Fuente: Il Sismografo
08/01/2023
(Daniel Verdú - elpais.com) La mañana del 11 de febrero de 2013, ante un grupo de cardenales, Joseph Ratzinger comunicó en latín su decisión de dimitir. La noticia cogió a casi todo el mundo por sorpresa. Luego, se retiró en silencio al monasterio de Mater Ecclesiae y se recluyó los siguientes 10 años con cuatro memores domini, mujeres consagradas del movimiento conservador Comunión y Liberación, y con un arzobispo alemán convertido desde 2003 en su mano derecha y ayudante más íntimo. El padre Georg Gänswein, un joven y discreto sacerdote alemán (la revista Vanity Fair lo bautizó como el George Clooney del Vaticano), sí conocía de antes aquella revolucionaria decisión. Y fue el encargado de custodiar el retiro de Benedicto XVI, también de filtrar las visitas, las llamadas y los mensajes que llegaban desde el exterior. Es hoy la piedra de Rosetta para descifrar gran parte de las incógnitas y escándalos que han salpicado al Vaticano en los últimos 20 años. Pero acaba de comenzar algo parecido a una venganza.
La muerte siempre es una gran aliada editorial. Más todavía cuando el difunto es un papa. Y Gänswein ha anunciado para finales de enero la publicación de sus memorias, que verán la luz en Italia con el título de Nient’altro che la verità. La mia vita al fianco di Benedetto XVI (Nada más que la verdad. Mi vida junto a Benedicto XVI). La editorial Piemme dice que “son una narración en primera persona que arroja luz sobre algunos aspectos incomprendidos del pontificado y describe desde dentro el verdadero mundo vaticano”. Pero tienen aroma a venganza porque Gänswein ha añadido que son “la propia verdad sobre las miserables calumnias y las oscuras maniobras que han tratado en vano de arrojar sombras sobre el magisterio y las acciones del pontífice alemán”. ¿Cuáles? Lo fundamental hoy es conocer los entresijos de la filtración de documentos que destruyeron el pontificado, la turbulencias del Banco Vaticano ―su entonces presidente, Ettore Gotti Tedeschi, que intentó hacer limpieza, fue destituido sin que Benedicto XVI lo supiera― y las posibles extorsiones que hubo al final de su mandato.
Gänswein, nacido en un pequeño pueblo de la Selva Negra alemana, tiene hoy 66 años y es arzobispo y prefecto de la Casa Pontificia, pero comenzó su fiel servicio a Ratzinger cuando tenía solo 46 años. El futuro pontífice era entonces cardenal y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y necesitaba un secretario: el suyo, el obispo Josef Clemens, se marchaba a otro encargo. Tuvo dos opciones. Pero el futuro papa escogió a aquel monseñor con conocimientos de leyes. “Era un tipo increíblemente guapo. Nunca habíamos visto algo así”, recuerda una persona que vivió aquel proceso. Una observación confirmada entonces por Donatella Versace, que aseguró que incluso una de sus colecciones se había inspirado en él. “A pesar de su austeridad, representa un sex symbol para gran parte de las mujeres italianas”, apuntó. Gänswein se ganó la confianza del futuro papa, le juró lealtad eterna y, cuando este fue nombrado pontífice en abril de 2005, pasó a ser su secretario privado.
Gänswein era la sombra de Ratzinger, lo sabía todo. Incluso los históricos planes de renuncia cinco meses antes, según reveló esta semana al diario La Repubblica. “Me lo dijo en septiembre de 2012, en Castel Gandolfo”. El secretario cuenta que intentó persuadirle para que no lo hiciera. Pero Ratzinger, tras dejarle hablar, le respondió: “Puede imaginarse que he meditado bien esta decisión, he reflexionado, rezado y luchado. No es una quaestio disputata, está decidido. Se lo digo a usted, pero no debe decírselo a nadie más”. Y así fue. Tal y como hizo también con otros asuntos clave del pontificado que ahora podrían salir a la luz en su libro, como las claves de Vatileaks, el escándalo sobre corrupción en la Santa Sede que dinamitó el papado y que muchos creen que fue orquestado por los enemigos de Benedicto XVI. “El diablo estuvo en contra de él”, ha señalado ahora Gänswein, adelantando el carácter revelador que puede tener su libro.
