Fuente: settimananews.it
Por: Giuseppe Guglielmi
26/08/2025
Hace ochenta y cinco años, precisamente el 26 de agosto de 1940, nacía el teólogo Giuseppe Ruggieri en Pozzallo, en la provincia de Ragusa y diócesis de Noto.
Quienes conocen a Don Pino sin duda quedarán impresionados por su personalidad alegre y directa, a la vez que exigente y apasionada. Sus reflexiones teológicas, imbuidas de un gran rigor, lo han convertido en una voz destacada en el panorama teológico italiano y europeo. Esto también se evidencia en los intercambios (y en muchos casos amistades) que ha forjado con teólogos de la talla de Balthasar, Chenu, Congar, Hünermann, Jossua, Komonchak, Metz, Pottmeyer y Theobald, por nombrar solo algunos.
Aprovechando esta oportunidad, quisiera esbozar los momentos más destacados de su relato biográfico[1] y tratar de releer, a través de ellos, el estilo de su teología[2].
Sicilia y Alemania: una comparación sin miedo
Tras sus estudios iniciales en el seminario diocesano de Noto, Ruggieri continuó su formación sacerdotal en Roma, en el Colegio Capranica, completando los estudios teológicos en la Universidad Gregoriana, que concluyó con el doctorado en 1966. Eran los años en los que se celebraba el Concilio en Roma, y es curioso que el mismo hombre que habría dedicado una cantidad considerable de investigaciones al Vaticano II, se encontrara participando en las sesiones conciliares (las del primer período y en parte del segundo) como taquígrafo[3].
Durante sus estudios de doctorado, Ruggieri pasó un período de estudio en Münster, Alemania. Gracias a esta primera experiencia fuera de su ciudad natal, se percató de las verdaderas raíces de la teología alemana en su propio ambiente cultural. Esta impresión lo llevó de vuelta al contexto italiano, donde, en contraste, la teología aún parecía reacia a cuestionar la fe vivida del pueblo y escasamente interesada en interactuar con la cultura marxista e historicista del siglo XX en Italia, la misma cultura que el juicio eclesiástico estigmatizó apresuradamente como materialista y secularista. Ruggieri también se preguntaría más tarde si la naturaleza singularmente italiana de emprender un proyecto de gran envergadura para traducir obras teológicas extranjeras (él mismo fue uno de los primeros traductores de Balthasar) podría haber dado lugar a una especie de sustituto cultural de la teología extranjera. Un sustituto que, precisamente por provenir y responder a raíces culturales diferentes a las nuestras, habría impulsado a los teólogos italianos a moverse dentro del horizonte más modesto de los tratados y manuales teológicos.
De 1965 a 1971, siendo un joven sacerdote (ordenado en 1963), asumió la atención pastoral de estudiantes universitarios, primero en su diócesis de Noto y luego en Catania, adonde se trasladó y que se convertiría en su residencia permanente. Allí, en 1969, comenzó a enseñar Teología Fundamental y Cristología en el recién creado "Estudio Teológico San Paolo". Permaneció vinculado a esta institución durante toda su carrera docente, hasta 2010, cuando se jubiló de la docencia al alcanzar la edad de jubilación.
Los años setenta representan el inicio de las colaboraciones a nivel didáctico y de investigación. Ruggieri, de hecho, aceptó la enseñanza, como profesor invitado, de Teología Fundamental en la Universidad Urbaniana (1972-1975) y la Universidad Gregoriana (1973-1975). Otra invitación importante fue la que recibió dos décadas después (1994-1995) de la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Tübingen. Se le confió, para el semestre de invierno, la representación de la cátedra (Vertretung) en Teología Fundamental, que había quedado vacante debido a la jubilación de Max Seckler. En el contexto de las colaboraciones teológicas con el mundo alemán, también vale la pena recordar su participación (entre los muy pocos autores extranjeros y el único caso italiano) en la obra, en cuatro volúmenes, Handbuch der Fundamentaltheologie (1985), durante muchos años uno de los principales textos rectores de la Teología Fundamental europea[4].
En mi opinión, estas experiencias son importantes para comprender la personalidad y la impronta teológica de Ruggieri: un intelectual que interactuó con colegas y universidades e instituciones académicas italianas y extranjeras, a la vez que se mantuvo firmemente anclado en su tierra natal. Esta elección deliberada surgió de una profunda conexión con la tradición cultural y religiosa del sur de Italia. Fue en este contexto que se dejó cuestionar, reacio a someterla a otras demandas y movimientos que surgían en aquellos años, desde las tensiones posconciliares hasta el movimiento estudiantil o el choque entre catolicismo y marxismo. No es que Ruggieri no viviera y revisitara estas experiencias; todo lo contrario, como lo demuestra su singular interés temprano (que, por desgracia, nunca prosiguió) por el filósofo Antonio Gramsci, sus artículos de juventud sobre el cristianismo y el socialismo en Italia, y su colaboración con movimientos como "Adista" y "Somos Iglesia".
