viernes, 27 de agosto de 2021

Lo que digo cuando digo “Dios” o “Misterio”

Fuente:   Atrio

Por:   Jesús Martínez Gordo

26/08/2021

 

Estimado Joxe:

    Te reitero mi agradecimiento por tus consideraciones sobre lo que decimos cuando decimos “Dios”, un asunto que nos interesa de manera particular y sobre el que cualquier palabra siempre es bienvenida, aunque sea finalizando el mes de agosto. Si me permites, me gustaría exponerte, sintéticamente, una aclaración y dos consideraciones a tu última aportación.

 

La aclaración

          En el Pliego de Vida Nueva, subido en Atrio, indico que “es un resumen de la intervención que tuve el 3 de diciembre de 2020 en diálogo con Albert Chillon”, sobre por qué “importa si Dios existe”. De ella di cuenta en tres apartados dedicados a exponer el peso de haber nacido en una cultura católica y de su alcance en la existencia de Dios; luego, me centré en presentar las razones por las que soy deísta y por las que me importa serlo y, finalmente, expuse los argumentos y motivos “incomparables” en los que descansa mi teísmo “jesu-cristiano”.

          Este texto, y no la posición al respecto de Albert Chillon, es el objeto del diálogo que mantenemos tú y yo al respecto. Me atengo y sigo ceñido a dicho escrito, es decir, a exponer argumentadamente por qué me reconozco, además de como católico “por elección continuada”, un deísta racionalmente consistente y un teísta “jesu-cristiano” gracias a mi “adhesión incomparable” (y, por tanto, “absoluta”) a este singular personaje en cuya existencia percibo lo que digo cuando digo Dios.

 

Del Misterio se puede hablar argumentadamente, sin dejar de ser Misterio

        La primera de mis consideraciones arranca de la importancia que concedes al “si comprendes, no es Dios” de San Agustín y, con ello, al Misterio de lo que decimos cuando decimos “Dios”. Comparto contigo y con San Agustín este interés por salvaguardar el Misterio del Indecible, pero, entiendo –sin dejar de sintonizar con el fondo de lo que defiende el obispo de Hipona– que el cuidado de dicho Misterio no me sume en el silencio o en la sola experiencia ni me lleva a aparcar la razón en libertad. De lo que digo cuando digo “Dios” puedo (podemos) hablar de manera racionalmente consistente a partir de sus transparencias en el cosmos, en la vida, en el ser humano y en la historia, sin dejar de percibir y disfrutar de su “misteriosidad”.

        Ya lo hizo el mismo San Agustín cuando argumentó que Dios era lo más íntimo a cada uno de nosotros y, a la vez, lo radicalmente superior y distinto. Es más, preocupado por salvaguardar la unidad del Dios “jesu-cristiano” expuso cómo podría explicarse dicho Misterio de “uni-trinidad” recurriendo, entre otras, a la transparencia de la relación amorosa entre el Amante (el Padre), el Amado (el Hijo) y el Amor como encuentro de Amante y Amado (el Espíritu). Es sabido que tal discurso no ha acabado de gustar a los “jesu-cristianos” ortodoxos, más partidarios de salvaguardar la singularidad de cada Persona que la unidad de la Trinidad. Y también es sabido cómo estas dos legítimas acentuaciones (con sus correspondientes discursos sobre el Misterio) tienen riesgos a los que estar permanentemente atentos: el autoritarismo de defender solo la Unidad y la fractura de comunión a la que lleva cuidar únicamente la singularidad.

        Pero hay más. El mismo Jesús de Nazaret identificó lo que decía cuando decía “Dios” con los últimos del mundo, dejando, afortunadamente, una impronta y una señal del “jesu-cristianismo” definitiva e imborrable en la historia de la humanidad (Mt 25, 31 y ss). Como, igualmente, lo hizo al identificarlo con el padre en la parábola del hijo pródigo.

