jueves, 28 de mayo de 2020

Llegar demasiado tarde, salir demasiado pronto: gestionar el COVID (III y última parte)

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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Agustín García
Cura diocesano y sociólogo
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Por quienes murieron de la enfermedad y por aquellos que no se pudieron despedir de ellos.
Por quienes cuidaron de los más contagiados a riesgo de sufrir lo mismo.




          Philip Ziegler describió así las secuelas de la peste negra: “Doloroso desajuste, desmoralización, desorden: estos son los síntomas típicos en una sociedad que se recupera de la conmoción de una plaga”. Laura Spinney, de quien ya hemos hablado, pensaba que esas palabras podían aplicarse a la gripe española. Aunque las cosas siempre pueden torcerse creo que las repercusiones más negativas del COVID-19 pueden atenuarse si conseguimos atemperar los egoísmos más incivilizados y promovemos con sensatez estrategias de “resiliencia colectiva”. No debemos perder de vista que las epidemias, a diferencia de otras catástrofes naturales como huracanes o terremotos, provocan una especie de inversión moral: el egoísmo es racional (alejarse de los demás salva vidas) y el ayudar irracional (el contacto puede provocar contagios y poner en riesgo vidas). Refiriéndose a la gripe española, escribió Spinney en El jinete pálido: “La mejor oportunidad de sobrevivir era ser absolutamente egoístas… Sin embargo, por lo general, nadie lo hizo. Las personas mantuvieron contacto entre ellas, mostrando lo que los psicólogos denominan «resiliencia colectiva»”. Cuando está en peligro la salud de muchos, por lo general, aunque no sea la respuesta más racional, el egoísmo individual puede transmutarse en una especie de egoísmo colectivo llevando a los grupos a una agrupación mayor, a defenderse más conjuntadamente, a hacerse a la idea de que todos están en el mismo barco, a sentir que comparten una misma victimización y a tejer, por tanto, estructuras de solidaridad intragrupal. Aunque haya algunas personas que actúen por convicción, otras por miedo al ostracismo o al qué dirán y otras más por oportunismo, en general, ante una catástrofe natural, el instinto de sociabilidad se dispara. Durante la pandemia de gripe española hubo profesionales de la salud que trabajaban con tanto celo y abnegación que asustaron a sus compañeros y hubo voluntarios y enfermeras formadas para la ocasión cuya entrega o dedicación preocuparon a los médicos. “Cuando no había médicos, el relevo lo tomaban los misioneros, las monjas y otros representantes religiosos, y cuando estos no estaban disponibles, intervenían personas corrientes, incluso si, como era normal existían entre ellas profundas diferencias sociales”, cuenta El jinete pálido. Tal fue el afán de ayudar que muchos médicos rurales se quejaron del incordio, el intrusismo profesional y las extralimitaciones competenciales de los agentes de salud preparados para la emergencia. 

       
        También hubo excepciones a la regla que conviene escrutar. Por ejemplo, según algunas informaciones, los presos de Río de Janeiro contratados para cavar tumbas cometieron todo tipo de tropelías con los cadáveres de las mujeres más jóvenes; y fue en esta ciudad también donde se pudieron apreciar los desórdenes que puede suponer el resquebrajamiento de la resiliencia colectiva cuando se disipan los temores o se avista la salida. Los Carnavales de Río de 1919, según cuenta Spinney, eligieron como tema el castigo de Dios y las comparsas aludían a la gripe en sus cantos, marchas y presentaciones. Asistió más gente que nunca, aunque todavía seguían las muertes. Los periódicos se hicieron eco de la alegría excepcional, la necesidad de catarsis y la juerga total que se vivieron esos días. Comenzó el Carnaval y la gente “empezó a hacer cosas, a pensar cosas, a sentir cosas inauditas e incluso demoníacas”. Como lobos al acecho, las violaciones se dispararon sobrepasando en mucho al resto de las delincuencias. De muchos se apoderó un frenesí y una locura sin límites ni modales, como si necesitaran reafirmarse, aunque fuera de forma obscena, escandalosa y criminal, las energías vitales. Tantas fueron las violadas que a sus vástagos refieren como “hijos de la gripe”. También fuentes documentales testimonian la profusión de comportamientos abominables tras el fin de la peste negra. ¿Recibiremos la herencia de la I Guerra: internacionalismo débil, proteccionismo, liderazgo exaltado y depresión económica o de la II: integración supranacional, expansión económica, liderazgos más sensatos y universalización de derechos? Hay tendencias en ambas direcciones. Uno de los peores signos es la proliferación de dos tipos corrosivos de liderazgo: los líderes “excesivos” (anestéticos) y los “dúctiles” o “apagados” (anestésicos). Aunque el caldo de cultivo, para ambos, es el mismo: “En la actualidad, escribe Byung-Chul Han, no es posible ninguna política de lo bello, pues la política actual queda sometida por completo a los imperativos sistémicos. Apenas dispone de márgenes. La política de lo bello es una política de la libertad. La falta de alternativas, bajo cuyo yugo trabaja la política actual, hace imposible la acción genuinamente política. La política actual no actúa, sino que trabaja. La política tiene que ofrecer una alternativa, una opción real. De otro modo degenera en dictadura. El político, en cuanto que secuaz del sistema, no es un hombre libre en sentido aristotélico, sino un siervo”.
       
