sábado, 1 de marzo de 2025

La necesaria respuesta sinodal: «Et cum Spiritu tuo»

Fuente: La Civilta Catolica

Por   Bert Daelemans

28/02/2025

 

¿Somos realmente conscientes de la rica carga teológica que se despliega cuando respondemos – quizá sin pensarlo, de manera automática y rutinaria – al saludo del sacerdote Dominus vobiscum con la fórmula habitual Et cum spiritu tuo? La extraordinaria belleza contenida en este breve diálogo o, mejor aún, en el espacio que abren estas simples palabras pronunciadas con claridad, merece un análisis detenido, que queremos ofrecer en este artículo como una humilde contribución a la reflexión sobre la sinodalidad[1].

Además, el hecho mismo de que esta riqueza vaya más allá del ámbito litúrgico – su Sitz-im-Leben apropiado y vivificante – sugiere que no hay ningún ámbito de la vida cristiana que no esté influido por su misterio. En otras palabras, no puede haber una verdadera koinonía si cada uno de los participantes no hace suya antes la respuesta Et cum spiritu tuo. No hay sinodalidad si no se está convencido de la fuerza performativa contenida en el Et cum spiritu tuo. No puede haber una diakonía sincera si quien sirve no descubre y pronuncia primero Et cum spiritu tuo con todo su ser, más que con las palabras, discerniendo en aquel a quien sirve – siguiendo las palabras del mismo Maestro (cf. Mt 25) – el saludo tácito Dominus vobiscum. No puede haber una verdadera evangelización de la cultura ni una inculturación del Evangelio si antes no se responde Et cum spiritu tuo. No puede haber una escucha auténtica si no nos situamos en el soplo divino que es propio del Et cum spiritu tuo.

Esta es una de las expresiones más sinodales que conocemos. No cabe duda de que no se refiere simplemente al espíritu humano del sacerdote como a algo meramente natural, como si esta expresión indicara solo su núcleo vital, sino a su capacidad de trascenderse a sí mismo y, sobre todo, al reconocimiento de la acción del Espíritu Santo en el ser humano, en el momento en que, desde su fragilidad, se abre a otro ser igualmente vulnerable. La polisemia del término «espíritu», que ya en su origen hebreo vincula la parte más íntima de lo humano tanto con lo cósmico como con lo divino, y el carácter esquivo del Espíritu, que se oculta detrás de su obra, nos permiten interpretarlo de este modo.

En este artículo destacaremos tres dimensiones teológicas de la expresión Et cum spiritu tuo, que no solo avalarán la legitimidad de esta interpretación, sino también su idoneidad para abrir el espacio sinodal, en la medida en que esta expresión es comunitaria, pneumatológica y materna.

 

Una respuesta comunitaria

Ante todo, es fundamental subrayar que la fórmula Et cum spiritu tuo es una respuesta. Constituye la segunda parte necesaria de un breve diálogo en el que está en juego la identidad de la Iglesia sinodal, y sin el cual no existe la leitourgia como «obra del pueblo», ni nadie puede pretender hablar o actuar in persona Christi et in nomine Ecclesiae.

Este diálogo invitatorio, que podría parecer una simple «formalidad» banal y pasajera, atraviesa la acción litúrgica de una celebración eucarística desde el principio hasta el final, funcionando como un «proceso de respiración»[2], con variantes en el saludo inicial, antes de la proclamación del Evangelio, al inicio de la plegaria eucarística, en el saludo de paz y antes de la bendición final. Es como si, una y otra vez, nos invitara a volver a lo esencial, tal como señala con afectuoso realismo san Cirilo de Jerusalén: «Ciertamente, en todo momento es necesario acordarse de Dios; pero si esto es imposible debido a la debilidad humana, en esa hora, más que nunca, es preciso considerarlo un deber de honor»[3].

Todo creyente, que escucha la Palabra, es ante todo una respuesta, no tanto a un saludo sacerdotal, sino a Dios. La iniciativa es siempre de Dios. El propio sacerdote, para poder saludar in persona Christi, debe primero hacer suyo el Et cum spiritu tuo; él mismo debe ser una respuesta.

La expresión Et cum spiritu tuo es una respuesta que acoge la invitación de la voz a abrir un espacio, asume el deseo implícito en el saludo que da voz a la invitación de Dios y activa la «responsabilidad» – es decir, la «capacidad de responder» – y la participación consciente de la asamblea, que se convierte en respuesta al responder. Es como si la voz del saludo se expusiera frágil y desnuda, pidiendo ser acogida en un vacío que solo la respuesta puede transformar en hogar.

