Fuente: catalunyareligio.cat
Por Jordi Llisterri y Boix
04/07/2025
Ya me perdonarán pero desconozco cuáles son “las acciones contrarias y limitativas de la libertad religiosa” que, al parecer, se estaban preparando en Vic y que han hecho decidir al obispado suspender la misa de fiesta mayor y el resto de actos religiosos de este sábado en honor a Sant Miquel dels Sants. Pero creo que aquí no existe un tema de limitación de la libertad religiosa.
Es cierto que, cuando hay una polémica que daña a la Iglesia, siempre hay sectores anticlericales dispuestos a atizarla ya hacer caldo gordo. Una especie de inquisición laicista que tiene potentes altavoces y seguidores bastante sectarios. Son los que, de entrada, ya creen que no es necesario hacer (ni ir) a la misa de la fiesta mayor en aras de una laicidad mal entendida que sólo se aplica a los actos católicos. Éstos estarán bien satisfechos: se ha suspendido la misa.
Pero la polémica sobre la presencia del arzobispo Luis Argüello en la misa no arranca de ahí. Prueba de ello es que, si la misa la hubiera presidido el obispo Romano Casanova —una persona amabilísima, pero que tampoco sería precisamente un defensor del aborto ni del sexo libre, y sus homilías no creo que sean del agrado de los marxistas-leninistas que pueda haber en Vic—, la misa se habría celebrado con normalidad.
El problema creo que radica en la idea que a veces tenemos sobre la misa patronal. Y no hablo sólo del caso de Vic. Desde el punto de vista de la Iglesia, es una oportunidad de oro para acercarse al pueblo. ¡Cuántos sermones de fiesta mayor hemos tenido que escuchar en los que se ha derrochado esta oportunidad!
En el caso de Vic, cualquier otra dignidad eclesiástica invitada a presidir la misa no habría sido un problema. En Cataluña hemos tenido actos presididos por altas jerarquías mucho más carcas. El problema es que Argüello ha utilizado expresiones muy desafortunadas cuando ha hablado de temas en los que la Iglesia mantiene una posición moral que choca con el pensamiento contemporáneo. Que, como presidente de la Conferencia Episcopal Española, asista a actos con el presidente de VOX. Que se cargue la amnistía sin tener en cuenta que es un hecho con un amplio consenso dentro de la sociedad catalana, más allá de ideologías y posicionamientos nacionales. Y que se atreva a hablar de concreciones políticas y electorales que no están consensuadas con sus hermanos en el episcopado, como pedir elecciones anticipadas. Si éste es su programa, no debería extrañar a nadie que no sea bienvenido a Vic para presidir la fiesta mayor, que es una fiesta de todos. Porque nada hubiera pasado si hubiera ido a presidir un encuentro de monjas o una peregrinación diocesana.
Por eso creo que no es un tema de libertad religiosa; es un tema de la persona. Algunas de sus afirmaciones se han sacado de contexto y se han utilizado sesgadamente para atizar la polémica contra la Iglesia. Pero otras declaraciones y posiciones no se sostienen por ninguna parte. Y, sobre todo, no generan el consenso, la concordia y el bien común del que tanto gusta hablar a los obispos. Rechazar estas posiciones no atacan la libertad religiosa, al menos la mía.
Y así ha sido como la polémica se ha salido de madre y se ha logrado que este año en Vic no haya misa de fiesta mayor. Algo que no se había logrado ni siquiera en poblaciones donde el Ayuntamiento había liderado una verdadera cruzada contra la misa. Pero, por desgracia, cada vez los conflictos se polarizan más y conducen a radicalizaciones sin salida. Una situación envenenada que seguramente ya no tenía solución. Aunque siempre se podrían buscar soluciones más imaginativas y quizás hubiera sido más sencillo solucionarlo con un oportuno resfriado provocado por estos días de aire acondicionado o con un imprevisto en la sufrida agenda del presidente de la Conferencia Episcopal. Y tal día habría cumplido un año. Un año para reponer puentes y encauzar consensos. Que ya han sufrido suficientemente las pinturas de Sert de la Catedral de Vic.
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