        A mí esto me parece, además de racionalmente fundado, muy iluminador, sin dejar de ser, a la vez, cuidadoso con el Misterio en que también consiste dicha identificación. Probablemente porque como “jesu-cristiano” que soy comparto el concepto de unidad puesto en valor en el Concilio de Nicea: entre el Jesús histórico y lo que decimos cuando decimos “Dios” (Cristo), existe una unidad sin confusión y una distinción (conceptual) sin separación. Por eso, percibo también su presencia –como he apuntado antes de ahora– en el cosmos, en la vida, en la persona humana, además de en la historia. Y la percibo sin dejar de ser un Misterio del que también puedo disfrutar, dar testimonio, aunque soy consciente de mis muchas limitaciones al respecto

 

Materia y materialismo

        Indicas que “los físicos de hoy, sean astrofísicos o físicos nucleares”, “si en algo están de acuerdo, es que no saben todavía lo que es la materia”.

        Por lo que he leído y contrastado, son muchos los científicos que sostienen que antes del Big Bang, existía lo que algunos de ellos denominan «crema espesa de partículas elementales»; otros, una «espuma caótica de espacio-tiempo con una densidad energética fantásticamente alta»; no faltando quienes proponen la existencia de un «caldo de materia informe» u otras caracterizaciones parecidas.

        La verdad es que cuando leo estas descripciones estoy contigo en que no parecen saber con rigor qué es lo que había antes del Big Bang; una ignorancia perfectamente compatible con la existencia del cosmos, de la vida y del ser humano de los que tampoco se sabe con certeza científico-empírica lo que son, aunque andan ocupados en ello. Pero hay un punto incuestionable para todos: son realidades que se prestan a diferentes explicaciones, no igualmente consistentes; una de ellas es la materialista: el cosmos, sostienen algunos de estos científicos-filósofos, “es” autocontenido, es decir, eterno y autosuficiente, porque no tiene un principio ni un final. Está «ahí», sin más consideraciones. En el fondo y en la forma se trata de otro intento de recuperar la tradicional tesis filosófica del universo eterno con la intención de desalojar la interpretación de que este tiene un origen y, por ello, de que hay un Creador. Y que lo sostienen en contra de la prueba o evidencia alcanzada por los cosmólogos modernos de que el universo –tal y como lo conocemos– fue causado por el Big Bang, siendo imposible descubrir científicamente qué lo causó.

        Cuando hablo de materialismo o determinismo físico necesitante me refiero a esta explicación atea que sí sostienen algunos físicos o astrofísicos que yo me atrevo a llamar científicos-filósofos (en este caso, ateos). Intento dialogar con ellos del Misterio de lo que decimos cuando decimos “Dios” mostrando de manera racionalmente consistente no solo que el cosmos es problemático, relativo y fuente, a la vez, de complacencias e insatisfacciones, sino también y, sobre todo, una mediación en la que se transparenta su Creador, pudiendo saber bastante de cómo es, sin dejar de ser un Misterio que nos sobrepasa. Y que lo hace de manera análoga a como Gaudí “murmulla” en la Sagrada Familia o como Shakespeare se transparenta en Hamlet. De ahí la importancia de que nuestros imaginarios sobre Él sean racionalmente consistentes y, a la vez, históricos, es decir conscientes de su relatividad, precisamente por su insuperable “misteriosidad”. Entiendo que, en este punto, es posible ir racionalmente un poco más lejos de la explicación, a la vez, “azarosa y necesitante” de la que te muestras partidario.

        Acabo. Es un placer dialogar contigo sobre el Misterio de lo que decimos cuando decimos “Dios”, un Misterio no solo subjetiva y comunitariamente experimentable, sino del que también podemos hablar de manera argumentada a partir de las evidencias científico-positivas y, a la vez, en diálogo con otras explicaciones; incluida la tuya. Y, por supuesto, la mía.

Un abrazo

 

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