Se trata de la respuesta a un saludo «ministerial» – es decir, «de servicio» – que se expresa en forma de deseo: «El Señor / La paz sea con vosotros» (y sus variantes, algunas afortunadamente y con acierto de carácter trinitario). Este saludo remite a muchas de las apariciones del Señor resucitado a sus discípulos, entre las que destaca el episodio joánico en el que el Kyrios se presenta con su paz – «La paz esté con ustedes» – y, soplando, dona el Espíritu (cf. Jn 20,20-22). A través de este sencillo diálogo, los fieles y el sacerdote se sitúan y entran juntos en la «presencia del Señor» (Instrucción General del Misal Romano [IGMR], n. 50).

Es esencial abrir el espacio del encuentro sacramental a través de este sencillo diálogo invitatorio, que existe desde los inicios del cristianismo y tiene algunos antecedentes en el Antiguo Testamento, como Nehemías 9,5a, que ya los comentarios talmúdicos interpretaban como un diálogo de saludo y respuesta[4]. El Et cum spiritu tuo es una respuesta comunitaria, que constituye a quienes responden en una comunidad. No es una respuesta individual, sino de un sujeto comunitario: la Ecclesia orans. Implica una eclesiología de comunión, que confirma y hace real la comunión de los fieles entre sí y con quien preside, cuyo ministerio aceptan al responderle. Si no hubiera respuesta, el sacerdote se vería atrapado en un clericalismo impuesto paradójicamente por una comunidad que no participaría realmente. La Instrucción General del Misal Romano insiste en este punto: «Las aclamaciones y las respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a las oraciones constituyen el grado de participación activa que deben observar los fieles congregados en cualquier forma de Misa, para que se exprese claramente y se promueva como acción de toda la comunidad» (IGMR 35).

Ya en tiempos de san Juan Crisóstomo, la respuesta a veces se daba sin convicción y sin tomarla realmente en serio: «Cuando digo: “La paz esté con vosotros”, y vosotros respondéis: “Y con tu espíritu”, no lo digáis solo con la voz, sino también con el alma; no solo con la boca, sino también con el corazón. Pero si aquí dices: “Paz a tu espíritu”, y fuera me combates con desprecios y hablas mal de mí, cubriéndome en secreto de innumerables insultos, ¿qué paz es esa? Yo, sin embargo, por mucho que hables mal de mí, te doy la paz con un corazón puro, con un alma sincera y nunca puedo decir nada malo contra ti, porque tengo un corazón paternal […]. Aunque me insultéis y no me acojáis, ni siquiera en ese caso sacudo el polvo de mis pies, no porque no preste atención al Señor, sino porque ardo de amor por vosotros»[5].

Con razón, Crisóstomo esperaba recibir una respuesta con la misma generosidad y ternura con la que él se dirigía a la asamblea. Ambas expresiones se necesitan mutuamente y se reflejan como en un espejo. De hecho, ambas incluyen un aspecto de deseo (esté) y otro de testimonio (está): una riqueza teológica que resalta precisamente la tensión escatológica presente en toda celebración litúrgico-sacramental[6].

En otras palabras, tanto el saludo presidencial como la respuesta eclesial son una «constatación-deseo» que debemos comprender en clave escatológica: «Dado que las lenguas semíticas, así como el griego y el latín, no contemplan el uso obligatorio del verbo ser como cópula, su significado oscila comprensivamente entre la constatación (“¡El Señor está con vosotros!”) y el deseo (“¡El Señor esté con vosotros!”)»[7], como «un afectuoso intercambio de una constatación-deseo que se convierte en oración»[8]. Esta reciprocidad, en la que la Iglesia hace todo lo posible por desear al sacerdote lo mismo que este desea para ella, fue destacada por el diácono Floro de Lyon en el siglo IX: «La Iglesia, después de haber acogido el saludo tan beneficioso del sacerdote, a su vez le devuelve el saludo orando, y al orar le devuelve el saludo al sacerdote diciendo: Et cum spiritu tuo»[9].

 

Una respuesta pneumatológica

Si en su saludo el sacerdote resalta la presencia del Señor resucitado o de su paz, corresponde a quienes responden subrayar la presencia del Espíritu, no en sí mismo, sino – como ocurre en el Credo – en su acción dentro de la Iglesia.

De hecho, ya San Ireneo afirmaba que no se puede explicar al ser humano sin hacer referencia al Espíritu divino: «Nosotros estamos compuestos de un cuerpo tomado de la tierra y de un alma que recibe de Dios el espíritu»[10]. En otras palabras, el ser humano, compuesto de alma y carne modeladas a imagen de Dios, recupera la semejanza con Dios solo cuando el alma recibe el Espíritu del Padre: «El alma y el espíritu pueden ser parte del hombre, pero no el hombre en su totalidad. El hombre perfecto es la mezcla y la unión del alma que ha recibido el Espíritu del Padre (Spiritum Patris), y que ha sido mezclada con aquella carne que fue plasmada a imagen de Dios. […] Cuando este Espíritu, al mezclarse con el alma, se une a la obra modelada, gracias a esta efusión del Espíritu se realiza el hombre espiritual perfecto: y es este el que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuando, por el contrario, el espíritu falta en el alma, quien se encuentra en esa condición es realmente psíquico y carnal, y permanecerá imperfecto, llevando ciertamente la imagen de Dios en la obra modelada, pero sin haber asumido la semejanza por medio del Espíritu»[11].

