lunes, 7 de noviembre de 2022

Vivir en lo relativo


Fuente:     ATRIO

Por:    Carlos F. Barberá

03/11/2022

 

Hace meses traté en estas mismas páginas la cuestión que ahora retomo. No sólo porque me ha preocupado durante muchos años sino también porque para mí la vejez ha sido un proceso de relativización.

Quienes hemos vivido en España la segunda mitad del siglo XX hemos ido asistiendo –a veces contentos, a veces asustados- al paso de lo absoluto a lo relativo. Pongamos algunos ejemplos:

Ya antes, en la teología alemana, se había iniciado el paso del Cristo de la fe al Jesús de la historia. Según reconocen los estudiosos, ese tránsito tuvo su origen en el odio a los dogmas, es decir, al absoluto de las formulaciones dogmáticas. Simplificando mucho, la desmitologización y el método histórico-crítico han llevado a que algunos afirmen que la Biblia no es palabra de Dios sino palabra sobre Dios. Del absoluto se ha pasado a lo relativo.

Lo mismo ocurre con el tema de la autoridad. Un valor absoluto, garantizado por Dios, en el caso de los reyes, de los gobernantes, un valor absoluto en el caso de los padres, garantizado por el cuarto mandamiento. Dos absolutos que hora se han relativizado definitivamente…

En el terreno de la moral: de un mandamiento, el sexto, en que no había “parvedad de materia”, se ha pasado a la total libertad sexual, en la que apenas hay reglas ni prohibiciones.

Todos hemos vivido la misa en latín, de espaldas al pueblo, lo que protegía su misterio ante unos feligreses sordos y mudos, obligados a asistir bajo pecado mortal. La misa en lengua vernácula dejó al aire sus quiebras: una celebración repetitiva, muchas veces aburrida, con homilías a menudo banales o ideológicas. Para muchos se convirtió en una devoción banal que se podía abandonar sin quebranto. Un paso de lo absoluto a lo relativo.

El matrimonio era indisoluble, un lazo que no podía romperse sino con la muerte. Aquel absoluto ha desembocado en las uniones sin obligaciones ni compromisos, divorcios exprés, en algunos casos en el abandono de la familia sin pesar ni remordimientos.

No sé si con razón o cediendo sólo a la rotundidad del dístico, Vallé Inclán aseveró: “Al español hirsuto / es mentarle la madre mentarle el absoluto”. Es decir, el español vive perfectamente instalado en lo relativo. No sé si este diagnóstico es exacto pero para muchos los procesos antes descritos han significado una liberación. La conciencia y no la autoridad ha pasado a primer plano, las decisiones son personales y no impuestas, cada uno es dueño y responsable de ante sí mismo su propia vida.

Más arriba he dicho que la vejez ha representado para mí una experiencia de relatividad: cosas a las que has dedicado mucho esfuerzo, mucha ilusión, mucha confianza se han mostrado a la postre inútiles, ineficaces o incluso equivocadas. Puedo contar de mí mismo: durante 22 años fui presidente de una ONG que trabajaba en favor Guatemala. A quienes participamos nos costó muchos sufrimientos, muchos esfuerzos, mucho dinero. Hoy Guatemala sigue con la misma violencia, la misma pobreza, la misma falta de horizontes. ¿Y qué decir de Nicaragua, de Venezuela, de Guinea Ecuatorial…?

Descubrir la relatividad de todas las cosas puede conducir con toda razón al cinismo -¿para qué esforzarse si el hombre es una pasión inútil, como dijo Sartre o a la acomodación sin esperanza, como argumentó Albert Camus en El mito de Sísifo.

En lo que a mí respecta, creo que estas experiencias y este análisis me han hecho más religioso. Cada vez me convenzo más de que el papel del cristianismo es anunciar que en la relatividad de los acontecimientos se esconde el absoluto, la trascendencia que un día se ha de manifestar. El reino de Dios que Jesús proclamó con su venida consiste precisamente en esto: por Él el Espíritu ha sido derramado en nuestros corazones y este Espíritu hace que nada se pierda, aunque aún no se ha manifestado lo que seremos. Aunque de momento todo sea relativo.

En vivir esto consiste la espiritualidad que ahora parece estar en boga.

 

 

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