Para el teólogo siciliano, sin embargo, estas experiencias no deberían anular ideológicamente su atención y respeto por una cultura —la de su propia tierra— que, si bien no era ajena a los grandes procesos culturales de otras partes de Europa, cultivaba su propia especificidad. Este marco también incluye su posterior decisión de establecerse —durante veinticinco años (1972-1997)— junto con algunos amigos (sacerdotes y laicos) en un barrio obrero de Catania (Villaggio Sant'Agata), para ejercer allí su ministerio pastoral, dejándose interpelar por esa condición humana. Es en este contexto que Ruggieri tomó conciencia y reinterpretó la historia de su tierra, caracterizada por una cultura en gran parte ignorada o desdeñada, por una fe profundamente sentida e inmediata, donde se entrelazan la memoria histórica del cristianismo (el dolor y la muerte de Cristo) y la experiencia humana del sufrimiento.
Un encuentro decisivo: Giuseppe Alberigo y el taller de Bolonia
La década de 1970 estuvo marcada por otras iniciativas y colaboraciones teológicas. Entre ellas, destaca su participación en la Asociación Teológica Italiana. Fue elegido miembro de su consejo en 1969 (dos años después de la fundación de la ATI) y confirmado para varios mandatos hasta 1994. También fue uno de los fundadores de la edición italiana de la revista internacional de teología y cultura Communio, publicada por Jaca Book, y fue su director durante los primeros cuatro años (1972-1975). Renunció a este cargo por su desacuerdo con los estrechos vínculos de la editorial con Comunión y Liberación (asociación a la que el propio Ruggieri se había unido inicialmente) y el naciente "Movimento Popolare", un grupo político vinculado a CL. Además, desde mediados de la década de 1980, fue cooptado repetidamente en la junta directiva de Concilium, una prestigiosa revista teológica internacional.
Pero es necesario recordar otra experiencia que marcó la trayectoria intelectual de Ruggieri: su colaboración con la Fundación Giovanni XXIII de Estudios Religiosos. Fue invitado, a partir de septiembre de 1978, por el historiador eclesiástico Giuseppe Alberigo, alumno de Giuseppe Dossetti. Dossetti había fundado el Centro de Documentación (nombre original de la institución) en Bolonia en 1953, reuniendo a académicos de diversas disciplinas histórico-religiosas. Fue el teólogo Luigi Sartori quien sugirió a Ruggieri a Alberigo como teólogo que podría colaborar con el Instituto. En esta institución, Ruggieri dirigió la revista Cristianesimo nella storia durante quince años (2002-2017), que el propio Alberigo había fundado en 1980.
Por lo tanto, creo que si, por un lado, el contexto generador de la teología de Ruggieri se remonta a la experiencia pastoral en Catania (tras el pueblo de Santa Ágata, cabe recordar su compromiso como rector de las iglesias de San Nicolás primero y San Vito después), por otro lado, las herramientas para asegurar que dicha experiencia encontrara una forma científica adecuada surgieron precisamente de la colaboración con Alberigo[5] y, en general, con el taller boloñés. Esta fructífera colaboración dejó una huella visible en la teología de Ruggieri.
Basta mencionar, para simplificar, algunos de los presupuestos y opciones que han marcado su investigación: la sobriedad y el rigor de la metodología histórica; el estudio de la historia de la Iglesia en sus conexiones con la historia civil; la colocación de la doctrina y de la teología cristianas en el contexto político y cultural más amplio; la intolerancia hacia un enfoque meramente sistemático de la teología[6].
Algunas constantes de su teología
A partir de la biografía de Ruggieri, intento recoger algunas de las razones subyacentes a su teología.
En primer lugar, el tema de la unidad que Dios establece con la humanidad en su Hijo y en el don del Espíritu, que constituye una especie de contrapunto a los escritos del teólogo siciliano. No se trata de un discurso ontológico (poco importa si es de naturaleza neoescolástica, trascendental o fenomenológica), sino más bien de una reflexión construida a partir de algunas metáforas del Nuevo Testamento que siempre lo interpelaron. Recuerdo en particular el «gran sentimiento de Dios» ( 2 Pedro 3,9); el «intercambio» de Jesús por nosotros ( 2 Corintios 5,16-21); la participación/emoción visceral de Jesús en el destino de su pueblo, recordada repetidamente en los Evangelios Sinópticos; la fe cristiana como seguimiento y participación en la historia del profeta apocalíptico, que se realiza al hacer nuestra la palabra del intercambio y al «permanecer bajo» ( 2 Tesalonicenses 3,5) las contradicciones y ambigüedades de la historia.
En segundo lugar, la primacía de la praxis, es decir, de la experiencia cristiana (liturgia, formación, compromiso) como contexto generador de la teología. Al desarrollar este tema, Ruggieri también profundiza en la cuestión de los «signos de los tiempos» (discernimiento), no sin adoptar una visión de la historia humana como un proceso complejo e impredecible, no marcado por un progreso evolutivo imparable, sino marcado tanto por impulsos positivos como por cierres egoístas.
