sábado, 15 de octubre de 2022

Guerra o paz

Fuente:     Cristianisme i Justicia

Por:    Lluís Sols

13/10/2022


Los miembros de la comisión de investigación de la pederastia en la Iglesia de Portugal, este martes en Lisboa. PEDRO NUNES (REUTERS)

Han pasado ocho meses desde el inicio de una guerra que hizo saltar todas las expectativas sobre las relaciones internacionales en el siglo XXI. Lo que se presentaba como un mundo bipolar presidido por la creciente rivalidad entre China y los EEUU, rivalidad limitada por su notable complementariedad económica, contempla de pronto una guerra abierta entre el ejército ruso y un país respaldado militarmente por la OTAN, una brusca vuelta al pasado. No es solo el regreso de la guerra fría, se trata de algo peor. Nunca en la guerra fría hubo una guerra abierta en territorio considerado propio por una de las dos superpotencias, ni nunca fue tan explícita la amenaza de usar la bomba nuclear si la guerra le fuera desfavorable.

La guerra ya está aquí, causando muchísimo sufrimiento humano. ¿Qué cabe hacer? Quizás tenga sentido la ayuda a un país democrático invadido sin provocación alguna por un país autoritario y abiertamente imperialista, pero sin olvidar que ninguna solución militar sería buena. Una victoria de Rusia dejaría a una Ucrania resentida y obsesionada por recuperar lo perdido y una victoria de Ucrania dejaría una Rusia humillada y resuelta a vengarse, tentada de usar el arma nuclear. Ninguna de las dos victorias cerraría el conflicto.

Quizás no sea pues hora de pensar la guerra, que de eso ya se encargan otros, sino de pensar la paz. Hacerlo quizás pueda acortar la guerra. Y para ello es importante saber en qué nos tenemos que centrar. Tratar de establecer quién fue el culpable del inicio de la guerra no sirve para nada, aparte de estar clarísimo. Tampoco tratar de identificar cuál sería la solución más justa, porque las situaciones de este tipo resultan siempre demasiado complejas y lo que les parece justo a los unos, les parece injusto a los otros, y el acuerdo en esto es muy improbable a estas alturas del conflicto. Hacer referéndums netamente democráticos sería la solución ideal, pero la realidad es que ni Ucrania ni Rusia se van arriesgar a perder en un referéndum justo lo que hayan ganado por la fuerza, como muestra lo sucedido en el Sahara Occidental. Que la propia población decida su futuro debe ser siempre, y también aquí, la primera opción, pero eso no puede ahorrarnos pensar qué hacer si no resulta viable.

No queda otra, pues, que plantearse qué solución puede conducir a una cierta estabilidad, sin perder la perspectiva de la justicia. La neutralidad de Ucrania era una gran solución que teníamos, pero esta guerra ha acabado con ella para siempre. Ucrania jamás aceptará quedarse de nuevo inerme frente a Rusia. Ahora tienen muy claro que les quieren someter y que Rusia lo hará el día que pueda, cualesquiera que sean las promesas que les hagan ahora. Solo podrá impedirlo si goza de suficiente respaldo militar. Si no es con la OTAN, algo que sería muy desestabilizador, con algún otro pacto militar, quizás una UE más militarizada.

Una Ucrania no neutral será siempre percibida por Rusia como una amenaza, sobre todo porque comporta renunciar para siempre a su sueño multisecular de hegemonizar el área eslava. Esto sería muy duro para Rusia, de modo que cualquier nuevo orden habría de evitar focos de inestabilidad que pudieran facilitar nuevos conflictos.  Identificarlos es parte esencial de la tarea de construir la paz.

En un contexto de renovada guerra fría el acceso de una alianza militar occidental al Mar de Azov, amenazando la más importante salida de Rusia al mar por el Sur, sería inaceptable y un indudable foco de inestabilidad. Por razones similares, Ucrania difícilmente aceptará que la desembocadura y el curso bajo del Dnieper queden bajo control ruso, como están en este momento de la guerra. Cualquier solución que quiera ser estable debería dar respuesta adecuada a esas dos preocupaciones.

Hay otro foco de inestabilidad que afecta desde hace mucho tiempo tanto al interior de Ucrania como a sus relaciones con Rusia, una inestabilidad que quizás ha tenido algún papel en el inicio del actual conflicto. En tres de los oblasts de la Ucrania Oriental anexionados ilegalmente por Rusia (Crimea, Donetsk y Lugansk), la mayoría rusohablante es abrumadora y la voluntad de un entendimiento con Rusia (no la anexión) se ha mostrado muy mayoritaria en las sucesivas elecciones. Es imperativo dar algún tipo de respuesta a este sentimiento, sin descartar la incorporación a Rusia como una de las posibles soluciones.

La ayuda militar de los países occidentales a Ucrania quizás tenga sentido dada la gravedad del atentado a la convivencia y a las normas internacionales. Pero en el caso de que la guerra fuera favorable a Ucrania con la ayuda de las armas occidentales, no sería prudente que esa ayuda le diera carta blanca para generar nuevas inestabilidades y mortandades innecesarias. Si Rusia sabe que sus preocupaciones van a ser tenidas en cuenta, estará menos tentada de usar el arma nuclear y se facilitaría el surgimiento de corrientes internas partidarias de parar la guerra.

En estos momentos la prioridad ha de ser conseguir que la guerra acabe cuanto antes. Si continúa, el riesgo de que se use el arma nuclear es enorme y la respuesta occidental podría elevar el conflicto a niveles ahora mismo inimaginables. Hemos de hacer ahora aquellas cosas que quisiéramos haber hecho si tal catástrofe sucediera. Avanzar hacia un consenso lo más amplio posible sobre una salida adecuada al conflicto puede ayudar a frenar la guerra y construir la paz.

 

[Imagen extraída de Wikimedia Commons]

 

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