martes, 9 de marzo de 2021

El peligro del cientificismo para la medicina, los médicos y sus pacientes. Notas

Dr. Víctor Hernández Ramírez

(Barcelona, España)

 

 

El Dr. Javier Peteiro Cartelle, al comentar la novela Cuerpos y Almas (escrita por Maxence van der Meersch, en 1943) dice que muchas veces se ha olvidado la figura del médico de familia, del médico de barrio, que es el papel que tiene Michel Doutreval, el protagonista de la novela. Y añade que es principalmente a médicos generalistas o a su equivalente en la novela, elde barrio’, a quienes les es dado realizar del mejor modo ese vieja tarea de curar a veces, paliar con frecuencia y acompañar siempre[1]. Volveré más adelante a esta frase subrayada, con la cual Peteiro define la vocación del médico.

Javier Peteiro, quien es  Doctor en Medicina y jefe de la sección de bioquímica del Complejo Hospitalario Universitario A Coruña (España), también es el autor de El autoritarismo científico[2], una obra importante donde se muestra el auténtico peligro del cientificismo, que es la perversión del pensamiento científico y que ha tenido una influencia cada vez más dominante en la sociedad contemporánea. La obra de Peteiro es interesante porque abre un debate necesario contra los peligros del cientificismo.

¿Qué es el cientificismo? De entrada, hay que decir que el cientificismo no es el pensamiento científico, sino que es un discurso dogmático y excluyente que utiliza el lenguaje y la información científica, pero que los utiliza mal y con unas consecuencias peligrosas. El cientificismo lo hace mal porque ignora varias dimensiones que son fundamentales para comprender la tarea de la ciencia: ignora (o deja de lado) la dimensión epistemológica, la dimensión histórico social y la dimensión ética. Diré algo muy sucinto sobre cada dimensión.

1.  La dimensión epistemológica tiene que ver con el problema del estatus de las diferentes ciencias. Hoy en día es muy difícil mantener la vieja separación entre ciencias y humanidades, e incluso entre ciencias “duras” y ciencias “blandas”, puesto que lo que hay en la práctica son ciencias como la física, la química y la biología, que se pueden agrupar como ciencias “físico–naturales” (aunque son diferentes) y, asimismo, existen las matemáticas, que algunos consideran una ciencia formal y otros no (es decir, se debate si el objeto de las matemáticas existe sólo de modo ideal o existe igual en la realidad). Pero, además, existen la historia, las ciencias sociales (sociología, antropología, etc.) y su estatuto científico es algo más complicado, porque sus métodos son de tipo híbrido y su objeto de estudio implica una reflexividad evidente (el objeto investigado implica fuertemente al sujeto que investiga). Y si consideramos la filosofía, la lingüística y el psicoanálisis, veremos que son disciplinas con un estatuto diferente, porque ellas consideran como objeto de estudio fenómenos de una singularidad muy compleja (la conciencia y la no conciencia, el lenguaje) o se plantean preguntas que refieren al sentido y a un “más allá” con respecto a la realidad empírica (que son las preguntas que hace la filosofía).

Pero la dimensión epistemológica también tiene que ver con las condiciones que hacen posible el avance del conocimiento científico: el uso de un método científico está bastante claro en las ciencias físico naturales (física, química, biología), pero eso no quiere decir que su aplicación sea siempre rigurosa o que se haga exenta de factores ideológicos o, asimismo, de factores de mercado y de prestigio social.

En estos tiempos de la pandemia del Covid19,  se ha mostrado que muchos discursos de los expertos, que supuestamente están avalados por argumentos científicos, en realidad expresan más la dimensión de competición de las vanidades y los argumentos de persuasión para tener más influencia. El médico Sergio Minué, comenta cómo las rivalidades científicas de los expertos ante la pandemia expresan más esas ambiciones y vanidades profesionales que una auténtica argumentación científica[3].

El Dr. Javier Peteiro, que es un experto en la investigación con análisis clínicos, dice que son muchos los ensayos clínicos que muestran diversas inconsistencias entre la evidencia y la práctica clínica. Y señala que los avances científicos significativos suelen provenir, más bien, de la ciencia básica, y no pocas veces de manera fortuita o inesperada. Y añade que, en el caso de la actual pandemia, se ha visto cómo disciplinas, como la epidemiología, están muy lejos de tener el rigor que desearíamos que tuviese. Con esto, lo que se muestra es la inconsistencia de los argumentos de autoritarismo que pretenden derivarse de la ciencia.

En el ámbito de la epistemología de la ciencia, que tiene que ver con las condiciones y los modos de producir conocimiento científico, lo peor que se puede hacer es abrazar el positivismo más burdo, que tiene la posición ideológica más extremista, pues representa un reduccionismo inaceptable. En el caso de los médicos, pueden hallar un buen ejemplo de ese extremismo ideológico que es el positivismo en el filósofo Mario Bunge[4]. Pero yo les sugeriría que es mucho mejor que lean a Javier Peteiro, en su libro que he mencionado antes, o a Georges Cangilhem[5], filósofo francés, especializado en filosofía de las ciencias y que también era médico.