Ireneo cita luego la expresión paulina que podría hacer pensar en una especie de espíritu humano junto al alma y el cuerpo: «Que el Dios de la paz os santifique completamente [con el don de su Espíritu], y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea conservado irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tes 5,23)»[12].

Estudiosos de renombre, como Adelin Rousseau, Antonio Orbe y Hans-Jochen Jaschke, sostienen que se trata precisamente del Espíritu Santo, del cual cada ser humano se apropia de manera carismática – es decir, según la teología paulina, con la intención de edificar la Iglesia – como «su» Espíritu: «A sus ojos, no se trata de cualquier “espíritu”, sino del Espíritu Santo en persona, en cuanto es dado a cada justo para ser en él, más íntimo que él mismo, el principio de una vida nueva y plenamente santa, que es una participación de la vida divina que el Hijo recibe del Padre desde toda la eternidad. Cada uno de los justos recibe a su manera este mismo y único Espíritu: esta es la infinita diversidad de las vocaciones (“carismas”) en la unidad de la Iglesia y de la caridad. […] En otras palabras, cada persona justificada posee SU Espíritu, así como también posee SU alma y SU cuerpo»[13].

Orbe, por su parte, subraya la aportación cualitativa del Espíritu Santo para formar «parte del ser humano»[14] sin reducirse a él. La antropología ternaria no niega la binaria, sino que más bien la interpreta: «El hombre, compuesto sustancialmente de solo dos partes (cuerpo y alma), es al mismo tiempo compuesto histórica y también físicamente de tres: dos humanas sustanciales y una cualitativa (el Espíritu divino) proveniente de Dios. […] El Espíritu venido de Dios constituye una parte física (qualitas Spiritus) del individuo humano. No por yuxtaposición con el alma, sino por infusión e inherencia en ella. […] La dualidad física –alma y cuerpo– se enriquece notablemente cuando se traduce (según Gen 1,26 y 2,7) en: alma semejante (a Dios mediante el Espíritu recibido de Él) y cuerpo plásticamente configurado (a imagen del Verbo, imagen de Dios)»[15].

Siguiendo a Ireneo, podríamos afirmar que la respuesta Et cum spiritu tuo no significa solo «Y con el Espíritu que obra en ti», sino que pone de relieve la extraordinaria sinergia del Espíritu divino con el espíritu humano en favor del Reino, algo así como «Y con el Espíritu que obra contigo y por ti».

A nuestro juicio, sería un error olvidar el papel del Espíritu Santo en la expresión Et cum spiritu tuo, reduciéndola a un mero nivel antropológico y sin comprenderla desde esta sinergia que también san Pablo destaca: «El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rm 8,16). Por lo tanto, entender la expresión como una simple variante – aunque quizás más respetuosa – de Y también contigo, con el fin de resaltar la legítima y deseable cordialidad entre el sacerdote y los fieles, no agota el profundo significado pneumatológico ya explicitado por los Padres de la Iglesia. Así lo afirma, por ejemplo, san Juan Crisóstomo: «Si no estuviera presente el Espíritu Santo en este padre y maestro común [que preside la liturgia], cuando hace un momento subía a esta sagrada cátedra y daba la paz a todos ustedes, no le habrían respondido todos juntos: “Y con tu espíritu”»[16].

Entre los Padres, se destaca Teodoro de Mopsuestia, ya que excluye explícitamente una interpretación meramente sociológica y horizontal: «No es al alma a quien [los fieles] quieren dirigirse con esta [expresión] Y con tu espíritu, sino a la gracia del Espíritu Santo, por la cual aquellos que le han sido confiados creen que él tiene acceso al sacerdocio»[17]. Sin duda, la expresión coloquial Y también contigo[18] se ha propuesto para evitar el clericalismo y acercar al sacerdote a los fieles, pero, lamentablemente, de este modo se ha oscurecido el papel del Espíritu Santo y, con ello, el carácter necesariamente sinodal de la Iglesia.

En otras palabras, la respuesta Et cum spiritu tuo legitima lo que el sacerdote dice después. Más que reconocerle una dignidad clerical, lo sitúa en el lugar que le corresponde in persona Christi et in nomine Ecclesiae, garantizando que no haya clericalismo ni por su parte ni por parte de los fieles. Con razón, el teólogo argentino Pablo María Pagano Fernández se pregunta si el sacerdote podría anunciar el Evangelio y pronunciar la oración eucarística en nombre de todos si la asamblea, por pereza, distracción o cualquier otro motivo, no respondiera a su saludo[19]. Estar expuesto a esta posibilidad forma parte de la necesaria vulnerabilidad del ministerio, que espera un reconocimiento, una acogida.

