguerra reflejada por el jesuita Alfonso Álvarez Bolado en El experimento del nacionalcatolicismo (1976).

En los pasados años cincuenta, el episcopado español también estuvo al socaire de las novedades procedentes de la teología y de los estudios bíblicos en Bélgica, Francia,Suiza o Alemania […]

El concilio Vaticano II (1962-1965) intentó afrontar los cambios en una sociedad diversa, con la casi totalidad de la Iglesia hispana a contrapelo y en simbiosis con el franquismo. La inmensa mayoría del episcopado se opuso a la declaración conciliar Dignitatis Humanae, sobre la libertad religiosa. […]

[…] Desde finales de los años sesenta y durante los setenta, hubo cambios externos visibles y cierto grado de aggiornamento doctrinal, dentro de una ligera primavera eclesial, con el cardenal Vicente Enrique y Tarancón al frente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) entre 1971 y 1981.

Elegido el papa Juan Pablo II en 1978, el nacionalcatolicismo polaco acudió en auxilio de las resistentes huestes de su homónimo español, capitaneadas desde Toledo por el cardenal Marcelo González, antes arzobispo de Barcelona. Convertido su seminario en baluarte de la formación sacerdotal tradicional, durante su homilía funeraria de exaltación de Francisco Franco, en 1975, señaló el punto clave aún hoy: exigió mantener la “civilización cristiana”.

 

La involución: impulso desde Roma y colaboradores hispanos

En los primeros años ochenta, se notó la restauración por Juan Pablo II de contenidos doctrinales, prácticas pastorales o devocionales y -muy importante- un estilo de gobierno tipo “ordeno, mando y condeno”. Era una revisión indietrista (hacia atrás) del concilio. Juan Pablo II contó con el cardenal Joseph Ratzinger, quien, tal vez por la dura contestación estudiantil siendo profesor en Alemania durante el Mayo del 68, pasó desde aportaciones teológicas innovadoras a posiciones involucionistas, regresando a una Iglesia-fortaleza, encerrada en sí misma frente a los enemigos exteriores,  y sosteniendo las llamadas “verdades innegociables”: la familia tradicional, un hombre y una mujer; el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus creencias religiosas y morales; o la defensa de la vida humana, rechazando el aborto y la eutanasia.

La gran mayoría de obispos se reacomodaron ante el nuevo poder. Por convicción, por miedo o por posibles futuros ascensos en la “carrera eclesial”. Juan Pablo II aceptó la renuncia de Vicente Enrique y Tarancón al cumplir 75 años, previa reprimenda por la pérdida de protagonismo de la Iglesia española.

En 1983 se inicia la liberación de España de los “excesos renovadores” e “interpretaciones conciliares en ruptura con la Tradición”, trasladando a Ángel Suquía, arzobispo de Santiago de Compostela, a Madrid, para luego presidir la CEE (1987-1993). Y a partir de 1999, con los presbíteros toledanos repartiéndose por diversas diócesis, un verdadero príncipe de la Iglesia, Antonio María Rouco, arzobispo de Madrid desde 1994, fue elegido presidente de la CEE y aceleró la restauración deseada por Roma. Probablemente, en el peor momento, pues los cambios sociopolíticos impulsaban de por sí una secularización que dicha contrarreforma sólo podía reforzar.

Hasta la jubilación de sus cargos en 2014, Rouco fue el virrey del Vaticano para España. Al controlar los nombramientos episcopales, diseñó una CEE muy mayoritariamente formada por obispos meros repetidores del ideario contrarreformista, centrados en prácticas tradicionales y piadosas. […]

 

Del síndrome de la incomprensión a las coincidencias peligrosas

La impronta de Rouco persiste en la mayor parte de los obispos. Por ello, el grueso de la CEE se situó ante Francisco con un “esperar y ver”, dada su avanzada edad. En la práctica, una resistencia pasiva, pero sin estridencias públicas, aunque Rouco reconoció que la elección de Francisco en 2013 no era su opción. Sólo unos pocos obispos integristas estruendosos continuaron con proclamas muy ardientes, evidenciando que su prepotencia supera su inteligencia. Mientras, el resto de los obispos se limitó a resaltar la incomprensión de muchos medios de comunicación, del Gobierno socialista y, en general, de una sociedad compleja, alejada de su concepto de Dios y de sus criterios morales.

