Fuente: Il Sismografo
Lucetta Scaraffia, Quotidiano Nazionale
25 de marzo de 20021
Desde clérigos de primer nivel, con altos sueldos y amplias habitaciones gratuitas, hasta sacerdotes y misioneros rurales que viven de la caridad.
El Papa declara que el Vaticano ha atravesado dificultades económicas, obviamente agravadas por la pandemia que lo ha privado durante muchos meses de su mayor ingreso, el de los museos. Y hace lo que hacen todos en estos casos: recortar salarios. Lo hace para no despedir a nadie. Y comienza con sus empleados más ilustres, es decir, los cardenales, para luego bajar a los empleados de menor rango, que también tienen suspendidos las subidas por antigüedad.
Muchos se quedarán asombrados con esta decisión, porque las riquezas que siempre se han atribuido al Vaticano son legendarias, así como fuente de chismes es la muy cómoda vida de los cardenales. En realidad, la mayor parte de su riqueza está compuesta por bienes no fungibles, es decir, obras de arte y valiosos edificios que durante décadas -como en las antiguas familias aristocráticas- se han transformado en una fuente de ingresos al abrirlos a los visitantes. El resto, el efectivo, es fruto de donaciones sustanciales hasta hace unos años, pero que ahora, tras el escándalo de abusos y la crisis económica en curso, han disminuido gravemente.
Y la Santa Sede, como todas las grandes instituciones, necesita mucho dinero para sostener el aparato burocrático y mantener oficinas de gran prestigio. En un tiempo lejano existía un sistema de impuestos, el diezmo, que traía un flujo constante de dinero a la institución. Hoy sería imposible, y solo quedan las donaciones espontáneas -ofrecidas solo si están destinadas a buenas obras, no a pagar salarios ni a rehabilitar edificios- o inversiones, iniciativas financieras reales. Todo esto es difícil de aceptar para los fieles que tienen en mente las palabras evangélicas de Jesús (que no tiene dónde reclinar la cabeza) y también sospechan que los administradores de estos bienes no son todos honestos ...
La escasa provisión de hoy, si bien no habla de cifras, deja claro que incluso en el Vaticano los servidores del Papa, y por tanto de Cristo, están divididos en clases con ingresos muy diferentes y sobre todo con privilegios muy diferentes. Incluso entre los eclesiásticos están los de la serie A -cardenales y obispos, que a menudo tienen grandes residencias como alojamiento gratuito- y los muchos sacerdotes de todo el mundo, que tratan de sobrevivir con poco. Por no hablar de los misioneros, que, a menudo, viven compartiendo la pobreza de sus fieles.
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