Las derechas postfascistas lo tienen muy claro: ninguna 'cobardía', ninguna concesión a ninguna forma de humanismo
Fuente El Diario Vasco
Por Roberto Uriarte Torrealday
Profesor de Derecho Constitucional de la UPV/ EHU
26/02/2025
Ambos son argentinos: Francisco es el líder espiritual de la religión que profesa el presidente Milei. Milei es el presidente del país de Francisco. A Milei tampoco le queda otra opción que ser católico, porque la Constitución argentina exige que su presidente lo sea –o al menos, que finja haberse convertido, como hizo Carlos Menem, que era musulmán hasta que decidió presentarse a la presidencia–. Sin embargo, los desencuentros entre los dos argentinos han llegado al extremo de que el presidente ha afirmado que «el Papa es el representante del maligno en la tierra» y que «el Papa impulsa el comunismo en el mundo y eso va en contra de las sagradas escrituras».
Es evidente que ambas afirmaciones son falsas, pero constituyen también una magnífica metáfora del mundo en que vivimos, en el que un presidente elegido democráticamente puede afirmar, sin consecuencia alguna, que el líder espiritual de su confesión representa al diablo. El odio vertido por el presidente contra el pontífice no es algo excepcional; y es comparable al de su homólogo norteamericano Trump contra la obispa episcopal de Washington. Si algo odian los líderes mundiales de las nuevas derechas postfascistas es que alguien les ponga delante un espejo.
La palabra que desencadenó el enfado del presidente Trump fue la palabra compasión, misericordia. Se trata de un concepto pasado de moda, y que las nuevas derechas no soportan. Y no lo hacen porque saben perfectamente que no es una palabra más. Que es 'la palabra'. Porque básicamente existen dos formas de posicionarse ante el mundo: la compasiva y la no compasiva; la de quien cree en la ayuda al prójimo y la de quien cree que cada uno debe ayudarse solo a sí mismo.
Y estas nuevas derechas son perfectamente conscientes de que la compasión y la ayuda mutua representan la antítesis de sus ideas. El elemento aglutinante de su forma de posicionarse ante el mundo es que las cosas están bien como están; que la sociedad está compuesta, y debe estarlo, de 'winners' y 'loosers', de ganadores y perdedores, que todo lo que poseen unos y les falta a otros es exclusivamente responsabilidad de ellos; y que el mercado es la perfecta meritocracia que pone a cada cual en su lugar, de forma que si el ganador intenta ayudar al perdedor no hará más que perjudicarle y perjudicarse.
Tomamos a la ligera los posicionamientos de las derechas postfascistas como estrambóticos. No lo son en absoluto. Cuando acusan al Papa Francisco de comunista no lo hacen solo por llamar la atención. Hay algo mucho más profundo y sutil. Han captado perfectamente que el mundo se divide entre quienes creen solo en la autoayuda y quienes creen en la ayuda mutua. Y a partir de ahí, tan peligroso les parece lo que dice Francisco que lo que dicen «los comunistas». Odian por igual la idea de compasión y ayuda al prójimo que defienden tanto el cristianismo como el resto de religiones y filosofías, como la de solidaridad y ayuda mutua que ha defendido desde sus orígenes el movimiento obrero.
Todo eso lo tienen perfectamente claro. Saben que la idea de compasión es su mayor enemigo; que ahí no pueden hacer concesiones; que su éxito no se basa en apelar al corazón –y menos al cerebro–, sino a las vísceras; a la parte más egoísta y competitiva que todo ser humano lleva dentro. Odian cualquier humanismo, sea religioso, filosófico o político, porque han entendido perfectamente que el humanismo es el enemigo a batir. Y saben que a cualquier planteamiento humanista hay que combatirlo por igual.
En la batalla cultural que están librando con enorme éxito saben que no pueden hacer concesiones. Saben que deben ser una derecha sin complejos. Las palabras empatía, perdón, compasión saben que son culturalmente peligrosas. Es evidente que las derechas clásicas las tenían más como justificación que como norma de vida, y que no acostumbraban a llevar a la práctica aquello de 'es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios'. Jamás creyeron que la avaricia fuera vicio, sino la principal 'virtud económica'. En eso, las derechas postfascistas son menos incoherentes y lo tienen más claro: ninguna 'cobardía', ninguna concesión a ninguna forma de humanismo. Y están ganando la batalla, porque saben que la otra derecha, sin atreverse a expresarlo con la misma claridad, no piensa y vive el mundo de forma muy distinta. Y a ella tampoco le agradan las palabras de Francisco, cuando pide compasión hacia las minorías, cuando llama pecado a la avaricia o cuando se atreve a decir la verdad que nadie quiere escuchar: que las guerras modernas las provoca la necesidad de la industria militar de dar salida a sus 'stocks', junto a la de las grandes potencias de apoderarse de los recursos naturales que necesitan.
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