El Papa León XIV llega a İznik para hacer una pausa junto a la Basílica de San Neófito, reaparecida en los últimos años de las aguas del lago. Aquí, donde la historia y la fe convergen, el Sumo Pontífice se encuentra con el Patriarca Ecuménico Bartolomé I y recorre los vestigios de una ciudad que fue cruce de caminos de doctrina y martirio. Las investigaciones recientes devuelven un paisaje que sigue interpelando sus orígenes.
Fuente: Vatican News
Maria Milvia Morciano - Ciudad del Vaticano
28/11/2025
En su itinerario por Turquía con motivo del 1700º aniversario del Concilio de Nicea, el Papa León XIV llega a İznik, la antigua Nikaia (Nicea). Es una etapa que evoca la memoria de la asamblea convocada por el emperador Constantino en el año 325, cuando se reunieron allí cerca de trescientos obispos de Oriente.
A primera hora de la tarde, el Sumo Pontífice es recibido por el Patriarca Ecuménico Bartolomé I en un encuentro que devuelve a la ciudad su horizonte original. Sobre las tranquilas aguas del lago, a pocos metros de la orilla, yace la Basílica de San Neófito: un edificio de la Antigüedad tardía que reemergió solo recientemente, y que entrelaza la memoria martirial y la tradición conciliar.
La forma de la ciudad nace del lago. İznik se extiende a lo largo del margen oriental de la lámina de agua, protegida por las crestas de las colinas al norte y al sur; el tramo occidental de las murallas emerge directamente del agua, como un dique de ladrillo y piedra.
Las cuatro puertas principales —İstanbul, Yenişehir, Lefke y Göl— marcaban los tránsitos principales, mientras que más de cien torres definían el perímetro defensivo de unos cinco kilómetros de largo. La geografía circundante sugiere rutas obligatorias.
El lago, por su extensión y posición, era al mismo tiempo barrera y recurso: no era fácilmente controlable desde tierra, con valles que convergen hacia la ciudad y vías lacustres que se abren al Mar de Mármara.
Una capital del pensamiento cristiano
Fundada en la época helenística y refundada por Lisímaco con el nombre de su esposa Nicea, la ciudad se convirtió en la Antigüedad tardía en un laboratorio de definiciones doctrinales. En el año 325, convocado por Constantino, el Primer Concilio de Nicea fijó el texto del Credo; en el 787, dentro de la iglesia local de Santa Sofía (Hagia Sophia), el Segundo Concilio puso un límite definitivo a la iconoclastia.
El teatro romano, las necrópolis en los márgenes de la ciudad y los talleres de cerámica de la época otomana narran un tejido urbano atravesado por continuidades y transformaciones. En la Edad Moderna, los talleres de cerámica de İznik produjeron azulejos esmaltados que se convirtieron en un sello distintivo del arte otomano, proyectando a la ciudad en una geografía cultural más amplia.
Caminos antiguos, persistencias modernas
Las calles que convergen en İznik no son simples conexiones. Estudios topográficos han demostrado que los trazados del territorio —entre los puentes de Karasu Deresi y Kuru Köprü, las etapas del "Camino del Peregrino" (Pilgrim Road) y las pistas hacia Gemlik— recorren corredores en uso desde la prehistoria, con desviaciones mínimas respecto a las carreteras modernas.
Mojones de la época imperial e inscripciones rupestres confirman la continuidad de los recorridos y el papel de la ciudad como bisagra entre el interior de Anatolia y la red marítima.
La Basílica de San Neófito
En 2014, el arqueólogo Mustafa Şahin, de la Universidad de Bursa Uludağ, identificó, a través del análisis de las tomas aéreas del lago, la forma regular de una basílica de tres naves, a unos cincuenta metros de la orilla y a pocos metros bajo la superficie.
