martes, 7 de febrero de 2023

Sobre Dios, religiosidad y arte

Fuente:

Iglesia Viva
Nº 256, octubre-diciembre 2013

pp.135-138
© Asociación Iglesia Viva
ISSN. 0210-1114

 

Creo en Dios. Tengo fe. Dios me la dio. La razón quiso quitármela en muchas ocasiones, pero no lo consiguió. Más bien me ayudó a continuarla, ya que gracias a ella supe que la razón tiene límites y que, por lo tanto, hay espacios a los que la razón no llega. Estos espacios son sólo accesibles para la percepción, la intuición y la fe, esa hermosa e inexplicable locura.

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Cómo es posible que no haya Dios existiendo el amanecer y la confianza en los ojos de los niños. Cómo es posible que no haya Dios existiendo el azul, el amarillo y el viento.

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Cómo es posible sin Dios el amanecer y la confianza en los ojos de los niños. Cómo es posible sin Dios el azul, el amarillo y el viento. Cómo es posible sin Dios el amor, la mar y la tormenta.

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Tú creaste el tiempo
el espacio
la gravedad
la luz
y el viento que no vemos.

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Todo en función del espíritu; el espíritu en función y en busca de Dios.
[Eduardo Chillida. Escritos, La Fábrica. Madrid, 2005, p. 37]

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Tu obra está cargada de espiritualidad. ¿Qué piensas de Dios?

Yo pienso que está en todo. Dios es el todo. El gran fin, la gran meta, la diana. Pero eso no me lo tienes que preguntar a mí. Se lo tienes que preguntar a san Juan de la Cruz, a san Ignacio, a toda esa gente fabulosa que ha habido y que hay.

Tú se lo preguntas.

Claro.

 

Pero también te interesa la filosofía oriental.

También tiene que ver con estas cosas. Dios tiene muchas facetas, muchas caras. Según las culturas son todas muy distintas, pero tienen un punto en común. El zen y todas las filosofías orientales son distintas de las occidentales por muchas razones, pero no ha dejado de impresionarme algo de ellas. Si yo no hubiera tenido desde mi punto de vista como hombre de Occidente, de Euskal-Herria, una relación con todo aquello, pues no la habría sentido. Y, en cambio, sí la sentí. Las primeras cosas que leí sobre Lao-Tsé y Confucio me dieron una impresión, no diré de algo conocido, pero sí de algo que estaba más allá de lo que yo conocía, y que podía tener una cara distinta. Recuerdo cuando leí aquello de que el deseo tuerce la flecha. Es el deseo quien hace que la flecha no llegue a la diana. Aunque hagas todo lo que debes hacer, si no te desprendes del deseo, la flecha no va a la diana. Es obvio, sin embargo, que ellos se dieron cuenta. Por supuesto, todos los grandes pensadores y grandes místicos han tocado este tema de una manera o de otra. Pero de una manera tan sencilla como el zen, no.

[AA. VV., Conversaciones con Eduardo Chillida. Edición de Susana Chillida. Destino, Barcelona, 2003, pp. 31-33].

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Yo no conozco más que los resultados parciales, y es que, como dijo muy bien Claude Esteban, la unidad se nos escapa siempre, porque «el camino es más grande que todos los pasos de un hombre»...

 

Y de todos los hombres juntos.

Y también de todos los hombres juntos, creo yo.

 

Todo esto que me estás diciendo deja translucir un sentido religioso.

Sin duda alguna.

 

Y la palabra grande: Dios, ¿de qué forma ha estado presente en tu proceso creador, en tu obra?

Yo creo que ha estado presente siempre en mi obra y también en mi vida...

Yo lo siento como aquello que está cerca y lejos, al final, el Todo; sí, esa Suma que es el Camino más grande que todos los pasos de un hombre y de todos los hombres juntos.

 

El Final que dices, ¿es la Muerte o es la Vida?

Es la Vida, claro, una Vida que es capaz de contener la muerte.

[Hablando con Chillida. Edición de Martín de Ugalde, Txertoa, San Sebastián, 2002, p. 127].

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El sentimiento reverencial hacia la Creación, lo religioso, ¿cómo nació en ti?