        La política de lo bello implica siempre el juego limpio ético. La política de lo bello implica también un cierto descentramiento político, una relativización de la propia posición política en beneficio del entendimiento con otros, del reconocimiento y el respeto por aquellos que no piensan lo mismo y que si pudieran decidir lo harían de otra forma, significa también asumir que la política no siempre está en el centro y que no debería por tanto saturar la conciencia del ciudadano porque la ciudadanía no debe ser invadida por la política a la manera como lo acosa la propaganda. Por eso la política de lo bello debiera ser también una política de la verdad porque la verdad nunca es propiedad de nadie y al respetar la verdad, el gobierno muestra que no es codicioso. Demuestra su humildad. Así como en presencia de lo bello el sujeto se pone a un lado en lugar de imponerse abriéndose paso, como dice Han, la política de la verdad, en relación a la verdad, hace lo mismo.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Llegar demasiado tarde, salir demasiado pronto: gestionar el COVID (II)

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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Agustín García
Cura diocesano y sociólogo
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Por quienes murieron de la enfermedad y por aquellos que no se pudieron despedir de ellos.
Por quienes cuidaron de los más contagiados a riesgo de sufrir lo mismo.


      La revista Forbes publicó un artículo el mes pasado donde se relacionaba el liderazgo femenino y el éxito en la lucha contra el coronavirus: “Qué tienen en común los países que han dado una mejor respuesta a la Covid-19? Mujeres líderes”, rezaba el título. Escrito por Avivah Wittenberg-Cox el artículo ha recibido numerosas réplicas en la prensa de todo el mundo. Lo que más se destaca de ese liderazgo femenino es la empatía desplegada en sus estrategias de comunicación. No se han aprovechado de la crisis para publicitar sus propias agendas políticas. Más que politizar la crisis han conectado emocionalmente con la población y entre la bolsa o la vida han optado por la vida. A esa mayor empatía se añaden además: transparencia comunicativa, agilidad en la respuesta y un uso eficaz de las nuevas tecnologías.

      Katrín Jakobsdóttir es la primera ministra de la alejada, aislada y poco poblada Islandia. El país ya es un caso de estudio por las bajas tasas de difusión y mortalidad del Covid-19. Su gran aportación: test gratuitos y rastreo de casos. “Para tener éxito, la nación implementó un plan masivo de exámenes. Con ello las autoridades lograron rastrear a las personas afectadas y disminuir la propagación”, explica una web francesa. Proporcionalmente a su población se ha testado a cinco veces más personas que en Corea del Sur, ejemplo de control sanitario, cuenta otra web. El sistema de monitoreo de casos permitió mantener activa la economía y abiertas las escuelas.


      Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwan, ha merecido el aprecio del mundo por su modélica gestión. Taiwán, que detectó tempranamente el brote, quizá antes que China (y puede que fuera la primera en llevar la información a la OMS, o puede que no, como se defiende la OMS), bloqueó con rapidez su propagación con una precisa serie de medidas. Como la misma presidenta contó a la prensa: “Años de exclusión del sistema de la OMS y las inestimables lecciones aprendidas desde la pandemia del SARS de 2003 hicieron que Taiwán tomara medidas previas de prevención y respuesta proactiva de forma inmediata… Esto ha minimizado el impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos a través de tratamiento, seguimiento, cuarentena y mitigación, creando así el Modelo de Taiwán, por todos reconocido”.

      La neozelandesa Jacinda Ardern es una de las líderes más carismáticas en la gestión de la pandemia. Ardern acertó al cerrar a cal y canto las fronteras. Advirtió con rapidez el peligro, advirtió de él con la misma rapidez y tuvo el gesto de reducirse el sueldo. Cuando Nueva Zelanda bajó del nivel 4 de alarma al 3 para favorecer los contactos sociales y al mismo tiempo proceder con cautela propuso la figura de la “burbuja social”: un grupo habitual de contacto, con límites marcados de relación hacia fuera, donde uno puede interactuar no sólo con los más íntimos (con los que convive) sino también con los más próximos (a quienes ve con más frecuencia). Así dos o tres familias pueden interactuar con normalidad y ampliar el nudo de relaciones que pudieran ser muy pobres si estas se reducen a quienes comparten hogar. Las burbujas sociales moderan los rigores del confinamiento y los excesos del desconfinamiento.