Ahora bien, sería un error reducir la acción del Espíritu Santo únicamente al sacerdote: la respuesta que reconoce la obra del Espíritu en el ministro presupone una teología de carismas al servicio de la comunión, que Crisóstomo destaca en la homilía ya citada: «Si él [el Espíritu Santo] no perdonara los pecados, en vano los herejes lo blasfemarían. Si el Espíritu no existiera, no podríamos decir que Jesús es el Señor. Si el Espíritu Santo no existiera, nosotros, los fieles, no podríamos orar a Dios […]. Por eso, cuando invoques al Padre, recuerda que se te ha concedido llamarlo con ese nombre gracias a la moción del Espíritu Santo en tu alma. Si el Espíritu Santo no existiera, en la Iglesia no habría ni discurso de sabiduría ni de ciencia. “A uno, en efecto, se le da una palabra de sabiduría por medio del Espíritu, a otro, una palabra de ciencia” (1 Cor 12,8). Si el Espíritu Santo no existiera, en la Iglesia no habría ni pastores ni doctores, porque es el Espíritu Santo quien los hace tales»[20].

Reconocer el carisma o don del Espíritu en un miembro ordenado de la Iglesia significa abrir un espacio sinodal que es, por definición, carismático: «Hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (1 Cor 12,4-7).

Los fieles reunidos responden al sacerdocio ministerial ejerciendo su sacerdocio bautismal según su propio carisma. Para llevar a cabo su servicio ministerial en el espacio eclesial, el sacerdote necesita la aceptación explícita por parte de los bautizados: «Si el poder (potestas) radical de celebrar la Eucaristía reside en cada cristiano que ha recibido el Espíritu, la misma naturaleza del carácter bautismal exige la aceptación de los dones concedidos a los otros miembros [ordenados, ministeriales] de la comunidad para una plena manifestación de la “eclesialidad” de la acción»[21].

En este sentido, san Juan Crisóstomo exhorta a repetir la misma respuesta eclesial Et cum spiritu tuo en distintos momentos de la celebración eucarística, para que el ministro pueda ofrecer la ofrenda de la Iglesia: «Por eso ustedes le dirigen tales palabras [“Y con tu espíritu”] no solo cuando sube al altar, o se detiene con ustedes, o reza por ustedes, sino también cuando está junto a esta sagrada mesa, cuando está a punto de ofrecer este sacrificio venerable, como bien saben aquellos que han sido iniciados en los sagrados misterios. Él no toca las sagradas ofrendas si antes no ha implorado por ustedes la gracia del Señor, si antes ustedes no le han respondido todos juntos: “Y con tu espíritu”»[22].

En otros términos, la respuesta Et cum spiritu tuo expresa no tanto una dignidad clerical, sino el reconocimiento de la presencia carismática del Espíritu Santo en el espacio sinodal de la koinonía, una y plural: «Y esta respuesta les recuerda que quien está allí no hace nada por sí mismo, que los dones presentados no son en absoluto obra humana, sino que solo la gracia del Espíritu, descendida sobre todos, realiza este sacrificio místico. Aunque allí esté presente un hombre, es Dios quien actúa por medio de él. No te fijes, por tanto, en la naturaleza de lo que ves, sino piensa en su gracia invisible. En las cosas que se realizan en el santuario, nada proviene del hombre. Si el Espíritu no estuviera presente, la Iglesia no formaría una unidad bien cimentada; si la Iglesia se mantiene firme en su unidad, es señal de que el Espíritu está presente»[23].

Por lo tanto, es esencial hacer explícita la presencia del Espíritu Santo en la respuesta comunitaria, para abrazar el arco abierto por la mención del Resucitado en el saludo: «Entre los sujetos del intercambio circula un mensaje cuyo contenido son las mismas personas del Kyrios (Dominus) y del Pneuma (Spiritus), reconocidos como Presencia portadora de la gracia de la resurrección y como Potencia distribuidora de los servicios en la convivencia eclesial»[24].

La Palabra y el Espíritu, de hecho, se pertenecen mutuamente y necesitan el uno del otro: «Sin el Espíritu, que así prepara el corazón, la Palabra no podría hacer nada»[25]. Así como la Palabra escrita necesita el fuego del Espíritu para alcanzar el corazón y cobrar vida concreta, encontramos las dos Manos del Padre unidas[26] tanto en la Sagrada Escritura como en la vida de la Iglesia: El Espíritu «es la fuerza de la Encarnación, de la presencia, de la verdad, de la escucha. Sin él, la Palabra permanece ineficaz, inoperante, exterior, sin consistencia y sin evidencia interna, anticuada. La evidencia del Espíritu es tan real como la de la Palabra, pero en un orden diferente. Él prepara el corazón del hombre para la escucha, lo hace capaz y disponible para acoger la Palabra, lo vuelve fecundo y la hace dar fruto»[27].

