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Agustín García
Cura diocesano y sociólogo
Por quienes murieron de la enfermedad y por aquellos que no se pudieron
despedir de ellos.
Por quienes cuidaron de los más contagiados a riesgo de sufrir lo mismo.
La revista Forbes publicó un artículo el mes pasado donde se
relacionaba el liderazgo femenino y el éxito en la lucha contra el coronavirus:
“Qué tienen en común los países que han dado una mejor respuesta a la
Covid-19? Mujeres líderes”, rezaba el título. Escrito por Avivah
Wittenberg-Cox el artículo ha recibido numerosas réplicas en la prensa de todo
el mundo. Lo que más se destaca de ese liderazgo femenino es la empatía
desplegada en sus estrategias de comunicación. No se han aprovechado de la
crisis para publicitar sus propias agendas políticas. Más que politizar la
crisis han conectado emocionalmente con la población y entre la bolsa o la vida
han optado por la vida. A esa mayor empatía se añaden además: transparencia
comunicativa, agilidad en la respuesta y un uso eficaz de las nuevas
tecnologías.
Katrín Jakobsdóttir es la
primera ministra de la alejada, aislada y poco poblada Islandia. El país ya es
un caso de estudio por las bajas tasas de difusión y mortalidad del Covid-19.
Su gran aportación: test gratuitos y rastreo de casos. “Para tener éxito, la nación implementó un plan masivo de exámenes. Con
ello las autoridades lograron rastrear a las personas afectadas y disminuir la propagación”,
explica una web francesa. Proporcionalmente a su población se ha testado a
cinco veces más personas que en Corea del Sur, ejemplo de control sanitario,
cuenta otra web. El sistema de monitoreo de casos permitió mantener activa la
economía y abiertas las escuelas.
Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwan,
ha merecido el aprecio del mundo por su modélica gestión. Taiwán, que detectó
tempranamente el brote, quizá antes que China (y puede que fuera la primera en
llevar la información a la OMS, o puede que no, como se defiende la OMS),
bloqueó con rapidez su propagación con una precisa serie de medidas. Como la
misma presidenta contó a la prensa: “Años de exclusión del sistema de la OMS y
las inestimables lecciones aprendidas desde la pandemia del SARS de 2003
hicieron que Taiwán tomara medidas previas de prevención y respuesta proactiva
de forma inmediata… Esto ha minimizado el impacto en la vida cotidiana de los
ciudadanos a través de tratamiento, seguimiento, cuarentena y mitigación, creando
así el Modelo de Taiwán, por todos reconocido”.
La neozelandesa Jacinda
Ardern es una de las líderes más carismáticas en la gestión
de la pandemia. Ardern
acertó al cerrar a cal y canto las fronteras. Advirtió con rapidez el peligro,
advirtió de él con la misma rapidez y tuvo el gesto de reducirse el sueldo.
Cuando Nueva Zelanda bajó del nivel 4 de alarma al 3 para favorecer los
contactos sociales y al mismo tiempo proceder con cautela propuso la figura de
la “burbuja social”: un grupo habitual de contacto, con límites marcados de
relación hacia fuera, donde uno puede interactuar no sólo con los más íntimos
(con los que convive) sino también con los más próximos (a quienes ve con más
frecuencia). Así dos o tres familias pueden interactuar con normalidad y
ampliar el nudo de relaciones que pudieran ser muy pobres si estas se reducen a
quienes comparten hogar. Las burbujas sociales moderan los rigores del
confinamiento y los excesos del desconfinamiento.
De la primera ministra conservadora
noruega, Erna Solberg, además de la calidad de su gestión se ha
destacado la imaginativa idea de comunicarse por televisión para hablar
directamente con los niños, responder a sus preguntas y mitigar sus temores. Al
contestar a los más pequeños se emplea una frescura, una franqueza y una
claridad en la exposición que no suele ser muy habitual en el lenguaje político
y que agradó también a los adultos.
