Este Domund (19 de octubre) será muy triste para el sacerdote sevillano Claro Jesús Díaz Pérez, que estuvo en el país desde 2003 a 2018
En plena represión policial, “en mis homilías denunciaba que, quien atenta contra la vida, atenta contra Dios… Sabía que me podían detener en cualquier momento”
Fuente: Vida Nueva Digital
10/10/2025
El 19 de octubre se celebra el Domund, que este año jubilar tiene por lema ‘Misioneros de la esperanza entre los pueblos’. Un reto complejo para quienes testimonian su fe en contextos marcados por la guerra o la exclusión social. En este sentido, un punto de especial dificultad se vive en Nicaragua. Y más desde que el régimen impuesto por Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo, alcanzara su cénit de crueldad en 2018, cuando reprimió manifestaciones masivas que le reclamaban libertad y democracia y la Iglesia se volcó con las víctimas.
En estos siete
años, la persecución ha sido férrea: se han roto las relaciones con la Santa
Sede, se ha expulsado al nuncio, se han cerrado y confiscado numerosas obras
eclesiales, se han prohibido cientos de procesiones, se censura la homilía de
cada sacerdote… Y se ha enviado al destierro a decenas de religiosos, curas y
obispos, incluido el propio presidente del Episcopado.
Entre los afectados también hay misioneros españoles que se habían encarnado
a pleno pulmón en el país y que han tenido que salir.
Antes como profesor
Uno de ellos es el sacerdote sevillano Claro Jesús Díaz Pérez, quien estuvo en Nicaragua desde 2003 a 2018 (salvo un paréntesis en España entre 2014 y 2016 para trabajar en la Animación Misionera). Aunque ya fue antes, en 1990, como maestro, tras ganar Violeta Chamorro las elecciones al sandinismo: “En 1978 dejé el seminario e hice Magisterio. Fui como profesor allí y luego a El Salvador, donde pasé por la UCA. Estaba reciente el asesinato de Ellacuría y los compañeros jesuitas y me fascinó su testimonio. Tanto que hice un discernimiento y retomé mi vocación, ingresando en el Centro Monseñor Romero. En 1995 volví a Sevilla y allí ya me ordené como diácono y, en 1998, como sacerdote. Pero, desde el primer momento, tenía claro que quería ser misionero y volver a Centroamérica. Me formé durante cuatro años y regresé a Nicaragua en 2003”.
En estos 15 años ha tenido diferentes responsabilidades pastorales en la Iglesia nicaragüense, siendo la última la de padre espiritual en el Seminario Propedéutico Nacional, aunque también ha sido formador durante una década en el seminario menor, acompañante de los indígenas miskitos en Bilwi y párroco responsable de hasta 60 comunidades rurales en la Diócesis de Bluefields.
En este tiempo, ha sido testigo de cómo, desde el regreso de Ortega y Murillo al poder en 2007 (antes gobernaron entre 1986 y 1990), la democracia se ha ido perdiendo: “Desde el primer día, han ido desmontando todas las instituciones. El hartazgo social era evidente y la chispa saltó en abril 2018, cuando los pensionistas salieron a protestar y fueron reprimidos. Entonces, los universitarios se sumaron y las manifestaciones fueron masivas. El régimen respondió con matanzas horribles, disparando la policía directamente a la cabeza de la gente”.
“No me puedo callar”
Díaz predicaba en la primera misa dominical en la catedral, y no se callaba: “En mis homilías denunciaba que, quien atenta contra la vida, atenta contra Dios… Sabía que me podían detener en cualquier momento y mi obispo me pedía bajar el tono, pero yo le decía: ‘No me puedo callar’. Desgraciadamente, en junio tuve que volar a España por una intervención quirúrgica y mi salud me ha impedido volver. Aunque sé que, si lo intentara, el Gobierno me negaría la entrada en el país”.
Con emoción, Díaz reitera que “mi cuerpo está en España, pero mi alma sigue en Nicaragua”. Y, de hecho, sigue centrando su pastoral en Sevilla: “He creado aquí la Asociación Nicaragüense Por Gracia De Dios, para los exiliados. Contamos con una casa de acogida financiada por la Cáritas Diocesana. Desde noviembre de 2018, hemos acompañado a 17 estudiantes, a los que hemos dado alojamiento y comida, para que pudieran terminar sus estudios, interrumpidos al huir del país. De ellos, 11 han terminado se han graduado y están trabajando en distintas provincias. Algunos ya tienen nacionalidad española”.
Además de los estudiantes, el hogar también ha acogido estos años “a más de 200 nicaragüenses en períodos de permanencia de dos a cuatro meses. Vienen en situación de emergencia habitacional, recién llegados y sin tener dónde residir. Muchos ya han empezado a trabajar y han podido ‘volar’ solos”.
Por ser voz profética
Consciente de que “la Iglesia es perseguida en Nicaragua por ser voz profética y defender la vida”, el misionero hispalense admite que no todos están en la misma sintonía: “Hay una cierta división, pues hay voces eclesiales que callan y colaboran de algún modo con el régimen”. Aunque intuye que estamos ante una nueva etapa: “A los obispos exiliados Rolando Álvarez y Silvio Báez se les pedía desde Roma que mantuvieran un perfil bajo, pero, desde hace unas semanas, tras reunirse con León XIV, se vuelven a emitir las misas de Báez en Miami y este ya clama contra el régimen como era habitual”.
Además, “ante realidades como que el 70% del clero de Matagalpa está en el exilio, es la hora de que los laicos den un paso al frente y lideren el cambio. Creo mucho en esa Iglesia de base laical, en el empuje de los delegados de la Palabra. Muchos son campesinos y están muy coordinados e imbuidos de la Doctrina Social de la Iglesia”.
Entre lágrimas, Díaz cierra su testimonio dando “gracias a Dios por haber sido misionero en Nicaragua. Mi sacerdocio no habría sido el que ha sido sin esa experiencia… Y tengo esperanza en que la dictadura caerá. La fe está muy arraigada en el pueblo y ese vínculo no hay quien lo destruya. El cristianismo es el último reducto de libertad en el país y, aunque hay ‘orejas’ al servicio de la dictadura en todas las iglesias del país, los tiranos no van a poder con la Iglesia nicaragüense”.
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