De este modo, gracias al Espíritu, la historia de la salvación es un proceso de interiorización[28]: «El Espíritu santifica a los hombres y las cosas abriéndolos a la escatología, atrayéndolos hacia ella; los santifica y los transforma fortaleciendo la relación con la plenitud final»[29].

Ahora bien, hacer explícita la presencia del Espíritu Santo, que san Basilio Magno definía – no para disminuirlo, sino para glorificarlo – como «el espacio propio de la verdadera adoración»[30], es la tarea materna de los fieles bautizados.

 

Una respuesta materna

Incluso podríamos decir que la respuesta Et cum spiritu tuo, más que ser un simple reconocimiento del papel del Espíritu Santo en el ministro y su aceptación y legitimación, tiene un carácter epiclético, performativo, orante e incluso materno, como si el saludo lleno de ternura paterna – como decía Crisóstomo – esperara de los fieles una respuesta desbordante de solicitud materna.

No sin razón, en la tradición siríaca la Virgen María es el prototipo del sacerdocio bautismal, de la ofrenda sacerdotal del corazón, de la capacidad, con la ayuda del Espíritu, de concebir y generar espiritualmente a Cristo. En efecto, el Espíritu desempeña un papel análogo en la encarnación, en los sacramentos y en el ejercicio del sacerdocio común, que podríamos calificar de «materno»[31].

Ahora bien, en Oriente, al saludar, el ministro hace sobre la asamblea la señal de la cruz desde la puerta real del iconostasio, lo que subraya el significado del saludo como bendición[32]. Paralelamente, Teodoro de Mopsuestia señala que también la respuesta constituye una implícita bendición epiclética, porque está dirigida precisamente al Espíritu: «Con la palabra “paz” [el sacerdote] bendice a los que le rodean, y a cambio recibe de ellos la bendición, porque estos se dirigen a él y a su Espíritu»[33]. Aun siendo más que un simple portavoz y delegado, el sacerdote es también vulnerable y necesita la bendición del pueblo – que, para distinguirla del saludo del sacerdote y resaltar su significado complementario de fuerza nutritiva y solícita, podríamos llamar «materna» – , para que el Cuerpo no sufra daño: «Pues, en efecto, cuando todo lo que concierne al sacerdote procede bien, esto beneficia al cuerpo de la Iglesia; pero cuando lo que concierne al sacerdote sufre, es un perjuicio para la comunidad. Entonces, todos oran para que, mediante la “paz”, él tenga la gracia del Espíritu Santo. Así podrá atender lo necesario y llevar a cabo como es debido la liturgia para la comunidad»[34].

La respuesta materna, como ejercicio del sacerdocio común, es necesaria para que el sacerdote pueda ejercer su sacerdocio ministerial y su ministerio «al servicio de la epíclesis» (Corbon). Por lo tanto, la respuesta Et cum spiritu tuo, más que atestiguar simplemente la obra del Espíritu Santo en el ministro ordenado, tiene un carácter orante y epiclético, en cuanto expresa el deseo de que el Espíritu actúe en sinergia con él y en él. En otras palabras, esta respuesta delimita el marco o el espacio de acción del sacerdote, quien «depende también de la oración epiclética de toda la Iglesia. En este marco eclesiológico deben situarse la realidad y la teología del ministerio»[35]. Asimismo, Yves Congar subraya que «se trata de asegurar la presencia del Espíritu para llevar a cabo el acto litúrgico: el Señor sea contigo, tú que estás dotado del carisma del Espíritu para ello. Según los Padres, la ordenación ha conferido al presbítero el carisma necesario. Pero nada en esto es automático; toda operación espiritual requiere una epíclesis»[36].

La referencia al Espíritu es epiclética. Además, es materna, porque con su respuesta la asamblea promete cuidar el espacio sinodal. Se trata, en definitiva, de lograr que cada miembro de la asamblea eucarística, en su propia vulnerabilidad, tome conciencia de «cómo el Espíritu Santo crea el espacio o el marco espiritual de la celebración, a través del intercambio de un deseo y de un testimonio de su presencia. […] Es un signo de reciprocidad que expresa la plena verdad de la relación entre la comunidad cristiana y el ministro que la preside y es su pastor»[37]. Esta «estructura de reciprocidad» es una característica sinodal de la acción del Espíritu Santo: «Esta estructura de reciprocidad, que traduce la constante acción del Espíritu Santo, se encuentra […] en el proceso de ordenación de los ministros. […] La ordenación es un proceso cuyo momento principal se da en el acto litúrgico, pero que comienza antes de la celebración. La comunidad intervenía en una elección que, como todos los actos que regulan la vida de la Iglesia, debía estar “inspirada”. Dicha elección ya reconocía ciertos talentos o carismas en el elegido. El obispo consagrante asumía esta intervención de la comunidad. En la ordenación de otro obispo, todos los obispos presentes eran ministros del Espíritu en el seno de la epíclesis de toda la asamblea»[38].