Elegida con sólo 34 años la finlandesa Sanna
Marin se convirtió en la primera ministra más joven del mundo. Gobierna un
Ejecutivo de coalición con cuatro partidos de centro-izquierda que también
lideran mujeres y, hasta en tres, tan jóvenes como ella. La familiaridad de los
jóvenes con el uso de redes sociales ha sido en el caso de Finlandia un factor
clave. Una primera ministra muy joven acertó al recurrir a una red de influencers
para extender por capilaridad mensajería oficial e información de calidad a
públicos de todo tipo. Estos operadores críticos, como se les ha llamado, eran
en muchos casos operadores sanitarios de contrastada profesionalidad. “Podemos
llegar a una gran parte del público en Finlandia a través de los canales
oficiales de comunicación y los medios, pero está claro que los mensajes no
llegan siempre a todos los grupos de población” (Päivi Anttikoski, director de
comunicación del gobierno). Finlandia ha podido contar con enormes reservas de
mascarillas y material médico que el Gobierno fue acumulando desde los tiempos
de la Guerra Fría para casos de emergencia y en previsión de un conflicto por
su proximidad a la Unión Soviética y que nunca antes se habían usado. Al
declarar con agilidad el Estado de alarma Marin pudo contar con todos esos
recursos, la confianza de la población en quien ella también creyó, conjugar el
pentapartito y frenar, en el Parlamento y la sociedad, la fuerza de una
ultraderecha cada vez más crecida. La mandataria finlandesa, de fuertes
convicciones ecofeministas, se sitúa en el ala izquierda del Partido
Socialdemócrata. Su origen modesto –cuenta en su blog que quizá fuera la alumna
más pobre de su clase—, y su crianza en una familia homosexual la modelaron
políticamente. Su madre (que creció en un orfanato) se divorció de su padre, un
hombre con problemas de alcohol, y se unió a una mujer. “Para mí, todas las
personas siempre han sido iguales. No es una cuestión de opinión, es la base de
todo”, afirmaba en una entrevista como cuenta La Vanguardia. “No éramos
reconocidas como una familia real o una familia igual que las demás”.
Lamentablemente, ha confesado, no podía decir a nadie en qué familia vivía.
Sanna Marin, que no lo tuvo nada fácil, se siente orgullosa de vivir en un país
donde la calidad y gratuidad de su sistema público de enseñanza favorece una
igualdad real de oportunidades. El joven pobre, si tiene que trabajar para
vivir, cuando la universidad no es gratis, trabajará el doble (estudiando la
mitad). Marin, en Finlandia, por su sistema de enseñanza, aunque era una joven
sin recursos, pudo trabajar la mitad y estudiar el doble. Su propia historia
personal y sus convicciones feministas probablemente le llevaron a adoptar la
medida de no cerrar las guarderías –una institución básica en el funcionamiento
social, según sus propias palabras.
La primera ministra danesa, Mette
Frederiksen, no sólo ha conducido bien la crisis sanitaria, también
está conduciendo con determinación la crisis económica que viene detrás. El
país reaccionó muy temprano a la amenaza de la pandemia y se ha visto
beneficiado por una situación geográfica favorable. Dinamarca cerró sus
fronteras varios días antes que la mayor parte de sus vecinos europeos
limitando los estragos. Otro factor que permitió frenar los contagios fue la
rápida adopción por parte de los daneses de comportamientos de distanciamiento
social, sin ser obligados a hacerlo. Se autoconfinaron, manteniendo a los niños
en casa y optando por el teletrabajo, tres días antes de que fuera declarado
oficial, el 13 de marzo. El teletrabajo, ya con tradición en Dinamarca, pudo
desplegarse velozmente y mantener la economía ininterrumpida. “Las autoridades
confiaron y eso funcionó: los establecimientos comerciales no se saturaron y la
distancia social de dos metros se respetó, hasta en los parques. Incluso en los
semáforos los peatones y los ciclistas se alejaban los unos de los otros en
caso de estar demasiado cerca de los demás” cuenta la prensa. Rapidez en la
decisión, responsabilización ciudadana y confianza de las autoridades en su
propia población, han sido tres rasgos distintivos de Dinamarca. “Los daneses
probablemente fueron los más rápidos en Europa al garantizar los salarios en
las empresas que fueron golpeadas por la crisis Covid, su esquema se desarrolló
en cuestión de días con la participación total de los interlocutores sociales” (Laszlo
Andor, excomisario de Empleo de la UE). “Este es un componente absolutamente
crucial para toda respuesta a la crisis, sabiendo que la economía no se puede
salvar sin estabilizar los ingresos de los trabajadores y también extendiendo
la protección para los desempleados”, añade Andor. La ambición y la rapidez de
la respuesta danesa no sólo se explica por la concertación social. También
funcionó el consenso político, desde la extrema izquierda hasta la derecha más
dura. La presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen pautó el camino
ofreciendo el modelo de su país de origen: El Kurzarbeit alemán “es una
ayuda de sustitución de salario de carácter temporal. El Estado asume parte del
salario para que ante una caída de la producción el empleador pueda reducir la
jornada laboral de sus empleados sin que se pierdan puestos de trabajo”,
explica a Efe el profesor de Economía Markus Helfen. Se recorta la jornada
laboral, para evitar el despido, haciéndose cargo el Estado del costo de la
parte restante. La opción española, en una veta similar, fueron los nuevos
Ertes. Sin embargo, como se cuenta en las redes, no ha habido respuesta tan
ambiciosa como la de Dinamarca en el monto de la ayuda.
