Fuente: Cristianisme i Justicia
escrito por Sonia Herrera Sánchez
04/11/2025
Los domingos
Narra la historia de una joven de 17 años, buena estudiante y huérfana de madre, que anuncia a su familia que quiere convertirse en monja de clausura, lo que provoca un conflicto en su familia.[2][3] Su padre se mantiene ajeno a su decisión, mientras su tía considera que la Iglesia la está manipulando.[
Director: Alauda Ruiz de Azúa
Fecha: 2025
Alauda Ruiz de Azúa llega a Los domingos cargando con el peso amable de sus éxitos anteriores. Después de Cinco lobitos y Querer, parecía haber encontrado un territorio propio y compartido con otras directoras y directores de su generación: la intimidad filmada desde la fisura, la convulsión de los vínculos familiares, la vulnerabilidad como poética. Pero en su tercera obra algo se apaga. En lugar de seguir excavando en lo complejo, Ruiz de Azúa elige un terreno que aspira a lo trascendente y acaba resultando plano, inofensivo, insustancial.
La historia —una adolescente que decide entrar en un convento de clausura y la crisis que desata en su familia— podría haber sido un espacio de exploración sobre la fe, el cuerpo, la identidad, la autonomía, y sobre qué significa «creer» en tiempos de secularización, cuando todo alrededor rezuma escepticismo. Pero Los domingos reduce esa potencia a un relato simplista, sostenido en arquetipos que ya hemos visto demasiadas veces: el padre pusilánime y negligente; la tía atea y sarcástica; la niña pálida, cándida y falta de reconocimiento paterno que convierte la fe en refugio del duelo… Todo se mueve en un eje binario, sin matices, moralmente cómodo, pero falaz y estereotipado: espiritualidad frente a materialismo, vocación frente a egoísmo, pureza y normas frente a la confusión propia de la juventud.
La película no propone nada, simplemente activa y reitera imaginarios preconcebidos. Y ahí se nota la rendija entre la intención fallida y el resultado. Ruiz de Azúa ha insistido en entrevistas en su deseo de no juzgar, de observar la fe sin prejuicios, de lanzar preguntas y no proporcionar respuestas cerradas. Pero esa pretendida equidistancia acaba por dejar a la película sin premisa y sin contexto, aplanando a los personajes hasta el cliché más absoluto. Lo que en principio podría ser una aproximación delicada y minuciosa termina funcionando como una renuncia: ni se compromete con el misterio de lo religioso ni con la crítica a sus estructuras, ni mucho menos, con ambas cosas a la vez. El resultado es una especie de limbo narrativo donde la espiritualidad se expresa mediante cuatro frases hechas y dogmas de catecismo, y el trauma familiar se impone como explicación de todo lo que sucede dentro y fuera de campo. La fe no nace del estremecimiento ni de la radicalidad, sino de la pérdida, y no se presenta como un camino, sino como un síntoma.
Formalmente, Los domingos tampoco encuentra el pulso. Los encuadres, la luz, los movimientos de cámara parecen concebidos para no molestar, para dejar pasar el tiempo sin demasiada presencia… La textura de la imagen —gris, aséptica, sin vida— recuerda a ciertos dramas televisivos que confunden sobriedad con ausencia de mirada. No hay una apuesta estética que dialogue con el tema: ni el recogimiento de lo monacal, ni la imaginería religiosa, ni el vértigo del duelo, ni la extrañeza de una adolescente que decide apartarse del mundanal ruido… Nada de esto está realmente filmado. La película se limita a registrar lo que ocurre, pero nunca logra que el espectador/a lo sienta en sus carnes, empatice o se imbuya en lo que está viendo.
Y, sin embargo, hay pequeños resplandores, aunque no acaben de deslumbrar. Blanca Soroa, en el papel de Ainara, consigue transmitir una calma inquietante, una serenidad que, aunque impostada, a veces parece una sutil forma de resistencia. En sus silencios hay algo que la cámara no aprovecha, pero que sobrevive pese al guion.
Lo que más sorprende —o decepciona— es que una cineasta tan atenta a las contradicciones —como ya vimos en Cinco lobitos o en Querer— represente aquí una idea de espiritualidad tan conservadora y desencarnada. No hay apenas cuerpo en Los domingos: ni deseo, ni sudor, ni compromiso, ni miedo, ni placer. La fe se muestra como un gesto abstracto, casi decorativo, y el conflicto se limita a una disputa de sobremesa salpicada por otros problemas familiares (la herencia, la posible separación de la tía, el noviazgo del padre…) que no aportan nada al núcleo central de la trama. En esa falta de fisicidad se desvanece también la posibilidad de pensar la vocación como un acto político o místico, ni siquiera como una forma de afirmación o rebeldía. El convento se convierte, pues, en metáfora vacía, pero no en espacio de búsqueda ni tampoco de abierta huida.
Quizá el principal problema de Los domingos sea la falta de asombro. Ruiz de Azúa parece haber filmado la fe sin permitirle misterio, sin dejar que lo invisible y lo inasible perturbe la superficie, como sí sucede en filmes muy diversos de otros cineastas, como Silencio (Martin Scorsese, 2016), Teresa (Paula Ortiz, 2023), Ida (Pawel Pawlikowski, 2013), La llamada (Javier Ambrossi y Javier Calvo, 2017), o incluso otras abiertamente críticas como Spotlight (Tom McCarthy, 2015), La duda (John Patrick Shanley, 2008), Cónclave (Edward Berger, 2024) o Viridiana (Luis Buñuel, 1961). Y eso vuelve la película previsible, incluso cuando intenta sorprender.
Hay películas que decepcionan porque no cumplen las expectativas, y otras porque las cumplen demasiado. Los domingos pertenece a esta segunda categoría. Es correcta, sensible en apariencia, pero tan medida que apenas respira, ni titubea, ni atrapa, ni turba, ni espanta (como diría Santa Teresa). Solo hay prudencia y cálculo y, en su intento por abrazar todos los puntos de vista, la película termina sin sostener ninguno.
Sería injusto negar la coherencia de Ruiz de Azúa dentro de cierto panorama del cine español contemporáneo: su interés por la maternidad, los cuidados, la familia como microcosmos de lo social. Pero aquí esa coherencia se disuelve en una asepsia que desconcierta ya que Los domingos parece temer el conflicto que ella misma propone.

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