jueves, 21 de agosto de 2025

El papelón del Papa

León XIV asiste impertérrito al genocidio en Tierra Santa. En sus 100 días de pontificado apenas ha hecho algunas tibias peticiones de paz.

Fuente:   La Marea

20/08/2025


El papa León XIV posa con monjas durante la audiencia general semanal en el Aula Pablo VI, en el Vaticano, el 13 de agosto de 2025. ANGELO CARCONI / EPA / EFE

La progresía católica empieza a tener la mosca detrás de la oreja. El pontífice elegido para continuar la obra del papa Francisco está virtualmente desaparecido, al menos para las cosas que realmente importan. Más de 62.000 personas han sido asesinadas en Gaza. Las tres iglesias cristianas del enclave (incluida la católica de la Sagrada Familia) han sido atacadas por Israel. Durante este periodo, León XIV no ha mostrado ninguna intención de plantarse allí (o todo lo cerca que le dejaran) para dar una misa urbi et orbi exigiendo el fin del genocidio. Ni está ni se le espera.

«Emosido engañado», deben de pensar muchos católicos tras los primeros 100 días de pontificado. Robert Francis Prevost llegó al trono de san Pedro con la vitola de progresista (todo lo progresista que puede ser un papa, que no es mucho, eso es entendible). Al parecer, era el favorito de su predecesor, lo que lo convertía automáticamente en alguien poco sospechoso de ser un reaccionario ultramontano. Algo es algo. Sus tuits contra la política migratoria de Trump cuando era obispo hicieron fantasear a algunos creyentes. Pensaron que llegaba a Roma algo parecido a esos «curas rojos» que tanto abundaban hace 50 años (y que fueron sistemáticamente laminados por la curia). Nada más lejos de la realidad. En cualquier caso, no es la primera vez que le hacen la 13-14 al «pueblo de Dios».

La primera maniobra de distracción de Prevost fue elegir un nombre que lo emparentara con León XIII, padre de la doctrina social de la Iglesia. La treta es similar a la ejecutada por el papa Wojtyla cuando fue elegido para suceder a Juan Pablo I. Se puso el nombre de Juan Pablo II, pero en realidad estaba en el extremo opuesto a su antecesor. Si Albano Luciani, escandalizado, afirmó abiertamente que llegaba a Roma para «echar a los mercaderes del templo» (en referencia a la asociación del Banco Vaticano con las finanzas del crimen organizado), Juan Pablo II le dio la vuelta a esa política como a un calcetín. Está por ver si Prevost, en la elección de su nombre papal, también está levantando una cortina de humo o de verdad se interesa (aunque sea de forma paternalista, como siempre hizo la democracia cristiana) por la clase obrera.

En estos 100 días de pontificado aún no ha hecho ningún cambio importante, aunque los pequeños cambios que ha realizado, estéticos si se quiere, pueden darnos algunos indicios de cómo será su papado. Por ejemplo, ha recuperado el uso de vestimentas litúrgicas que Francisco había eliminado (como la decisión de retomar la muceta roja y los pantalones blancos bajo la sotana) y ha expresado el deseo de volver a vivir en el palacio apostólico, en vez de hacerlo en la Casa Santa Marta como su predecesor. Se ha ido de vacaciones a Castel Gandolfo (Francisco no se tomaba vacaciones y pasaba el mes de agosto en el Vaticano; de hecho, convirtió la residencia veraniega a orillas del lago Albano en un museo) y ha restablecido la solemne procesión del Corpus Christi por las calles de Roma, presidiéndola él mismo bajo palio. Si Bergoglio tenía predilección por la austeridad, Prevost se inclina más por el brilli-brilli.

Tampoco ha hecho ninguna declaración importante. Todo el mundo destaca que (a diferencia del mismísimo Jesucristo), León XIV tiene una fuerte propensión por la diplomacia. Sus intrascendentes llamadas a «la paz entre los pueblos» ponen en igualdad de condiciones a fuertes y débiles, a agresores y agredidos. Por decirlo claramente: a Israel y Palestina. No parece probable que salga de sus labios que matar civiles indefensos en Gaza «también es terrorismo», como aseguraba el papa Francisco en su autobiografía, publicada poco antes de su muerte. Prevost elige muy bien cómo y cuándo habla de Gaza, y cualquier mención a la masacre ha desaparecido de las audiencias generales.

Bergoglio, en sus intentos por mediar en la guerra de Ucrania, se ofreció a viajar a Rusia, incluso estando ya muy mermado físicamente. El ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, le dijo entonces «que no era el momento». Prevost goza de una espléndida salud a sus 69 años, como tenista amateur que es y como atestigua su antiguo entrenador personal, pero no se le conoce ningún intento de viajar a Oriente Próximo para entrevistarse con Netanyahu. Lo tendría bastante fácil: le bastaría con llamar a su compatriota Donald Trump para fijar la cita. Hasta la fecha no consta ningún propósito similar.

Prevost «es un hombre claramente conciliador, que escucha a las partes antes de tomar medidas, acostumbrado a trabajar con personas de distinta orientación teológica y política», ha explicado la encargada de comunicación de las Obras Misionales Pontificias de Estados Unidos, Inés San Martín, a la agencia EFE, para justificar su inmovilismo. De momento no ha hecho cambios en la curia porque prefiere «observar y escuchar mucho más que hablar».

Hablar, habló efectivamente ante un millón de jóvenes en el encuentro en Tor Vergata para el Jubileo de la Juventud… pero se quedaron igual. Su discurso tímido y demasiado estructurado le impidió conectar emocionalmente con ellos. Eso sí, invitó al encuentro a un montón de curas influencers con facilidad de palabra, todos muy estilosos y con miles de seguidores en redes sociales, quizás en un moderno intento por copiar las tácticas de persuasión de los predicadores evangélicos. En eso, como en tantas otras cosas, se nota que es estadounidense.

 

 

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