Decir juntos, a una sola voz, Et cum spiritu tuo confirma y activa maternalmente no solo el sacerdocio del ministro, sino también, al mismo tiempo, el sacerdocio común de cada bautizado. En otras palabras, se trata de declarar y ejercer la participación de ambos sacerdocios en el único sacerdocio del Señor resucitado (cf. LG 10): «El intercambio dialogal manifiesta la pericóresis de los dos sacerdocios, el común y el ministerial, fundados en el Espíritu de Cristo»[39].

En este sentido, una antigua homilía pascual no duda en poner en boca del Resucitado la respuesta «Y con tu espíritu», refutando así la interpretación clerical y mostrando más bien en la respuesta su aspecto epiclético, performativo y materno, el deseo de que Adán – y con él, como sujeto comunitario, toda la humanidad – viva y resucite gracias al Espíritu: «El Señor entró donde ellos estaban llevando consigo las armas victoriosas de la cruz. Tan pronto como Adán, el progenitor, lo vio, golpeándose el pecho por la maravilla, gritó a todos y dijo: “Que mi Señor esté con todos”. Y Cristo, respondiendo, dijo a Adán: “Y con tu espíritu”. Y, tomándolo de la mano, lo sacudió, diciendo: “Despierta, tú que duermes, y resucita de entre los muertos, y Cristo te iluminará”»[40].

Esta respuesta en boca del Resucitado que desciende al Sheol revela el tono del deseo y su eficacia sacramental como palabra que acompaña el simple gesto de tomar a Adán de la mano para levantarlo (como Jesús tomó la mano de la suegra de Pedro, que fue sanada de la fiebre: cf. Mt 8,15). En otras palabras, la respuesta en boca de Jesús – movido por el aliento divino (similar al profeta Ezequiel, que invoca la ruah sobre los huesos secos: cf. Ez 37, escena del Antiguo Testamento, en la cual los Padres han reconocido claras alusiones a la resurrección) – tiene como efecto la acción de infundir el Espíritu en los apóstoles (cf. Jn 20,22).

En conclusión, es la respuesta materna «Y con tu espíritu» la que sitúa la igualmente vulnerable palabra ministerial – el saludo, y con él el resto de las palabras del sacerdote – dentro de una epíclesis, como para decir: «Este es el ámbito fecundo de acción del Espíritu Santo en ti y para nosotros».

El acto de responder al saludo no demuestra solo un mínimo de cortesía y educación en el plano interhumano, sino que, en el plano teológico, expresa la solicitud materna por parte de los destinatarios del saludo, algo así como: Así es, estamos en presencia del Señor. Además, hemos entrado en el espacio abierto por Dios trino, un espacio sinodal que nos permite ser recibidos por el Padre a través de Cristo en el Espíritu para ofrecernos a nosotros mismos – en nombre del sacerdocio bautismal – a través de Cristo al Padre (cf. Lumen gentium, n. 11).

 

Un espacio sinodal

La respuesta Et cum spiritu tuo hace una mención implícita del Espíritu Santo en sinergia con la mejor parte del ser humano. Así, la asamblea responde con la misma vulnerabilidad con la que el sacerdote se expone en nombre de Dios. No es propiamente el saludo presidencial el que abre el espacio litúrgico, sino el diálogo invitatorio, que oscila entre el sacerdote y los fieles, entre los dos carismas complementarios de la misma comunión sinodal. Así se podría hablar de una «apertura anamnético-epiclética» del espacio sinodal.

Respondiendo a la vulnerabilidad con vulnerabilidad, el sacerdote y los fieles juntos abren un espacio mistagógico y sinodal, un ambiente fecundo en el que cada miembro es invitado a entrar y a encontrar su lugar. Abrir el espacio es preparar el terreno y encontrar el propio lugar. Como aquellos que toman la palabra para tomar posesión y posición, juntos expresan verbal y corporalmente su disposición a orientarse hacia el Dios vivo. Desde el saludo ministerial hasta la respuesta materna, el diálogo abarca un espacio abierto que no deja a nadie sin palabra, sino que confirma la «subjetividad de todos en el nosotros eclesial»[41]. La Instrucción General del Misal Romano subraya la importancia del espacio dialógico: «Ya que por su naturaleza la celebración de la Misa tiene carácter “comunitario”, los diálogos entre el celebrante y los fieles congregados, así como las aclamaciones, tienen una gran importancia, puesto que no son sólo señales exteriores de una celebración común, sino que fomentan y realizan la comunión entre el sacerdote y el pueblo» (IGMR 34).