      De la primera ministra conservadora noruega, Erna Solberg, además de la calidad de su gestión se ha destacado la imaginativa idea de comunicarse por televisión para hablar directamente con los niños, responder a sus preguntas y mitigar sus temores. Al contestar a los más pequeños se emplea una frescura, una franqueza y una claridad en la exposición que no suele ser muy habitual en el lenguaje político y que agradó también a los adultos.

martes, 26 de mayo de 2020

Llegar demasiado tarde, salir demasiado pronto: gestionar el COVID (I)

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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Agustín García
Cura diocesano y sociólogo
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Por quienes murieron de la enfermedad y por aquellos que no se pudieron despedir de ellos.
Por quienes cuidaron de los más contagiados a riesgo de sufrir lo mismo.

        El famoso documentalista estadounidense Michael Moore, con motivo de la reciente crisis sanitaria, entrevistó en su podcast al ensayista e historiador John M. Barry por haber escrito uno de los mejores libros sobre la gripe española, desafortunadamente sin traducir, La Gran Influenza: el relato épico de la plaga más mortífera de la historia. “¿Cuáles fueron los mayores errores durante esa pandemia?”, preguntó Moore. Barry contestó sin dudar: “Lo primero es que mintieron”.

        Cuando emergió en 1918 se vivía en guerra y para la guerra. La información se puso al servicio de la contienda. Se integró, como un arma más, en el arsenal militar configurándose como propaganda bélica. En ese contexto, como muy bien señala Barry, lo importante era el impacto de lo que dijeras, no si era verdad o mentira. Un congresista estadounidense acuñó la frase en 1917, un año antes: La primera víctima de la guerra es la verdad. Como la guerra es lo que es, pero puede percibirse de muchas maneras, las noticias circulaban para que la guerra no fuera lo que en realidad era, sino lo percibido de ella. Por eso no se informó de la verdad de la pandemia, para mantener la ficción de la guerra. Se impusieron las necesidades castrenses de mantener elevada la moral de combate y bien pertrechado el dispositivo militar. Había que callar hasta ganar y después comentar la victoria. La desinformación por la censura militar, en un tiempo de economía de guerra y atraso científico, impidió encontrar el foco letal de la pandemia (lo que se conoce como la búsqueda del paciente cero), descubrir los radios de su transmisión, marcar sus trayectorias y contener su propagación. El desastre fue total.

        Los datos estremecen. John Barry expone en su libro cómo esta enfermedad, antes de desaparecer en 1920, habría matado más gente que ninguna otra en la historia de la humanidad. Si bien la peste negra del siglo XIV mató una proporción mayor de población (el 20% de los europeos), la gripe española fue más mortífera en términos absolutos. Los epidemiólogos consideran que murieron de gripe española entre 50 y 100 millones de personas. Aunque normalmente la influenza (o gripe) ataca con más virulencia a niños y ancianos, la española afectó letalmente a personas jóvenes entre los 20 y los 40 años (la mitad de los fallecidos), probablemente, como piensan muchos, porque esta franja de edad, al no estar expuesta a un virus gripal en su primera infancia, no quedó inmune de forma natural. Aunque la pandemia de gripe duró algo más de dos años, tal vez dos tercios de las muertes ocurrieron en un período de veinticuatro semanas, y más de la mitad de esas muertes ocurrieron en menos tiempo, desde mediados de septiembre hasta principios de diciembre de 1918. La gripe española mató a más personas en un año que la peste negra de la Edad Media en un siglo; más personas en veinticuatro semanas que el SIDA en veinticuatro años.

        Las autoridades dictaminaron que no era más que una gripe ordinaria ante la estupefacción general de quienes comprobaban una y otra vez la gravedad sintomática, contó Barry también. ¿Comunicados oficiales? No los hubo. ¿Medidas de distanciamiento? Tampoco. ¿Para qué? Bastaron el frío, el miedo y la guerra para obligar a la gente a confinarse voluntariamente. La ciudadanía adoptó por sí misma las medidas preventivas. No se les mandó otra señal que valerse por sí mismos. Todo fue muy negativo, afirma el historiador. La sociedad se funda en la confianza y esta se perdió cuando los gobernados se sintieron abandonados. La prensa también defraudó. En Filadelfia, cuando cerraron escuelas, teatros, iglesias y restaurantes, uno de sus periódicos publicó: “No son medidas de salud pública, ni hay causa de alarma”. Tampoco podían creer en lo que leían. En aquellos días lúgubres, cuenta Barry en su libro, fueron sacerdotes, incluso en ciudades con fama de modernas como Filadelfia y como ya hicieran durante la peste bubónica, quienes conducían los carromatos que de puerta en puerta iban recogiendo los cadáveres que una población aterrorizada, sin atreverse a salir, mantenía dentro de casa.

