Las palabras del cardenal en la coronación del rey Juan Carlos I, el 27 de noviembre de 1975, iniciaron la transición a la democracia
Fuente: Vida Nueva Digital
Por José Beltrán
27/11/2025
La firmó y la pronunció Vicente Enrique y Tarancón. Pero aquello no fue cosa de un solo hombre, sino de un ‘nosotros’. Porque el cardenal sabía que las palabras de esa homilía pronunciada en la iglesia madrileña de San Jerónimo el 27 de noviembre, una semana después de la muerte de Francisco Franco, era algo más que la coronación a un nuevo jefe de Estado, mucho más que la vuelta de la monarquía.
Aquel sermón era el primer signo fehaciente de una transición de España a la democracia y de la Iglesia española al Concilio Vaticano II, de la primera a la última línea, pero condensado en estas palabras dirigidas a Juan Carlos de Borbón: “Pido para Vos acierto y discreción para abrir caminos del futuro de la Patria para que, de acuerdo con la naturaleza humana y la voluntad de Dios, las estructuras jurídico-políticas ofrezcan a todos los ciudadanos la posibilidad de participar libre y activamente en la vida del país, en las medidas concretas de gobierno que nos conduzcan, a través de un proceso de madurez creciente, hacia una Patria plenamente justa en lo social y equilibrada en lo económico”.
Son muchas las manos que colaboraron en el texto, con la redacción definitiva del cardenal Fernando Sebastián, rector de la Universidad Pontificia de Salamanca. Junto a él, colaboraron el más que laureado catedrático de Teología Olegario González de Cardedal, amén del director de Vida Nueva, José Luis Martín Descalzo y el secretario personal de Tarancón, el jesuita José María Martín Patino.
“Con una vieja máquina de escribir, redacté y escribí la homilía completa, la corregí, la volví a escribir, y al día siguiente la leí en la reunión del Consejillo”, expuso Sebastián en ‘Memorias con esperanza’ (Ediciones Encuentro), donde puso en duda, como se pensó durante décadas, que los cardenales Narciso Jubany y José María Bueno Monreal revisaran el borrador: “La homilía era verdaderamente suya, él nos dijo qué es lo que quería decir y la asumió plenamente desde el primer momento. Materialmente fue el fruto de un trabajo de equipo riguroso y participativo”.
¿La anécdota de la jornada? Algunos tertulianos interpretaron que Tarancón estaba tenso, e incluso, enojado cuando entonó el histórico documento. Simplemente se le habían olvidado las gafas y toco fruncir el ceño para ajustar la lectura.
Abrir caminos
“Mis palabras en San Jerónimo el Real eran la superación de todo espíritu de cruzada, el cambio político era ineludible”, compartiría años más tarde Tarancón. “Tenía interés –detallaba el purpurado– en que la Iglesia abriese un camino, por una parte, de independencia de todo poder político, pero, al mismo tiempo, de conciencia crítica de la sociedad. Se trataba de marcar el camino y decirle al Rey que había de ser el rey de todos los españoles, a fin de que los enfrentamientos que tantas veces habíamos tenido los españoles unos contra otros desapareciesen ya por completo”.
En esa mirada atrás, Tarancón recogía los elogios de los líderes internacionales que le escucharon allí: “Nunca hubiésemos creído que la Iglesia hiciese esas manifestaciones que hemos oído”.
Le escuchaba toda España por radio y televisión, pero también esos representantes de otros países desplazados a Madrid, que no acudieron a las Cortes para no legitimar un régimen todavía autocrático, pero sí al templo, que consideraban territorio neutral.
Eso no le impidió recodar “los rostros de disgusto de algunos ministros ante mi homilía, y quizá el disgusto de algún obispo que estaba presente”. Pero él se quedó con las millares de cartas que recibió un día sí y otro también, lo mismo de Camilo José Cela que de ciudadanos de a pie no creyentes. Todos, con una proclama común: “Con esta Iglesia, yo me apunto”.

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