martes, 24 de agosto de 2021

Por qué sigo siendo un deísta, racionalmente consistente

Fuente:   Atrio

Jesús Martínez Gordo

24/08/2021

 


Vaya por delante mi agradecimiento a Jose Arregi por su comentario, empático y crítico, al Pliego que, publicado el 18 del pasado mes de junio en Vida Nueva y titulado “Por qué me importa la existencia de Dios”, es un resumen de la intervención que tuve el 3 de diciembre de 2020 en diálogo con Albert Chillon, profesor de Antropología de la Comunicación de UAB, a petición de la Asociación para el Diálogo Interreligioso e Interconviccional en Aragón (Adía) con el mismo título.

 

Coincidencia y divergencias

Si bien es cierto que cada una de las “apostillas” que J. Arregi formula se prestan a no pocas matizaciones y, en ocasiones, a notables disensos, me centro en la primera de ellas, aquella en la que manifiesta compartir conmigo el interés por lo que decimos cuando decimos “Dios” aunque él nunca se preguntaría “si Dios existe o no”, sino cómo hablar del “Indecible, sin poder decirlo, balbuciéndolo solo” o del “Misterio fundante”.

Confieso que sintonizo con estas y otras expresiones, pero sucede que el interlocutor que explícitamente tengo delante es una persona que niega la existencia de dicho Indecible o de tal Misterio fundante. Es esta negación de salida, esta falta de terreno común a partir del cual confrontar nuestros diferentes contenidos sobre dicho Misterio o Indecible lo que me lleva a jugar en el campo que, en este caso, me marca el interlocutor increyente. Entiendo que solo así es posible comunicar a dicho interlocutor –de manera racionalmente consistente– lo que entiendo por tal y, a partir de ahí, tender un puente de diálogo, aunque pueda resultar fallido. No atender debidamente a esta petición, determina que mi interlocutor perciba el contenido de lo que digo cuando digo “Dios” como racionalmente inconsistente y, por ello, insignificante e irrelevante; por muy estéticos y seductores que puedan ser los discursos que lo acompañan. He aquí mi primera observación a esta apostilla de J. Arregi.

 

Describir y explicar

La segunda es para indicar, como expongo en el libro que he escrito al respecto (“Ateos y creyentes. Qué decimos cuando decimos “Dios”, PPC, Madrid, 2019), que el terreno en el que he de jugar es en el de las evidencias, pruebas o descripciones científico-empíricas, diferenciándolas de las explicaciones a las que dan pie.

Y, si no me equivoco, en nuestros días, se entiende por evidencia o prueba lo que, descrito lógico-matemáticamente y comprobado empíricamente, puede ser reproducido técnicamente. Ya sé que esto, así dicho, puede sonar a rebuscado, pero creo que no está de más recordar que hay quienes también perciben en ello, una forma de poesía; cierto que rompedora, pero poesía. Ni entro ni salgo en ello. Simplemente, lo recojo. Sin más.

Pero también sé que cuando me pregunto por qué las cosas (o la realidad) son como son a partir de tales pruebas, evidencias o descripciones científico-empíricas y qué se transparenta en ellas son habituales diferentes explicaciones. Me detengo en tres: la materialista bruta o el determinismo físico necesitante; la aleatoria, azarosa o casualista y las deístas y teístas.

 

La explicación materialista

En primer lugar, el determinismo físico necesitante, es decir, la interpretación que erige la existencia de la materia y de las pruebas científico-empíricas en la única y definitiva explicación, porque solo hay materia y nada más que materia, o, en el caso del ateísmo científico-empírico o cientifismo, solo existen evidencias científico-empíricas y nada más. El filósofo de la religión y el teólogo (y entiendo que cualquier creyente) se encuentran con una tautología cuando, como así sucede en esta cosmovisión, se establecen la materia o las descripciones científico-empíricas como la explicación de por qué existen. Quedando prohibido ir más allá de ello, ya no procede preguntarse qué se transparenta detrás, por encima, en o debajo de tales descripciones científico-empíricas y por qué existen la materia y las mismas pruebas o evidencias. He aquí el núcleo del cientifismo y del materialismo bruto. Y del autoritarismo cognoscitivo que apadrina.

 

La explicación aleatoria, azarosa o casualista

En segundo lugar, la casualista: todo es fruto de la aleatoriedad. El filósofo de la religión y el teólogo (y, de nuevo, también el creyente) se topan igualmente con una explicación que entienden fallida, ya que, al recurrir al azar, no solo se está renunciando a proceder en conformidad con el principio de causalidad –el propio de toda investigación digna de tal nombre–, sino que se está dando por procedente una inaceptable ociosidad intelectual (las cosas existen por puro azar y casualidad, es decir, «porque sí») y, de paso, se está dando por buena la ignorancia, algo absolutamente inaceptable. Esta aportación tampoco me parece racionalmente consistente.

 

Las explicaciones deístas y teístas

A diferencia del materialismo bruto y del casualismo, los deístas y teístas argumentan que en las pruebas, evidencias o descripciones científico-empíricas se transparenta como racionalmente más sólido aquello a lo que está referido lo que dicen cuando dicen «Dios» como conjunción de expansión y regularidad (a partir de las descripciones de la astrofísica) o de materia y leyes (a partir de la protobiología) o de mismidad y ex-centralidad (en la antropología contemporánea). O, si se prefiere, con un imaginario más tradicional pero relativamente puesto al día, como una primera Causa eficiente e incausada, a la vez Inteligencia originaria, creativa y teleológica.

Esta es, hoy por hoy, una explicación mucho más consistente, desde el punto de vista racional, que el recurso a la sola materia o a la mera casualidad o a la subjetividad, sea formulada de manera poética o no. Es la que permite señalar o mostrar lo que entiendo por “Misterio” y la que me facilita hablar de su contenido, a la vez, argumentadamente y con conciencia de historicidad.

A explicar esto he dedicado el libro en cuestión. Imposible adentrarme en todos los pormenores. Y menos en unas pocas líneas. Me basta con indicar la convergencia conceptual con J. Arregi en la primera de sus “apostillas” y, a la vez, la diferencia de perspectiva e interlocutores, así como de contenido en lo que digo cuando digo “Dios” o “Misterio”: del “Indecible” (o de otras metáforas e imaginarios) se puede y se debe hablar de manera racional a partir de sus transparencias en la realidad.

En mi caso, lo hago plantado en el campo de juego que me marcan los llamados ateos positivistas, tratando de mostrar la consistencia de la creencia a partir de las descripciones científico-positivas y respetando la razón en libertad que, propia de la investigación científica, también lo es del creyente; en este caso, deísta.

 

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