        La periodista de la ciencia Laura Spinney también ha escrito un hermoso libro sobre la gripe española: El jinete pálido. 1918: La epidemia que cambió el mundo. “Cuando surge una nueva amenaza que pone en peligro la vida, la primera preocupación y la más apremiante es ponerle un nombre […] Así pues, la asignación de un nombre es el primer paso para controlar la amenaza, aunque todo lo que transmita el nombre sea una ilusión de control”, escribe en el capítulo cinco (de donde tomo una buena parte de las notas siguientes). La denominación no sólo tiene mucha importancia, también puede causar malentendidos. Por culpa de la gripe llamada porcina muchos países restringieron la importación de cerdos tras el brote de 2009. Las primeras denominaciones del SIDA estigmatizaron a la comunidad homosexual. Por eso la OMS ha establecido unas directrices por medio de las cuales se estipula que los nombres de enfermedades no deben referirse a lugares, personas, animales o alimentos concretos. Tampoco deben incluirse palabras que espanten como mortal o desconocida. La enfermedad no puede llevar nombres que ofendan o asusten. Hubo problemas con el SARS (acrónimo para el síndrome respiratorio agudo y grave) porque Hong Kong en su nombre oficial incluye el sufijo SAR. Todo esto nos lo cuenta Spinney de manera amena y asequible.

jueves, 21 de mayo de 2020

El genetista estadounidense Francis Collins recibe el Premio Templeton

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Anne-Laure Juif (avec AFP)
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La Fundación John Templeton de Inglaterra, que reconoce a las personas que trabajan para acercar la ciencia y la fe, otorgó su premio el miércoles (20 de mayo) al director del Instituto Americano de Salud (NIH), Francis Collins.

 En las décadas de 1990 y 2000, lideró el proyecto pionero de mapas del genoma humano; es en el alfabeto del ADN que percibe "el lenguaje de Dios", según el título de su bestseller, "De la genética a Dios".
El Premio Templeton, dotado con 1,2 millones de euros —más que el Premio Nobel— premia anualmente a las personalidades que han renovado la comprensión de la religión, especialmente a través de la ciencia.
Este es el caso de Francis Collins, de 70 años, director del American Institute of Health (NIH), la agencia de investigación biomédica más grande del mundo. Fue galardonado  con el 50o Premio Templeton por "demostrar cómo la fe religiosa puede motivar e inspirar una investigación científica rigurosa", según una declaración el miércoles 20 de mayo, de la Fundación Inglesa del mismo nombre.
Como estudiante de medicina ferozmente ateo, Francis Collins descubrió la fe cristiana a principios de la década de 1970, al lado de los enfermos casi mortales. "Me di cuenta de que mi ateísmo no podía ayudarme a responder algunas preguntas profundas", dice.
Describiendo el ateísmo como "el más radical de los dogmas", considera que el método científico requiere, por el contrario, dejar poco espacio para la duda sobre la existencia de Dios. El, que lideró el proyecto pionero de mapear el genoma humano en los años 1990 y 2000, está en el alfabeto de ADN que percibe "el lenguaje de Dios", según el título de su best seller, From Genetics to God, publicado en 2006 y traducido al francés en 2010 (ed. Renaissance Press).
"Este libro sostiene que la creencia en Dios puede ser una elección perfectamente racional", escribe en la introducción. Y que los principios de la fe son complementarios a los principios de la ciencia.
Un momento sobrenatural
"Permítanme ser claro: no soy uno de los que piensan que Dios arregló milagrosamente las cartas exactas en un momento sobrenatural, hace unos miles de años, y creó el genoma humano a la vez",  dice el científico.
Desde este microbio original ha hecho vida, a "criaturas como tú y yo con grandes cerebros, capaces de grandes pensamientos, incluso pensando más allá de lo que vemos, hacia algo más importante... más divino.
"En las ciencias de la vida, veo esta belleza, esta elegancia, veo en ella la forma en que Dios ha tenido que cablear toda la creación desde el principio", explica Collins. Me parece aún más fabuloso que las galaxias.
Para Francis Collins, la ciencia le da al investigador "el privilegio de explorar la creación de Dios". El ejercicio intelectual, se atreve, y luego se convierte "casi en devoción".
El Premio Templeton, que fue otorgado a la Madre Teresa, Alexander Solzhenitsyn o el Dalai Lama, se ha otorgado a un francés tres veces: el fundador de Taizé, el hermano Roger; el físico Bernard d'Espagnat y el fundador de L'Arche, Jean Vanier en 2015.