2.  Luego tenemos la dimensión histórico social de la ciencia, que tiene que ver con el proceso histórico que hace posible la práctica científica moderna (y aquí las interpretaciones difieren: entre quienes afirman que la ciencia nace en Europa, con la base en las matemáticas y la experimentación y no en la razón empírica [Alexandre Koyré]; otros dirán que su continuidad va hasta el mundo greco-romano [Pierre Duhem] y algunos consideran que es un proceso global, y que en otras épocas, siglo XVII, era mayor el desarrollo en China que en Europa [Joseph Needhman]).

Pero, además, la ciencia moderna se origina y desarrolla dentro de otro proceso al que queda ligada de modo innegable: el capitalismo, ese proceso global que se deriva del sistema–mundo que nació en los siglos XVI y XVII (como lo nombró el sociólogo Immanuel Wallerstein) y que se desarrollará en los siguientes siglos. Es así como la práctica científica se vincula con las redes de poder que configuran el mundo capitalista y moderno. Esto lo ha estudiado muy bien el filósofo Michel Foucault, y por cierto, con mucha atención al ámbito de la historia de la medicina.

Aquí, habría que señalar que el estatuto de la medicina no es, estrictamente hablando, el de una ciencia. Cuando ciertos médicos se alinean con el discurso cientificista, o se escudan en el autoritarismo excluyente del cientificismo, olvidan precisamente eso: la medicina no es ciencia. La medicina es una práctica que bebe de la ciencia, del saber científico, y que también hace uso de un instrumental técnico derivado de los avances científicos, como por ejemplo se ve claramente en las técnicas de diagnóstico por imagen, para mencionar un solo ejemplo. Pero es importante recordar que la medicina no es ciencia, sino una práctica que tiene por finalidad la atención de la salud de personas, con una subjetividad irrepetible. Cito aquí al Dr. Peteiro:

Sí, hay los ensayos clínicos, y hay un conocimiento del cuerpo a todas las escalas de observación, pero cada paciente es único porque no sólo acude con un cortejo de síntomas, sino con su subjetividad y su diversidad aun dentro de encuadrarse en una misma clase nosológica. La aplicación científica en modo técnico se da claramente en el ámbito diagnóstico (imagen, analíticas…) y se inicia en el orden quirúrgico (el Da Vinci o los transductores cerebrales a sistemas robóticos son un buen ejemplo); menos en el orden propiamente clínico, relacional, en donde cada vez vemos más carencias, especialmente por fijar la mirada de modo parcelado en un hígado, los riñones, el corazón, y, siendo importante eso, no hacerlo de modo global.

Se han descartado en la práctica la anamnesis y la exploración convencional por lo que en su día se llamaron exploraciones complementarias, que pasan cada vez más a primar en el orden de evaluación clínica. El paciente es cada día identificado con un individuo de un conjunto, cuyos elementos se consideran iguales. Los aspectos que tienen que ver con la enfermedad de cada cual, derivados de todo lo que afecta a la variabilidad biológica y a connotaciones biográficas, son muchas veces ignorados.

No es difícil relacionar estas observaciones críticas de un médico e investigador como Javier Peteiro con el contexto histórico social de la práctica médica: hoy en día las prácticas médicas están condicionadas por formulaciones protocolarias, por estilos de gestión de la salud de tipo capitalista. Asimismo, todo este modelo de medicina, derivado de una visión de negocio, utiliza un lenguaje cientificista, al mismo tiempo que las agendas de investigación son impuestas por las multinacionales farmacéuticas. Es por ello que no son pocos los médicos que abogan por una recuperación del tacto, de la escucha y la mirada clínica que atienda la singularidad de la persona, en la práctica médica.

3.  La dimensión ética es posiblemente la más compleja, puesto que aquí estamos en el terreno propiamente político y filosófico: ¿sobre qué base actuar y tomar decisiones ante lo que llamamos la salud de una persona o ante la salud colectiva, como en el caso de una pandemia? ¿esas bases se derivan de un saber supuestamente científico o más bien de un consenso que establece una comunidad determinada (como la comunidad científica, por ejemplo)? ¿esos consensos se hacen con conocimientos de manera exclusiva o se hacen con intereses que determinan el proceso hacia el consenso?

La dimensión ética no es algo que está solamente al final, como si se tratara de un problema de “aplicación del conocimiento”, puesto que está presente en muchos momentos de la producción del saber científico. Esto se puede ver si pensamos la relación de la actividad científica con respecto al mercado: ¿hasta dónde se condiciona la investigación por el financiamiento que tiene más interés en el mercado futuro de los fármacos y su relación con patologías cronificadas?, ¿de qué manera la investigación se burocratiza cuando la publicación y la medición de las publicaciones científicas son también un mercado y condicionan muchísimo la profesión del investigador? ¿hasta dónde el excesivo biologicismo en el campo de lo psíquico no está motivado por un mercado de productos farmacéuticos?

