sábado, 27 de marzo de 2021

Sí a morir con dignidad, con los mejores cuidados y sin dolor (II de III)

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2-Establecer una ley de eutanasia no favorece a las personas más vulnerables. Son muy pocos los seres humanos que, de una manera libre, consciente y deliberada, más allá de presiones familiares, sociales, ideológicas o económicas mantienen, de una manera clara y determinada su deseo de morir durante largos meses o años. La mayoría de las peticiones de eutanasia tienen una causa social como la soledad, la depresión, el sentimiento de ser una carga para la familia y la sociedad, el abandono, la necesidad de afecto y calor humano, la muerte de alguien querido, las dificultades económicas o de vivienda, la falta de ayudas y de atención social, la falta de reconocimiento y participación social. Por eso, como dijo Francesc Abel, fundador del primer centro de bioética en Europa, en su comparecencia en el Senado el 16 de febrero de 1999: “Triste es la sociedad que decide eliminar a los pacientes para evitarles sufrimientos causados por problemas de tipo social”. Lo prioritario es cambiar las condiciones sociales, económicas, de vivienda y de falta de atención que llevan a tantos a desear morir pues quieren vivir de otro modo.

Todos los que trabajamos cerca de estas situaciones sabemos cómo muchas de estas peticiones son fruto de un fracaso social de años donde no se les concedió una ayuda a la dependencia a tiempo, no consiguieron una residencia especializada o ayudas a domicilio, no tuvieron una red familiar amplia o vieron cómo se fragilizaba con los años, no contaron con ayuda de asociaciones que apoyaran y animaran una vida social y cultural amplia que dotara de sentido el vivir y el paso de los días. Hay que valorar seriamente lo que supone sobre el conjunto de las personas más frágiles de la sociedad la determinación de unos pocos autónomos e independientes en querer morir. Hay que valorar lo que supone esta proposición de ley en tantas decenas de miles de enfermos de cáncer, personas a las que se diagnostica una demencia, personas mayores solas que por un accidente pierden su capacidad de valerse por sí mismas con alguna patología cardiaca o pulmonar, etc. La sociedad no es un sumatorio de mónadas aisladas, de individuos independientes. No hay que dejar de descartar las presiones y coacciones de unos sobre otros. El Informe del Comité de Ética Médica de la Cámara de los Lores de 31-1-1994 subraya “el temor que personas vulnerables se sientan obligadas a solicitar la muerte prematura (por presiones reales o imaginarias). El mensaje que la sociedad envía a personas vulnerables y desfavorecidas no debe ni siquiera indirectamente, alentarles a solicitar la muerte, sino que debe asegurarles nuestra presencia y nuestro apoyo en la vida”. Los más frágiles se pueden sentir coaccionados, directa o indirectamente, de manera burda o sutil, a solicitar la eutanasia al comprenderse como una carga para las familias y la sociedad. La despenalización, no lo olvidemos, se funda en el hecho de pensar que unas vidas se hallan en una situación que es considerada deteriorada. Junto a la proclamación del derecho se hace una distinción previa, colectiva, legalmente establecida entre vida normal y vida deteriorada. Esto implica un juicio público y vinculante sobre la calidad de vida de las personas que afecta a los más vulnerables.

 

3-Establecer una ley de eutanasia como prestación sanitaria realizada por médicos no ayuda a la medicina ni a los médicos. La medicina tiene que pensar qué prácticas está llamada a realizar, cuáles son los fines de la medicina en el siglo XXI en un contexto donde debe integrar el cuidado y el alivio del dolor además de la curación y la prevención de las enfermedades. La eutanasia supone además una ruptura en la tradición médica milenaria que, desde el Juramento Hipocrático, les impide matar a nadie, aunque se lo pidan. La eutanasia no forma claramente parte de la medicina, ni es un acto médico. Lo que no hay duda, como bien ha descrito Ten Have, es que la eutanasia incrementa el poder y el control de los médicos sobre el final de la vida, la medicalización de nuestro morir. Los médicos no sólo practican la eutanasia sino valoran si se cumplen los requisitos, derivan a especialistas, forman parte de las Comisiones de Garantía y Evaluación, informan a los pacientes del diagnóstico y las alternativas, valoran la capacidad del solicitante o la pérdida inminente de la capacidad, certifican la enfermedad o el padecimiento necesarios para solicitar la eutanasia, reciben las diversas solicitudes, establecen un proceso deliberativo, etc. Hay que valorar socialmente lo que supone la modificación de la función y vocación del médico, cómo afecta a su imagen social y deteriora la relación de confianza que debe tener con el paciente. Una ley de eutanasia no invita a los médicos a una mejor formación en el tratamiento del dolor, a buscar alternativas, a desplegar fórmulas de compasión y humanidad, a acompañar durante meses al paciente terminal, a la necesidad de establecer una mayor especialización en los cuidados de los pacientes terminales. Finalmente, en este aspecto hay que considerar si no se está instrumentalizando la medicina desde ámbitos externos a la medicina (como la política o los deseos de los pacientes). El Estado con la eutanasia asume una nueva función e impone por ley a los médicos una obligación “excesiva” que les ha sido ajena durante siglos como es provocar la muerte de una persona, aunque sea solicitada voluntariamente y se respete la objeción de conciencia.