martes, 12 de mayo de 2020

Vivir más sencillamente

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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Eduardo Azumendi
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Creer en las personas y sacar lo mejor de ellas. Esa es la máxima de Koldo Saratxaga (Sopuerta,
Bizkaia, 1947), fundador de la empresa K2K Emocionando e impulsor de Ner Group. A través de K2K Emocionando promueve la transformación organizacional en empresas aplicando el Nuevo Estilo de Relaciones (ner). Por su parte, Ner Group es la asociación de empresas y organizaciones de sectores y tamaños muy diferentes (desde  cooperativas a otro tipo de sociedades) que opera con este nuevo estilo de relaciones, en la que la persona es el centro. Este asesor y consejero empresarial ha transformado muchas dinámicas dentro de las empresas, con repercusiones en el bienestar físico y emocional de las personas. "Mientras no se entienda que lo más valioso son las personas, seremos mediocres", asegura.

Saratxaga apela a los ciudadanos a que no se queden parados esperando que alguien les de la solución. "Hay que posicionarse. Hay que acostumbrarse a vivir de una manera bastante diferente: mucho más sencilla, más cercana, con menos ruidos. Más tortuga y menos liebre. Y de esa forma apreciar lo que tienes alrededor, que tiene un valor infinito".

Usted ha promovido un manifiesto suscrito por más de 141 empresas y profesionales de 11 países para defender una salida colectiva a la crisis provocada por el coronavirus en el que se comprometen a que ninguna persona se quede atrás.
Es coherente con nuestra forma de sentir, pensar y hacer. Entre nuestros valores está el de no despedir a nadie, así que eso nos condiciona a ser creativos, a innovar y ser participativos. Mientras no se entienda que lo más valioso son las personas, seremos mediocres. Y desde ahí nos posicionamos. Esto no es como la crisis de 2008, que fue puramente económica y los ciudadanos la vieron como que los bancos habían hecho salvajadas, que el dinero no existía....Pero ahora cada persona tendrá que interpretar por qué está aquí. Si es porque la naturaleza ha dicho basta ya, si es porque detrás hay alguien que tiene oscuras intenciones y es capaz de obligar a someter a la sociedad.....

¿Alejarse de la tentación del 'sálvese quien pueda' no?
Así es. A todos nos han dicho que durante 50 o 60 días nos quedemos parados o encerrados. Y la mayoría de la gente lo ha hecho. Pero cada persona, cada familia tiene que tomar una decisión: ¿qué he sacado yo de todo esto? ¿cómo quiero seguir? ¿cuál es mi propósito? Antes eran las empresas, la banca o el banco mundial los que marcaban la consigna, pero ahora hay una situación diferente que lleva a que las soluciones partan desde la propia persona, la familia y la sociedad.

¿Y qué va a pasar con la solidaridad cuando concluya la pandemia?
Las muestras de solidaridad no dejan de ser momentáneas, soltar emociones en un momento dado. Pero estos es mucho más profundo, de ahí lo de qué piensa cada uno de esta situación. La solidaridad de salir a una manifestación o apoyar a alguien en un momento dado llevamos haciéndolo mucho tiempo, pero esto es más serio. Uno sale a la ciudad y puede respirar, mira al frente y se da cuenta de que se ven los montes que antes no se veían, no se oyen ruidos....Quien más quien menos ha tenido oportunidad de comer y cenar todos los días con su familia. Todo eso ha cambiado la forma de ver la sociedad y lo que quiere ofrecer cada uno y, a la vez, que le ofrezcan.

Parece que vienen tiempos de cambio, ¿lo primero es pensar cada uno cómo sale de esta? Por ejemplo, bajar el nivel de actividad, de salario, de consumo...
No esperes a que te den la solución. Hay que posicionarse. La sociedad tiene un problema: siempre se ha dejado en manos del capital y el poder que tomen las decisiones. No estamos acostumbrados como sociedad a situaciones complejas. estamos familiarizados con resolver los problemas del día a día, y no todo el mundo. Pero ahora no se vislumbran soluciones porque ha pasado algo que no había ocurrido nunca. No estamos preparados para un mundo complejo y hay que acostumbrarse a vivir de una manera bastante diferente: mucho más sencilla, más cercana, con menos ruidos. Más tortuga y menos liebre. Y de esa forma apreciar lo que tienes alrededor, que tiene un valor infinito.