En tercer lugar, la connotación pastoral como exigencia intrínseca de la doctrina cristiana. En otras palabras: el principio de pastoralidad (cf. Juan XXIII) como hermenéutica histórica de la verdad cristiana.
Finalmente, la constatación de que el régimen del cristianismo ha terminado hace tiempo y de que el pluralismo cultural está lejos de ser una moda pasajera. Esto explica su elección por una teología entendida como una forma particular de conocimiento que, por un lado, se aparta del viejo programa de "fundamentar" la plausibilidad de la fe misma ante "la" razón, y por otro, no renuncia al deseo de comunicarse con otras formas particulares y diferentes de conocimiento.
Autenticidad de un teólogo
El estilo teológico de Ruggieri se caracteriza por la veracidad y la seriedad: cualidades que no se dan por sentadas en teología. Dicho de forma negativa, y recurriendo a algunas expresiones sarcásticas que él mismo utiliza cuando pretende distanciarse de ciertas tendencias teológicas, creo que su pensamiento se puede caracterizar por tres "no". No preocupado, es decir, alejado de la teología de los "escribas seguros", que sitúan la doctrina (además, separada de su contexto histórico) como punto de partida y retorno de su reflexión. No calculador, es decir, no interesado en otros objetivos y, por lo tanto, alejado del arribismo de los "teólogos de corte". No obsequioso con los que ostentan el poder, una tentación que encuentra no solo en los clérigos, sino también en aquellos a quienes llama los "grandes clérigos eclesiásticos" del laicado católico.
En términos positivos, para Don Pino, practicar la teología significa situar la primacía de la confesión/adoración a Dios en el centro; sumergirse en la tradición viva de la Iglesia e investigarla con la ayuda insustituible de un conocimiento racional y riguroso de la historia de la tradición de la fe, para iniciar una necesaria relativización de las formas en que la Iglesia ha vivido consistentemente su fidelidad al Evangelio; recordar el magisterio de todo el Pueblo de Dios (sensus fidelium); hacer de la compañía con las mujeres y los hombres de nuestro tiempo la forma doctrinae, el sello distintivo de la existencia cristiana. En una palabra: dar testimonio del Evangelio del Reino en el tiempo que a cada uno le toca vivir.
[1] Ruggieri ofrece una primera autobiografía, que sin embargo abarca solo los primeros veinte años de su actividad teológica, en la contribución de G. Ruggieri, «De la historia a la metáfora», en L. Sartori (ed.), Ser teólogos hoy. Diez historias, Marietti, Casale Monferrato 1986, 157-175. Puede encontrarse más información en Id., «Dietrich Bonhoeffer (1905-1945). Testimonianze», en Filosofia e Teologia 19 (2005) 601-604; Id., Primera lección de teología, Laterza, Roma-Bari, 2011, VX; Id., Iglesia sinodal, Laterza, Roma-Bari, 2017, XI-XIX.
[2] F. Ruozzi, «Bibliografia di Giuseppe Ruggieri», en A. Melloni (ed.), Tutto è grazia ofrece una primera bibliografía de los escritos de Ruggieri, que abarca los años 1965-2008. En homenaje a Giuseppe Ruggieri, Libro de Jaca, Milán 2010, 521-551.
[3] Ruggeri describe esta experiencia de forma divertida: «El joven estudiante de teología se convirtió, gracias a la curiosa idea de un nostálgico que quería restaurar, a pesar de los modernos servicios de grabación, todas las funciones organizativas del Vaticano I, en el taquígrafo del Concilio. De hecho, las diversas actas de las sesiones conciliares se redactaban por turnos, tomándolas de la grabadora» (G. Ruggieri, «Dalla storia alla metafora», 164).
[4] Cf. Kern W. – Pottmeyer HJ – Seckler M. (eds.), Corso di teologia fondamentale, vols. 1-4, Queriniana, Brescia 1990. La contribución de Ruggieri, titulada «Iglesia y mundo» (300-328), apareció en el último volumen, dedicado a la tradición y al estatuto epistemológico de la teología fundamental.
[5] Sobre la larga amistad entre Ruggieri y Alberigo véase el testimonio de Angelina Nicora, esposa de Alberigo: «Una amistad», en A. Melloni (ed.), Tutto è grazia, IX-XIV.
[6] El compromiso de Ruggieri con FSCIRE me lleva inevitablemente a la siguiente observación. Considerando las difíciles condiciones (estatutarias, económicas, de estudio, etc.) de las facultades de teología en Italia, creo que si un teólogo tiene la posibilidad (y la fortuna) de formar parte de una institución civil cuyo principal objetivo es la investigación y la comparación científica entre colegas, no puede evitar obtener importantes incentivos para su propia maduración intelectual y su trayectoria investigadora.
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