Por una floración natural de un ambiente también natural. Y he tenido fe toda la vida. Con algunas crisis, como todos, supongo, producidas por desequilibrios entre la razón y la fe, que me ayudó a salvar una postura de valoración de la razón misma, y que entonces formulé así: la verdadera importancia de la razón reside en el poder que tiene de hacernos comprender sus propias limitaciones. Para mí esto ha sido importante. Yo creo que si no se me hubiera planteado este problema, o si no lo hubiera resuelto a nivel personal como lo hice, seguramente que ni mi obra se hubiera encaminado por donde lo ha hecho, ni yo hubiera ido por donde he ido. Además, yo estaba en esa época interesadísimo, por ejemplo, por la mística. Había leído gran parte de la mística cristiana, de la mística oriental; tengo muchos libros sobre el tema [...] La poesía ha influido mucho en mí, y santa Teresa, desde luego; y los libros de mística en general, desde los alemanes Eckhart, Henri Suso y Jacob Boehme, hasta san Francisco de Asís, san Juan de la Cruz; entre los orientales, Lao Tsé... También poetas franceses como Rimbaud, Beaudelaire, Paul Valery, éste más como pensador que como poeta...

 

O sea que para ti lo estético puede ser una especie de prolongación de lo religioso.

No sólo de lo religioso, sino también de lo ético [...]. La religión tiene una ética fundamental, claro, pero lo que quiero decir es que la ética, en el sentido más directo de la palabra, tiene una relación muy directa y estrecha con mi obra. Es decir, que yo no creo en la estética sola [...] (Ésta) se da como consecuencia de algo cuyo motor ha sido primero de orden ético.

[Hablando con Chillida. Edición de Martín de Ugalde, Txertoa, San Sebastián, 2002, pp. 130, 97 y 131].

* * *

 

Para usted, ¿conocer algo es sólo el punto de partida de un desconocimiento mayor?

Yo me coloco en un territorio donde todo es desconocido, cosas de los hombres que no entendemos y que yo trato de entender. Luego lo que uno aprende con el arte no se puede enseñar. Lo que se puede enseñar no vale gran cosa; lo que vale es lo que tú tienes que aprender. Si uno no tiene preguntas, mal asunto.

 

Un ser esencialmente filosófico como usted normalmente empieza dudando de Dios, ¿a usted de dónde le viene la fe?

Tuve un momento así, de duda, pero se me pasó pronto, afortunadamente.

 

Podría contar cómo lo resolvió...

Con un axioma. De la muerte la razón me dice, definitiva; de la razón, la razón me dice, limitada. La razón no llega a saber si la muerte es o no definitiva.

[Entrevista en El Mundo, 14 de septiembre de 1197: http://www.elmundo.es/larevista/num94/textos/chi1.html]

* * *

[...] Hice (una escultura) para Grenoble a petición de Jacques Lang, que entonces era ministro de Cultura en Francia. Se conmemoraba el aniversario de la Revolución Francesa y pidió a varios escultores que hicieran obras relacionadas con sus lemas: liberté, égalité y fraternité. Todo el mundo hizo liberté y égalité, yo hice fraternité. La hice de un modo muy elemental. Cogí un bloque de acero y lo abrí en cruz hasta un punto determinado a la altura de la vista de un hombre medio. Tenía así un punto en el corazón de esta pieza desde el cual había una unidad para todos los brazos, que se convertían en hermanos en ese punto de comunión. Moví las piezas, hice muchas pruebas, hasta encontrar la forma que quería. Y entonces me vi obligado a explicarlo de alguna manera, y lo escribí en el bloque, ahora colocado en Grenoble: «Cet arbre de fer, né dans cette forêt, annonce que nous les hommes avons la mème origine, il exige la fraternité» [...].

Yo creo que la cruz es lo más importante del cristianismo, y ahora mismo acabo de hacer una cruz para que se coloque en el Buen Pastor, en la catedral, mirando hacia Santa María. Se va a llamar, en euskera, La cruz de la paz, porque me encargaron un símbolo de la paz y yo no conozco ninguno otro mejor que la cruz [...]. En una cruz ocurrió lo que ocurrió con Cristo y es tremendo. En positivo y en negativo. Es terrible. Es un lugar de encuentro de toda la historia de la humanidad, de todas las cosas que han pasado. Un acontecimiento que supera cualquier otro, en mucho, por la trascendencia que ha tenido y que sigue teniendo.

 

¿No hay peligro de que interpretemos mal la cruz, que la veamos como el símbolo del chivo expiatorio, de un Dios que exige castigo?

Él no exige castigo, lo que exige es perdón, el perdón a todos en la cruz. Por eso hablo de La cruz de la paz, porque él da su vida por los demás allí; de modo que de castigo, nada.

 

¿Y cuando nos dice, “coge tu cruz y sígueme”?

Pide que seamos capaces de hacer lo mismo por los demás. Que lo que él ha hecho, lo hagamos también nosotros si llega el caso.

[AA. VV., Conversaciones con Eduardo Chillida. Edición de Susana Chillida. Destino, Barcelona, 2003, pp.127-129].

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