Estas preguntas críticas no se hacen para irse al extremo opuesto del cientificismo, que son los fundamentalismos negacionistas que, hoy día, crecen por doquier y que miran conspiraciones por doquier. En realidad, el cientificismo es también un fundamentalismo, pero situado en el otro extremo. Pero así como la práctica de la ciencia es fundamental para nuestra sociedad, también es importante la reflexión crítica sobre las prácticas científicas y más aún contra las ideologías extremistas como el cientificismo.

En realidad, lo ético se plantea de modo más honesto desde una posición no cientificista. Porque el cientificismo opera por certezas, por convicciones, que se sustentan en doctrinas profesadas por “verdaderos conversos”, que ante la realidad actúan sin consideración alguna, cuando esa realidad que tienen por delante es, en el caso de los médicos, un sujeto de carne y hueso, que es más que un cuadro nosológico.

En cambio, el médico opera con el saber científico y con el instrumental técnico de su oficio, pero no sólo con ello: también con el conocimiento de los límites de ese saber, con la experiencia que le permite hacerse un juicio de tipo clínico y con su persona que es capaz de responder a otra persona que se halla bajo el dolor de su padecimiento y la vitalidad amenazada. Por eso los mejores médicos son capaces de mostrarse humildes ante la realidad del otro, de cada paciente, y confiados en sus capacidades y las de su equipo, pero sin la actitud desmesurada de los fanáticos que se creen conocedores de la verdad, por la repetición de su discurso cientificista.

Y precisamente porque el médico se coloca de cara a esa vitalidad amenazada, y no pocas veces frente al hecho definitivo de la muerte, es que su saber también requiere de la sabiduría (la phrónesis, como decían los griegos) de otros saberes y reflexiones, como los que le proporciona el arte, la filosofía y la cultura e incluso las tradiciones de espiritualidad.

Porque nadie mejor que el médico recuerda, de modo ineludible, que la finitud es la condición existencial de la vida y de la salud. Por eso es tan peligrosa la militancia ideológica del cientificismo para la medicina, y para sus pacientes.

 

A modo de conclusión

Estas notas están hechas desde el supuesto de que las ciencias diversas y otras disciplinas pueden tender puentes de diálogo, para la búsqueda de una mejor vida en común. Pero también están hechas en el contexto común que todos sufrimos de la pandemia actual. Ahora mejor que nunca hemos tomado conciencia de la importancia de los médicos y todo el personal sanitario, y les debemos muchísimo más que los aplausos que hacíamos en los meses del confinamiento.


Pero también es ahora cuando más hemos sido testigos del incremento de los fundamentalismos, como los negacionistas y también su otro extremo: el cientificismo, ese discurso que se levanta como un autoritarismo excluyente.

Son muchos también los médicos que, no desde el discurso de la ciencia, sino desde otros saberes y de la propia experiencia clínica quieren recuperar una visión más humanista o más integral en el abordaje de la realidad compleja del ser humano. Después de todo, la vida humana no se puede reducir a unas definiciones heurísticas o a biologicismos que sólo operan como apuntalamientos de certezas fanáticas, puesto que la evolución de la vida en nosotros se sigue expresando siempre en esa forma absolutamente singular que llamamos la subjetividad humana.

La grandeza de la ciencia, tal como dicen los auténticos investigadores científicos, no reside en sus certezas, sino en su incesante curiosidad y en la capacidad de asombro ante lo que ignora, ante lo que se muestra opaco a sus indagaciones. Y la grandeza de los oficios que están al servicio de la salud de la gente, como la medicina, está en su misma vocación.

Ciertamente la medicina es un oficio que abreva del saber científico, pero no exclusivamente de él, puesto que la salud es un objetivo que ni siquiera podemos definir de modo taxativo (¿qué se entiende por salud? Y la respuesta no está cerrada). Pero sí que se puede seguir diciendo que la vocación de la medicina se pone al servicio de sus pacientes, de las personas que atiende, en ese modo tan bello que expresa el Dr. Peteiro:

es principalmente a médicos […] a quienes les es dado realizar del mejor modo ese vieja tarea de curar a veces, paliar con frecuencia y acompañar siempre.

 

 



[2] Javier Peteiro Cartelle, El autoritarismo científico, Málaga: Miguel Gómez Ediciones, 2011.

[3] Cf. su entradasobre la vanidad de la ciencia, en su blogEl gerente de Mediado, del 26 de octubre de 2020: https://gerentedemediado.blogspot.com/2020/10/sobre-la-vanidad-de-la- ciencia.html#comment-form.

[4] Cf. Mario Bunge, Filosofía para médicos, Buenos Aires: Gedisa, 2012.

[5] Cf. Georges Cangilhem, Ideología y racionalidad en la historia de las ciencias de la vida: nuevos estudios de historia y de filosofía de las ciencias, Buenos Aires: Amorrortu, 2005. Tambn Escritos sobre la medicina, Buenos Aires: Amorrortu, 2002.

 

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