sábado, 7 de diciembre de 2024

Cristianismo y ultraderecha

Fuente:    Cristianisme i justícia

Por  Mª Carmen de la Fuente

05/12/2024

 


Tanto en la última convocatoria de elecciones al Parlamento Europeo como en las de los diferentes estados de la UE hemos visto un incremento en el número de votantes a partidos de ultraderecha. Se trata de formaciones políticas diversas, pero con una narrativa común que ha incorporado la religión cristiana hasta el punto de haber llegado a la asociación entre la una y la otra. No nos extraña oír a políticos ultraderechistas identificando el cristianismo con un «nosotros» que entiende como propio de aquello que ellos llaman «cultura occidental». Una cultura que caracterizan como homogénea y que estaría sostenida por valores tradicionales que tendrían que regir la vida pública, privada, social y política. De esta forma, el «nosotros» cristiano se presenta como lo bueno, mientras que «el resto» (que suele estar identificado con un «ellos» —que hace referencia al Islam—), no solo tiene que ser excluido, sino que también se tiene que combatir. Esta actitud excluyente deja de lado consensos universales como los derechos humanos, la dignidad inalienable de todas las personas y, desde una mirada cristiana, vacía de sentido parábolas como la del buen samaritano (Lc 10, 25-37) o tradiciones como la de la hospitalidad (Hb 13, 2).

En el caso de España, esta dinámica la hemos visto concretada en la utilización del catolicismo como un elemento más de la estrategia política de algunos partidos de ultraderecha. Una razón posible de esta utilidad la apunta César Rina al afirmar que, en España, el cristianismo católico, pese a ser una tradición en declive demográfico, aún sobrevive como propiciadora de ritos y red de comunidades. Efectivamente, sabemos que, en nuestra casa, en el entorno de la iglesia católica seguimos encontrándonos personas y comunidades que reconocemos a Dios como fundamento de la realidad y de la vida; pero también sabemos que, si nos pusiésemos a dialogar sobre nuestras creencias, encontraríamos una gran diversidad, fruto de las múltiples culturas, tradiciones y experiencias que las alimentan y las sostienen. A pesar de esto, el catolicismo incorporado por la ultraderecha obvia cualquier diversidad y propone una imagen única de Dios, una única idea de comunidad y una única forma de expresarse a través de símbolos e imágenes.

La imagen de Dios que se ofrece como la única posible y la correcta suele ser la de amo y juez del mundo y de la vida, que interviene en la creación por medio de su poder y que tiene la capacidad para iniciar o frenar la destrucción del mundo y cualquier catástrofe —inclusive aquellas provocadas por la intervención del hombre, como la explotación de la tierra y de los recursos naturales que conduce al cambio climático, sistemáticamente negado por distintas fuerzas políticas—. Lejos de esta imagen habría la del Dios compasivo y misericordioso, que acompaña pero que no interviene, que empuja hacia la construcción de un mundo más justo donde todo el mundo tenga vida y vida en abundancia (Jn 10, 10).

En lo que se refiere a la idea de comunidad, esta también se presenta de forma única, inamovible y asociada a la nación. Una nación-comunidad que se construye con los que son como «nosotros» y que se identifica como fuente de esperanza y de seguridad. La nación bautizada como comunidad fuerte se ofrece especialmente a todas esas personas que viven más expuestas al miedo y a la incertidumbre, sea por su situación social y económica como por la dificultad a la hora de situarse ante «grandes cuestiones» como el final de la vida, el reconocimiento de la diversidad sexual, la educación y el futuro de hijos e hijas o los dilemas morales y éticos que acompañan la existencia humana. Se trata de una propuesta de sentido, con posicionamientos claros que se fundamentan en valores calificados de cristianos, pero que en la práctica acaba proyectando una idea de comunidad(-nación) siempre de iguales, de un «nosotros» versus «ellos». Y estos «ellos» quedan excluidos del proyecto pese a tener hambre o estar sedientos, pese a ser extranjeros, pese a ir desnudos o estar presos (Mt 25).

Para identificar y dar visibilidad a este «nosotros», los partidos de ultraderecha han utilizado signos y símbolos de la tradición cristiana y católica. El más claro es el de la cruz, que se incorpora como «complemento» visible, pero también las celebraciones y los ritos que son instrumentalizados en convocatorias políticas (por ejemplo, los llamados a rezar el rosario ante sedes de partidos como forma de protesta). Estos símbolos a menudo son adaptados a la estética que cada momento y cada público, a la vez que suelen desproveerse de su significado más profundo, que «no es otro que la denuncia de la absolutización de los poderes (políticos, económicos o mediáticos) de este mundo»; así, esta apropiación tiene más que ver con las formas que con los contenidos.

Ante esta utilización del catolicismo cristiano, múltiples sectores de iglesia, desde hace años, se han movilizado para denunciar lo que se vive y se entiende como un «secuestro» y un uso del Evangelio para imponer propuestas totalitarias y justificar el odio. Voces que, reconociendo el cristianismo como inspiración en el trabajo por la justicia y en la construcción de alternativas de dignidad universal, apuntan a la necesidad de liberarlo de cualquier instrumentalización política. En este marco, surgen propuestas varias, de entre las cuales recogemos algunas que hacen referencia a la generación de espacios para la reflexión y la autocrítica. Es importante, por lo tanto:

·         Posibilitar diálogos profundos sobre los elementos de una ética comuna universal y sobre cuestiones complejas, que a menudo dejamos de lado y que son fuente de seguridad y de certeza en un mundo líquido (entre otros, la moral, el bien y el mal, el futuro que imaginamos o los valores).

·         Cuestionar cómo las posiciones políticas, en especial las progresistas, se relacionan con la religiosidad como opción válida de sentido para muchas personas.

·         Apostar radicalmente para fortalecer la democracia, poner en el centro la protección de los últimos (independientemente de su raza, origen o religión) y trabajar ante el miedo, que es también humano pero que puede deconstruirse. En este sentido, tenemos un sentido claro y samaritano recogido en la encíclica Fratteli Tutti del papa Francisco.

Existen, pues, alternativas posibles ante las narrativas que los partidos de ultraderecha imponen en casa y por todas partes. Ninguna de estas alternativas es sencilla ni automática, pero no son, tampoco, imposibles: todas pasan por seguir el Evangelio y por continuar construyendo comunidades, comunidades con capacidad para compartir los miedos y sostener la esperanza en un mundo diverso.

 

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