martes, 31 de enero de 2023

No al neuroterrorismo

Fuente:    Noticias de Gipuzkoa

Por Félix Azurmendi Aierbe

30/01/2023


No al neuroterrorismo
Por Félix Azurmendi Aierbe

Soy lector diario de la prensa escrita. Escucho la radio, sobre todo cuando conduzco. Veo los informativos, aunque no soy asiduo de la televisión. No sigo las redes sociales. Soy lector de la letra escrita y procuro ser lector crítico. Con frecuencia me sorprendo a mí mismo discutiendo con el periódico o, en ocasiones, si antes no apago la televisión por puro aburrimiento, con algún presentador o contertulio de turno. Hay veces que quisiera gritar y, naturalmente, me “trago” lo que pienso. Otras me alegro porque veo escrito lo que yo mismo estoy pensando. Esto es lo que me ocurrió cuando leía un artículo, firmado por Rosa Diez Urrestarazu, titulado “Shakira y el faranduleo informativo”. Recomiendo su lectura. Llevaba días, como muchas otras personas, no pudiendo dar crédito al “revuelo informativo” creado en torno a estas “pobrecitas” figuras que son Shakira y Piqué. Me ha llamado la atención todo el artículo y, especialmente, el análisis de los porqués de este fenómeno mediático. Concluye el artículo con estas, para mí, significativas y acertadas palabras: “estamos, sin duda, ante el mayor desafío del periodismo de todos los tiempos, en el que por ahora cualquier espacio informativo parece caminar hacia un cajón de sastre en el que cohabita el desamor calculado de Shakira con un debate parlamentario de primer nivel en el que se decide el futuro del país. Es el momento del periodismo ligero”.

El artículo citado ha remontado mi memoria y mi “interés” hasta una entrevista reciente a Isabel Fernández Peñuelas, presentada como “experta en descubrir el futuro” y, al mismo tiempo, como filósofa de formación. Afirma, entre otras cosas, que “nos llega tanta información que no podemos procesarla. Ya no sabes lo qué pensar. Hay autores que le llaman “neuroterrorismo” al bombardeo de datos para aturdirnos y hacernos perder la perspectiva y la dimensión ética. Para mí es la palabra que define nuestra época.” Neuroterrorismo, pues, caracterizado por unos rasgos fácilmente comprobables: bombardeo de datos, “dataísmo”, diría el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, que, con sesgos interesadamente negativos y lecturas preconcebidas, provocan confusión y desorientación, pérdida de perspectiva en la percepción más honda de la realidad y, lo que parece más grave, olvido de la dimensión ética, consecuencias graves para el presente y el futuro.

Este bombardeo de datos, su repetición sistemática y exhaustiva, sea la cuestión que sea –recordemos lo ocurrido con la información sobre el covid-19–, la repetición de las mismas cuestiones hasta el cansancio, su conversión en tópicos indiscutibles con el sello de lo políticamente correcto, producen lo que algún autor llama “violencia saturativa”. El aburrimiento y la fatiga provocados en los oyentes o televidentes, su hartazgo y su reacción evasiva, agotamiento, asfixia y ansiedad, nacen de la sobreabundancia y son manifestación de una violencia por una congestión informativa, es decir, estados patológicos debidos a una sobrecarga de información que, con frecuencia, es una información sesgada y deformada o por desconocimiento de los temas en profundidad, periodismo ligero, o por intereses ajenos a la verdad.

Con frecuencia encontramos esta realidad descrita en los medios de comunicación convencionales, desde radios y televisión públicas vascas hasta publicaciones impresas y digitales de distintas líneas editoriales. Noticias repetitivas, datos tendenciosos hasta la saciedad que, con frecuencia, son cuestiones que no interesan a casi nadie, mientras se silencian intencionadamente otras. Intoxicación de la realidad, también eclesial, con muchas “fotos fijas”, imaginarios repetitivos y deformadores de la realidad social, política y personal. Todo esto produce hastío y, quizá, la reacción de refugiarse en entretenimientos anestesiantes. En todo caso, desinformación y manipulación del pensamiento y la conciencia colectiva.