Este “síndrome de la incomprensión” se ha potenciado durante las presidencias de la CEE por Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid (2014-2020), y Juan José Omella, arzobispo de Barcelona (2020-2024). Y, desde marzo de 2024, con la presidencia de la CEE en manos de Luis Argüello García, sucesor de Blázquez como arzobispo de Valladolid y quien merece aquí una pequeña reseña.

Luis Argüello es un conservador listo, más bien que éclairé o enlightened. Políticamente hábil, sencillo, de trato agradable, trabajador, con capacidad ejecutiva, gran lector y con “una mentalidad muy laica”, según quienes le conocen bien. Esto último le anima a la guerra cultural en diversos temas e, inevitablemente, con cierta carga ideológica -que, a su vez, atribuye a los demás-. Fue cocinero (activista en la universidad, compañero conductor en el PCE y asesor del PSOE) antes que fraile (sacerdote, ordenado ya con más de treinta años, y obispo) y mentor del Movimiento Cultural Cristiano (MCC) y de su escisión Encuentro y Solidaridad (ES), a su vez impulsores del partido SAIn (Solidaridad y Autogestión Internacionalista). […]

Retomando las declaraciones de incomprensión, en paralelo encontramos en los últimos tiempos una consolidada “coincidencia” de la mayoría de la CEE con el Partido Popular e incluso con Vox, debido al sentir de los obispos ante el procés català y frente a las políticas del Gobierno de Pedro Sánchez en materia de “verdades innegociables”. Esta “coincidencia” no puede ser negada: basta repasar documentos de la CEE y de las diócesis, o cartas pastorales, declaraciones, entrevistas, etc., de los obispos, sin olvidar la novedosa vía de las redes sociales y plataformas digitales. Muy en especial, Twitter/X, donde el rigor intelectual es imposible y resulta alto el riesgo de mensajes con refritos de ideas indebidamente combinadas.

[…]

Esto lleva a la otra cara de la moneda, que se perfila políticamente como una especie de “catolicismo evangelicalista”. Encabezados por su presidente, diversos obispos españoles parecen compartir algunas de las preocupaciones de los teocons, neocons y hasta determinados puntos de la alt-right de Estados Unidos -con gran peso del evangelicalismo-, concordando con ciertas guerras culturales allí y en algunos otros países de Europa, América del Sur, etc. Como ha escrito Nate Hochman, el declive de la religión organizada dentro de la derecha, ha sobrealimentado la guerra cultural.

Los citados obispos siguen la moda de la cultura anti-woke; algunas de sus declaraciones tienden al “anti-puritanismo” -como Noah Rothman en su libro The Rise of the New Puritans (2022)-; son reticentes ante el indigenismo o el movimiento Black Lives Matter; y marcan distancia con los nacionalismos dentro del Estado español -valorando la monarquía y la Constitución, junto con la unidad de España como “bien moral”, mientras, paradójicamente, la propia Constitución admite ideologías en sentido contrario-. […]

En el fondo, la CEE tiene unas preocupaciones con un núcleo común: el temor a perder poder e influencia dentro de una sociedad plural, con lo cual parece que a veces anhela un régimen de neocristiandad. Se olvida de unas sabias palabras del “aperturista” Alberto Iniesta, obispo auxiliar de Madrid, en 1976:

Este pluralismo se impone tanto desde la realidad de la vida de España en estos momentos como desde los principios recibidos del Vaticano II […]. [La Iglesia debe anunciar] su ideal cristiano, y ello más con obras que con palabras, pero sin imponerlo a nadie que no sea creyente ni buscar adhesiones forzadas [y] no apoyándose en fuerzas y poderes del mundo.

 

 

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