Y lo que hay alrededor son personas.
Sí, porque las personas son lo más relevante de un país, de una empresa, de una organización. Y mientras no se entienda eso seremos mediocres. Y eso me da pie a hablar de la educación. Para mi lo que hay actualmente es escolaridad, no educación. Hay que sentir más las cosas, es preciso ser más ser que tener, que aparentar. Hay que vivir hacia dentro más que hacia afuera. Esta locura que llevamos no nos deja ver ni a dónde vamos. El mundo de la educación tiene que ir ligado a las experiencias. Los humanos venimos al mundo con unos dones, con unas habilidades y la sociedad tiene que dejar que eso fluya. Por eso no hay que encarrilar a los niños hacia la monotonía, la hoja de ruta, hacia los estudios que están programados para todos....Si cada niño o niña es un ser único tenemos que dejar que esos dones con los que vienen al mundo se puedan desarrollar. Si no es así tendremos jóvenes y adultos con montones de traumas, de problemas que han añadido en esa etapa de los cero a los 18 años porque no han podido desarrollarse en condiciones. En el fondo no son personas realizadas. El 85 % de las personas en España no está a gusto en el trabajo que desarrolla. Esto es un gran problema. Lo más grave es que un país se permita tener un niño que ha fracasado en la escuela porque terminara en las cunetas de la sociedad. No hemos ayudado a ese ser único a adaptarse cuando tenía la edad adecuada. Los jóvenes quieren estar arriba y el sistema de enseñanza se limita a las notas, a ver si tiras para estar más arriba en la cadena de mando. Pero no enseña a  tener una visión conjunta, a apasionar, compartir, entusiasmar. No se enseña a comunicar. Les enseñan tuna carrera, a ser abogados, economistas, ingenieros.... nada más.

viernes, 8 de mayo de 2020

“Dejar a Dios para atender a Dios”

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Jesús Martínez Gordo
Vida Nueva 09.V.2020
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         Nunca me ha gustado el gnosticismo, sobre todo, por su desprecio o, al menos, descuido del espesor de la historia. Y ahora, en pleno “boom” de misas telemáticas, tengo la sensación de que puede irrumpir con una fuerza inusitada, si acabamos trasladando lo que es propio de tiempos excepcionales (dichas eucaristías telemáticas) a lo habitual (a las presenciales). Y como, contrapunto reactivo, tampoco me ha gustado nunca la profusión desmedida de celebraciones eucarísticas para llegar a cuantos más, mejor; no importando hacer del cura un funcionario (cuando no, un autómata) eucarístico.

Confieso que en estos días de confinamiento he sido testigo de una modesta iniciativa que me parece cargada de futuro y a medio camino entre tales extrapolaciones: muchas comunidades cristianas han formado redes gracias a las cuales han mantenido (e incrementado) la relación entre sus miembros hablando de lo divino y de lo humano e interesándose por otras personas que, pertenecientes a la comunidad, no tenían acceso a ese modo de contacto, pero de cuya situación si se tenía conocimiento. Las redes sociales han ayudado a formar una especie de “círculo o núcleo primero”. Creo que, finalizadas las misas en “streaming” y reabiertos los templos con las limitaciones de aforo conocidas y los temores que, sin duda, aflorarán entre una buena parte de los participantes habituales, sería bueno desechar la idea de celebrar misas como se pueden fabricar churros (una tentación que —por lo que me dicen— ronda a muchos de nuestros obispos y también a algunos curas) e invitar a los miembros de esos chats (ese “circulo primero” de la comunidad) a que, participando en estas “eucaristías en desescalada”, puedan llevar y repartir, a quienes lo soliciten, la comunión.

Recuperaríamos, sencilla y creativamente, una vieja y añorada figura: la de los diáconos y diaconisas que, siendo la voz de los pobres, enfermos, ancianos e impedidos ante la comunidad, lo serían también de la comunidad ante ellos y con ellos. Por eso, en estas “eucaristías en desescalada” tendría que haber un momento especial, quizá en la homilía, en la oración de los fieles y también en el canon, para recordar a las personas visitadas y conocer su situación. Y así, teniéndolas presentes en nuestra oración y corazón, incrementar los vínculos de pertenencia a una comunidad que tiene la oportunidad de dejar de ser, gracias a la pandemia, tan solo un conglomerado humano.

Supongo que activando una iniciativa de este estilo (u otra parecida) articularíamos lo que sabiamente gustaba recordar S. Vicente de Paul cuando proponía “dejar a Dios” (la eucaristía) por Dios” (para atender, en este caso, al hermano impedido y recluido en su domicilio). Y, a la vez, quizá estaríamos promoviendo nuevas formas de ministerialidad laical. E, igualmente, supongo que también sería posible empezar a poner en cuarentena el modelo (casi siempre, tridentino) de presbítero que, marcadamente clericalista, se sigue promoviendo en muchas de nuestras diócesis, así como las llamadas unidades pastorales; un circunloquio bajo cuya capa se quieren ocultar los funerales (también en silencio y sin duelo) de muchas de nuestras comunidades; sobre todo, de las más pequeñas.