Trazando un magnífico arco desde el Kyrios hasta su Don por excelencia, el Espíritu, el diálogo invitatorio abre un espacio mistagógico que permite a todos los miembros acercarse, entrar y participar en el misterio trinitario. Esta condivisión dialógica ofrece en sí misma una microexperiencia de sinodalidad, con repercusiones en la vida cristiana en todas sus dimensiones (testimonio, culto y servicio).

De hecho, cada miembro acoge al otro. Todos los participantes que entran vulnerables en el espacio sinodal – desde el principio habitado por el Dios trino y, gracias al diálogo, abierto, como lo está el icono de la Trinidad de Rublëv – se acogen mutuamente. El espacio, que en sí mismo es solo potencialmente sagrado, se activa como tal a través del diálogo, es decir, del necesario ejercicio sacerdotal tanto de los bautizados como de los ordenados, tanto ministerial como materno.

El arco dialógico que va desde el saludo ministerial (la constatación-augurio de la presencia del Kyrios resucitado) hasta la respuesta materna (la acogida-augurio que reconoce y ruega por la presencia del Espíritu) define el espacio intermedio como sinodal, como un intercambio entre personas vulnerables, como un espacio dinámico habitado por el Dios trino. El diálogo no separa al ministro de la asamblea, sino que lo incluye. Al mismo tiempo, distingue los servicios dentro del cuerpo eclesial y resalta la comunión orgánica y carismática.

Es en este sentido que podríamos valorar la respuesta en lengua portuguesa: Ele está no meio de nós («Él está en medio de nosotros»). A primera vista, parece altamente sinodal el hecho de que la asamblea no solo tome la palabra en nombre del «nosotros»[42], sino que también reconozca con convicción la presencia del Resucitado en medio de ella. Es un loable ejercicio del sacerdocio bautismal, que va más allá de la anterior formulación inglesa And also with you («Y también contigo»). Esta respuesta habría sido más sinodal si hubiera hecho una referencia implícita al Espíritu Santo y a su papel indispensable en el sacerdote, para distinguir los carismas en vista de la edificación del cuerpo eclesial. Sobre todo, dado que no es ni epiclética (es una afirmación, más que un augurio) ni materna (no está dirigida al ministro), esta fórmula, a nuestro juicio, pierde su fuerza como ejercicio del sacerdocio bautismal.

Más que una simple formalidad, el diálogo anamnético-epiclético es un arco similar a la célebre escultura La catedral (1908) de Auguste Rodin, donde dos manos derechas – es decir, dos personas – forman un arco, abrazando un nuevo espacio, el espacio sagrado del encuentro. El título no oculta la densidad sagrada del simple gesto de acercar la propia mano para que otro ser igualmente vulnerable pueda acercar la suya y así se establezca la alianza (inicialmente la escultura se llamaba El arca de la alianza). De hecho, cuanto más vulnerable es, más felizmente la sinodalidad es atravesada por la santidad del Espíritu, que establece la comunión con carismas complementarios (cf. 1 Cor 12).

Haciendo referencia a la conocida imagen de San Ireneo de las dos Manos del Padre, podríamos afirmar que el ministro con su saludo ofrece la Mano del Resucitado. El arco se construye, y el espacio sinodal se vuelve palpable gracias a la Mano del Espíritu, destacada en la respuesta materna. Por eso la catedral (léase: el espacio sinodal) se derrumba si el saludo ministerial no recibe una respuesta materna.

Aunque formalizado e institucionalizado, el diálogo invitatorio – si se lleva a cabo de manera sincera y vulnerable – abre un espacio sinodal. Se trata, en definitiva, de redescubrir la fuerza sacramental, orante y mistagógica de una palabra eclesial y dialógica que, como ejercicio conjunto del sacerdocio bautismal y ministerial y como respuesta comunitaria a la invitación de Dios, es necesaria no para crear el espacio sinodal, sino para entrar en él. De hecho, no somos nosotros quienes lo creamos: es Dios Padre quien ya nos está esperando con las Manos abiertas.

 



[1] Para profundizar en este tema, cf. B. Daelemans, «Y con tu Espíritu: la palabra eclesial abre el espacio sacramental», en P. J. Alonso Vicente – J. S. Madrigal Terrazas (edd.), Teología con alma bíblica, Madrid, Universidad Pontificia Comillas, 2021, 217-233.

[2] Cf P. M. Pagano Fernández, Espíritu santo, epíclesis, iglesia. Aportes a la eclesiología eucarística, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1998, 268-272. Es una de las fuentes de inspiración de este artículo.

