La dimisión bajo presión del canciller de la diócesis de Toulouse, condenado por violación en 2006, ha reavivado este delicado debate
Fuente: Vida Nueva Digital
Por La Croix
21/08/2025
La dimisión bajo presión del canciller de la diócesis de Toulouse, condenado por violación en 2006, ha reavivado un delicado debate: ¿qué lugar pueden ocupar en la Iglesia los sacerdotes condenados por delitos sexuales? Esta cuestión aún no ha sido abordada realmente por la institución, que navega entre las prácticas heredadas y la gestión de crisis.
¿Misericordia para todos… excepto para los sacerdotes? Hace diez años, el obispo emérito de Nanterre, Gérard Daucourt, planteó esta piedra angular en el jardín de la Iglesia –autor de ‘La Miséricorde pour tous… sauf pour les prêtres?’ (‘¿Misericordia para todos… excepto para los sacerdotes?’), Cerf, 2015, 84 págs.–. Muy implicado en el acompañamiento de los sacerdotes acusados, defendía entonces la idea de que la institución eclesiástica no podía abandonar a sus ministros a su suerte. Ni siquiera a su crimen.
Una década más tarde, la cuestión vuelve con fuerza: ¿qué hacer con los sacerdotes condenados por abusos sexuales, cuando no han sido expulsados del estado clerical? El caso de la diócesis de Toulouse ha cristalizado el malestar. Cuatro años después de la presentación del informe de la Ciase, la Iglesia sigue teniendo dificultades para abordar esta cuestión, y detrás de la emoción de los fieles que descubren, a menudo por casualidad, que un sacerdote condenado ejerce su ministerio, se esconde una candente interrogación teológica, espiritual y pastoral.
En algunos casos, estos sacerdotes pueden volver a ejercer su ministerio parroquial con ciertas restricciones. Hoy en día, la mayoría de ellos están destinados a “los servicios administrativos diocesanos, al acompañamiento de personas mayores o a comunidades religiosas, en función de su perfil”, observa Bertrand Galichon, miembro de un grupo de trabajo de la Conferencia Episcopal Francesa (CEF) sobre el acompañamiento de sacerdotes autores de abusos sexuales. Sin embargo, un pequeño número se encuentra sin ministerio y sin actividad.
Una evolución de la mentalidad católica
Pero las soluciones que prevalecían hasta ahora funcionan menos bien. En primer lugar, porque estos “puestos discretos” son cada vez más escasos, sobre todo en las diócesis pequeñas, donde los servicios administrativos a veces ya no emplean a mucha gente. Pero también porque los obispos pueden encontrarse con la negativa de las comunidades religiosas, hoy sensibilizadas con el riesgo, a las que se solicita que los acojan. Sobre todo, como señala un canonista contactado por ‘La Croix’, el caso del canciller de Toulouse demuestra que “las víctimas ya no quieren ver, y menos aún en puestos de responsabilidad, a una persona que las ha ultrajado”.
Esta evolución refleja un profundo cambio de perspectiva dentro de la institución católica. Como escribe la CEF en su comunicado del 10 de agosto sobre el caso de Toulouse, la prioridad ha cambiado: ahora se trata de “analizar estos hechos desde el punto de vista de las personas que han sido víctimas” en lugar de desde el futuro del sacerdote condenado. Un cambio que poco a poco deja obsoletas las prácticas del pasado y explica la multiplicación de las declaraciones públicas que critican los nombramientos recientes.
Sin embargo, la cuestión de fondo sigue sin resolverse. “Solo se puede tratar caso por caso”, analiza Alain Christnacht, presidente de la comisión interdisciplinar encargada de asesorar a los obispos sobre el futuro de los sacerdotes autores de abusos sexuales. Porque detrás de la etiqueta de sacerdote abusador se esconden perfiles psicológicos y criminológicos muy diferentes.
“Algunos son verdaderos pedófilos, es decir, personas con trastornos de conducta sexual caracterizados por una atracción persistente hacia los niños, con un alto riesgo de reincidencia. Otros han cometido actos de control, agresiones sexuales más oportunistas o comportamientos sexuales inapropiados graves, pero de otro tipo, en los que la evolución de la personalidad y el seguimiento pueden reducir considerablemente el riesgo de reincidencia”, detalla. Al mismo tiempo, advierte sobre la ilusión de un riesgo cero: “Esa es toda la ambigüedad de la comisión que dirijo: a los obispos les gustaría tener un manual de instrucciones para evitar la reincidencia. Pero solo podemos razonar en términos de probabilidad, reduciendo el riesgo sin ofrecer nunca garantías”.
Para algunos de estos condenados, se derrumba todo su mundo. “Todo se derrumba a la vez para ellos: lo profesional, lo personal…”, testimonia un clérigo de la Misión de Francia, que ha acompañado a una decena de sacerdotes detenidos durante sus muchos años de capellanía en prisión. Algunos han desarrollado cáncer tras su salida.
El impacto es aún mayor porque toda la vida del sacerdote está estructurada en torno a la Iglesia. “Cuando un médico pierde el derecho a ejercer, pierde su identidad profesional, pero eso solo afecta a una parte de sí mismo: sigue siendo algo más que su profesión. Para un sacerdote es diferente: el sacerdocio no es una profesión, sino una realidad ontológica que nace del sacramento de la ordenación. Afectar al sacerdocio es afectar a la totalidad de una persona”, explica el sacerdote Bruno Gonçalves, promotor de justicia del tribunal penal canónico nacional.
