Fuente: Vida Nueva Digital
PLIEGO
octubre: 4-10 de 202
Como fruto del
proceso sinodal iniciado por el papa Francisco en 2021, llegó a Roma en junio de
2023, procedente de los cinco continentes, la siguiente cuestión a afrontar:
“Se han expresado diferentes opiniones sobre el celibato de los presbíteros.
Todos aprecian su valor profético y el testimonio de conformidad con Cristo;
algunos se preguntan si su conveniencia teológica con el ministerio presbiteral
debe necesariamente traducirse en la Iglesia latina en una obligación
disciplinaria, especialmente donde los contextos eclesiales y culturales lo
hacen más difícil. No es un tema nuevo, y requiere ser retomado nuevamente”
(XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Primera sesión [4-29
de octubre de 2023], Informe de síntesis. Una Iglesia sinodal en misión: 11.
“Diáconos y presbíteros en una Iglesia sinodal” / “Cuestiones que afrontar”).
Un examen documentado y desapasionado del tema lleva a la conclusión de que, detrás de la cuestión de la revisión del celibato obligatorio, hay tres grandes retos que la Iglesia católica latina debe afrontar con urgencia, con toda la valentía y la humildad institucional que convenga.
Historia de la ley
El primero de ellos, depurar y esclarecer su memoria colectiva en relación con la verdadera historia de la ley del celibato sacerdotal. Tema relativo a la historia que, por razones obvias, ocupará el mayor espacio de esta exposición. Los dos retos siguientes serán meramente esbozados.
Segundo reto: la cuestión antropológica, ¿qué es la persona humana: substancia o relación? y ¿cómo entender, a la luz de una antropología relacional, la articulación entre amor a Dios y amor a las personas, y amor universal a todos y necesario amor a un ‘tú’ concreto y singular, testimonio de nuestro paso por el mundo?
Sexualidad positiva
Tercer reto: asumir a todo nivel y para todo efecto una visión fundamentalmente positiva de la sexualidad humana. Vaya por delante una valoración incondicionalmente positiva del celibato elegido libremente por el reino de Dios (Mt 19, 10-12), carisma, desde siempre y de manera inequívoca, de la vida religiosa, tan importante y fecunda para toda la Iglesia.
Peter Brown (Irlanda, 1935) es una autoridad mundial en el ámbito de la historia del cristianismo primitivo. El profesor e historiador ha abordado en varias de sus obras el surgimiento del celibato cristiano, especialmente en el contexto del paso del cristianismo primitivo a una Iglesia más institucionalizada. La lectura de sus gruesos volúmenes tiene, no obstante, un inconveniente. El autor pertenece a una tradición anglosajona de historiadores que escriben para un público académico culto. Su prosa está deliberadamente elaborada, con la finalidad de reflejar, incluso literariamente, la complejidad de la historia y las formas cambiantes que adopta un filón histórico como el del celibato eclesiástico. Brown no cree que se pueda explicar ese mundo con esquemas simples. Sin embargo, nos urge a historiadores, teólogos, pastoralistas, obispos y cardenales a tener un mínimo conocimiento de todas esas evoluciones históricas del celibato.
Cuerpo y libertad
Según Brown, el celibato de los clérigos no apareció en los primeros tiempos del cristianismo, cuando muchos de ellos, incluidos obispos, estaban casados. La idea de que el celibato fuera obligatorio para el clero surgió gradualmente y no estuvo presente desde el principio. El celibato no empezó como una normal moral, sino como una manera de expresar una nueva comprensión del cuerpo y de la libertad cristiana –consecuencia existencial de la Resurrección y del seguimiento de Jesucristo– que incluso los observadores romanos más conspicuos percibieron como una amenaza a la estabilidad de la familia patriarcal romana. Los cristianos ricos solían ver la renuncia a la sexualidad y a los bienes como una forma de “seguridad espiritual”, una especie de “seguro escatológico”. Al renunciar a la herencia familiar –no teniendo hijos–, muchos ascetas también rompían con la lógica patrimonial romana. El celibato, al unirse con la renuncia a la riqueza, devino una viva crítica al orden social romano.
Más adelante, ya en los siglos III y IV, muchos cristianos empezaron a ver el cuerpo como lugar de lucha espiritual y la sexualidad como un foco de autodominio. Así, el celibato pasa a ser visto no solo como “abstinencia”, sino como una forma de transformación interior y de prefiguración del reino de los cielos. Los primeros ascetas, sostiene Brown, no huían del mundo por odiarlo, sino para crear un nuevo tipo de ser humano.
Prevención o desconfianza
Brown defiende la tesis, además, de que las élites greco-romanas –de entre las cuales se escogían la mayoría de los obispos– habían heredado un ‘ethos’ que, deudor de lejanas corrientes dualistas religiosas y filosóficas, desembocaba en una cierta prevención o desconfianza respecto al intercambio carnal, por lo que implicaba de pérdida del propio dominio al abandonarse a un frenesí y unos movimientos del cuerpo que escapaban al control de la mente y la voluntad. Esta influencia del platonismo, gnosticismo, estoicismo y maniqueísmo vino a converger con el auge del ascetismo cristiano.
Esta suma de motivos cristianos y extracristianos, sobre todo a partir del siglo IV, convirtió al celibato en un signo de superioridad espiritual, incluso en el seno de la Iglesia. Los obispos y presbíteros casados empezaron a ser considerados menos puros, y así se introdujo la práctica de abstenerse de mantener relaciones sexuales con las propias esposas a pesar de seguir viviendo con ellas, con los hijos y, en el caso de los obispos, cuidando de su patrimonio puesto al servicio de los pobres y de la construcción de iglesias. De este modo, se fue consolidando una élite espiritual de obispos, presbíteros y diáconos casados, pero comprometidos desde el día de su ordenación a no mantener relaciones sexuales con sus esposas. Esta praxis legitimaba una “nueva jerarquía” dentro de la misma jerarquía de la Iglesia. El celibato no solo se convirtió así en una opción personal, sino en un código de “estatus” dentro de la Iglesia.
(…)
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