 

4-Establecer una ley de eutanasia como prestación sanitaria en este momento de crisis económica y social tendrá un efecto devastador sobre los cuidados paliativos. No es cuestión en este momento de un debate sobre la compatibilidad de la eutanasia y los cuidados paliativos sino de reconocer que hay distintas filosofías de fondo que van en dirección contraria. No son caminos paralelos en los que cada uno elige el que quiere. Esto es un modo neoliberal e individualista de pensar que olvida que todos vamos en el mismo barco y la necesidad de articular la cuestión capital de “lo común”, del bien común. Los cuidados paliativos no son, ni deben ser presentados como una alternativa sino como un derecho y una obligación social pues siempre mejoran la vida del paciente. No todo es posible, no son siempre una panacea, pero siempre son una ayuda y una mejora en el bienestar del paciente. Su dimensión integral siempre proporciona beneficios al paciente: siempre alivia algo el dolor, siempre se puede ayudar a afrontar el sufrimiento, siempre puede apoyarse social y psicológicamente a la familia y persona cercanas, siempre cabe sostener existencial o espiritualmente con un acompañamiento adecuado el final de la vida. Unos cuidados paliativos de calidad reducen significativamente los deseos de morir y una sociedad no puede jugar a equidistancias en estos temas que son prioritarios. España no puede aprobar hoy una ley eutanasia cuando más de 80.000 personas anualmente no reciben cuidados paliativos de calidad.

 

5-Establecer una ley de eutanasia supone preguntarse si nos estamos tomando en serio la autonomía y la dignidad de las personas. La petición de morir tiene un significado mucho más amplio que el literal. Son muy escasas las peticiones de eutanasia autónomas, “sin ninguna presión externa”, tal como pide la proposición de ley. Muchas demandas de morir esconden otro tipo de peticiones y demandas: atención, cariño, reconocimiento, cercanía, cansancio, abatimiento, escucha, necesidad de alegría y participación, sentido, etc. Proporcionar la eutanasia, sin atreverse a bucear en la hondura de una petición de un deseo de morir es todo lo contrario de una muerte digna. El deseo de morir nace muchas veces de un contexto familiar deteriorado, de un contexto hospitalario que despoja al individuo de sus vínculos y contactos esenciales, de un trato a veces deshumanizante y cosificador, de un abandono más o menos encubierto, de un sentimiento de carga, etc. El deseo de morir tiene unas raíces sociales y psicológicas profundas que tras un trabajo asistencial riguroso hacen que la petición sea reversible en muchos casos. Muchas veces no se quiere verdaderamente morir sino vivir de otra manera. En España los apoyos y la asistencia psicológica y psiquiátricas están muy ausentes al final de la vida. Hay que atreverse a escuchar a fondo el dolor, dejar que hable el dolor desde el fondo del corazón para atender socialmente lo que verdaderamente piden las personas. La autonomía, como afirma Habermas, no es “una propiedad caída del cielo, que automáticamente recibe cada ser humano. Es más bien una conquista precaria de las existencias finitas, existencias que sólo teniendo presente su fragilidad física y su dependencia social pueden obtener algo así como fuerzas”.

 

6-Establecer una ley de eutanasia no ayuda a afrontar la muerte con la suficiente serenidad y paz en muchas ocasiones. Los plazos de la proposición de ley son extremadamente cortos. La muerte es un hecho existencialmente individual, pero también un acontecimiento social y cultural que cuesta afrontar con serenidad. Nuestras sociedades occidentales ocultan la muerte, reprimen este hecho inevitable. Se habla de negación de la muerte, de la muerte de la muerte. La muerte se ha convertido en un tabú en nuestras sociedades preocupadas por la salud, el bienestar y la mejora. Queremos eliminar la muerte de nuestro horizonte. La eutanasia en gran parte participa de esta negación al pensar que eligiendo el modo y la forma de morir afrontamos la muerte. La cercanía de la muerte es una experiencia única donde descubrimos la finitud que nos afecta a todos por igual. El proceso de muerte es una experiencia única y significativa de la vida de la persona. Muchas veces en esa fase de la vida uno descubre su verdadera identidad. La eutanasia interrumpe, muchas veces, ese proceso e impide al paciente y sus familiares esta experiencia irrepetible y en cierto sentido enriquecedora. Al final de la vida se puede llegar a una profundidad e intensidad, a una verdad y sinceridad antes no vividas. Esto implica asumir la muerte como un proceso lento y complejo frente a las soluciones rápidas e inmediatas. No podemos proporcionar soluciones unilaterales y simples a problemas culturales, sociales, familiares e individuales complejos. La eutanasia puede expropiarnos el último momento de la vida donde son posibles grandes aprendizajes que llevan tiempo como la expresión de los afectos más profundos, la reconciliación de las heridas de años, la gratitud por lo vivido, los últimos consejos e historias.

 

(Continúa: III de III)

 

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