viernes, 28 de febrero de 2025

La enfermedad de Francisco desencadena el debate sucesorio

Fuente:     El Periódico

Por    Albert Garrido

26/02/2025

 

El precario estado de salud del Papa, hospitalizado en Roma, ha abierto el debate sobre los papables, sobre quién o quiénes están mejor situados para sucederle. Los precedentes inmediatos permiten tanto pensar en una opción continuista como en un cambio de rumbo, sabidas y conocidas las discrepancias a que ha dado pie el reformismo moderado del pontificado de Francisco. Al echar la vista atrás debe entenderse la elección del cardenal Josef Ratzinger (Benedicto XVI) como la del depositario del legado de Juan Pablo II; al recordar las circunstancias de la elección del argentino Jorge Mario Bergoglio es obligado concluir que en el cónclave de marzo de 2013 se impuso un cierto talante renovador, favorecido por la imperiosa necesidad de neutralizar o salir al paso de los numerosos casos de pederastia desvelados tanto en entornos católicos como no católicos.

Quizá la interpretación de los pasos dados por Francisco al comienzo de su pontificado llevó a pensar a una parte de la grey que el Papa iba a alejarse de la tradición para atenerse a las realidades sociales y culturales del siglo XXI, mientras otra parte se alarmó por las expresiones de un cierto aggiornamento. Finalmente, no hubo ruptura o impugnación de la doctrina, pero tampoco acatamiento hermético de la herencia del pasado. Abrió Francisco una reflexión permanente sobre asuntos tan espinosos para la Iglesia como el papel de la mujer en su seno, la homosexualidad y en general las políticas del cuerpo, el acercamiento a las víctimas de pederastia, la necesidad imperiosa de proteger el planeta y el vínculo con otras confesiones religiosas, por citar solo algunos ámbitos en los que la parálisis o la inacción se habían adueñado del escenario. Una pauta de comportamiento que induce a pensar que no es ajena al hecho de que Francisco es miembro de la Compañía de Jesús, tan diversificada en su desempeño social y en su influencia intelectual. 

The College of Cardinals Report, un sitio especializado en dar información del muy restringido mundo de los príncipes de la Iglesia, vislumbra en el horizonte a una docena de cardenales con opciones de suceder a Francisco, solo tres de ellos italianos -Pietro Parolin, secretario de Estado, el más reseñable-, nombrados por el Papa en ejercicio. Desde la muerte de Juan Pablo II, cada episodio sucesorio ha sido el momento propicio para que se hicieran oír las voces de los partidarios de la vuelta de un italiano a la silla de Pedro, pero en aquel entonces entró el alemán Ratzinger al cónclave como favorito y salió de él elegido Papa. Y muy pocos fueron capaces de ver en el cardenal Bergoglio un personaje de consenso para las diferentes facciones del colegio cardenalicio.

Está muy extendida entre los vaticanólogos la idea de que la elección de Ratzinger hizo buenos los pronósticos porque el de Juan Pablo II fue un legado cerrado por la muerte mientras que el de Benedicto XVI quedó abierto al desencadenarse el mecanismo sucesorio por la renuncia del Papa, emérito desde entonces (febrero de 2013) y hasta su fallecimiento. “Hubo algo de legado concluido en la muerte de Juan Pablo II que necesitaba alguien que se sintiera obligado a respetarlo y que formara parte inseparable de él”, sostiene un observador atento del Vaticano. Una situación bastante diferente cuando se retiró Benedicto XVI, un intelectual alérgico a las multitudes y apegado a la digresión filosófica y teológica: el debate de 2004 entre Josef Ratzinger y Jürgen Habermas Sobre las bases prepolíticas del Estado liberal fue muy definitorio de las inquietudes del futuro Papa.

En el proceso inevitablemente abierto por la enfermedad de Francisco se entrecruzan factores de toda índole. Pero quizá el mayor de todos ellos sea la expectación universal que rodea la elección de un Papa, la movilización de una comunidad de creyentes -también de curiosos- que interpreta un espectáculo de masas a escala mundial difícilmente comparable con cualquier otro relacionado con una confesión religiosa. En cuanto se desarrolla en torno a la sucesión de un Papa no hay solo un rito milenario, sino una voluntad escénica genuinamente original; en el componente secreto de una elección a puerta cerrada pesan tanto los factores ideológicos, políticos, de relación personal, de proyecto de futuro, como los de naturaleza intangible: los cardenales dicen votar inspirados, una muchedumbre variopinta aguarda dos veces al día en la plaza de San Pedro el color de la fumata, los medios contribuyen a esta ceremonia de paso con una efectividad agrandada en el presente por las redes sociales.

“Es la única elección en la que nadie se manifiesta defraudado por el resultado. Los creyentes, incluso los más críticos, la acatan disciplinadamente y la gran mayoría la aplaude; los decepcionados esperan un tiempo antes de disentir”, dice un veterano en tomar el pulso a la Iglesia. De ahí que la lista de papables pueda ser incluso orientativa, pero son demasiados los casos en los que los favoritos han salido del cónclave cardenales. Es habitualmente citada la experiencia de Giuseppe Siri, obispo de Génova, que participó en cuatro cónclaves -1958, 1963 y agosto y octubre de 1978-, entró siempre en ellos como candidato preferido del ala más conservadora de la Iglesia y de los cuatro salió cardenal. Pero lo sucedido a Siri no es excepcional: en la larga historia del pontificado se dieron otros muchos casos de favoritos que no llegaron a la meta, porque la elección sin luz y taquígrafos es propicia a las sorpresas, condicionada por sutilezas que muy pocas veces traspasan las paredes de la Capilla Sixtina y del retiro de los purpurados.

La interesante película Cónclave, basada en la novela del mismo nombre, sin duda influirá en la percepción por la opinión pública del próximo proceso electivo sea cuando sea este. Porque hay en la dramatización de la asamblea de los cardenales un componente de conflictividad humana, muy alejada del ceremonial exquisito de los oficios religiosos, de la solemnidad de la proclamación en latín del nuevo Papa desde el balcón central de la basílica de San Pedro. Atraviesa el argumento de Cónclave una conflictividad verosímil, mucho más desde luego que la peripecia de Las sandalias del pescador (Michael Anderson, 1968), que se atuvo a la lógica de la guerra fría. Aunque, incluso así, es posible que la aproximación cinematográfica de 2024 a lo que se dilucida en un cónclave quede muy por debajo de la complejidad real del momento, tan difícil de desentrañar, convertida en un todo indivisible la mezcla de tradición, dogma, poder y proyección social que distingue a la Iglesia. 

 

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