Esta pérdida total de referencias explica en parte los dramas que pueden producirse. “Los sacerdotes que fueron acusados y se suicidaron me hicieron reflexionar: esa falta de esperanza es un agujero negro, es la desaparición”, confiesa el sacerdote de la Misión de Francia. ¿Pone esta situación de manifiesto una falta de reflexión colectiva?
La reparación de las víctimas
“La búsqueda de un camino hacia el futuro nos concierne a todos, independientemente de nuestra responsabilidad en la Iglesia, porque la exclusión social y la exclusión eclesiástica no son palabras que figuren en el Evangelio que se nos ha confiado”, defiende el obispo Jacques Turck. Quien ha acompañado a sacerdotes en espera de juicio insiste: “Si la compasión se debe a las víctimas, la misericordia es ante todo para los culpables”.
“Se invoca la misericordia para estos sacerdotes, pero ¿qué hacen ellos por la reparación de las víctimas?”, pregunta Natalia Trouiller, periodista y denunciante de abusos sexuales en la Iglesia. El término penitencia se ha convertido en un tópico y a menudo se confunde con la pena de prisión. Sin embargo, si hablamos de reinserción en la Iglesia, no podemos ignorarlo. También hay que hacer crecer a estos sacerdotes, pedirles que participen en la reconstrucción de las víctimas. “
Esta exigencia de reparación activa encuentra eco en los intentos de introducir la justicia restaurativa en la Iglesia. Este enfoque privilegia el encuentro supervisado entre víctimas y autores, además de la sanción punitiva. La hermana Thérèse de Villette, religiosa javieriana y criminóloga, ha solicitado sin éxito a numerosos obispos que la pongan en contacto con sacerdotes condenados para organizar este tipo de talleres. “Me dicen que todos sus sacerdotes están en fase de negación o que son demasiado mayores. Eso es todo. Creo que los obispos aún no están convencidos”, lamenta.
Pero estas gestiones no resuelven la cuestión del futuro ministerial de estos sacerdotes que no han sido expulsados del estado clerical. Entre el reconocimiento del mal cometido y la posibilidad de volver a ejercer el ministerio, la Iglesia se enfrenta a la compleja articulación entre la reinserción, la protección de las comunidades católicas y la escucha de la voz de las víctimas. De ahí surge una reflexión sobre nuevas formas de ejercer el sacerdocio.
Ministerios “en la sombra”
Para el sacerdote de la Misión de Francia entrevistado por ‘La Croix’, la Iglesia podría inventar nuevas formas de ministerio denominado “en la sombra”, que permitieran a estos hombres consagrados seguir expresando “la ofrenda de su vida”. Ya existen ejemplos, de manera informal, detalla. Como ese clérigo condenado que reparte comidas, contratado por una estructura de servicios a la persona. “Celebra en privado por la mañana. Tiene su salario. La proximidad con las personas mayores con las que se encuentra le ayuda en su ministerio”.
Una forma de sacerdocio ejercido “de manera discreta, a imagen de los sacerdotes obreros”. “Es posible ser reconocido al volver a la vida civil, encontrar un trabajo que se ajuste a las propias competencias, con un ministerio sacerdotal que se vive de manera discreta”, resume. “Son sacerdotes para siempre, pero no funcionarios del culto para siempre”, coincide Natalia Trouiller.
La Iglesia de Francia es consciente de la magnitud del trabajo que le espera. Los obispos aún no han abordado las recomendaciones del grupo de trabajo post-Ciase dedicado al acompañamiento de los sacerdotes autores, presentadas en la primavera de 2023. Estas recomendaciones señalaban reflexiones que afectaban directamente al ejercicio del discernimiento del obispo en estas situaciones.
Como subraya el grupo de trabajo, el obispo acumula con el sacerdote una “triple relación ambigua: sacerdote amigo (hermano), autoridad de acompañamiento (padre) y autoridad disciplinaria (“jefe”). De ahí la recomendación central: “El obispo no puede estar solo, en primera línea como juez y parte”. Pero esta necesaria delegación también supone una renuncia a su autoridad tradicional. La comisión dirigida por Alain Christnacht, encargada de asesorar a los obispos sobre estos delicados asuntos, sigue sin ser suficientemente solicitada, lo que revela la reticencia de los obispos a pedir consejo a los laicos sobre estas cuestiones.
Según los actores, también es necesaria una verdadera revolución en cuanto a los medios. “Hay que multiplicar los lugares de acogida”, sugiere el obispo Jacques Turck, responsable de Buisson Ardent, una casa de acogida para sacerdotes en dificultades, donde se vive “la oración, la reflexión, el trabajo manual, el acompañamiento psicológico y médico”. El alojamiento puede durar hasta tres años, a la espera de la sentencia civil, pero no acoge a los sacerdotes después de su condena.
“Algunas diócesis se preguntan si no deberían abrir una casa para sacerdotes condenados. Es una cuestión muy debatida en este momento”, revela un buen conocedor del tema. Y advierte: “Habrá que convivir con ello, no es algo pasajero, siempre habrá sacerdotes delincuentes”.
* Artículo de Heloise de Neuville originalmente publicado en La Croix, partner en francés de Vida Nueva
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