viernes, 30 de septiembre de 2022

Barrajón, a Argüello: "No nos digan cómo tenemos que vestir. Cuide su corral y deje el nuestro que ya lo cuidaremos nosotros"

Fuente:   Vida Nueva

Por:   Alejandro Fernández Barrajón

28/09/2022


En la vida de la iglesia ha existido siempre la tentación  de quedarnos en las formas, en lo externo, en lo aparente, en la cáscara y descuidar el fondo e ir al grano. Ya Jesús nos alertaba ante los fariseos que alargaban las filacterias, ensanchaban el manto y rezaban en las esquinas para que los viera la gente. (Mat 23, 5) ¡Cuidado con los fariseos, nos decía!

Con frecuencia, no nos preocupa tanto cómo ser más eficaces al Reino, que era lo único que a Jesús le preocupaba, cuanto tener una imagen impoluta y llamativa. Por eso se extrañaban algunos, recientemente,  de que lo primero que hacían los cardenales, recién nombrados, era encargar sus trajes purpurados aunque resultaban demasiado caros para el común de los mortales. Solo hay que dar una vuelta por  ahí para ver los modelos que muchos purpurados visten y que hacen rechinar  a estas alturas de la historia.

En la vida consagrada siempre ha existido la disyuntiva entre hábitos sí o hábitos no. Ya quisiera yo ver a algunos en territorios  de misión a más de cuarenta grados en el trópico, moviéndose constantemente y con una hábito encima por muy simbólico que sea.

Por eso no me he sorprendido nada cuando el nuevo arzobispo de Valladolid,  el reverendísimo y excelentísimo Don Luis Argüello,  ha dicho a sus nuevos diáconos que “Reactiven la revolución de la sotana y que los frailes lleven hábito, las monjas sean reconocibles y  los ordenados también lo sean”

A la luz  de estas declaraciones  se me ocurren algunas reflexiones. He conocido a su eminencia cuando era un simple cura de Valladolid en el barrio de “La Rondilla” y fui con él profesor en el Seminario Diocesano durante nueve  años. En el recreo tomábamos juntos el café  en muchas ocasiones y por cierto él no llevaba entonces el traje clerical. Yo ya adivinaba en aquellos tiempos  que apuntaba maneras para llegar a  donde ha llegado. Dios lo bendiga y le dé  acierto y  sabiduría.  He decir que yo lo admiraba entonces  por su compromiso social.  Ahora ya no.

Su comienzo como obispo y secretario de la Conferencia Episcopal no fue muy brillante y decepcionó a muchos con sus palabras inadecuadas  sobre los homosexuales. Dijo que los homosexuales no son completamente varones. Uno de los mayores disparates que se han dicho en los últimos años sobre este denostado colectivo. Uno de los grupos más marginados en la iglesia, donde, por cierto, abundan especialmente entre los ordenados, según un estudio reciente realizado por los Jesuitas.

Al hilo de todo esto se me ocurre lo siguiente:

·     1) En medio de los grandes problemas y desafíos que la iglesia está viviendo ahora, hubiera estado bien alguna propuesta de nueva evangelización que frene esta sangría de deserciones en la iglesia. Proponer  a los diáconos  y consagrados que vistan trajes clericales y se “destaquen” en medio de la sociedad, es lo último que yo sugeriría, ante los  grandes problemas de la iglesia: Pederastia, escándalos económicos, inmatriculaciones ilegales, clericalismos  extremos, obispos príncipes viviendo en palacios a estas alturas de la crisis galopante que atravesamos…

·     2) La vida consagrada ya tiene su autoridad correspondiente en la iglesia, que no está, felizmente, en los obispos. Ya hubiera desaparecido si no la protegiera el derecho de la “exención”. No nos digan cómo tenemos que vestir. Cuide su corral y deje el nuestro que ya lo cuidaremos nosotros.

·     3) Las mojas y los frailes ya son muy reconocibles en el pueblo de Dios porque estamos trabajando allí donde hay graves heridas que deshumanizan a las personas. En eso consisten nuestros carismas: curar heridas allí donde las personas están tiradas al borde del camino, como el caminante que bajaba de Jerusalén  a Jericó. Allí donde el sacerdote dio un rodeo y pasó de largo: encarcelados, inmigrantes, ancianos abandonados, enfermos, discapacitados, cautivos de hoy, prostituidos. Pegunte allí y verá cómo nos reconocen aunque no llevemos hábito. Hay realidades en que el hábito no hace al monje y ni siquiera ayuda. Al menos deje que seamos nosotros los que decidamos ponerlo o no según las circunstancias que nos rodean.

·     4) Le deseo un feliz servicio al pueblo de Dios de Valladolid donde, por cierto, la vida consagrada, contemplativa y activa, se moja cada día, con hábito o sin él, en muchas realidades humanas y eclesiales que claman al cielo.

Disculpen. No podía dejar de decir lo que pienso, sin acritud y con espíritu constructivo, desde el nuevo estilo sinodal al que los pastores y el papa nos animan: que hemos de decir lo que sentimos y nunca callar para que sea posible una iglesia que sea más de todos y menos clerical.

 

 

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