Fuente: Cristianisme i Justicia
Por José F. (Pepe) Castillo Tapia
05/06/2025

[Imagen de Anefo, CC0, via Wikimedia Commons]
Pedro Arrupe, Superior General de la Compañía de Jesús entre 1965 y 1983, es una de las figuras más relevantes de la renovación eclesial posterior al Concilio Vaticano II. Su liderazgo en la Compañía de Jesús marcó un giro decisivo hacia la opción por la justicia y los pobres, especialmente a través de la Congregación General 32 (CG 32), celebrada entre 1974 y 1975. Su legado sigue siendo profundamente actual en el siglo XXI, en un tiempo en que la Iglesia, bajo el liderazgo del papa Francisco[1], busca ser más sinodal, misionera y comprometida con la justicia social y la reconciliación.
Pedro Arrupe: un líder para tiempos de cambio
Pedro Arrupe asumió la dirección de la Compañía de Jesús en un contexto de gran transformación para la Iglesia. El Concilio Vaticano II (1962-1965) había abierto nuevos horizontes para la misión eclesial, y había llamado a una Iglesia más encarnada en el mundo y más atenta a las realidades sociales. En este marco, Arrupe entendió que los jesuitas debían asumir con radicalidad el llamado del Evangelio en un mundo marcado por profundas desigualdades.
Desde el inicio de su generalato, insistió en que la fe cristiana no podía ser vivida de manera abstracta o desconectada de la historia. En su célebre discurso de 1973 en Valencia (España), afirmó: «Hoy nuestra fe exige una promoción de la justicia que supere toda injusticia estructural». Estas palabras marcarían el rumbo de la Compañía y serían plasmadas en la Congregación General 32.
La Congregación General 32 y la opción por la fe y la justicia
La Congregación General 32 (1974-1975) fue un momento clave para la redefinición de la identidad jesuita en el mundo contemporáneo. En ella, los jesuitas discernieron que su misión debía expresarse con claridad en la siguiente fórmula: «La misión de la Compañía de Jesús hoy es el servicio de la fe, del cual la promoción de la justicia es una exigencia absoluta» (Decreto 4).
Este principio generó un impacto profundo, no solo dentro de la Compañía, sino en toda la Iglesia. Por primera vez, un cuerpo eclesial declaraba con contundencia que la fe y la justicia eran inseparables. Esto significaba que la evangelización no podía reducirse a la transmisión de doctrinas, sino que debía ser una transformación integral de la realidad humana, especialmente de los pobres y marginados.
El Decreto 4 de la CG 32 afirmaba que no era suficiente predicar el Evangelio sin combatir las estructuras de pecado que oprimen a los pueblos. Esto llevó a un mayor compromiso de los jesuitas con los movimientos populares, la educación liberadora y la defensa de los derechos humanos en contextos de represión política, como en América Latina.
Persecución y martirio: la cruz de la justicia
El compromiso de los jesuitas con la justicia provocó resistencias dentro y fuera de la Iglesia. En varios países de América Latina, sacerdotes y religiosos fueron perseguidos, encarcelados e incluso asesinados por regímenes militares. En 1989, en la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador, seis jesuitas fueron brutalmente asesinados por su defensa de los pobres. Entre ellos estaba Ignacio Ellacuría, uno de los grandes impulsores de la teología de la liberación y del pensamiento sobre la Iglesia de los pobres.
Pedro Arrupe también sufrió la incomprensión de algunos sectores de la Iglesia, que veían con recelo su enfoque profético. En 1981, tras sufrir un derrame cerebral, fue sustituido en la dirección de la Compañía por decisión del Vaticano. A pesar de ello, su legado siguió vigente y ha sido recuperado con fuerza en los últimos años.
La actualidad de la CG 32 en el siglo XXI
La misión de la fe y la justicia sigue vigente
Hoy, el llamado de la CG 32 a la promoción de la justicia es más urgente que nunca. La crisis climática, las migraciones forzadas, el aumento de la desigualdad y la exclusión social nos recuerdan que la fe no puede ser vivida al margen de la realidad. La Compañía de Jesús, a través de sus redes educativas y sociales, continúa este legado con iniciativas como el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), que acompaña a desplazados en todo el mundo.
Una Iglesia sinodal y en salida
El proceso sinodal impulsado por el Papa Francisco retoma muchas de las intuiciones de Arrupe y la CG 32. La Iglesia del siglo XXI está llamada a ser una comunidad de discernimiento y de servicio a los pobres, alejada de privilegios y clericalismos, pues la Iglesia no puede ser la Iglesia de Cristo si no es la Iglesia de los pobres. Este principio es esencial en la actual reforma eclesial, que busca una Iglesia más participativa y comprometida con la realidad del mundo.
El desafío del compromiso político y social
Uno de los grandes debates actuales es el papel de la Iglesia en la transformación social. La CG 32 dejó claro que la evangelización incluye la lucha contra la injusticia. Sin embargo, en un mundo polarizado, este compromiso es visto con sospecha. ¿Puede la Iglesia seguir denunciando las injusticias sin ser acusada de hacer política? La respuesta es clara: la Iglesia debe estar siempre del lado de los pobres, aunque eso incomode a los poderosos.
La educación y la formación para la justicia
Las universidades y colegios jesuitas siguen teniendo un papel clave en la formación de líderes comprometidos con la justicia. Como señalaba la CG 32, la educación no puede ser solo transmisión de conocimientos, sino una herramienta de transformación social. La Red Global de Colegios Jesuitas y la Asociación de Universidades Jesuitas trabajan hoy en esta línea, formando jóvenes con conciencia crítica y sentido de misión.
Conclusión: Un legado profético que sigue iluminando el camino
Pedro Arrupe y la Congregación General 32 marcaron un hito en la historia de la Iglesia. Su insistencia en la inseparabilidad entre fe y justicia sigue siendo un desafío actual. En tiempos de crisis ecológica, exclusión social y desafíos migratorios, su mensaje resuena con fuerza:
No hay evangelización auténtica sin compromiso con la justicia.
La Iglesia debe ser sinodal, es decir, una comunidad en discernimiento y en salida.
La educación es clave para formar agentes de cambio.
El siglo XXI nos llama a retomar el espíritu de Arrupe, no como una simple memoria del pasado, sino como una hoja de ruta para la misión cristiana hoy. Como decía san Juan de la Cruz, en una de sus frases más recordadas: «En el atardecer de la vida, seremos juzgados por el amor».
Este amor, para la Iglesia de hoy, solo puede expresarse en un compromiso real con la justicia y la dignidad de los más vulnerables. El legado de Pedro Arrupe y la CG 32 sigue más vivo que nunca.
[1] Este artículo se escribió a principios de febrero de 2025, antes del fallecimiento del pontífice.
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