lunes, 28 de diciembre de 2015

FE, CREENCIAS Y CERTEZAS




Por Ignacio Villota Elejalde

Vivimos tiempos, siempre los hemos vivido, en que las grandes religiones, entendidas como ciencias acabadas, con sus montajes ideológicos y certezas logradas ponen en peligro el requisito básico de la convivencia humana, la tolerancia, e intentan lograr el triunfo de las ideas religiosas y sus, a veces, logros económicos por medio de la imposición, de la violencia y de la muerte.

Durante estos últimos años hemos asistido a la irrupción violenta, a la masacre y el terror de grupos fanatizados del mundo musulmán que, llevados por un sentido literal asfixiante de su libro sagrado, se inmolan, aterrorizan y asesinan, llevando a las poblaciones y a los políticos a miedos incontrolables que, incluso pueden conducir a mentes normalmente sensatas a conclusiones ideológicas y políticas peregrinas. El fin de los fanáticos musulmanes sería rehacer las glorias políticas culturales y religiosas de sus califatos.

Nosotros en el cristianismo sabemos algo de todo esto. No sé si incitados por teólogos llenos de certezas, o acaso también, por comerciantes flamencos, ingleses o franceses que vieron en la aventura del Próximo Oriente la posibilidad de pingües negocios, la Iglesia, a través de aquel grito del papa Urbano II “Dios lo quiere”, se lanzó a la aventura de la I Cruzada. Había que rescatar los Santos Lugares por los que Jesús transitó. Convencidos de poseer la razón y de que era la voluntad de Dios echar a los musulmanes de aquellas tierras eminentemente cristianas, en opinión del Papa, los cruzados ejercieron la violencia durante muchos años. No aterrorizaban en el sentido moderno de la palabra, con dinamita y bombas de racimo, pero sí asediaron, mataron y ejecutaron a infieles hijos de Mahoma.

Nosotros, los creyentes cristianos, siempre hemos de estar alerta ante la sutil tentación de confundir las creencias con las certezas, y andar a “certezazos” con los de dentro o los de fuera que no estén de acuerdo con ellas. Y para hablar de estas cosas nos sirve el Evangelio de estos días.

“Dichosa tú porque has creído” le dice Isabel a María cuando ésta la visita. No le dice Isabel: “Dichosa tú porque sabes que vas a ser la madre del Salvador”, sino porque has creído. No conocemos cómo recibió esta inspiración divina, dejando de lado el escenario maravilloso e idealizado de la Anunciación descrito por San Lucas. El caso fue que María creyó durante toda su vida que aquel hijo suyo, tan extraño, tan contracorriente y tan antisistema en su tiempo, era un ser excepcional, encarnación de Dios en la historia. Por cierto, si María hubiera conocido el sentido que hoy se da a la palabra antisistema hubiera fruncido el ceño. Ella, lógicamente, conocedora de la sociedad de su tiempo, creería que el sistema, en su sentido más pleno, rico y humano sería una organización de la sociedad desde las perspectivas económica, política y religiosa basadas en el amor, la confraternización, la igualdad, la ética en la vida de los negocios, la redistribución de los bienes, la no confusión de lo legal con lo ético, el respeto a los diferentes… en conclusión: su Hijo se dedicaría toda su vida a luchar contra los antisistema, es decir, los poderosos grupos y personalidades detentadoras del poder religioso, social y político de Israel.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Fundamentalismos

JESÚS MARTÍNEZ GORDO, catedrático de teología

Las actitudes fundamentalistas no son una patología exclusiva de las religiones, sino una enfermedad que se apodera e infiltra en todos los ámbitos de la vida

Los hechos son conocidos. Francia ha sido sacudida dos veces por el azote terrorista en lo que va de año: la masacre del equipo de redacción del semanario satírico Charlie Hebdo (enero) y los atentados simultáneos de París con un dramático balance de 132 muertos y más de 300 heridos (noviembre).

También son de dominio público las declaraciones del presidente François Hollande del 13 de noviembre, tras haber sido asumida su autoría por el Estado Islámico: son un ‘acto de guerra’ al que Francia responderá de manera ‘implacable’ y ‘sin misericordia’.

Igualmente son conocidas algunas de las decisiones tomadas: cierre de las fronteras; tres días de duelo nacional; estado de emergencia en todo el territorio; prohibición de manifestaciones en la vía pública; intensificación de los ataques a ISIS; traslado hasta la zona del portaviones Charles de Gaulle; solicitud de colaboración militar a sus socios europeos y reforma de la Constitución. No han faltado quienes, evaluando el alcance y significado de estas medidas, han enfatizado la vecindad entre esta manera de reaccionar y la respuesta del presidente George Bush hace catorce años (11 de septiembre de 2001) a los atentados de las torres de Nueva York.

El capítulo de los análisis es enorme. Imposible de sintetizar. Retengo, consciente de sus limitaciones, los que subrayan el fundamentalismo islámico de sus ejecutores y, por extensión, del que ronda a toda religión. Quedan para otra ocasión las valoraciones que centran su mirada en las víctimas.

Una vez condenado el fundamentalismo yihadista, se han escuchado diagnósticos que invitan a levantar la vista de su envoltorio religioso y a evaluarlo no tanto en clave de ceguera islámica, cuanto en relación a los intereses energéticos en los que están muy implicadas (y enfrentadas) las principales potencias occidentales. Y, por supuesto, entre ellas, Francia.