Los casos de corrupción dentro de la Iglesia y la filtración de documentos privados de Benedicto XVI precipitaron el final de su pontificado. Paolo Gabriele, el mayordomo personal de Ratzinger, un integrista católico y padre de tres hijos que pasó de limpiar el suelo de la basílica de San Pedro a la estancia del papa, robó y filtró innumerable documentación. Lo hizo, aseguró, para proteger al papa de sus enemigos. Pero en lugar de eso, destruyó su reinado. Tiempo más tarde, fue condenado y Benedicto XVI lo visitó en su celda semanas más tarde para perdonarlo. Por el motivo que fuera, decidió darle un empleo en el hospital infantil Bambino Gesù, en Roma, con el compromiso de que nunca más hablaría con periodistas y nunca escribiría un libro. Ironías de la vida, la clínica lo destinó a la sala de fotocopiadoras, justo la tarea por la que había sido condenado.
El problema es que nadie creyó nunca que Gabriele actuase por su cuenta y no presionado por algunas esferas de poder. Y algunos acusaron entonces a Gänswein, que acaba de explicar que los documentos robados se encontraban sobre la mesa de su oficina, de haber sido extorsionado. Él ha explicado ahora que presentó su dimisión. “Hablé con el papa y le dije: ‘Santo Padre, la responsabilidad es mía, lo asumo. Le pido que me destine a otro trabajo, renuncio’. Él me dijo que no y añadió: ‘Ve, hay uno que traicionó incluso a los 12, se llamaba Judas. Nosotros somos un pequeño grupo aquí y permanecemos juntos”. De hecho, poco antes de renunciar al cargo, Ratzinger convirtió a su secretario en arzobispo y en jefe de la Casa Pontificia para salvarlo de la posible quema que llegaría tras él.
El 23 de marzo de 2013, pocos días después de su elección, Francisco visitó a Benedicto XVI en su retiro de Castel Gandolfo. El papa emérito le entregó ese día un gran sobre blanco con un informe de 300 páginas. Ratzinger había encargado una investigación sobre lo sucedido a tres cardenales: el español Julián Herranz, el italiano Salvatore de Giorgi, y el eslovaco Jozef Tomko. El informe contendría muchas de las respuestas e implicaciones en la trama bautizada como Vatileaks. Y ese documento, que habría podido leer Benedicto XVI y se supone que también Gänswein, fue entregado a Francisco cuando fue nombrado Papa. La documentación fue una primera hoja de ruta sobre la fiabilidad de su nuevo entorno. Pero, por algún motivo, el nuevo pontífice tampoco acabó de congeniar nunca con el hombre de confianza de su predecesor y no quiso que estuviera junto a él, pese a que era el prefecto de la Casa Pontificia (no fue cesado del cargo pese a no ejercerlo).
Gänswein, que ha mantenido una relación tirante con el entorno de Francisco desde que este llegó a la silla de Pedro, se ha convertido ahora en el baluarte de los opositores al Papa. Desde la Casa de Santa Marta, la residencia de Bergoglio, se ha considerado a veces que el secretario no había impedido que la figura de Benedicto XVI fuera utilizada por el sector ultraconservador ―al que el propio Gänswein pertenece― para desestabilizar a Francisco.
Uno de los peores momentos llegó hace casi tres años con la publicación de un libro que, teóricamente, el papa emérito firmaba junto al cardenal ultraconservador Robert Sarah y en el que se oponía frontalmente al celibato opcional y, sobre todo, a la ordenación de hombres casados (Desde lo más hondo de nuestros corazones. Palabra, 2020). Un tema sobre el que debía pronunciarse Francisco en el sínodo sobre la Amazonia y que convirtió la publicación en una inevitable injerencia. La figura del secretario quedó ya irreparablemente dañada a ojos del entorno de Francisco, que le consideró responsable de que aquel libro llevase la firma de Benedicto XVI, cuando en realidad solo había escrito un texto de acompañamiento.
Las suspicacias, sin embargo, son recíprocas. Y ahora Gänswein ha declarado en otra entrevista que la decisión de Francisco de prohibir la misa en latín y el rito tradicional, bandera de los ultraconservadores, rompió el corazón a Benedicto XVI. Sucedió en julio de 2021, a través del motu proprio Traditionis custodes, con el que el Papa restringía los permisos para la celebración de la misa con el rito tridentino —según el misal de Pío V, actualizado por Juan XXIII— que Benedicto XVI había concedido 14 años antes. Nadie recordaba ya aquella polémica. Pero las declaraciones de Gänswein vuelven a subrayar, incluso tras la muerte de Ratzinger, la brecha ideológica entre ambos papas y anticipan un clima de veda abierta para ajustar cuentas.
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