Propongo un ejemplo. Si en una encuesta a pie de calle preguntáramos a la gente qué le sugiere la pederastia y el problema de los abusos y la violencia sexual a menores, muy probablemente, la mayoría contestaría que es un fenómeno que se produce en la Iglesia, entre los sacerdotes y religiosos de los colegios, seminarios y parroquias. Sin embargo, en una información leída en NOTICIAS DE GIPUZKOA, “hasta 4.000 menores vascos podrían haber sufrido violencia sexual en sus vidas” y “la intrafamiliar es la más habitual pues supone un 45’5 % del total de casos registrados” y, además, “no para de crecer”. Pues bien, este problema que, mayoritariamente, se produce en el contexto familiar, tiende a ocultarse. Sin embargo, los casos que se producen en el seno de la Iglesia, pues ciertamente se producen, se airean sin cesar, hasta con saña y cierta eclesiofobia, creando ese imaginario que no se corresponde con la realidad: parece que solo se producen en la Iglesia, a nivel general, y en la Iglesia vasca, en particular. Se crea la foto fija, no sabemos muy bien por qué razones inconfesables, y luego se repite sin cesar a través de innumerables altavoces para que el mensaje llegue al mayor número de personas con el fin de que la mayoría de la opinión pública dé por bueno “el relato” que transmite “la foto fija”. Es así como se imponen narrativas, mediático-políticas, que no se sostienen si se miden con la realidad, pero la realidad no cuenta como referente en la época de la posverdad, sino el interés ideológico de quien mueve la información. Además de una deformación del pensamiento se cae, así, en una actitud dañina e injusta con personas e instituciones, con una violencia saturativa contra nuestro pensamiento y nuestra conciencia que acarrea un grave daño a la vertiente ética. El poder de esta narrativa es enorme.

Por otro lado, creo que sería útil y transformador que, aquí y allá, fuéramos creando grupos de pensamiento crítico para ir desvelando y denunciando las mentiras que nos venden como verdades. En particular llamo la atención de las comunidades cristianas para que, con sentido crítico y sin ninguna pretensión de ocultar “nuestras vergüenzas”, defendiéramos la dignidad de la Iglesia. No se trata de defender a los obispos, sacerdotes o nuestras instituciones. Se trata más bien de informar y defender, en el ámbito público, la vida de las comunidades cristianas y de los creyentes que, a miles, tratan de vivir con honestidad, sencillez y verdad el seguimiento de Jesucristo, iluminados por su Evangelio. El bien, la bondad, la solidaridad que se vive en nuestras comunidades es, desgraciadamente, desconocido e ignorado. Al parecer, en términos generales, se prefiere la “foto fija” y el cliché de los tópicos abrumadoramente repetitivos.

No sé si esto tiene solución. Los medios de comunicación, a mí me preocupan particularmente los de ámbito vasco, debieran de revisar este modo de proceder. Quiero creer que hay periodistas y profesionales de la información honestos, libres de intereses partidistas, no intoxicados ideológicamente y que quieren informar lo más objetivamente posible. Precisamente, cuando me dispongo a finalizar estas líneas, me encuentro con el mensaje del papa Francisco en el Día de las Comunicaciones Sociales, el 24 de enero. Habla de la necesidad de comunicar cordialmente, de “hablar con el corazón”. “La amabilidad –dice el papa– no es solamente cuestión de un verdadero antídoto contra la crueldad que, lamentablemente, puede envenenar los corazones e intoxicar las relaciones. La necesitamos en el ámbito de los medios para que la comunicación no fomente el rencor que exaspera, genera rabia y lleva al enfrentamiento, sino que ayude a las personas a reflexionar con calma, a descifrar, con espíritu crítico y siempre respetuoso, la realidad en la que viven.” Es una llamada a “desarmar los ánimos promoviendo un lenguaje de paz”, que nos anima a buscar la verdad con compasión, acogiendo con respeto las fragilidades de cada uno, y a desactivar un neuroterrorismo que nos desquicia.

Párroco de Azkoitia

 

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