El fanatismo yihadista, se recuerda, es una tapadera, oportuna y convenientemente empleada: por unos, para encontrar ‘carne de cañón’ con la que desestabilizar a los prepotentes occidentales y, por otros, para despistar (y apartar) a la ciudadanía de los enfrentamientos que está provocando el reparto de la tarta energética en Oriente Medio.

jueves, 10 de diciembre de 2015

BUSCANDO UNA IGLESIA SIGNIFICATIVA

Por Javier OÑATE
(10/12/2015)


Me parece cierto que nadie tiene una definición acabada de en qué consiste hoy una Iglesia significativa para Europa. Y, sin embargo, somos bastantes los que opinamos que en el acierto a la hora responder a la cuestión de la significatividad se está jugando nuestra capacidad evangelizadora, de lo que se deduce que es justo esa respuesta la que debiera orientar nuestra acción. En mi opinión una Iglesia significativa:

es una Iglesia que vive lo que anuncia: el evangelio de Jesús de Nazaret; vuelve una y otra vez, individual y comunitariamente, al espíritu de las bienaventuranzas. Busca ese estilo de vida sencillo, atento a las personas, preocupado y ocupado con los pobres y contra la pobreza.

es una Iglesia sensible a lo que ocurre en la vida de cada día, conectada con las preocupaciones y las esperanzas de la gente. Que se hace eco de ellas. Que sufre con lo que impide una vida digna, y lo denuncia. Que se alegra con los avances médicos, educativos, culturales, políticos... Que simpatiza, sin ingenuidades, con cuanto nos humaniza.

es una Iglesia creyente, que "sabe de quién se ha fiado" y lo dice. Es una Iglesia deseosa de compartir su confianza en Dios, como nos lo enseña Jesús. Que no se olvida de que Dios "primerea" y no quiere, ni por acción ni por omisión, posponer esta confesión de fe.

es una Iglesia que asume entre los "suyos" distintas formas e intensidades de pertenencia y referencia. Soporta los atascos y ambigüedades que todo ello le acarrea. Huye del elitismo y del mesianismo. Es una Iglesia católica, heterogénea, plural. Es poco selecta.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Francisco en un congreso organizado por la congregación para el clero


DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO;
CON OCASIÓN DEL 50 ANIVERSARIO DE LOS DECRETOS CONCILIARES
"OPTATAM TOTIUS" Y "PRESBYTERORUM ORDINIS"
Sala Regia
Viernes 20 de noviembre de 2015

[Multimedia]

«La santificación del sacerdote está unida a la de su pueblo.»
Obispo: «Y si tú no te ves capaz de permanecer en la diócesis, renuncia, y da vueltas por el mundo haciendo otro apostolado muy bueno


Señores cardenales,
queridos hermanos obispos y sacerdotes,
hermanos y hermanas:



Dirijo a cada uno un cordial saludo y expreso un sincero agradecimiento a usted, cardenal Stella, y a la Congregación para el clero, que me invitaron a participar en este congreso, a los cincuenta años de la promulgación de los decretos conciliares Optatam totius y Presbyterorum ordinis.

Os pido disculpas por haber cambiado el primer proyecto, que consistía en que yo vaya a vuestro congreso, pero habéis visto que no había tiempo e incluso aquí llegué con retraso.

No se trata de una «nueva evocación histórica». Estos dos decretos son una semilla, que el Concilio depositó en el campo de la vida de la Iglesia; en el curso de estos cinco decenios han crecido, se convirtieron en una planta frondosa, ciertamente con alguna hoja seca, pero sobre todo con muchas flores y frutos que embellecen a la Iglesia de hoy. Recorriendo el camino realizado, este congreso ha mostrado esos frutos y ha sido una oportuna reflexión eclesial sobre el trabajo que queda por hacer en este ámbito tan vital para la Iglesia. ¡Aún queda trabajo por hacer!

Optatam totius y Presbyterorum ordinis fueron recordados juntos, como las dos partes de una única realidad: la formación de los sacerdotes, que distinguimos en inicial y permanente, y que para ellos es una única experiencia de discipulado. No por casualidad, el Papa Benedicto, en enero de 2013 (Motu proprio Ministrorum institutio), dio una forma concreta, jurídica, a esta realidad, atribuyendo también a la Congregación para el clero la competencia sobre los seminarios. De este modo el mismo dicasterio puede comenzar a ocuparse de la vida y del ministerio de los presbíteros desde el momento del ingreso en el seminario, trabajando para que se promuevan y se cuiden las vocaciones, y puedan culminar en la vida de santos sacerdotes. El camino de santidad de un sacerdote comienza en el seminario.

Desde el momento que la vocación al sacerdocio es un don que Dios concede a algunos para el bien de todos, quisiera compartir con vosotros algunas reflexiones, precisamente a partir de la relación entre los sacerdotes y las demás personas, siguiendo el n. 3 de Presbyterorum ordinis, donde se encuentra como un pequeño compendio de teología del sacerdocio, tomado de la Carta a los Hebreos: «Los presbíteros, tomados de entre los hombres y constituidos en favor de los mismos en las cosas que miran a Dios para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, moran con los demás hombres como hermanos».