El edificio, erigido alrededor del año 390 d.C., se alzaba en el lugar asociado al martirio de San Neófito, ejecutado en 303 durante las persecuciones dioclecianas. Presenta una planta de tres naves, orientada este-oeste, con una longitud de 41,32 metros y una anchura de 18,61 metros; el ábside es semicircular en el interior y angular en el exterior, según una tipología difundida en la Antigüedad tardía.
En el marco de las transformaciones post-constantinianas, cuando los lugares de martirio se convirtieron en polos de agregación litúrgica, el sitio fue monumentalizado para integrar la memoria de Neófito en la topografía sagrada de la ciudad. En el diaconicon meridional, la presencia de un ábside interno y de fragmentos de mármol, similares a los de la iglesia urbana de la Koimesis, sugiere además la existencia de un pequeño martyrium ligado a la veneración de Neófito.
La basílica traducía en arquitectura la memoria del mártir y la consolidación de la comunidad cristiana en el período de la Antigüedad tardía. Las investigaciones más recientes han aclarado, además, la función de la estructura en forma de U en el lado meridional, identificada como un baptisterio gracias a la presencia de un canal de aducción y a la estratigrafía del relleno.
Un terremoto en el año 740 devastó la región y la iglesia se derrumbó; la ciudad ya había conocido sismos destructivos en el siglo IV —entre ellos los de 358 y 368— que habían marcado su paisaje urbano y habían hecho la zona particularmente vulnerable.
En los siglos sucesivos, el progresivo aumento del nivel del lago sumergió la basílica, preservando involuntariamente sus estructuras. La oscilación secular del agua, documentada en varias épocas, transformó un edificio de ribera en un hallazgo sumergido. Desde 2015, campañas de arqueología subacuática, dirigidas por Mustafa Şahin, han documentado muros, fragmentos de pavimento y elementos litúrgicos, a pesar de la visibilidad reducida por la vegetación lacustre.
Sepulturas, monedas, memoria
Bajo el bema —la zona elevada del presbiterio destinada a la liturgia y a las sepulturas privilegiadas— han emergido numerosas deposiciones. Monedas de los emperadores Valente y Valentiniano II atestiguan la construcción de la basílica hacia finales del siglo IV. Los análisis antropológicos han revelado fracturas óseas atribuibles a muertes violentas, un dato que, en el contexto del sitio, refuerza la hipótesis de un área vinculada a la memoria del martirio.
Junto a estas deposiciones, una serie de tumbas infantiles, dispuestas con tejas, devuelve un cuadro articulado del culto local. Entre los hallazgos más antiguos emergen materiales que indican la posible presencia de un precedente lugar de culto pagano —probablemente un santuario dedicado a Apolo— sobre el que se habría erigido la basílica cristiana. Una fuente del año 183 d.C. recuerda, de hecho, un templo al dios griego atribuido al arquitecto Baktyanus, que las evidencias materiales sitúan precisamente en el área donde surgió el lugar de culto sumergido.
Algunas fuentes tardobizantinas identifican, además, fuera de las murallas de Nicea, una “iglesia de los Padres”: la posición, cronología y caracteres estructurales coinciden con los del lugar de culto sumergido, sugiriendo una posible identificación.
La orilla que cambia
El actual descenso del nivel del lago está sacando a la luz porciones del edificio, modificando su percepción y favoreciendo nuevas investigaciones. Las autoridades locales han iniciado un proyecto de valorización con un centro de visitantes y recorridos regulados, para conciliar la protección y el acceso. La basílica ya no es solo una imagen subacuática, sino un objeto arquitectónico legible en sus proporciones.
Una etapa del viaje
Frente a la basílica de San Neófito, las estratigrafías de İznik se recomponen: la estructura urbana de la Antigüedad tardía, la topografía de los concilios, las rutas que unen la ciudad con el lago y el mar, y la memoria de los mártires. La parada de León XIV se enfrenta a este conjunto coherente de signos, donde la arqueología devuelve un contexto que continúa interpelando los orígenes cristianos.

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