Queda para otra ocasión la necesidad de repensar, siguiendo la pista abierta en el último Sínodo sobre la Amazonía, un nuevo modelo de “presbítero de la comunidad”, articulable con el conciliar y mayoritariamente vigente, a pesar de que esta posibilidad ponga muy nerviosos a quienes entienden el ministerio ordenado a partir solo del culto.

jueves, 7 de mayo de 2020

Desigualdades sociales y sanitarias en tiempo de pandemia


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Marije Goikoetxea y Javier Yanguas
José Mari Alemán (en DV)
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¿LA SALUD DE QUIEN ESTAMOS DEFENDIENDO?
DESIGUALDADES SOCIALES Y SANITARIAS EN TIEMPO DE PANDEMIA

1. TIEMPO DE DELIBERAR PARA DECIDIR
Eudil Carbonel, co-director de los yacimientos de Atapuerca, piensa que la catástrofe humanitaria que estamos viviendo es uno de los pocos momentos de la historia en que se pone en peligro “la especie humana”. De pronto somos conscientes de nuestra fragilidad como humanidad y de nuestra interdependencia, Nuestra pretendida y sobrevalorada autonomía moderna, tantas veces malentendida como autosuficiencia, parece que no es suficiente para el mantenimiento de lo más básico y perentorio: VIVIR.

La palabra CRISIS significa etimológicamente “decisión”; Es el tiempo para DECIDIR qué debemos de hacer, es el tiempo de la ÉTICA, de la RESPONSABILIDAD, de ver lo que está ocurriendo y reconocer cuáles son los VALORES imprescindibles a preservar ahora, en este tiempo extraordinario, y después, para avanzar como humanidad. Es el tiempo para escuchar, dialogar y DELIBERAR, para encontrar respuestas y soluciones PRUDENTES, como diría el profesor Gracia Guillén ([1]); es el tiempo de acordar como comunidad humana, como sociedad, qué VALORES Y VIRTUDES debemos cuidar, proteger, desarrollar y crear. Es el tiempo de proponer lo que nos parece que es BUENO. 
22 personas interesadas por la ética, principalmente profesionales de los servicios sociales y sanitarios[i], hemos intentado darnos cuenta y comprender lo que estaba ocurriendo. Ampliando la mirada, más allá de la necesidad de UCIs y respiradores, hemos tratado de VISIBILIZAR por qué estaban sufriendo las personas. Tras reconocer los hechos que generan incertidumbre y dolor, hemos indagado en sus porqués desde diferentes perspectivas e interpretaciones y nos hemos atrevido a proponer algunas orientaciones para algunos de los problemas que hemos descubierto. Porque somos AGENTES MORALES, también en esta situación extraordinaria, hemos de procurar lo éticamente correcto, las propuestas óptimas para respetar la dignidad y los derechos de todas las personas y colectivos. 
Si comprendemos la salud como forma de vivir autónoma, solidaria y gozosa, según la define nuestra Ley de Salud Pública, es algo más que sobrevivir, es algo más que no enfermar; salud es tener capacidad de desarrollar un proyecto personal y social, ser solidarias con las personas que nos rodean, de amarlas, de no abandonarlas. Es capacidad de cuidar, y cuidarnos.

2. EL AISLAMIENTO TOTAL COMO RESPUESTA UNICA y HOMOGENEIZANTE PARA UNA SOCIEDAD DIVERSA Y CON GRAVES DESIGUALDADES
Entendemos y consideramos que ha sido correcta la medida de confinamiento de la población en esta situación. Pero reconocer y estar atentos a los daños que puede provocar, forma parte de nuestra salud moral y de la obligación de los/as profesionales.
Sabemos cuáles son los factores principales que inciden en sus consecuencias: la voluntariedad o no del mismo; la capacidad de comprender la situación asumiendo que tendrá un final para poder tolerar la incertidumbre; el acompañamiento que otorga seguridad frente al miedo; la experiencia de confianza o de desconfianza; y el contar con los recursos suficientes para cubrir las necesidades básicas