[3] Cirilo de Jerusalén, s., Le Catechesi mistagogiche 5,4 (SC 126, 150-153), citado en C. Giraudo, In unum corpus. Trattato mistagogico sull’eucaristia, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2001, 289.

[4] Cf. C. Giraudo, «In unum corpus»…, cit., 284, nota 11.

[5] Juan Crisóstomo, s., Omelie sul Vangelo di Matteo/2, Roma, Città Nuova, 2003, 111 (Omelia 32,6).

[6] Cf. P. M. Pagano Fernández, Espíritu santo, epíclesis, iglesia…, cit., 269, nota 73.

[7] C. Giraudo, «In unum corpus»…, cit., 287, nota 18.

[8] Ibid., 287.

[9] Floro de Lyon, De expositione missae 12-13 (PL 119,26cd), citado en C. Giraudo, «In unum corpus»…, cit., 287.

[10] Ireneo de Lyon, s., Contro le eresie, vol. 2, Roma, Città Nuova, 2009, 128.

[11] Ibid., 320 s.

[12] Cf. ibid., 321.

[13] A. Rousseau, «Notes justificatives», en Irénée de Lyon, Adversus Haereses, vol. II, Paris, Cerf, 1982, 340. Cfr H.-J. Jaschke, Der Heilige Geist im Bekenntnis der Kirche: eine Studie zur Pneumatologie des Irenäus von Lyon im Ausgang vom altchristlichen Glaubensbekenntnis, Münster, Aschendorff, 1976, 298.

[14] Ireneo de Lyon, s., Contro le eresie, V, 6,1.

[15] A. Orbe, Teología de San Ireneo. Comentario al Libro V del «Adversus Haereses», vol. I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1985, 274; 278; 283.

[16] Juan Crisóstomo, s., Omelie sulla Santa Pentecoste 1,4 (PG 50, 458-459), citado en C. Giraudo, «In unum corpus»…, cit., 286.

[17] Teodoro de Mopsuestia, Omelia catechetica I, 36-38, citado en C. Giraudo, «In unum corpus»…, cit., 286.

[18] En realidad, en español la respuesta común es “Y con tu espíritu”, por lo que no presenta problemas, a diferencia de otras lenguas que optaron por un equivalente de “Y también contigo”, como el inglés (And also with you). Nota del traductor.

[19] Cf. P. M. Pagano Fernández, Espíritu santo, epíclesis, iglesia…, cit., 268.

[20] Juan Crisóstomo, s., Omelie sulla Santa Pentecoste 1,4 (PG 50, 458-459), citado en Y. Congar, Credo nello Spirito Santo, Brescia, Queriniana, 1998, 200.

[21] J. R. Villalón, Sacrements dans l’Esprit. Existence humaine et théologie sacramentelle, París, Beauchesne, 1977, 438.

[22] Juan Crisóstomo, s., Omelie sulla Santa Pentecoste 1,4 (PG 50, 458-459), citado en Y. Congar, Credo nello Spirito Santo, cit., 200.

[23] Ibid.

[24] P. M. Pagano Fernández, Espíritu Santo, Epíclesis, Iglesia…, cit., 272.

[25] B. Bobrinskoy, El misterio de la Trinidad. Curso de teología ortodoxa, Salamanca, Secretariado Trinitario, 2008, 48.

[26] Irneo de Lyon, s., Contro le eresie, IV, 7,4.

[27] B. Bobrinskoy, El misterio de la Trinidad…, cit., 28; 36 s.

[28] Cf. Y. Congar, Credo nello Spirito Santo, cit., 28.

[29] F.-X. Durrwell, L’eucaristia sacramento del mistero pasquale, Roma, Paoline, 1982, 100.

[30] Basilio Magno, s., Sullo Spirito Santo, XXVI, 62.

[31] Cf. M. Campatelli, Il battesimo: Ogni giorno alle fonti della vita nuova, Roma, Lipa, 2007, 153-160.

[32] Cf. C. Giraudo, «In unum corpus»…, cit., 286, nota 16.

[33] Teodoro de Mopsuestia, Prima omelia sulla messa 36-38, citado en C. Giraudo, «In unum corpus»…, cit., 286.

[34] Ibid.

[35] P. M. Pagano Fernández, Espíritu santo, epíclesis, iglesia…, cit., 271.

[36] Y. Congar, Credo nello Spirito Santo, cit., 53 s. (cursivo nuestro).

[37] Ibid.

[38] Ibid.

[39] P. M. Pagano Fernández, Espíritu santo, epíclesis, iglesia…, cit., 272.

[40] Homilía del Sábado santo, en PG 43, 439-463.

[41] P. M. Pagano Fernández, Espíritu santo, epíclesis, iglesia…, cit., 272.

[42] Lamentablemente, el «nosotros» es ambiguo, porque no se explicita si el sacerdote está incluido o no.


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