Angela Merkel, canciller alemana, ha sido una de las grandes pedagogas
en explicar los efectos de la crisis. Sus explicaciones claras, rigurosas y
sencillas le han granjeado una gran popularidad. Su autoridad moral es
indiscutible en un tiempo confuso geopolíticamente. Subrayando en una de sus
últimas intervenciones la necesidad de ir superando en Europa la fijación con
el Estado-nación para coaligar mejor la Unión, señaló: “Es importante dejar en
claro la posición, aceptar que habrá críticas y que uno tiene que estar
preparado para la discusión. Pero si no hacemos una propuesta valiente,
simplemente dejamos que las cosas sucedan”. Merkel está abogando por superar
con tendencias propositivas las inclinaciones reactivas de sus estados
miembros. “El Gobierno lo ha hecho muy bien. Desde el
principio dijeron la verdad. Merkel explicó que esto
afectaría al 60% ó 70% de la población y entendimos que esto iba en serio y que
había que mantener la distancia de seguridad”, explica Tamer Osman, un
diseñador de una pequeña boutique. Confrontados a una crisis, a cualquier tipo
de crisis, la negación suele ser habitualmente la primera fase de
la reacción. Alemania, como alguno ha dicho, se saltó esta fase. La canciller
Angela Merkel, a primeros de marzo, ya desde el principio reconoció la gravedad
del desafío. Lo primero que hicieron los dirigentes occidentales en la pandemia
de la influenza española –negar los hechos— y que llevó al desastre es
precisamente lo que Merkel no hizo. Nos guste más o nos guste menos la
orientación de sus políticas, esta mujer es éticamente irreprensible y su
liderazgo moral incuestionable.
Avivah Wittenberg-Cox llegó a escribir en su conocidísimo
artículo: “compare a estas lideresas con los hombres que han usado la crisis
para acelerar una terrible apuesta de autoritarismo”. Los datos son claros:
algunos países con cifras relativas de fallecimientos más bajas, o con un
control más rápido y eficaz de los contagios, estaban liderados por mujeres.
Pero las feministas avisan: no ha sido la naturaleza femenina, aunque se
haya puesto el acento de su éxito en un estilo comunicativo más emocional, la
causa del éxito: “La empatía y cuidado con la que se han comunicado estas
lideresas parece venir de un universo alternativo a lo que estamos
acostumbrados”, concluía Wittenberg-Cox. “Es como si sus brazos salieran de sus
vídeos para acogernos en un cálido y amoroso abrazo”. Puede que, en algún caso,
como en Finlandia, la mirada feminista –más que la naturaleza
femenina— haya contribuido a la mejora en la gestión. En otros casos,
claramente, ayudó la fortuna o la geografía (hay varias islas y alguna
península). Pero hay un punto que no ofrece ninguna duda: todas las líderes
pertenecen a países de tradición democrática, madurez política y oportunidades
cívicas. Son países maduros donde mujeres capaces pueden hacerlo bien. Esta es
la clave: un líder capaz y responsable, sea hombre o mujer, en un país que
también lo es. Aunque la fragilidad social y humana pueden hacer que mañana el
líder elegido sea un ignorante, bruto y sin escrúpulos, o un malvado
simplemente. La democracia también se lleva en vasijas de barro.
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