Sí a morir con dignidad, con
los mejores cuidados y sin dolor
Granada, Bilbao, Barcelona y Madrid. 10 de febrero de
2020
El Grupo de Bioética de UNIJES (Universidades Jesuitas), formado por miembros del Institut Borja de Bioètica-URL, la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, la Cátedra Andaluza de Bioética de la Universidad Loyola de Andalucía y el Grupo de Bioética de la Universidad de Deusto realizamos la siguiente declaración ante la proposición de ley de eutanasia recientemente aprobada por el Congreso.
Como centros de bioética confirmamos los profundos consensos éticos que existen en los procesos del final de la vida. Hay mucho aprendido, comprendido y compartido en estos últimos treinta años. Todos estamos de acuerdo en la licitud de una adecuación del esfuerzo terapéutico, en el rechazo de tratamientos fútiles, en dejar morir en paz, en el derecho a rechazar tratamientos desproporcionados, el valor de las voluntades anticipadas, el valor de una información adecuada y comprensible y del consentimiento informado, el derecho a saber y no saber, la importancia de planificar los cuidados al final de la vida. Todos también concordamos en la ilicitud del abandono y de la negligencia en el cuidado y la atención en el final de la vida.
Como tantas personas no deseamos prolongar penosa, precaria y artificialmente la vida. Nos oponemos a la obstinación terapéutica, el ensañamiento o alargar sin sentido la existencia. Hay que dejar morir en paz a las personas. Hay ocasiones donde pensamos que lo moralmente adecuado es retirar, adecuar o limitar tratamientos después de un diálogo y conversación, no siempre fácil, entre el paciente, los familiares y los profesionales sobre la situación y los pronósticos, conversaciones serenas al final de la vida para llegar a decisiones compartidas.
Como bioéticistas preocupados por dignificar el final de la vida, consideramos inmoral que un ser humano muera solo y abandonado, no sólo en el momento de morir sino en el proceso de muerte, y mucho más después de la dramática experiencia de tantos miles de personas que murieron solos durante la pandemia. Como comunidad moral debemos acompañar los momentos de mayor fragilidad de nuestros semejantes. Consideramos inmoral marginar, aislar, no atender, dejar de cuidar a una persona en sus momentos más difíciles.
La dignidad no se juega en un momento sino en un proceso amplio de acompañamiento personal, familiar, social, cultural, espiritual y religioso. La compasión no consiste en atender un deseo individual, sino en sentir (padecer con) el dolor del otro y saber ponerse en su piel. Todos los que acompañamos personas al final de la vida hemos oído muchas veces el deseo de morir y sabemos lo importante que es sostener la mirada con fortaleza y ternura para vivir plenos hasta el final.
Comprendemos y sentimos hondamente el deseo de morir de algunas personas en situaciones dramáticas, en la depresión que acompaña durante años, ante la noticia inminente de un cáncer o un ELA (momentos en los que los intentos de suicidio se multiplican por cuatro), ante una soledad no deseada y la lejanía de los que más quieres, ante la muerte de las personas que queremos y que nos dejan con un inmenso vacío, ante unos procesos y cuidados de larga duración que agotan y fragilizan las familias desde lo psicológico a lo económico, ante la realidad de sentirse una carga en algunas ocasiones, ante una dependencia que impide una mínima autonomía y que hace que se necesite de otras personas para algo tan sencillo como lavarse, levantarse o ir al baño.
Pero nuestra comprensión y compasión no nos lleva a pensar que lo mejor es que sus deseos de morir sean atendidos y se conviertan en un derecho. Estas situaciones dramáticas necesitan pasar por una deliberación común, por un proceso de diálogo social para preguntarnos todos qué debemos hacer. Como sociedad, la respuesta que demos a estas situaciones refleja nuestra grandeza y sensibilidad moral. Cómo tratamos a los más vulnerables revela mucho más quiénes somos más que el PIB o el salario mínimo interprofesional.
Cultural, social, política, espiritual y religiosamente podemos y debemos dar otras respuestas a estas situaciones, respuestas muy diferentes a la eutanasia que ni es una solución ni resuelve las situaciones de dolor y sufrimiento al final de la vida. Todo lo contrario, aumenta el dolor y sufrimiento de muchas personas al final de la vida, su sentimiento de desamparo, las soluciones fáciles e inmediatas, unilaterales y simples en unos momentos donde el cuidado debe ser integral, amplio, planificado, con tiempo. La eutanasia no afronta el problema sino acaba con las personas.
Ningún individuo es una isla y más cuando hablamos de establecer derechos que van unidos a prestaciones sociales como es en el caso de la eutanasia. Esta dimensión social y comunitaria, que Daniel Callahan tanto subrayaba, nos debe llevar al menos a pensar detenidamente algunas cuestiones de fondo pues no cabe terminar con una vida por un exclusivo interés privado.
1-Establecer una ley de eutanasia supone, como ya dijeron Beauchamp y Childress, fragilizar el tejido de la vida. Hoy que tan sensibles somos a la ecología integral, a una visión más holística y profunda de la vida deberíamos ser conscientes de la conexión de todo con todo. “Las reglas de nuestro código moral que nos impiden causar la muerte a otra persona no son fragmentos aislados. Son hilos en el tapiz de reglas que defienden el respeto por la vida humana. Cuantos más hilos retiremos, más débil será el tapiz (…) los cambios en la normativa pública también pueden debilitar la actitud general de respeto por la vida humana. Las prohibiciones suelen tener importancia práctica y simbólica y retirarlas puede debilitar una serie de hábitos, limitaciones y actitudes irremplazables”. No es fácil regular la práctica de la eutanasia sin que se produzcan abusos, se rompan y salten ciertos límites, se busquen ampliaciones provocando un deterioro y fragilización del final de la vida que van creando una nueva cultura (de descuidos, abusos, falta de respeto por la vida). Los criterios que se establecen en los pocos países donde está establecida son vagos y son susceptibles de interpretarse de forma diversa en un tema donde nos jugamos la vida en un acto irreversible.
(continúa: II de III)
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