miércoles, 6 de mayo de 2020

Templos cerrados, iglesias abiertas


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Jesús Martínez Gordo
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        Koldo está al tanto de lo que se discute en otros países e Iglesias, sobre todo europeas, estos días de pandemia. Conoce el conflicto provocado entre la Conferencia Episcopal Italiana con el gobierno de G. Conte por la apertura de los templos, finalmente solucionado. Sabe de la pista abierta, al respecto, por la alemana e intuye que es la que parece haber inspirado a la española. Sigue con interés el debate provocado en la francesa por el retraso (desmedido) en la reapertura para las celebraciones litúrgicas. Se le revuelven las tripas cuando le hablo de la manera como está afrontando la pandemia el fundamentalismo evangelista estadounidense o brasileño. Le indigna el silencio sobre lo que está pasando en África y en otros sitios. Le molesta el trato informativo que recibe la Iglesia en determinados medios, bien sea para dar caña a Francisco o para cargar contra el alma rancia que también pervive en ella. “Ya sé, comenta, que entre más de 1.300 millones de católicos hay de todo; como en botica. Y sé que muchas veces no queda más remedio que informar de comportamientos y declaraciones histriónicas o de las estupideces que algunos dicen sobre el actual Papa. Es lo que vende. Pero unos y otros, metidos en estas guerras, parecen ignorar lo que es habitual en la inmensa mayoría de nuestras iglesias”.

        Quien así se expresa es el cura del pueblo en el que resido. Le conozco desde hace muchos años. Está más cerca de los sesenta que de los cincuenta y, ante su queja, le pregunto de qué se ocupa en este tiempo de templos cerrados. “Sí, matiza mi entradilla, de templos cerrados, pero de iglesias abiertas. Los templos, prosigue, son edificios; las iglesias, comunidades vivas, formadas por personas de carne y hueso”. De acuerdo, le digo, pero hay gente dentro de la Iglesia muy molesta por su silencio. “No es un tiempo, me responde, para ir de “influencer” por la vida, sino para estar cercano a quien realmente lo necesita. Nos hemos topado con una situación que está siendo muy dura para mucha gente, y no solo por el enorme número de los fallecidos. Lo está siendo también para las familias (no muchas, pero haberlas, haylas) con problemas para poder comer todos los días. A algunas las estamos ayudando en metálico; a otras, con alimentos. Contamos con un grupo de voluntariado que ha tenido que reorganizarse, respetando escrupulosamente las condiciones higiénicas, y que ha asumido prestar este servicio, nada fácil, en los tiempos que corren. Supongo, apunta, que a medida que vayamos saliendo del confinamiento, esta situación se irá agravando. Pintan bastos. Y de los muy gordos; sobre todo, para los más necesitados que, como siempre, suelen ser quienes lo tienen más difícil para salir adelante”.

        En las ocasiones en las que hemos hablado, le comento, te he visto, a ti y a otros miembros de la parroquia, más preocupados por los desvalidos del pueblo que por la imposibilidad de celebrar misa. Me ha parecido que os interesabais, en particular, por las personas mayores. Me dicen que habéis ayudado a rellenar solicitudes a quienes tienen enormes dificultades para el acceso telemático. He sabido de tu interés por las familias de los fallecidos, acompañándolas en su ultimo adiós, cuando lo han pedido. Son muchas las personas que agradecen el chat creado con la gente más vinculada a la iglesia, a algunas de las que también habéis ayudado en su “bautismo online” para mantener video-conferencias…. “Hay, me comenta, mucha gente que se ha sentido tirada. Y que todavía lo está. Más de lo que se ve. Me duele no haber sido lo suficientemente rápidos para poner en marcha el encuentro por video-conferencia con el grupo de alcohólicos anónimos que se venían reuniendo en los locales. Creo que, si lo hubiéramos hecho antes, habríamos evitado la recaída de alguno de ellos, tras años de haber estado afrontando exitosamente la enfermedad. El virus también se está cebando con esta gente”.

        Le dejo. No quiero cargarle con mis preguntas y comentarios. No está interesado en saber por qué han multado a Mons. Munilla. Le deja frio que haya curas bendiciendo el pueblo desde sus tejados y sobrelleva el lío que se ha montado con las primeras (y “últimas”, apostilla con sorna) comuniones; aplazadas a septiembre y le molestan las quejas de algunos por no tener abierto el templo. “Nos tendría que preocupar mucho más la iglesia de carne que el edificio”, le oigo repetir antes de despedirnos. Tiene prisa porque va a visitar a una persona que vive sola en una chabola, a las afueras del pueblo y no quiere saber nada de nadie. El es uno de los pocos a quien no despacha con cajas destempladas. Supongo que, porque no se siente juzgado, además, de saberse acompañado un rato.

        Koldo es un cura, en este caso, urbanita que, porque ama la Vida (el otro nombre de Dios), la quiere para los miembros de su comunidad y para sus convecinos. Probablemente, por eso, le interesa poco el lado histriónico de la Iglesia que, formando parte de la vida, espera que cada día que pasa, lo sea un poco menos… También en los medios.